Jueves, Abril 24, 2025

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Nicolás González : «No es fácil hacerle el quite a Foster Wallace cuando se habla de tenis»

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Nicolás González escribió una novela sobre tenis. Corajudo y valiente se internó en un fenómeno muy poco explorado en la literatura chilena. Apuestas clandestinas, circos pobres, competencias juveniles, formas de golpear al balón y la Kournikova chilena, son algunos de los pasajes por los que deambula un texto pulcro, necesario y sumamente entretenido.

En Revista Lector conversamos con González sobre sus procesos creativos y referencias tenísticas.

 

—¿Por qué en Chile la relación entre tenis y literatura es casi nula?

—No lo sé. Me imagino que tu diagnóstico podría replicarse con otros deportes que no sean fútbol. Y extensible, también, a muchos países. Acá hay poca literatura relacionada con tenis. Casi nada, en realidad. Rescato el poemario Polvo de Ladrillo, de Andrés Urzúa. También Punto de Quiebre, publicado por Provincianos. Antes de eso, algunos chispazos, como esa novela de finales de los ochenta que sacó Skármeta, La Velocidad del Amor: (Match Ball), se llama, en donde el protagonista, un viejo de cincuenta y tantos juega tenis con su suegro y se obsesiona con una quinceañera que también juega. Muy Lolita. Floridor Pérez antologó a más de cien poetas con su libro Poesía Chilena del Deporte y los Juegos. También está Elvira Hernández con Cuaderno de deportes. Dejo afuera las biografías y esos libros oportunistas que aparecen por la urgencia del mercado. Obviamente estoy dejando afuera también a varios y varias que sí han escrito de tenis o de deporte y no las recuerdo, porque igual algo hay. Poco, pero hay. En formato audiovisual sí veo un auge del tenis. Hartas películas y documentales. En una de esas Nico Jarry arme un reality con su familia viajando por todos lados, no me extrañaría.

—Tu libro El tenista se construye desde diversas texturas narrativas. Hay capítulos convencionales, otros que son meros diálogos y otros que tienden al reportaje periodístico. Trabajas con una hibridez de formas para construir la novela.

—Sospecho que trabajo así porque es la forma con que me enfrento a la información. Uno mismo, muchas veces, es el responsable o el elemento común en lo que está haciendo. O quizás tiene que ver con una forma de mirar, de masticar las ideas que se me van cruzando y formando un sistema de ideas simultáneas que se transforman en constelaciones o en algo mucho más concreto, como un libro, una novela. Habría que desarmar el juguete para entender su mecanismo. No tengo conclusiones al respecto.

—El tenis se levanta como un deporte prístino, de guante blanco, se suele decir que es de caballeros. En tu novela sucede todo lo contrario. Huyendo de los lugares comunes, muestras el decorado de un circo pobre. Apuestas clandestinas, sueldos insuficientes, corrupción de casas deportivas.

—No todo lo que brilla es oro. Eso también aplica para el tenis y las artes del espectáculo. Más si la mafia de las apuestas está metida hasta el cuello. Sobrevivir en el tenis, salvo en casos excepcionales, es muy difícil. Supone sacrificio, incertidumbre, muchísimos gastos, angustia, etcétera. Eso por un lado. Además hay una realidad terrible: más allá del ranking 100, el tenis no es un deporte rentable. Por eso los sobornos y los arreglos de partidos son tentadores. Por eso también los tenistas involucrados nunca son los mejores. Es fácil hacerla porque el tenis es un deporte especialmente vulnerable: basta convencer a una persona que pierda un punto o haga una doble falta -lo que es común en el transcurso de un partido- y el fraude funciona. Lo que quiero decirte es que hay una desproporción. Un desajuste. Lo que gana un tenista siendo campeón del Challenger de Santiago no es ni el 30% de lo que puede recibir por dejarse perder. Y con ese dilema conviven los que no están dentro de esos 100. Hay, por así decirlo, una corrupción por necesidad. Y obviamente la cuestión es una bomba de tiempo. La tradición de los vencidos es que las cosas siempre pueden empeorar, dicen por ahí. Yo soy pesimista al respecto, veo una fuerza que arrasa con todo. Y por más que se insista en protocolos y resguardos del tipo, la verdad es irremediable.

—En la literatura actual se escribe mediante aforismos y frases cortas, se tiende a lo minimalista. No obstante, en tu libro hay un fraseo largo, constante, la idea de novela como totalidad.

—No entiendo a qué te refieres con la idea de novela como totalidad. A mí me preocupa lo rítmico, y por supuesto que tengo pretensiones estilísticas. Desde ahí que no me caso con ninguna fórmula de antemano. Si un fraseo tiene musicalidad, yo diría que está todo bien. Después vienen algunas decisiones que hay que tomar, no es lo mismo contar que mostrar, etcétera. Cada novela propone un desafío distinto. Si una fórmula funcionó en determinado texto no significa que al replicarla el resultado esté garantizado. Hay que buscar la efectividad del texto y ahí, a veces, el efecto acumulado puede ser más efectivo que el minimalismo que describes. O puede que no. Hay que ir viendo: funciona o no funciona. Estoy convencido que, para escribir, es más efectivo ir perdiendo certezas.

—En la presentación del libro citaste a David Foster Wallace y su idea de «El tenis como un ajedrez en movimiento». ¿Qué otras referencias literarias tenísticas te influyeron?

—Es linda esa imagen. Y no es fácil hacerle el quite a Foster Wallace cuando se habla de tenis en la literatura. Además de lo escrito por él, me gustó mucho Los niveles del juego de John McPhee, que relata el partido entre Arthur Ashe y Clark Graebner en el primer US Open de la historia, año 68, con el asesinato de Luther King reciente, y la lucha por los derechos civiles agitándolo todo. Graebner era blanco, republicano, de clase alta y calculador; Arthur Ashe era afroamericano, demócrata, de clase trabajadora y soñador. También Open, las memorias de Agassi escritas por Moehringer, un gringo que escribe muy bien. Hay un libro publicado en Argentina por Anagrama que se llama Cuentos de Tenis, con prólogo de Liliana Heker, que también me gustó. Por último, menciono Tenis en la luna de Luis Vergés, una pelada de cables en torno al tenis y su historia.

—¿Qué tipo de jugador de tenis es Nicolás González?

—Un jugador clásico. Un jugador sudamericano, me atrevería a decir. Casi siempre juego desde el fondo de la cancha, pego el revés a dos manos, juego con harto top. Soy zurdo y trato de jugar como zurdo, metiendo esos efectos que desesperan a los inexpertos.  Aprendí a jugar siendo muy chico, por eso tengo cierta facilidad. Aunque me desconcentro fácil.

Joaquín Escobar
Joaquín Escobar
Joaquín Escobar (1986). Escritor, sociólogo y magíster en literatura latinoamericana. Es autor de los libros de cuentos Se vende humo y Cotillón en el capitalismo tardío, ambos con la editorial Narrativa Punto Aparte.

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