Es poca la información que tenemos sobre Corea del Norte. El país asiático parece un sitio misterioso (quizás lynchiano) sobre el cual existen supuestos que intentan instaurar una verdad en donde la arbitraria dialéctica entre civilización y barbarie funciona como un estandarte que nosotros como opinión pública tenemos la obligación de discutir.
Los medios de comunicación occidentales han trazado posturas sobre lo que sucede en Corea del Norte, cayendo muchas veces en caricaturas burdas que requieren de un fondo mayor, pues se instauran dogmas que se reproducen sin ningún tipo de forma ni control.
La consolidada editorial Capitán Swing publicó recientemente Un río en la oscuridad. La huida de un hombre de Corea del Norte. El libro es una crónica con matices de ensayo que se caracteriza por ser rigurosa y apegada a una verdad biográfica. Su autor, quien llegó con su familia al país comunista cuando tenía tan solo trece años, no cae en un panfleto burdo que obedece a los irritantes lugares comunes, más bien se dedica a narrar su historia con una extraña mezcla entre reflexión y violencia: «Uno no elige nacer. Simplemente pasa. Hay quien dice que tu cuna marca tu destino. Yo digo que una mierda, y un poco del tema sí que sé. No nací una sola vez, sino cinco. Y las cinco veces aprendí la misma lección: hay ocasiones en la vida en las que tienes que agarrar eso que llaman destino por el cuello y retorcerle el pescuezo».
La familia Ishikawa llegó a Corea del Norte en 1960. Provenientes desde Japón (arrancando de un país devastado por la guerra), fueron seducidos por un mejor porvenir que incluía salud, educación, vivienda y trabajo, es decir, una vida que tenía todas las comodidades necesarias para desarrollarse en pos de un mejor futuro. La publicidad del régimen comunista prometía mejoras, pero la miseria que encontraron fue exactamente igual a la de la que venían escapando. Al llegar en barco a tierras coreanas, Masaji vio dolor y sufrimiento en las caras de las niñas que les daban la bienvenida, la decepción no se hizo esperar, el abismo estaba a la vuelta de la esquina.
En gran parte del libro, se muestra cómo los Ishikawa fueron relegados a un sitial de miseria y decadencia. La realidad se convirtió en un laberinto del cual fue difícil escapar. En este sitio kafkiano que parece vigilado y estudiado todo el tiempo, no hay lugares en donde reine el azar, más bien todo se remite a órdenes sobre más órdenes en un ejercicio inabarcable que provoca miedo, paranoia y frustración.
Siempre que se habla de Corea del Norte se lo hace desde una suficiencia moral que merece ser rebatida. Se expone en nombre de países supuestamente democráticos que buscan dictar sentencias y acusaciones sobre lo que ocurre en este hermético lugar. Lejos de querer defender prácticas políticas de las que más se sabe por supuestos que por hechos, es que nos surge la siguiente pregunta: ¿las autoridades chilenas o norteamericanas tienen el piso político y moral de enjuiciar las atrocidades que suceden en otros lugares del mundo? En lo absoluto, el estallido social en Chile y las protestas de la comunidad afroamericana en Estados Unidos han dado cuenta del fracaso de las democracias representativas, mostrando la peor cara de autoridades que al ver en jaque el estatus quo que desean conservar, actúan de manera bestial, no reconociendo límites ni derechos humanos.
Un libro entretenido e interesante que debe ser leído con un ojo crítico que evidencie y compare las cosas que suceden a lo largo del globo. Si bien es cierto que el texto se promociona como una huida (la cual solo está presente en las últimas treinta páginas del libro), el grueso de la crónica es un ejercicio reflexivo que nos invita a detenernos en la vida y sus innumerables caminos.