Jueves, Abril 24, 2025

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Eduardo Serrano: «Descubrí que los mapas podían llegar a ser un reflejo de nosotros mismos, un holograma de nuestra identidad

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Por Cristian Salgado Poehlmann

 

El escritor santiaguino lanzó, vía Libros del Pez Espiral, su tercer poemario, que continúa con lo que dentro de su literatura es ya una tradición: el develamiento del territorio. En Archipiélago, Serrano aborda este procedimiento a partir de la imaginación, los sueños y la literatura. “Mi relación con los lugares que aparecen en el libro es puramente imaginativa”, asegura.

 

«Todo eso está en ti», dice Raúl Zurita, «el sol, los planetas, las aguas, el aire». Lo existente, a colosales y pequeñísimos rasgos, es un fenómeno a escala que opera en la simultaneidad. El todo lo contiene a todos y viceversa. El extracto es el epígrafe del nuevo libro de Eduardo Serrano (Santiago, 1984) y da una clave de lectura que no hace sino confirmarse en la medida que las páginas de Archipiélago avanzan. «El epígrafe de Zurita pone en escena la relación inseparable entre cuerpo y territorio, que a mí me interesa bastante. Además que el poema de donde lo tomé, que es uno de mis favoritos, hace una proyección desde el cosmos, es decir, las cosas que vemos en la noche estrellada del hemisferio austral las volvemos a encontrar en nuestro propio cuerpo como un reflejo o un holograma», dice. Y agrega: «Lo que también equivale a decir que si miramos dentro de nosotros mismos podemos encontrar la humanidad y el universo completos, un poco a la manera de Blake o Whitman».

En este sentido, las obsesiones que Serrano trabaja en Archipiélago son manifiestas. Por un lado está el concepto del fractal. La vida no es sino un entramado de procedimientos cuya conexión es perpetua, sin importar la materia involucrada. Aquí, los poemas «Fractales», «Estudios de la naturaleza» y «Torbellinos» resultan esenciales. «La obsesión que mencionas cobra bastante fuerza en este libro. Primero, en la forma del archipiélago como territorio geográfico visto desde el espacio y la repetición de su geometría, hasta llegar a los desplazamientos humanos y a niveles microscópicos imposibles de observar a simple vista. Y luego, en el estudio de la naturaleza en general, donde vemos el movimiento de las corrientes de agua y encontramos semejanzas con la formación de estrellas o con la rotación del ala de una golondrina cuando se lanza en picada o incluso con los nudos que se forman en los troncos de los árboles. Esto se observa en la naturaleza y es fácil relacionarlo. Aunque lo realmente difícil es pasarlo a un lenguaje concreto y simbólico, que dialogue con las poéticas del viaje y la naturaleza».

En «Nube de Magallanes» sobresale una idea que se desprende de la anterior. En este poema, el autor de Archipiélago apuesta por otro fenómeno que podríamos llamar universal y perenne: las marcas, abolladuras o rastros que todo fenómeno deja a partir de su existencia inmanente. De algún u otro modo, acciones y objetos espejean consecuencias en los espacios en los cuales se involucran. «Hay que considerar que a lo largo del libro aparecen varios poemas enfocados en cúmulos, constelaciones y galaxias, puesto que las muestro en directa relación con la conformación de nuestro cuerpo y territorio. También hay que considerar que la Nube de Magallanes es una galaxia enana que puede observarse a simple vista desde la tierra y que sirvió, así como la Cruz del Sur, para desplazarse en el terreno de la navegación. Ahora, en cuanto a las marcas y las abolladuras, en este sentido se entiende casi como una especie de lenguaje catastrófico o demoledor que es evidenciable en la naturaleza, ya que cada cosa debe dejar una marca para moverse o simplemente existir. De ese modo, nosotros, cuando observamos la naturaleza, leemos el lenguaje de las cicatrices que estas han dejado en el cielo y en la tierra».

Otra de las obsesiones de Archipiélago –que bien podría llevar como subtítulo Fractales imaginarios– radica en que lo existente –sea o no humano– obedece a un constructo llevado a cabo por un conocimiento y una técnica primigenias y ocultas, cifradas, a las que ya no podemos acceder. Un escenario privativo, tal vez por el paso del tiempo y las culturas y la costumbre. “[H]asta dar con la forma del archipiélago/ donde todo es parte del mismo lenguaje/ que se construyó entre los hielos, el agua y el silencio”. O bien: «Visto desde el espacio/ el archipiélago es un tejido orgánico/ colgando del planeta/ un ensamblaje/ de cordones montañosos/ recortados por la luz y la sombra/ que se van desmembrando/ en mínimos bosques/ de piedra y silencio». Los versos son, otra vez, del poema «Fractales» que, haciendo un paralelismo con un álbum musical, bien podría ser el sencillo de Archipiélago, debido a su capacidad de contener el volumen en completitud.

«En el libro subyace el pensamiento de que todo ha sido modelado por la acción de la luz y la sombra, las cuales finalmente nos construyen, no solo en lo óptico, sino también en lo interno. Una idea que he tomado desde la antroposofía y Rudolph Steiner. En este sentido, hay una corriente subterránea que recorre el texto la cual plantea que es la acción de la luz la que le otorga forma a todo lo que nos rodea, desde las alas del tordo, pasando por el manto vegetal de la tierra e incluso nuestros tejidos por debajo de la piel o la formación de nuestros órganos como el corazón. El diálogo entre luz y sombra nos construye hasta en los más mínimos detalles», comenta Serrano.

