—Partamos con los personajes El viejo de la lluvia presenta la historia de Emeterio Mendoza un hombre misterioso que poco a poco revela sus dolores, ¿cómo construiste a este «viejo lobo de tierra»?
—Dejo que los personajes se expresen libremente en mi imaginación, es decir en la construcción de imágenes, es muy parecido a una acuarela donde al principio aparecen solo manchas que luego van adquiriendo sentido. En el caso de Emeterio la primera mancha era un anciano caminando bajo la lluvia en una calle embarrada. Después van llegando las preguntas: qué hace ahí, cómo viene vestido, en fin. Los personajes y la historia te van guiando, si encuentras una hebra de ahí vas tirando y va saliendo el personaje a la luz.
—La historia es narrada por Roberto, Beto o simplemente «El Cojinova», una especie de personaje espejo de Emeterio Mendoza, ¿cuál es la relación que estableces entre ambos?
—Roberto es un alter ego de Emeterio, va absorbiendo lo que Emeterio le transmite: una ética y una energía vital. Como contraparte, Emeterio busca corregir en Roberto sus propios errores del pasado. Algunas personas muy perspicaces me han hecho ver que Emeterio, el Viejo de la lluvia, es alguien que repara. Ahora pienso que el vínculo de Emeterio con Roberto y con toda la realidad es buscar lo que necesita ser arreglado, porque el mismo se siente dañado.
—El viejo de la lluvia responde en cierto modo a algunas características de la novela picaresca, ¿estás de acuerdo con eso? ¿cuál sería la crítica social que encierra?
—Lo primero que tomé de las historias picarescas fue la movilidad, los personajes no se quedan quietos. Incluso cuando están en una habitación se mueven: bajan, suben, entran a la cocina, toman cosas. Siempre están desplazados, eso habla un poco de su espíritu intranquilo. En otro nivel comparte con lo picaresco la concepción de que la vida es una herida absurda, como dice ese tango tan bonito que es la Última curda, donde al final de cuentas tienes dos opciones, o te tomas la vida a la broma o te pones a llorar.
—Algunos pasajes de El viejo de la lluvia me recordaron el animé de Remi, una serie popular de los años 80 ¿hay alguna relación de los personajes de Emeterio y Roberto con Remi y el señor Vitalis? Te pregunto solo por una curiosidad estética.
—Sí, es una muy buena cita, de hecho cuando escribí la novela reparé en ello, especialmente en el elemento circense que comparten las dos historias, pero también en el niño frágil pero lleno de posibilidades y el hombre sabio que lo acoge, aunque está quebrado por su incapacidad de reírse de sí mismo, de aceptar que a veces la vida nos obliga a derrapar.
—Naciste en Antofagasta, ciudad instalada en medio de un paisaje árido, ¿cómo construiste el paisaje sureño en el que se desarrolla la historia?
—Para alguien del desierto la lluvia es lo más cercano a la magia, es algo que te recuerda que uno vive siempre en la maravilla. Lo maravilloso siempre nos abraza sin que lo veamos. Por mi trabajo me tocó vivir en Puerto Cisnes, Aysén, Temuco, Los Ángeles, lugares con mucha lluvia. El sonido de la lluvia sobre el zinc me quedó como un recuerdo kinestésico, algo que necesitaba sacarlo y ponerlo en el papel.
—Roberto es un joven que vive en la pobreza, un marginado que no es apto para salir a la mar a buscarse la vida como el resto de los habitantes del pueblo, que un día recibe una oportunidad para cambiar su destino, ¿qué significado tiene para él la amistad de Emeterio?
—Lo diría así, para quienes son del centro del país hay una idealización de la provincia, especialmente después de la pandemia eso se agudizó. Por otro lado en privado se manifiesta una desvalorización de esa vida. Cuando uno es de provincia entiende un poco la fascinación de Roberto por el Viejo de la lluvia, que representa lo mejor del exterior: el arte, una visión escéptica del mundo, el deseo de cultura, la ética occidental.
—Los personajes de El viejo de la lluvia son un mosaico de seres comunes y silvestres, pero que tienen en algo fuerte que los une, el sentido de comunidad. Hay una escena donde la Mamá Tere advierte a don Demóstenes que de persistir en su comportamiento violento cualquier día termina de cabeza en el mar ¿qué significado tiene este pasaje?
