Sábado, Noviembre 8, 2025

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Juan Chapple: «El terror es una forma para dialogar con nuestros fantasmas»

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Este próximo fin de semana se conmemoran los días de Todos los Santos y el de los Difuntos. Una fecha llena de rituales y tradiciones que en los últimos años se han ido transformando en una fiesta de color naranja llena de dulces y disfraces. Es un momento en que literalmente «reina el terror». El escritor Juan Chapple conoce bien las claves del género y nos cuenta aquí acerca de una de las emociones más primitivas del ser humano. Conversamos con él sobre su último libro  El rostro de ceniza y fuego, una colección de cuentos para disfrutar de estos días festivos, y reflexionar sobre el miedo y las zonas oscuras de la condición humana.

 

—Juan, por estos días mucha gente se prepara —de distintas maneras— para recordar a sus seres queridos que ya no están. Es la fecha en que se visitan los cementerios para reencontrarse de algún modo con aquellos que partieron; pero también es, ya hace unos años, un momento en que niños y adultos se reencuentran con el terror desde el punto de vista más lúdico, a través de la «celebración de Halloween». Vemos como el terror se vuelve una excusa para llenar vitrinas con productos asociados; una ola que resucita autores clásicos del género que conviven con dulces y calabazas. ¿Cómo lo vives tú, un autor que convive con el terror todo el año?

—Precisamente, buen alcance y pregunta, yo vivo el terror todo el año y todos los días desde mi escritura y lectura, es algo normal. En el caso del Halloween es cierto que está bastante pervertido, sacándole el componente lúdico, que lo tiene, y es muy entretenido, pero es cierto que se ha convertido en una fiesta comercial. Aunque no es cierto que no tenga nada que ver con nosotros, con nuestra cultura, porque es una antigua celebración de la muerte del sol, del término de las cosechas que auguraba la estación fría, cosa que se da en todo el mundo por lo demás, y era el tiempo para estar con nuestros muertos y saber algo más sobre el futuro, una fiesta recuperada o sincretizada con la cristiandad llegada a costas celtas, muchísimos siglos atrás. Así que yo vivo Halloween todo el año, no solo por lo anteriormente dicho, sino que de forma espiritual por mis propios muertos, asimismo.

—En tu último libro,  El rostro de ceniza y fuego, partes justamente con un cuento llamado «Jaloguin», una particular versión de esta «fiesta», en la que instalas el miedo y el trauma de una sociedad en la que aún resuenan ecos del pasado reciente. Si pensamos esta obra como una casa más del vecindario, ¿qué buscas producir en el lector instalando esta «calabaza» en la puerta?

—En Jaloguín, así, castellanizado, hago colisionar tiempos y asuntos de nuestra historia traumática, cuyos ecos siguen resonando hasta el día de hoy. Se trata de un choque entre la celebración moderna del Halloween, introducida a nuestras costas, así como se vive en el mundo anglosajón, y a la que estuvimos expuestos desde el cine y la televisión desde que éramos infantes, y los gongs siniestros de la dictadura. Nunca estoy buscando un efecto específico en ningún lector, así como no escribo para nadie en especial, pero sí, para quien sabe leer, creo, puede levantar preguntas sobre lo monstruoso, otra clase de monstruosidad, donde se entrelaza el truco y treta y la desalmada historia y los monstruos de la misma de manera bastante única, pienso. Esos ecos y las preguntas posibles que se abren son las que más me interesan, ya que se trata de un terror aún no conjurado, que no muere, más terrible aún que el vampiro de turno…

—Siguiendo la analogía, si el lector sigue recorriendo esta casa ya no es porque quiere pedir dulces, si no porque quiere asustarse en serio. Después de esa sensación incómoda que dejas con el primer cuento, lo llevas después a un plano distinto, que pone el foco en un conflicto bélico, que nos recuerda el horror de la guerra. ¿qué significado adquiere el fuego en este relato? y ¿qué piensas que es más terrorífico, la destrucción del cuerpo o del alma? 

