Por Annett Soto Tapia
Podría hablar de un suceso trágico que me provoque tristeza o de personas históricas marcadas por la desdicha y la pena, sin embargo, el sentimiento que deseo abarcar no es necesariamente producido por un momento culminante que desembocó la pena, sino que por ese pequeño bicho en el pecho que no te deja en paz, que te hace incapaz de valorar un sentimiento de dicha sin ese incómodo insecto que te recorre por dentro, dándote ganas de llorar y estar recostada todo el día.
Ese renacuajo que se traslada por cada parte de ti, repartiendo ese sentimiento transido que agota cada ánimo, dejándote tullida entre medio de las sábanas, permitiéndote después de muchas vueltas mentales un poco de energía para ponerte de pie. Siendo ese el primer gran paso de tu día.
Se entiende y se sabe de manera implícita que la tristeza y la felicidad van de la mano, que no puede haber arcoíris sin el paso de la lluvia, aunque fácilmente mientras aparece el arcoíris en la lejanía, todavía sobre ti puede caer una leve llovizna que no te deje observar con comodidad todos los colores y brillos que pueda proporcionar el arco en el cielo.
Entonces, a pesar de haber empezado tu día, esa babosa se arrastra por cada parte de ti, dejando un rastro pegajoso y brillante difícil de ignorar y prácticamente imposible de eliminar.
Frente a cualquier situación difícil confrontada durante el día, ese guarén recorre con gran velocidad por todo tu cuerpo, queriendo escapar y golpeándote con la cola, entregándote frustración por querer frenarlo y más dolor por los golpes que te pega cada vez más fuertes.
Se convierte aún más difícil convivir durante la noche con ese animal, imposibilitando que puedas cerrar los ojos o si quiera descansar, ya que su presencia llena por completo tu habitación, sientes esa respiración cercana a ti, mientras se recuesta en tu pecho a descansar, permitiéndote solo pensar.
Las vivencias y experiencias con relación a la tristeza son distintas y variadas para cada persona, sin embargo, es de conocimiento general que, si uno no extrapola el sentimiento y no lo vive, se cala y penetra en el alma. Es necesario que se dé espacio a la liberación y aceptación de la expresión de la tristeza, llorar y suspirar son actos capaces de sacar fuera a ese animal que se interpone en una vida de paz y tranquilidad. Pasando exactamente lo mismo con la alegría, debemos ser capaces de dejar existir dicho sentimiento sin culpa.
En lo personal, considero que no experimento mis sentimientos con mucha tranquilidad y es por lo mismo que procuro trabajar y reflexionar sobre ellos constantemente, en busca de otorgarme a mi misma el obsequio de la tranquilidad.
Y tú ¿lo haces o tienes un insecto dentro de ti?