—Alguien una vez me contó que en los pueblos al interior de Concepción se acostumbraba ejercer la justicia por mano propia ahogando a los transgresores. No sé si eso es verdad o si entendí bien la referencia, pero me quedó esa imagen del mundo de provincia, de la capacidad de generar orden y seguridad paralelamente a las leyes estatales, haciendo uso de valores que les son propios, construidos sobre lazos familiares y una concepción de Dios y de la justica implacable, retributiva, igualadora y cruel. Que se distingue de la justicia estatal, que busca ser desapegada de la venganza y funcional a los resultados.
—El viejo de la lluvia está construido con un lenguaje muy particular, Roberto utiliza incluso unos verbos inexistentes, ¿cómo trabajaste esas particularidades idiomáticas y qué aportan al relato?
—Cuando vivía en el sur con mi señora, un día la vi llegar muy feliz. Había escuchado decir a un par de veteranas que estaba llovedor, queriendo decir que llovía mucho. Lo que quise evocar era esa misma sensación, ese asombro que sentimos al estar frente a la naturaleza plástica del lenguaje que le permite volverse una metáfora de la vida en solo una palabra, como cuando Gary Medel dijo que había que tener chispeza, todos entendimos lo que quiso decir y probablemente lo dijo mejor que si hubiera desarrollado la idea, porque crear una palabra es manifestar que el lenguaje te es insuficiente y eso ya es decir mucho.
—El lenguaje es un aspecto que me llama mucho la atención, más allá de las particularidades, es el modo en que marca el carácter de los personajes. Emeterio desde un principio decide tratar con respeto a Roberto y su relato es siempre correcto y sin prisa, nada más ajeno a lo que sucede en estos tiempos, ¿qué piensas de la pérdida progresiva de la riqueza del lenguaje y cómo la enfrentas desde tu escritura?
—En eso tengo un matiz, lo de la degradación del lenguaje lo escucho desde que tenía cinco años. Pienso que lo único que es permanente en Chile es la vergüenza en nuestra forma de hablar, destacar lo bien que se expresan los argentinos, la pureza del habla de los peruanos. Yo escribo de la forma que lo hago porque creo que hay algo de mi país ahí, y que no puede ser dicho de otra forma. Un amigo me dijo que mi lenguaje era anacrónico, lo dijo pensando para destacar que está en desuso, yo creo que es anacrónico en otro sentido, carece de tiempo.
Posiblemente tú no te das cuenta pero el lenguaje que usé en la novela nos pertenece a todos los chilenos, ¿sabes cómo lo sé? Porque nadie me ha dicho que no lo entiende y porque evoca sentimientos profundos en los lectores, es probable que esa forma de decir esté en una capa más profunda de la conciencia, no es el lenguaje que se maneja en todos los espacios, pero está encajado en nuestro interior, sino fuera así la novela habría sido incomprensible.
—Hay una escena donde relatas un exceso de violencia policial que al parecer genera un trauma en Emeterio. Desde tu punto de vista como abogado, ¿qué quisiste reflejar con eso?
—Creo que como país tenemos una capacidad creativa enorme, y esa capacidad se ha expresado en la poesía y en la formación de instituciones fuertes del Estado, dentro de esa creatividad creamos formas de violencia institucional selectiva que hiere a los pobres, especialmente cuando los marginados se mueven fuera del marco esperable de conducta. Por otro lado, también a nivel narrativo era muy necesario explicar cuando la personalidad de Emeterio empieza a colapsar, pues no es solo el hecho del abuso policial, sino que la humillación abre una caja de pandora que hace que el Viejo de la lluvia se vuelva un hombre sin paz, un hombre que nunca se puede quedar quieto.
—Me llama la atención que el protagonista siempre está tratando de recalcar que su relato es «la verdad», lo crea el resto o no, ¿piensas que eso tiene que ver con la poca fe que tienen los pobres en la justicia?
—No lo pensé así, más bien mi intención era señalar que el lenguaje es el que estructura la realidad, pero es una realidad tan frágil como el aire que lleva las palabras. Por lado otro quiero recalcar que Roberto escribe muchos años después, y duda de su memoria. Entonces tienes dos elementos que construyen la narrativa personal de Roberto, la conciencia del lenguaje y la falibilidad de la memoria. Roberto es un ser muy sensible que sabe que no es un narrador, pero entiende que camina una senda engañosa, que camina sobre un piso resbaladizo y se lo advierte al lector porque no quiere traicionarlo.
