Monserrat Sepúlveda, es una activista y escritora chilena especializada en materias de género. Es oriunda de Antofagasta, ciudad del norte de Chile, donde creció leyendo acompañada del mar y el desierto. Desde entonces ha profundizado su búsqueda en temas como la igualdad de género, diversidad sexoafectiva, interculturalidad, entre otros.
Esta inquietud y deseos de tener una perspectiva más amplia de nuestra sociedad y sus desafíos, la llevaron a estudiar fuera del país, tanto su licenciatura en humanidades y estudios internacionales realizada en Soka University en Estados Unidos y su Maestría en estudios de género y relaciones internacionales en University of Bristol en Inglaterra.
El libro muestra el proceso de un hombre que por primera vez conoce las historias reales de violencia de género de su mamá, tías, primas, amigas y colegas. Así, el libro invita a reflexionar sobre la magnitud del problema y el rol de los hombres para erradicar las brechas.
—¿Cómo surge la idea del libro “¡Hasta mi mamá!”?
—Un día mientras caminaba y conversaba con mi papá, él me dijo que le era difícil creer en la magnitud del problema de la violencia de género. Y yo me quedé para adentro, porque para mí es algo tan auto-evidente. Volvimos a la casa ese mismo día y mientras él lavaba la loza, yo lo miraba y añoraba que él supiera todo lo que yo sé con respecto a lo que han vivido las mujeres en nuestra vida como familia. Me preguntaba si él sabría o no lo que han vivido mis primas, su propia mamá, sus parejas, mi mamá, lo que he vivido yo. Estas son
cosas que como mujer he escuchado toda mi vida de otras mujeres y que también comparto mis experiencias con ellas. Ahí salió esta idea, pensé en qué pasaría si efectivamente un hombre conociera en profundidad todo lo que viven las mujeres en su vida, en su círculo de mujeres, que sabe dónde viven, cómo se llaman, a quién aman, cuáles son sus miedos y que sepa realmente lo que ellas han vivido en relación con la violencia de género.
—Si bien el libro está dirigido a la sociedad en general, ¿por qué te interesa particularmente que sea leído por hombres?
Hablar de hombres es referirse a una población muy diversa, pero en general los hombres viven menos experiencias de violencia de género, o menos frecuentes y de menor magnitud. Por eso, tienden a no ver el problema o a minimizarlo. Siento que hace falta cerrar esa brecha. A pesar de que la viven menos, que puedan entenderla y entender el profundo impacto que tiene en todas las facetas de la vida de mujeres, niñas y niños. Pero de la mano con eso, creo que llegó la hora de involucrarse. Tal como llegó la hora de tomar, por ejemplo, un rol de corresponsabilidad en el hogar, llegó la hora de tomar un rol de involucrarse en la incidencia política. Puede que el rol de los hombres no sea central, puede ser incluso, si es que lo desean, un rol invisible. Pero creo que de la mano con el poder entender la magnitud de la violencia de género, viene un mensaje de que llegó la hora de tomar acción.
—¿Cómo has visto la incorporación de los hombres justamente en este cuestionamiento, en este ejercicio de sensibilización propio y también con los demás? ¿En qué momento estamos ahora, crees tú?
—Ahora tengo 34 años y si bien no es una vida tan larga, incluso en ese periodo he visto que ha habido un cambio. Es importante comenzar a problematizar, ¿qué rol les corresponde? Recientemente, yo diría que desde hace unos 10 años, se ha comenzado a conversar más en la región sobre masculinidades. Hay que comprender que erradicar la violencia de género no es únicamente decirnos a las mujeres que debemos protegernos, es también educar a los hombres y niños a respetar. Creo que la conversación se ha ido nutriendo y también se ha tornado cada vez más compleja.
Me parece importante poder entender, dentro de este proceso, el vínculo de los hombres
con la prevención de la violencia de género y con el feminismo. Las mujeres seguimos
viviendo mucha violencia de parte de hombres y niños, por lo tanto sigue habiendo esa
necesidad de tener espacios de mujeres para poder contenernos, compartir y no sentirnos
interpeladas. Es una necesidad de salud mental y de salud física también.
—Recién hablábamos del proceso de autorreconocimiento y sensibilización. En la
práctica cotidiana, ¿cómo has visto que se integran tus amigos varones en los
espacios de diálogo?
Creo que cada hombre va a tener que decidir qué rol tomar. He visto que lo que funciona
bastante bien es que los hombres que deciden involucrarse más con la prevención de la
violencia de género y con el movimiento feminista, empiecen por entender que se trata de
un tema cultural e histórico. Como hombres van a tender a querer tomar un rol central y una voz más fuerte, pero este es precisamente un espacio donde necesitamos que no
hagan eso. Necesitamos que den un paso atrás, con humildad, respeto y cuidado,
entender que pueden generar un apoyo desde la problematización de sus propias
conductas y desde la escucha.
Por eso, lo que propongo en el libro es el acto de poder escuchar y entender las experiencias de personas que viven la violencia de género de otra manera, sin interpelar, sin juzgar, sin dar consejos. Es un acto difícil, y quizás no es lo que naturalmente se hace por cómo hemos sido educados los hombres y las mujeres en esta sociedad, pero sí es el rol que se necesita que tomen.