—Salva tu alma decía la enseñanza canónica clásica, la catequesis básica y también era la creencia de cierto espiritismo. Pero el cuerpo tiene muchas cosas que decir. El martirio de los cuerpos tiene una larga estela en la historia de la humanidad, desde la lucha por la sobrevivencia material, la búsqueda de la comida, la búsqueda de abrigo, hasta la guerra y la tortura. En este cuento que nombras, Cenizas en los ojos de la guerra, el miedo está puesto en los cuerpos y en las almas, en cosas que podrían ser fantasmas, fantasmas reales y de la historia, que todavía perviven y rondan, en este caso a través del nazismo (mira tú como el nazismo vuelve de la tumba una vez más), pero que, muy bien puesto, pueden ser también los fantasmas de todos los regímenes dictatoriales, no importa de que lado vengan. Así también, existe aquí una pregunta por los cuerpos desechables, no solo los de los soldados, sino los de aquellos considerados no útiles para un proyecto social, político, económico, como se dice allí, una vida indigna de ser vivida. Lo que ocurre en Gaza y en muchos lugares del mundo donde se da esa guerra, nos dice que aquella consigna nazi está muy viva y viene con un lanzallamas reactivado y letal. Todo eso quiere aniquilar el cuerpo, pero también la memoria -no sé si muchas veces se logra-, que es en parte un probable sinónimo del alma.

 

 

—En el cuento que cede su nombre al volumen completo, «El rostro de ceniza y fuego», asistimos a una narración donde un personaje, en un acto de expiación o justicia, comete un magnicidio, asestando un golpe directo a la base de la relación poder-dinero. Si pensamos en un país donde se absuelven políticos por errores del propio sistema judicial frente a otros donde el presidente va derechito a la cárcel, o en otros donde simplemente la corrupción se paga con la vida, ¿qué produce más terror,  ese “Diablo” invisible que opera en las sombras o el potencial humano que puede convertir a un hombre sencillo en una bestia?

—El cuento oscila entre una cosa y otra y, más que decidirlo, asunto que se tendrá que verificar en la lectura que cada uno haga, plantea preguntas también sobre las cuestiones retorcidas de este mundo y el otro, como viaje exploratorio, o, como decía el señor E.F. Benson, de aquella cosa(s) que deambulan en las tinieblas. Los poderes temporales y los supra normales en el cuento están no equiparados en su aspecto de maldad, pero se van ecualizando. ¿Qué produce más terror? A veces lo uno y otras lo contrario, su espejo. No es que yo crea per se en potencias del otro mundo, no lo niego ni lo afirmo, ya que todo ocurre desde la narración y el punto de vista del vocero de gobierno en cuestión, pero ciertamente que, al menos en el cuento, se forma una amalgama donde el rey de este mundo, antiguo apelativo del diablo -aunque en el cuento se insiste que esto es otra cosa, algo más antiguo e insondable, y que tal vez deviene del microcosmos, esto es, de dentro nuestro- está muy presente en nuestra vida cotidiana y que, por supuesto, permea los niveles del poder de forma macabra.

—En «Felis Catus» te metiste con el regalón de varios, incluido Poe. Este miedo irracional a los gatos, asociados siempre a lo esotérico o a la magia, que lleva al personaje casi al borde de la locura, ¿es una representación de algo mayor? ¿hay algo del señor Arboleda que podamos ver en un país que vive sentado en un volcán de enfermedades mentales no tratadas?

—No está claro que lo del señor Arboleda sea simplemente una fobia o una enfermedad mental, no tenemos cómo corroborarlo, al menos no como lectores. Y ni siquiera Menadier, el otro personaje principal en la narración, incluso a partir de la revelación final del cuento, puede afirmar completamente que se trata de un desvarío de toda la vida de Arboleda respecto a los gatos y a ese gato del cuento en lo particular, o se trata de otra cosa, de un asunto más tenebroso. Macabro es lo que se cuenta y pasa y por cierto que algo tendrá que ver con Los gatos de Ulthar de Lovecraft y por supuesto que con el Gato Negro de Poe. Pero, otra vez, el delirio es solo posible, el llamado de una potencia del otro mundo encarnado en el gato también lo es… todo es plausible y es ahí, en ese espacio donde se abre la liminalidad, el entresijo, donde el terror queda resonando, como una campana que siempre diera las doce de la noche, siniestramente, de forma invariable.

—Varios de tus cuentos transitan con una simpleza natural entre la realidad y lo onírico, o entre el paisaje interior y exterior de los personajes, de esa forma el lector no entiende el miedo como algo ajeno, si no que puede sentirse, de algún modo, atraído por una fuerza que lo acerca al abismo. Entendiendo la literatura como algo de valor universal, ¿cómo relacionarías la competencia narrada en tu cuento «El juego eterno», con lo que sucede hoy entre Rusia y Ucrania?¿ Cuál es el efecto que produce ese horror —que parece ya no horrorizar a nadie— en los espectadores? Te lo pregunto porque en tu cuento pareciera que el tiempo termina finalmente diluyendo los conflictos y el hecho que parezca algo lejano, transforma también la sensación de horror.