—En El viejo de la lluvia logras crear una profundidad emotiva con muy pocos recursos, ¿cómo logras eso y qué significa dentro de tu narrativa?
—Yo me sirvo de la lírica. Te pongo un ejemplo, si yo quisiera decir que los personajes están tristes porque son pobres, están cansados, tienen pocas perspectivas y los aprisiona un sentimiento de vacío tendría que agregar mucha información en un párrafo. En esos casos prefiero decir que los personajes miraron el cielo de la tarde, entonces un pájaro herido salió de un auto abandonado y aleteó hacia la nada. Creo que con eso dices lo mismo y posiblemente mejor, es como usar la palabra chispeza. Es difícil de explicar, pero así economizo recursos.
—Como suele suceder en un pueblo chico, el qué dirán, los secretos familiares, son parte del quehacer diario. El personaje de la Maceta es la mejor representación de eso, ¿cómo valoras que un personaje como Emeterio rompa con eso y enseñe a Roberto a enfrentar la verdad a pesar de las consecuencias?
—Es lo que te decía, el Viejo de la lluvia en algún nivel representa los valores occidentales que van de capa caída, como el que tú destacas, cuando yo era niño lo llamaban valor civil, el de aceptar las consecuencias negativas de obrar bien o reconocer los errores. Por otro te concedo que la maceta es copuchenta, pero no es lo único que la define, está llena de cariño para Roberto. Traté de evitar las caricaturas y que los personajes tuvieran sangre, para eso cada uno tenía que cargar con su luz y su noche.
—Otro aspecto que me llama la atención son ciertas frases que usa Roberto para referirse a la vida en general, me imagino que son reflexiones producto del aprendizaje de los años. ¿Cómo crees que evoluciona este antihéroe y de qué modo lo transforma la relación con el viejo?
—En alguna medida Roberto absorbió a Emeterio Mendoza: termina haciendo su trabajo, cumpliendo lo que el Viejo no pudo hacer, por lo pronto asentarse. Esa absorción también supuso la apropiación de la capacidad del Viejo de la lluvia de pensar el mundo de forma general y abstracta, es parte de la herencia que el viejo le deja a su aprendiz. El viejo en definitiva le transmite una escepsis, una duda sobre el ser.
—Otra particularidad que me gustó de tu libro es el tono que utilizas para hablar de los días en que se enmarca la historia del viejo desde su llegada hasta su partida, tiene incluso algo de relato bíblico ¿con qué relacionas esa solemnidad?
—Mi primer instinto siempre fue establecer un marco físico y emocional en que ocurriera la acción, como lo es el edén en el relato bíblico. Aunque el pueblo no tiene nombre si tiene límites, hay límite temporales y fronteras físicas, esta últimas dadas por el mar, las montañas, los bosques. Es una delimitación propia de la provincia, donde las fronteras de los pueblos son la naturaleza. En cuanto a los días, es lo mismo, el tiempo medido por las noches y las mañanas es el elemento natural que estructura la actividad vital.
—Por último, el viejo Emeterio llegó con la lluvia y se fue con el mar, como una representación cíclica de la historia, un poco lo que sucede entre las semejanzas de su historia y la de Roberto, ¿tiene ese final algún significado? ¿Están condenados, Roberto y Jeny, a repetir el eterno ciclo del pueblo o crees que en su caso encontraron finalmente una salida?
Yo siento que es una historia llena de confianza en la vida y en la humanidad. Es verdad que carece de épica, pero lo que no tiene épica no es carente de anhelos o valor. Desde que el cine emergió como el gran arte del siglo XX, las historias destacables comenzaron a ser las de éxito, elevamos el triunfo a una categoría moral, si alguien le dio el palo al gato y dejó de vivir en la pobreza es admirable, su ejemplo debe ser imitado. La verdad es que el éxito con mayúscula es raro, el 99 por ciento ni siquiera lo roza. Yo escribí esta novela para ese 99 por ciento, y les quise decir que su vida vale, que no necesitan más para ser estupendos, que no necesitan esperanza porque son la esperanza.
El Viejo de la lluvia de Rodrigo Téllez fue publicado por Editorial Forja este 2023 y se encuentra en las principales librerías del país y la página web de la editorial.