Por Hernán Contreras R
Timbales de piedra, de Marcelo Canavire, es un viaje que muchas personas hemos realizado: uno a través de los días, de enfrentarse a temores, de volver a los recuerdos. Hay una acción necesaria para ello, que paradójicamente es la pausa y el desarrollo del ritmo que hay en ella.
le temo a las ramas que trae el río
ramas como símbolos de brazos que nos quieren atrapar de noche, pero el poeta, así como no escapa a la palabra, tampoco lo hace a sus temores:
saldo una deuda casi extinta
bebo el río.
Canavire, además de mostrarnos un mundo interior de pensamientos, nos entrega constantemente en sus poemas imágenes que disponen el mensaje por sí solas. Y es que el poema es en gran medida imagen y solo quien se detiene a observar logra hallarlas, entendiendo incluso el riesgo que implica hoy en día detenerse. Pareciera que a ratos nos entrega imposibles en esta vida, pero que son, a la vez, acciones simples y humanas. Quizás de eso nos habla cuando escribe:
Exprimir lluvia de una nube
En este libro también podemos repasar la lentitud de los días que van atrás y vuelven al presente, un presente plano que se acentuó en los tiempos de pandemia, donde el ritmo impreso en el poema nos dice:
El reloj no tenía prisa
las arrugas
desafiaban al viento
porque si no podemos movernos ni salir, nuestras mediciones del tiempo se quedan en los cordones de los zapatos que no podemos usar. Pero ¿por qué tener prisa, si el poema nos llama a la pausa?
Pareciera que los poemas de este libro nos develan un tedio de una realidad plana, que no es capaz de empujarnos más que a su ritmo que es, claramente, ajeno al nuestro y al del poema. Entonces, si nos dejamos llevar, no hablamos nuestro lenguaje, hablan por nosotros, pero el ritmo del poema es el mismo con el que intentamos cambiar la velocidad de los relojes. El poeta, en actos cotidianos como recordar y volver a la infancia, llega también a cuestionar sus creencias:
denarios insípidos
enredados
en los dedos
son el tercer patio
de las palomas
y su mensaje
Timbales de piedra, se divide en cuatro secciones, todas con tintes de nostalgia con un gran trabajo de las imágenes, como la que da nombre al libro: el ruido que hacen las piedras en un río como timbales que anuncian lo que para un niño puede ser un miedo, pero que el poeta enfrenta. Canavire pareciera encontrar una fórmula: el poema y su ritmo, la armonía entre la forma y el contenido. Nos dice: el tiempo corre al fin/ a su ritmo. Quizás cuando, alejando al entorno y al tedio que este nos puede generar, buscando en sus emociones y recuerdos, el poeta logra tener su propia voz y habla como se habla en él, acercándose así a su verdad, como alguna vez Alejandra Pizarnik lo enunció: hablo como en mí se habla.
«La poesía es más bien una manera de callar», nos dijo alguna vez Enrique Lihn y años después Mario Montalbetti: «el poema es el arte de decir lo que solamente se puede decir, y no ver en sentido absoluto». ¿Qué se podría solamente decir y no ver en ningún sentido absoluto? Por ejemplo, el silencio, tan amigo de las pausas, o bien la ausencia. El poeta, en la última sección del libro, nos muestra la herida por la partida de su madre (pido disculpas por hablar de este tema sensible). Escuché una vez que mientras podamos hablarle a quienes ya no están y nos imaginemos sus respuestas dado el vivo recuerdo que tenemos de sus personalidades, esas personas no han muerto del todo, porque aún podemos escuchar, en determinadas situaciones, sus bromas, comentarios y consejos.
A fin de cuentas es mantenerla viva en el poema. La imagen, el recuerdo, la foto, elementos tan cercanos en sus significaciones. Cercanía de las palabras, cercanía sobre quien se escribe, cercanía al pasado. Cerrar el libro abriendo el corazón, una pérdida, una emoción tan genuina y literal: la pena, la tristeza de una pérdida, no necesita de una metáfora ni ser trasladada por una palabra a otro lugar. La literalidad del poema se basta a sí misma, cuando no hay más vuelta que dar. Hay partidas que nos traen penas y dolores inmensos, recuerdos valiosos, vergüenzas hermosas. Y qué nos lleva a escribir, aquí la poesía es su madre, su recuerdo, y nos hace pensar sobre cuándo y por qué escribimos. Pensar en esta pregunta tantas veces respondidas incluso en poemas, con respuestas tan distintas y subjetivas.
Texto impreso en contraportada
Los poemas de Timbal de piedra nos entregan una sensación similar a la imagen de estar detenido. En el poema buscamos el ritmo propio frente a uno que se impone desde el entorno, uno que muchas veces genera tedio y agobio. El poeta, en versos cortos que marcan un ritmo claro – la pausa, necesaria para observar – nos hace pensar en la fuerza de la palabra, al mostrar que una sola se basta a sí misma para ser verso. Y ¿qué nos dice cuando escribe «el tiempo corre al fin/ a su ritmo»? Quizás cuando, apartando al entorno, buscando en sus recuerdos, el poeta logra tener su propia voz y hablar como en él se habla. La pausa y la memoria se desarrollan, a través de las páginas, con una correcta estructura, así el libro te acompaña en las sensaciones que evoca, aunque estas no sean las más alegres. Entonces, estos poemas nos ofrecen fórmulas de cómo regresar al pasado y enfrentar, entre otras cosas, los miedos: «le temo a las ramas que trae el río» … «saldo una deuda casi extinta/ bebo el río». Canavire logra «escribir vergüenzas hermosas». Porque hay un hallazgo de imágenes que solo las logra quien se detiene a observar, a pesar de los riesgos que hay, hoy en día, en la pausa.
Hernán Contreras R.