Jueves, Diciembre 12, 2024
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Emilia Macchi: «Creo que la pandemia fue un punto de inflexión importante»

Fotos: gentileza de  Jota Jiménez @jotajimene

 

Emilia es una joven que desde chica leía todos los cómics que le llegaran a sus manos. Este año lanzó junto a la Editorial Provincianos su ópera prima llamada Una guinda en la guata, libro que ofrece varios relatos donde los personajes y las circunstancias embargan mucha simpatía. Te invitamos a leer la entrevista.

—Cuéntanos de ti

—Es un poco obvio, pero me gusta escribir y leer. También me gusta el teatro y he escrito un par de guiones, espero que algún día pueda retomarlos. La poesía es por lejos el género literario que más abandonado tengo. También estoy en deuda con el manga, porque si no fuera por los cómics jamás me hubiera gustado leer. Leía los cómics que había en mi casa: mi mamá guardaba las revistas Mampato que tenía desde niña, y ahí aprendía puros datos freaks que todavía retengo y que a veces uso para llenar silencios incómodos. Me encanta hablar del clima cuando no hay tema de conversación y ver cuánto se puede alargar el tema. No soy tan buena para ver películas como quisiera, pero soy buena para repetir las mismas sitcom; el hecho que esté en un set me da la sensación de un pequeño teatro. Ahora estoy haciendo un podcast con la Radio Inventada del Centro Cultural de España, se va a llamar Humanidad Parlanchina y cada capítulo va a hablar de un fenómeno de la comunicación. Va a haber un capítulo sobre la red social de tiktok y otro sobre la invención del alfabeto griego, para que se hagan una idea. Eso me tiene muy entretenida. ¿Qué más? Me gusta andar en bici y de vez en cuando subo el cerro. Mi sueño frustrado es hacerle la voz a los monitos animados.

—¿Cómo llegaste a Provincianos?

—Cuando ya tenía mi manuscrito estaba en búsqueda de una editorial y el escritor Álex Saldías me habló sobre Provincianos. A ellos les gustó el texto y comenzamos a trabajar al tiro. Es una editorial que tiene solo dos años, es bien nueva, pero me gustó cómo trabajaban. Siempre mantuvimos contacto a lo largo del proceso y tuve la oportunidad de decidir sobre varias cosas. Eso se refleja harto en la portada: yo envié algunas referencias de tapas que me gustaban y propuestas de íconos, y la diseñadora Daniela Quintana envió varias  opciones, con diferentes conceptos y paletas de colores. Ahí yo comenté mucho, igual fui latera porque quería una mezcla entre las dos propuestas principales. Además como yo nunca había publicado, hice millones de preguntas durante el proceso y el Nico fue muy paciente en ese sentido. Fue una gran bienvenida al mundo de la escritura, la verdad

—¿Cómo nacen tus personajes?

—De la vida en general, supongo. Depende del relato también. En el caso de «Niño palta» o «El poeta subterráneo» quería tratar un tema en específico y los personajes aparecieron más por la función que cumplían dentro del texto. De ahí fueron tomando forma. Pero en otros casos, como en el relato «Hora de almuerzo»” partió por el deseo de describir cierto tipo de personaje. En «La Comandante Tamara estudió aquí» me interesaba ver cómo las familias forman tu personalidad: no es lo mismo ser hija única que ser la más grande de los hermanos o la más chica. Entonces ahí fui experimentando con las protagonistas, las variables que manejaban en sus hogares y cómo eso se traducía en su vida cotidiana escolar. Eventualmente las cosas se van mezclando, creas un personaje y te cae bien entonces comienzas a ponerlo en una determinada situación. Es casi como jugar a los Sims o hacer un experimento con diferentes ingredientes y temperaturas. El resto ya es dejarse llevar: cuando escribo sobre una madre, pienso en las mamás que conozco, cuando escribo sobre un adolescente, pienso en los adolescentes que conozco, y así.