En general he visto a los hombres que son cercanos a mí queriendo involucrarse más. Ese
rol ha funcionado bastante bien, de no querer tomar un rol central ni una voz tan fuerte, sino que un rol de tras bambalinas. Y que además ese observar y ese escuchar genere
preguntas como “¿Qué hago yo diariamente? ¿Qué conductas tengo que revisar? ¿Hay
algo más que yo pueda hacer? ¿Qué me recomiendan hacer?” Es difícil porque requiere
mucha introspección y humildad. Pero lo he visto en varios amigos, están dando esos pasos
de manera muy genuina y muy sana.
—Entrando derechamente en el libro, ¿de dónde surgió la idea de narrarlo a partir de una suerte de «trazabilidad de la violencia», es decir, a partir de las experiencias de todas las mujeres del entorno de un hombre?
—El ejercicio de que cada persona, y en particular cada hombre se pregunte “¿qué sé yo de
las violencias de género que han vivido las mujeres de mi entorno?” fue la idea inicial del
libro. De hecho, esa fue la primera pregunta que yo le hice a Alejandro: “¿qué sabes tú?” Y
lo que él sabía era muy poco, extremadamente poco. Sabía que a una amiga le habían
hecho acoso en el colegio, pero mencionó un caso muy pequeño. Una vez que te enteras y
que te haces consciente de lo poco que sabías, viene ese darse cuenta de la magnitud de la
violencia de género. Y lo pensé como un acto colectivo porque creo que para nosotras
aprender sobre la violencia de género no es algo que nos enseñan en el colegio ni en el
jardín. En general es lo más tabú, no se habla de las violaciones sexuales, no se habla de la
violencia doméstica, ni de los femicidios, al menos no públicamente. Es como un murmullo.
—Después del libro, ¿qué sientes que se profundizó en ti con respecto a la violencia de
género?
—Yo diría que antes del libro yo había completado ciertos diplomados en materia de género y venía trabajando desde hace varios años en el ámbito. Justo en ese momento trabajaba en un programa del gobierno relacionado con género, entonces sabía académicamente y
personalmente que se trata de un problema enorme y muy profundo. Entonces, cuando
comencé el libro tenía la sospecha de que todas las mujeres con las que iba a conversar, la
mamá de Alejandro, sus primas, amigas, tías, colegas, fueran quienes fueran, todas iban a
tener una experiencia de violencia. Y con muchas de ellas hablamos de violencia sexual, de
violencia con armas, golpes, manipulación, violencia económica, simbólica, en el trabajo y
en la calle.
Entonces, al conversar con tantas mujeres una por una y en profundidad, lo que empezó
como una sospecha rápidamente llegó a confirmarse. Ahora cuando camino por la calle,
confieso que si me detengo un momento y miro a mi alrededor, me pregunto “¿será que
todas ellas? ¿Será que si viajo 10.000 kilómetros, me siento en cualquier calle del mundo y
miro a mi alrededor, será que también todas ellas?” ¿Cómo puede haber un problema tan
mundial, tan profundo, tan subvalorado y tan ignorado? Ahora sé que si yo repitiera este
libro en cualquier parte del mundo, estoy segura de que el 100 por ciento de las
mujeres habrían vivido violencia de género.
—¿Qué crees tú que pudiera pasar si cada uno de nosotros/as, de nosotres, tuviéramos un mayor grado de conciencia o conocimiento de las violencias que han vivido las mujeres que son parte de nuestro entorno, nuestros vínculos más cercanos? ¿Qué pasaría si se fueran multiplicando los Alejandros?
—Si como mujeres el acto colectivo de compartir y escuchar nos lleva a involucrarnos con el feminismo, a marchar, a exigir cambios, a tener rabia, a tener esperanza y a tomar acción, creo que si más personas se suman se volverá un proceso aún más colectivo de compartir, recibir, escuchar y procesar experiencias de género. Eso va a ayudar a que más personas nos demos cuenta de la necesidad de tomar acción.
Obviamente es lo que yo deseo y es lo que yo creo, precisamente por eso quise hacer el
experimento de ver qué pasaría. Y lo que pasó con Alejandro, lo que él cuenta al final es su
genuino deseo de querer mandar a la cresta (junto con nosotras) al patriarcado, a la
violencia de género, a la desigualdad, a las jerarquías de poder. Y creo que las reflexiones
de él nos ofrecen una pequeña ventana. No cuesta nada escuchar, literalmente cuesta cero
pesos. Quizás requiere un esfuerzo personal de sentarse y de solamente escuchar sin
juzgar, de recibir y de problematizar. Eso sí es difícil, pero cuesta cero pesos, y algo que no
nos cuesta nada puede llegar a ser enormemente valioso.
Además, algo que mencionaría también es que creo en el poder de la tradición oral, en el
acto colectivo de conversar y transmitir. Es un conocimiento que viene bastante arraigado
desde los pueblos originarios, no es algo que yo haya inventado, ni nosotras como feministas, ni la ciencia social. Hay una sabiduría detrás de ese saber colectivo de aprender a través de tradiciones orales que debemos incorporar. Los pueblos originarios han insistido en que esa oralidad tiene un potencial enorme para generar cambios, ya sean sociales, medioambientales, políticos, económicos. Es un tipo de aprendizaje muy potente que cuesta cero, pero pucha que sirve.