 

—¿Por qué escribiste Archipiélago?

—Desde siempre me han interesado los mapas, recorrer con la vista esa superficie segmentada donde se representa un territorio geográfico. Desde chico los contemplaba y me perdía en sus líneas y fracturas, un poco desde la experiencia y otro poco desde la imaginación. Los observaba hasta descubrir que cada mapa podía llegar a ser un reflejo de nosotros mismos, un holograma de nuestra identidad. Entonces comencé a observarlos desde un enfoque onírico, es decir, a la luz o bajo el telescopio de mi ojo interno, donde se mezclan los sentidos y el inconsciente, la percepción. En ese sentido, escribí Archipiélago un poco para ahondar en estas ideas, que hasta ahora continúan interesándome y que he venido desarrollando en otras publicaciones, como Mapa de guerra (Das Kapital Ediciones, 2015) o Gigante Magallanes (Libros del Pez Espiral, 2023), incluso también en algunos ensayos, donde trabajé con una representación onírica del mapa de la ciudad.

—¿Cuál es la diferencia de Archipiélago con tus otros libros?

—En Archipiélago el foco se traslada más hacia el estudio de la naturaleza, de los colores, de lo que nos rodea y de cómo eso se vincula con nosotros. Y en ese ejercicio, finalmente, se encuentra también el anhelo de trabajar con una estética particular, donde el uso del lenguaje está orientado a la construcción de ese mundo lírico, donde los mapas, los cuerpos y los territorios son representaciones de lo mismo.

—¿Qué relación tienes con lugares como Tierra del Fuego, el Golfo de Penas, Puerto Edén, Bahía Inútil e Isla Desolación?

—Una relación puramente imaginativa. Una vez que comencé a escribir el libro me interesó la idea del archipiélago como fractal, es decir como una estructura que repite su forma, desde gigantescas escalas a tamaños más pequeños, como un copo de nieve o incluso hasta llegar a formas microscópicas. Y cuando observamos las corrientes de agua en detalle pasa lo mismo; sus movimientos en espiral recuerdan a lejanas galaxias o incluso a la formación de nuestro propio tejido humano. Entonces fue más tarde, posterior a esta idea, cuando decidí situarlos en un archipiélago o conjunto de islas específico. En ese sentido, se hizo casi inevitable tomar los nombres de estos territorios para situar la trayectoria de este viaje onírico, ya que en esas tierras además habitaron los kawésqar, los selk’nam, los yaganes y algo de eso se menciona en el libro, reflejado en las voces de un padre y una hija que recorren esos fríos territorios.

—G.K. Chesterton dijo: «Lo maravilloso de la infancia es que cualquier cosa en ella es una maravilla. No es solo un mundo lleno de milagros; es un mundo milagroso».

—Archipiélago hace algunas referencias a la infancia y sin duda hay algo de maravilloso en la percepción del mundo que tienen las voces del padre y la hija; en este caso, cuando se desplazan como dos fantasmas en los fiordos y en las páginas de este libro. Supongo que de alguna manera hace referencia a ambos, al hecho de ser padre y de ser hija, al nacimiento y a la muerte, pero también al desprendimiento de los seres queridos como grandes territorios que se separan.

—Hay cuatro poemas en Archipiélago que me parecen ajenos, como una unidad aparte respecto del resto del poemario, tanto en construcción de imágenes como en obsesiones. Hablo de «Barrancos», «Estuarios», «Aguas mutiladas» y «Puerto Edén».

—Sí, tienes buen ojo. Precisamente en esos poemas traté de poner en escena, en primer lugar, el genocidio que se llevó a cabo en esos territorios con la población indígena que habitaba originalmente y, al mismo tiempo, generar una conexión con el viaje onírico del padre y la hija que se mueven por los fiordos y las montañas, como puede evidenciarse en «Aguas mutiladas» y «Puerto Edén». Y, en segundo lugar, quise recordar que también en esos territorios, en período de dictadura militar, se llevaron a cabo torturas, como vemos en «Barrancos». Incluso se lanzaron cadáveres desde helicópteros hacia el océano, atados con fragmentos de rieles para que se hundieran hasta el fondo. Aunque uno de esos cuerpos finalmente llegó a la orilla, como puede verse en «Estuarios».

—También parecen importarte los sueños.

—Son de importancia decisiva, ya que en los sueños se manifiestan temores y también anhelos que muchas veces se convierten en material de creación debido al lenguaje simbólico en el que se manifiestan. Además, esconden una serie de emociones que la voz lírica intenta reproducir en el texto. En el caso específico de Archipiélago, en el poema «Golfo de penas» se relata un sueño ambientado en el océano que ilustra la sensibilidad que reside en el fondo, haciendo un paralelo entre el mar y el inconsciente. Por otra parte, en el poema final ,«Isla desolación», se muestra la voz del padre contando una historia a su hija antes de dormir, la historia del viaje que se repite, como el eterno retorno, antes de hacer su propio viaje onírico.

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