A varios personajes también les cruza ese sentimiento contradictorio que nos gatilla la rutina laboral: hay momentos del día que uno se aburre y quiere que pasen cosas nuevas, sorprendentes, y que tu vida cambie para siempre, y obviamente, hay otros momentos en que uno se siente cómodo en su rutina, y le encanta saber que el día siguiente será igual y así hasta el infinito. Alguna vez leí por ahí: «Los animales persiguen lo que se aleja, y se alejan de lo que se acerca».

—¿Con cuál relato te sentiste identificada?

—Uf, me han hecho esta pregunta varias veces y he intentado evitarla cada vez, así que creo que llego el momento de dar una respuesta satisfactoria, jajaja. Obviamente me siento parte de todos los relatos porque son mujeres jóvenes que siguen viendo si sus expectativas de la vida se cumplen o no. Ahí el celular y las redes cumplen un rol fundamental, para mostrar lo que podrías estar haciendo, lo que hacen otros, en contraposición al lugar dónde estás parada en ese momento. Pero creo que donde me siento más identificada es en «Una guinda en la guata» porque así sentía que transcurrían a veces las jornadas en la Fundación Plagio, donde trabajé casi cuatro años. El hecho de ser casi puras mujeres hacía que fuera un espacio muy comprensivo donde uno también podía distenderse. Inevitablemente, las personajes tomaron atributos de estas compañeras. Aprovecho el espacio para mandarle un abrazo a todo el equipo.

—¿Cuál fue el proceso creativo del libro?

—Creo que todo empezó con la obra «Estado vegetal» de Manuela Infante, que vi en Junio del 2017 en el  Centro Nave. Definitivamente marcó algo en mí. Tenía muchas ganas de hacer algo parecido o relacionado a eso. La encuentro seca a ella, me gusta la relación que tiene con los objetos, más allá de la relación entre personajes. He ido a ver varias obras de su ex compañía (Teatro de Chile) y después de ella como “solista”. Incluso en cuarentena vi grabaciones de obras antiguas, que se habían estrenado en los dos mil. De hecho, el epígrafe que usé es de “Rey Planta”, una obra que nunca vi, pero leí. Tuve una época bien obsesiva.

Quería hacer «Estado Vegetal» en cuentos, donde los elementos naturales —frutas, animales, plantas y etc— fueran los personajes de los relatos o marcaran el pulso. El primer cuento, «Niño-palta» lo comencé a finales del 2018 y el último, «Hora de almuerzo» a mediados del 2021. Fue obviamente un proceso intermitente. Fui lenta, pero segura. Estuve en el taller de Pablo Simonetti, en uno de Matucana 100 con Juan Pablo Troncoso, y en los de la Juguera Magazine. Además durante los dos años de pandemia tuvimos un grupo donde nos juntábamos por zoom a comentar nuestros textos todos los lunes. Ese fue el mejor ejercicio y es lo que más recomiendo a la gente que quiere escribir: simplemente tener fechas de entrega, aunque sea con una persona más. Para mí, es como hacer deporte: me cuesta mucho hacerlo si nadie me espera.

Con los comentarios y talleres fui viendo que mi libro «vegetal» se iba impregnando de mujeres y desistí de mi idea original de copiarle a Manuela Infante. Pero creo que sí mantuvo ese ritmo lento y no-humano. Si pensamos el libro en escala humana, en los relatos no pasa nada importante, solo es un día que se desenvuelve. Sale el sol y se pone, no pasa nada pero pasa todo.

—¿Por qué se tratan estos cuentos de mujeres?

—Cómo decía antes, las mujeres fue apareciendo contra mi voluntad. No quiero sonar cliché, pero el libro tomó vida propia y me avisó no más, me dijo: «ya, vamos para este lado mejor». Saqué algunos elementos vegetales que no estaban funcionando y les di cuerda a estas mujeres en sus funciones laborales y sociales. Me alegro de que haya pasado, porque me planteó cosas interesantes. Por ejemplo, había un tallerista que siempre nos comentaba lo mismo a mí y a la escritora Dana Lima: que las mujeres de nuestros relatos no evolucionaban. Eso nos hizo pensar y lo hablamos, ¿por qué el personaje tiene que evolucionar para ser personaje? ¿Hace el relato más válido acaso? ¿Es así la vida real? ¿Si hubiese sido un personaje hombre, nos habrían comentado lo mismo? Creo que ese deseo de evolución está muy relacionado con la épica y el mundo de los hombres, pero al mismo tiempo pensé que muchos personajes de la literatura universal no evolucionan, entonces esa observación me confundía mucho.

