«Parirás con dolor» dicta una frase bíblica. ¿Pero a que dolor hará referencia? ¿Al del cuerpo vivido? ¿Al mental que a ratos se hace insufrible? ¿O al emocional? que nos escinde entre lo deseado y lo logrado. Parir no solo es un acto físico. Parimos ideas, amores, dolores, proyectos, rabias y todas ellas se anidan en nuestro cuerpo nutriéndose de él, cual hijo fueran. Todas se gestan en tiempos distintos; días, meses, años y otras nos toman toda la vida.
Y luego de parir ¿Qué hacemos? ¿Nos arrojamos a maternar o relegamos de lo nacido? Difícil decisión, aunque creo que transitamos entre ambas, nada en la vida es lineal, damos idas y vueltas, círculos infinitos y muchas veces nos perdemos en esa búsqueda y es aquí donde constatamos lo que ya presentíamos, la maternidad de revista no existe.
Maternar también duele, pero el mandato social de felicidad es mayor, obligándonos a ser «fuertes y empoderadas», eufemismos usados cuando deshabitamos el único territorio que nos pertenecía; nuestro cuerpo en todas sus dimensiones. Ese cuerpo ahora convertido en propiedad pública; en donde cercanos y especialistas te indican como usarlo para mantener vivo lo parido.
Y así vamos descubriendo nuestra forma de maternar. Todas disimiles entre y desde sí. Algunas convierten en polvo tradiciones que cruzaron generaciones, otras vuelven a niñas bajo el regazo de una gran madre sabelotodo. Están las que se adentran a colonizar, no importa el cómo, en el camino se armara la carga y otras infinitas formas significativas para cada una. En ese instante la maternidad cobra sentido, cuando logras huir del algoritmo y pones el oído en ti. Como dice una amiga «la guata nunca miente». Hay tantas formas de maternar como tantas hay de parir.
Este conflicto lo pone sobre la mesa la escritora mexicana Guadalupe Nettel, en un libro llamado La hija única. Tres mujeres se cruzan en sus diversas maternidades, así como millones de mujeres nos cruzamos, enredamos y tensamos en las nuestras. Quizá para encontrar algo en común, una especie de faro que nos indique el camino, pero al andar comprendemos que estamos situadas en infinitos lugares y la luz guía no tiene sentido para ninguna. Ahí surge la impermanencia de la maternidad, permitiéndonos desarmarnos y rearmarnos como lo deseemos. Recién empezamos a caminar libres.