Siempre me ha parecido interesante el ejercicio de hibridez que está presente en toda la obra de Juan Villoro. Hace convivir alta y baja cultura con tal nivel de madurez y destreza que no hay impostación ni forzamiento, más bien, su obra pasa de un lugar a otro con una soltura que no admite dudas. Villoro puede hablar de fútbol, mariachis y narradores, de escritores, borracheras y de tradiciones. Los límites no son su interés, pues busca y apela a múltiples temas que son tratados con la misma seriedad e importancia, viendo en la cultura un eje de transversalidad que resulta refrescante y necesario.
En Examen extraordinario, conjunto de cuentos recientemente publicado por FCE en alianza con Almadía, esta arista vuelve a tomar fuerza. Esta convivencia y horizontalidad, para algunos posmodernidad, es una variable inquieta que pretende desorientar y crear.
La presente colección de cuentos abarcan 30 años de carrera (con varios inéditos de por medio) y se reconocen por esa prosa particular que le ha valido diversos reconocimientos.
Este es un libro de segundas oportunidades. Es un repechaje de relatos que esperan volver a ser considerados. En su momento pasaron desapercibidos, no fueron mediáticos o lisa y llanamente fueron relegados al cajón de los olvidos. Se conoce más la faceta de novelista de Villoro, siendo El testigo (galardonado con el Premio Herralde) su obra magna. Por lo mismo, el origen y el fin de Examen extraordinario es volver a ellos y mirarlos con el prisma que da el paso del tiempo. Observarlos como el regalo que Villoro nos quiere entregar de su antología personal, ese retrato de escritura íntimo que nos erige como jueces que opinarán si los relatos resistieron o no el paso del tiempo.
Estos 14 cuentos se sostienen en el fraseo largo, en la prosa extensa. En Villoro no está lo fragmentado, no construye su pluma desde la técnica bonsái, más bien, hay un ejercicio de mantener viva una estructura que lentamente está desapareciendo. Sus temáticas dispares en personajes, escenarios y ambientes, no se replican en su técnica homogénea de escritura, funcionando como una condicionante de su pasado y de su futuro, ese lugar inquieto en el que Villoro –y sus cuentos- han sabido sobrevivir.