Hace poco leía Oralidad y Escritura de Walter Ong. Abarca muchos fenómenos comunicacionales y literarios, pero el que más me sorprendió, lejos, fue el nacimiento de la novela. Durante el siglo XVI y XVII la enseñanza de las mujeres se diferenciaba por ser en idioma vulgar y referirse a cosas prácticas como el micro comercio y asuntos domésticos, mientras que los hombres estudiaban la oratoria, el intelecto y las artes más «elevadas» en latín, la lengua de la academia institucional europea. Lo que Ong indica es que las mujeres escribían una literatura con un lenguaje coloquial; incluso las que sabían latín, no les nacía usarla. De esos escritos, que narraban problemas del día a día, y que a los hombres les parecían aburridos y banales, va apareciendo la novela. Fue alucinante entender que la escritura sobre la hechos insignificantes es una tradición femenina de muchos siglos, y aunque suene absurdo, desde leí esa reflexión me siento parte de algo.

—¿Tuviste que estudiar mucho sobre estos temas?

—No lo llamaría estudiar un tema, si no ir usando las cosas que leo y veo mientras escribo. Claramente Manuela Infante moldeó mi forma de aproximarme a los temas; en Planet Earth aprendí algunos datos que dejé en el cuento «El poeta subterráneo»; leí Los llanos del argentino Federico Falco, excelente libro que habla de la rutina y el paso de los días; El viento que arrasa de Selva Almada también tenía esa contemplación al paisaje que quería lograr; con Neozona de Juan Carreño, quise lanzarme y chats y audios del celular, a ver qué pasaba; y me gustó Panaderos de quien sería mi editor, Nicolás Meneses (para que vean como es la vida), porque tenía esa atmósfera de compañerismo laboral que aparece en «Una guinda en la guata».

Ahora estoy escribiendo otra cosa y siento que todavía no sé lo suficiente sobre la temática que quiero tratar, así que investigar y estudiar va a ser clave si pretendo que el proyecto avance.

—¿Qué opinas de lo que está sucediendo actualmente en la literatura?

—Creo que la pandemia fue un punto de inflexión importante. Antes de la pandemia, me da la impresión de que la literatura chilena estaba muy inclinada hacia la autoficción, siendo Alejandro Zambra la bibliografía mínima (y viva) de los demás escritores. A medida que toman fuerza las entradas escritas de Facebook y los relatos del yo, sumándole la cuarta ola del feminismo, los testimonios, y las funas, fue apareciendo literatura importante para las mujeres: “Joven y Alocada” a propósito del icónico fotolog de Camila Gutiérrez, “Quiltras” que fue un hit de ventas tanto para jóvenes como para escolares, y “Reinos” que es el que mejor retrata la generación de mujeres milenials.

Con todo esto como bagaje, estamos migrando lentamente a la temática del apocalipsis, la crisis climática, y la revalidación de la naturaleza. No por nada está la reedición de Elena Aldunate, autora de ciencia ficción, por parte de la Editorial Imbunche, “Nancy” de Bruno Lloret o “El vasto territorio” de Simón López Trujillo. El año pasado entrevisté a Victoria Ramírez a propósito de su nuevo libro Teoría del polen y me impactó cómo la ecología y los estudios ambientales están convirtiéndose en las lecturas que inspiran nuevas publicaciones chilenas. Claramente esto existía antes de la pandemia, pero el covid-19 sin duda aceleró nuestro homenaje al fin del mundo.

—¿Dónde podemos encontrar tu libro?

En provincianoseditores.com la pueden comprar con envío gratuito a casi todo Chile. También está en las principales librerías Del país.

 

Francisca Gaete Trautmann
Francisca Gaete Trautmann
(Santiago, 1985) Periodista de la Universidad Gabriela Mistral. Ha trabajado para revistas, televisión y medios online. Ha seguido cursos de escritura creativa. Le encanta escribir, escuchar música. Vive en Santiago.
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