Umbrales, es el segundo libro de Karo Cepeda que reúne microcuentos, editado bajo el sello de Editorial Sherezade. Es un libro que al abrirlo encuentras honestidad y resilencia, efectos que llegan a las personas directamente al corazón. El dolor de perder a personas que uno ama es un gatillante en Umbrales. Te dejamos invitadísimos a leer esta entrevista personal a una escritora que entrega emociones verdaderas en este libro.
—¿Cómo fue elaborar tu segundo libro Umbrales?
—Parte de esas casualidades que más bien son causalidades. El hecho detonante de la escritura fue el dolor de perder personas amadas (pareja y hermana). En un caso, fue una despedida lenta, por un cáncer. En el otro, la posibilidad no había existido ni en mis peores pesadillas.
Ambas partidas ocurrieron el mismo año. Sentí que yo misma no iba a poder seguir adelante y, aunque tengo borrones de ese período en mi memoria, sí sé que una de las pocas cosas que lograba hacer era escribir.
Casi todo lo que está en Umbrales lo creé durante mi proceso de duelo más intenso.
—¿Fue muy complicado realizar microcuentos?
—Digamos que la microficción tiene sus complejidades, pero también es un género que muchas personas pueden aprender y practicar.
En esa etapa que viví, me vino muy bien la síntesis y la economía de palabras.
Durante la vivencia de un dolor tan profundo, me quedé sin energía, no tenía ganas de comer, no podía dormir y, siendo una persona muy parlanchina, de pronto me quedé sin palabras. El solo hecho de hablar me dejaba en un nivel de agotamiento tan grande, que inmediatamente después de sostener cualquier conversación, incluso telefónica, me sumía en una somnolencia instantánea y me quedaba dormida, era como si me desmayara. En ese estado escribí lo que podía. Desde un pozo de emociones, lograba rescatar en un baldecito algunas pocas palabras que me fueron ayudando a sobrevivir, porque me permitieron expresar, de alguna forma, una inmensidad indecible.
—¿Cómo fue el proceso creativo de Umbrales?
—Al principio, como dije antes, fue lo que alcanzaba a extraer del pozo de la emoción. Luego, cuando recibí la invitación de Sherezade a trabajar en un libro, se provocó en mí una apertura a la empatía en el dolor.
La herida, no es solo mía. Es de una familia y es social, porque son muchas las personas que pierden a una. Entonces, trabajé desde ahí. Reflexioné sobre la muerte en una amplia gama. Brotó y se configuró de diversas maneras: transformadora, sabia, inmaterial, simbólica, figurativa, legendaria, pasada, presente y futura, la permanente agonía como especie humana, así como también en la ambigua sensación de presencia y ausencia de nuestras personas muertas.
Además, me abrí a indagar en otras oscuridades, en esos cadáveres interiores «agusanándose» dentro de ciertas personas, los secretos macabros que se leen en las actitudes y el actuar de quienes los callan.
—¿Por qué el nombre?
—Por el tema trabajado. Me sitúo en un lugar que nos lleva de una dimensión a otra. Es una puerta, y yo escribo justo desde ese límite, entre acá y allá, que es precisamente donde estamos todas las personas, aunque tendemos a olvidarnos. Desde que nacemos, la «Calva» camina al ladito, nos hace guiños, nos coquetea y, de vez en cuando, se nos materializa para recordarnos nuestra vulnerabilidad, el valor del tiempo y los afectos, y la finitud.
—¿Qué buscabas entregarle al lector o a ti con este trabajo?
—En un reconocimiento honesto, para mí fue como si me lanzaran un salvavidas en medio de un ahogo marino. Ya en la calma de respirar sobre el agua y mecida por las olas, una constata que no está sola y que no es la única. Saber que el dolor es nuestro, ayuda a verlo de otra manera. Este libro es una transmutación de mi dolor.
Con quienes me leen, busco conectar desde la emoción en algo tan intrínseco y propio de nuestra especie como lo son la oscuridad, la transformación y la muerte.
—¿Qué diferencia tiene con tu primer libro?
—Tiene muchas. Es una experiencia distinta, no sólo por el género específico de la microficción, que de igual modo está presente en Morenidades, pero no es la línea principal de ese libro.
Umbrales está escrito desde un espacio más íntimo. Sin ser autobiográficas, las microficciones nacen desde mi vivencia de la muerte y están trazadas con el color de mi duelo. Por lo mismo, hay un trabajo diferente en el lenguaje, en los símbolos y en la sugerencia.
—¿Cómo fue trabajar con Editorial Sherezade?
—Fue muy enriquecedor. Estoy muy agradecida de Sherezade y de su directora, Lorena Díaz Meza, por tantas razones. Me gusta contar que el libro parte provocado por la pasión literaria de esa editorial: durante la pandemia, Ediciones Sherezade inició un juego en redes sociales. Se trataba de un desafío semanal de escritura de microficción a través de la propuesta de un tema o concepto como inspiración.
Cuando yo estaba cuidando a mi pareja durante su enfermedad, toda mi atención y mi tiempo estaban en esa labor. Una lo hace por amor, elige hacerlo, pero no se da cuenta de que hay un abandono propio. Mientras estaba en eso, en algún breve rato en que navegué por el IG, me encontré con el «Desafío semanal de microficción» que hacía Sherezade. El tema propuesto me quedó en la cabeza y mastiqué la idea en tanto me ocupaba de las labores propias de esos cuidados. Aparecían palabras, se configuraba la historia y así, en cuanto tuve un pequeño espacio de tiempo lo escribí y lo compartí. Continué el rito casi todas las semanas. Esto me permitió reconectar con mi esencia, con quien yo soy. Me ayudó a no abandonarme.
Lo lindo es que a partir de eso vino la propuesta del libro y, con ello, una ocupación que me permitió reenfocar mi energía, crecer, plantearme un objetivo y transmutar mi dolor en algo, a mi juicio, bello, que se puede disponer y compartir.
—¿Podrías decir que este libro te encontró a ti o tú a él?
—Es una interesante pregunta. Creo que hay distintas formas en que nos enfrentamos a la creación. Sin duda fue un encuentro, eso es así. Ahora, el libro no existiría si Sherezade no lo hubiera sugerido. En ese sentido, la editorial fue nuestra celestina.