—Lo que pasa es que estamos domesticados después de miles de horas de televisión y redes sociales a que asuntos como Gaza o Ucrania sean datos e imágenes de un videojuego. Y esa domesticación nos lleva a la naturalidad de volver a verlo y volver a constatar más de lo mismo. En relación a El juego eterno, la verdad es que el conflicto solo se diluye en la apariencia, porque lo que creo que queda latiendo es lo quebrado que estamos, precisamente en este mundo de espectáculo, en este mundo de deportes sangrientos, donde el gladiador aún vive, el circo romano está vivito y coleando y donde el costo que hay que pagar para derramar toda esa sangre también es altísimo. Detrás de cada éxito no solo hay sudor y lágrimas, perseverancia y determinación, sino que, muchas veces, litros de sangre, quebrantos miles y terror…

—En «Mortaja», la voz del padre se le hace presente en sueños a un hombre que parece haber sido destinado para el fracaso y que transita a lo largo de la narración desde el tedio de su vida a la liberación de la muerte, ¿cuál es la relación entre el terror y la toma de conciencia para este hombre? ¿ve la muerte aquí como liberación o castigo divino?

—Pienso que lo de Carlos, culo sucio, como le llama el padre, es precisamente un descenso a los infiernos cada vez más densos, sin posibilidad de redención, aunque para muchos la muerte se pueda ver desde ese punto de vista -punto de vista que negaría el vocero de El rostro de ceniza y fuego-. Yo no hablaría de castigo, ni de destino, pero hablaría de que para algunos la vida no es una isla plácida donde con más o menos luchas, puedes echar fácilmente tus huesos… la batalla de la vida para muchos es una verdadera guerra fratricida y que, además, nos plantea, a veces, de modos oscuros, el descubrir cuál es nuestro lugar… Carlos lo encuentra, creo yo, lo va encontrando en la mortaja que lo va envolviendo…

—El más «alejado» de los cuentos, el que cierra el volumen, podría leerse desde lo más sencillo de la legítima preocupación de dos hijas por su progenitor senil; pero también desde un punto de vista esotérico y de la confrontación del mundo real y el de la magia ¿qué simboliza esa escena final entre el hombre y el demonio reflejado en el espejo?

—El hombre apotropaico es uno de los cuentos que más me gustan a mí mismo del volumen, porque nada está claro y puedes oscilar desde lo plausiblemente absurdo a la revelación que quiebra el mundo (me hace recordar algo del cuento Mal, muy mal de El día más salvaje, mi anterior libro). Otra vez existe una indeterminación entre el delirio, la salud mental y la verdadera magia, entre el mundo real y el imaginado, entre lo onírico y el duro cemento de los datos, entre la superstición y el otro mundo, y los garfios que nos anclan a la supuesta incontestabilidad de lo que vivimos en el cotidiano. Salustio, nuestro personaje, se debate entre esos dos mundos y la escena final podría prolongar al infinito la pregunta sobre todo lo que se encuentra entre esos dos mundos, el espejo y su reflejo, el pequeño rayo de luz que entra por la ventana y la oscuridad total que lo rodea. No sé si puede simbolizar algo, si no que traslada a la consciencia del lector el instante de una posible oscura o luminosamente oscura revelación.

—¿Cómo dialoga este libro con tu anterior conjunto de relatos  El día más salvaje? ¿Por qué hablas de cuentos en la penumbra y no directamente en la oscuridad? ¿Qué esperanza deja el terror en un mundo totalmente oscuro?

—Yo no hablo de esperanza, ni creo que la literatura tenga que hacerlo necesariamente. Este libro al menos no trata de eso. Este libro trata de hacerse preguntas terribles, y no está para contestarlas tampoco. Lo mismo ocurre con El día más salvaje. Está muy bien tu observación, estos cuentos son de “La penumbra”, y en aquellas luces y sombras de la penumbra, en los grises de la penumbra se debaten los personajes, en un mundo rodeado por un mar oscuro. Lo que no quiere decir que en el mundo no existan cosas buenas, partiendo por la vida misma, a diferencia de lo que piensa Thomas Ligotti, un autor de cabecera, que no le ve sentido a nuestro paso por esta tierra y piensa que somos nada más que marionetas sin sentido. Mi esperanza más próxima es que con mi escritura pueda conectar con almas, pueda hacer las preguntas necesarias -ya tenemos demasiadas respuestas no tan buenas, por lo que hacer preguntas es trabajo esencial de la literatura, del terror o de cualquier otro género y escritura-, aunque esas preguntas sean terribles.

