Por Catalina Gatica
Era la terraza de un galpón donde leían por grupos algún texto que inventaban en el momento. En su mayoría, hablaban de experiencias con la vida; algunas dolorosas, otras tristes, en fin la cruda verdad.
– Me llaman la atención. Quisiera presentarlos ante el consejo y apoyarlos. – le dije
– No hay mucho que pueda hacer, no te conozco lo suficiente y no entregaré mi proyecto de vida a alguien que solo conocí un momento. Me gustaría ver cómo te desenvuelves – respondió ella.
Por supuesto, respondí aunque dudaba de mi capacidad de crear algo con colaboración.
Me acerqué al equipo y traté de dar mi mejor esfuerzo. No solía hacer nada sin pensar, pero esto me interesaba.
– Una habitación , me dijeron
Dos habitaciones … Tres… Cuatro… Decían los demás
Era mi turno: – una habitación, dos, tres, cuatro, verás, sí me conoces, porque todas me traen un recuerdo de ti. Son infinitas en esta casa.
No tenía ningún sentido, pero no entendía qué pasaba. Hace tiempo no escribía, mucho menos improvisaba. Me había alejado de este mundo porque habían muchas personas trabajando en esto y era un campo complicado, pero esto parece ser clandestino.
Cuando comienzo a pensar en la posibilidad de trabajar aquí recibo una llamada que me devuelve la cordura y me alerta de lo tarde que es para ir a casa, por lo que debería descansar aquí. Bajé a las habitaciones del subterráneo y solicité una.