Raymond Queneau es de esos escritores que no podemos pasar por alto. Tarde o temprano debemos leerlo. Su poesía, narrativa o cuaderno de ejercicios es imprescindible en nuestras bibliotecas, pues su condición de anticanon no solo lo convierte en uno de los tantos secretos mejor guardados de la literatura europea, también, porque fue un vanguardista que llevó a la literatura más allá de sus fronteras, experimentando con toda forma escritural a partir de su colectivo Oulipo.
Zazie en el metro es una de sus obras fundamentales. Después de un tiempo perdido, y recientemente reeditada por la editorial argentina Godot, vuelve al ruedo del escenario cultural latinoamericano. Pese al paso del tiempo -fue publicada en 1959- no logra envejecer y se sigue presentando como una avanzada forma de vanguardia.
Zazie es una niña que llega desde la provincia francesa hasta la mediática ciudad de Paris. Acompañada de su madre y obsesionada por conocer el metro (lo prefiere por sobre cualquier museo y monumento histórico) es dejada en manos de Gabriel, un familiar lejano que comenzará a padecer desde temprano las mala formas de la pequeña.
Zazie, luego de la primera noche, decide escaparse. Aprovechando que su tío Gabriel está durmiendo pues trabaja de noche en un cabaret, se fuga hacia calles, esquinas y ferias que no conoce, sin sentir una pizca de miedo ni cambiar sus desbordados comportamientos.
Puede que la historia en sí no seduzca tanto. Pareciera ser parte de un relato que se ha escrito una y mil veces (la niña mal criada que llega a desordenar a un grupo de adultos y que se pierde en una ciudad de la que nada conoce), sin embargo, el valor del libro de Queneau no está en su trama si no en su escritura. Las reiteraciones de párrafos y formas, así como la confusión de personajes e identidades, en un espiral constante en donde todo se superpone una y otra vez, es la gran variable que el texto presenta. Hay una idea por subvertir el lenguaje y ponerlo a disposición de los distintos mecanismos.
La traducción de Ariel Dilon es sumamente porteña. Hay una adaptación del habla coloquial francesa directa al arquetipo argentino. No podía ser de otra forma, el dialecto trabajado por Queneau es imposible de traducir en forma literal, por lo mismo, estamos ante una adaptación que pese a perder algunas construcciones del habla, mantiene la cadencia de todos sus ritmos.
Queneau siempre fue más allá, no se quedó en la superficie de la literatura, sus batallas las plantó en el futuro y las ganó con la más vanguardista de las todas las fórmulas.