—Después de escribir varios libros en los que te has acercado al género ¿Qué es para ti el terror y cómo lo percibes en nuestra sociedad?

—El terror es una ética y una estética, que están asociadas. No solo me interesa el terror social, como tú y los lectores habrán podido apreciar, pero es un ámbito que no se me escapa ni tampoco se diluye entre los dedos, porque nací en un país intervenido por potencias autoritarias, y es muy marcador aquello. El terror es una forma para dialogar con nuestros fantasmas, los familiares, los de la historia, los espectros benévolos, que queremos agasajar en el próximo Halloween y en el día de los muertos; pero también es un lugar para hacernos cargo de todos esos otros espectros monstruosos que nos constituyen y los aspectos monstruosos de las sociedades y vínculos que nos comprometen y en los que estamos insertos. Por eso digo que ¡el terror es más fuerte! Es el espacio privilegiado para lidiar con nuestras oscuridades y es un lugar donde las interrogantes del existir y del tipo de existencia que llevamos, donde el sentido de todo eso, en el buen terror, es el protagonista, junto con toda la amalgama de esperpentos de este y otros mundos.

—Tus cuentos tienen distintos ritmos de lectura, algunos son rápidos de leer y otros son más densos y requieren más atención, ¿cómo trabajas este efecto desde el uso del lenguaje?

—Yo, aparte de gótico, por naturaleza soy una persona un tanto barroca, en los afectos, en las relaciones, y en la escritura. Hay momentos donde eso está aplacado y hay momentos donde los caballos y sus crespones negros agarran otro ritmo con la carroza fantasma flotando detrás, con florituras y cuervos, por caminos desconocidos. Esos ritmos los dictan las circunstancias de los relatos y también las voces de los protagonistas. Literalmente soy guiado por voces, lo que no deja de ser una actividad mediúmnica y espectral también desde el punto de vista de la escritura. Y, además, soy un devoto del lenguaje… somos lo que hacemos, pero también lo que decimos y cómo lo decimos, y aquello es fundamental en la literatura, no importando el género. El caldo de densidades deviene de ahí y también del paisaje interior de cada personaje y sus circunstancias.

—Por último, y volviendo a la fiebre de Halloween ¿cuál sería el dulce y cuál la travesura de tus libros? ¿Qué le ofrecerías  a un joven  lector que golpea a la puerta de tu obra?

—El dulce es la magia estética de lo gótico envuelta en un ropaje moderno o posmoderno, pero ahí mismo está la recompensa, el temor con sentido, el ingreso al mundo de lo desconocido no de cartón piedra, sino que al hiriente y desconcertante mundo donde, desde las tinieblas puede haber una revelación que raje la oscuridad, la oscuridad de tu propio interior… a lo mejor, dentro de esa misma puerta que se abrió encuentras no solo placer en la lectura, sino que también podrías encontrar tus propios monstruos, esos que, como el viejo del saco o El rostro de ceniza y fuego, nunca mueren.

 

Juan Chapple.
Juan Chapple.

Juan Chapple (Santiago de Chile, 1972), es periodista y comunicador social de la Universidad de Chile y Magister en Literatura Hispanoamericana y Chilena de la misma casa de estudios. Ha publicado los libros Vertederos (novela, 2005), recientemente reeditado; y El día más salvaje (cuentos, 2021) entre otros.

 

El regreso de Vertederos, la primera novela de Juan Chapple

«17 años después de su primera edición, vuelve con renovada fuerza la, a estas alturas, mítica novela con la que se dio a conocer como escritor Juan R. Chapple. Y vaya qué debut…Vertederos es un relato tremebundo sobre la ciudad (la citi del chili), sobre el interior del alma humana, la violencia, el poder y la muerte. En diálogo permanente con cierta poética,la poética del derrumbe y la de los escombros, Vertederos ha sabido erigirse, traspasando el tiempo, como un faro, un faro muy oscuro, para el navío extraviado que somos todos en los mares de arrecifes filosos de la vida y la muerte (o la moribundes, como hubiese tal vez preferido el narrador del texto). Una novela en diálogo y en revolución, además, consigo misma, ya que contiene en sus entrañas al cuento y a la poesía, como toda excelsa y primigenia novela que traspasa edades y lectores…»

 

Iván Martínez Berríos
Iván Martínez Berríos
Periodista, Licenciado en Comunicación Social y en Cine Documental. Editor en Plazadeletras, Lector.cl y Trazas Negras.

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