Rodrigo Véliz Lobos (1980, Buin). Poeta, profesor, gestor cultural y editor, que ha orillado la ruralidad, sin perder de vista los pequeños centros, con una poesía que renueva nuestro viejo pacto con el lar.
I
He seguido la línea del tren
confiado que las líneas paralelas no se juntan,
una es de ida la otra es de vuelta.
Como puñados de miradas
caminamos silenciosos en la noche,
la frontera desaparece en sueños inconclusos.
Todos los recuerdos dejados al otro lado de la línea,
todas las memorias marchitas en una isla devastada.
Todos los recuerdos quedaron al otro lado de la línea,
todos los recuerdos se marchitaron en una isla devastada.
II
Sólo los cazadores de guanacos
recuerdan el nombre.
La animita hace olvidada.
Las flores no cruzan la frontera.
III
El tren carguero cruza la provincia,
bultos ocultos tienen voces,
he de ser el silencio
que miente a la guardia.
Cruzar la línea es mirar.
La tierra que se desvanece.
IV
En el museo proyectan
El Chacal de Nahueltoro.
El protagonista sólo sonríe una vez.
Los fusiles cruzan la pantalla,
soy yo frente al pelotón de fusilamiento,
cómo si aún los años no borrarán
nuestras cicatrices.
V
Sin patria queda el niño
como huérfano de las banderas.
No sabe qué escribir en la hoja.
Confunde su idioma
con el canto de los pájaros.
VI
Sobre Nuestras Cabezas
Debemos entrar silenciosos,
el mismo color cargó los látigos.
Somos la historia no escrita en las batallas,
somos el olvido en la memoria,
somos como el sepulturero y sus fosas,
esas fosas que no llevan nombres,
esas que cambiaron de lugar por mucho tiempo.
Somos el color de las cicatrices de un país muerto,
somos todos los prejuicios cargados en la lengua,
Debemos entra silenciosos
el mismo color cargó el látigo.
Yo no olvido a mis muertos,
describo la fotografía de los desaparecidos,
murmullo la memoria en los museos.
Somos el color de las cicatrices de un país muerto,
somos todos los prejuicios cargados en la lengua,
Los hornos guardaron los cuerpos,
1978 se carga en la memoria,
el fusil sigue cargado,
en nuestras espaldas un círculo rojo.
Debemos entra silenciosos
el mismo color cargó el látigo.
Soy huérfano de las banderas,
caigo al suelo,
pierdo mi lengua,
ocupo historias de otros,
olvido que mis pies ya son raíz
en una tierra que no me pertenece.