Con apenas una obra de reciente publicación, bajo el sello de editorial Laurel, el autor ya ha sido destacado por la elite literaria nacional. El mérito, según uno de sus promotores, es que logra «combinar el ojo del fotógrafo callejero con la paciencia del arqueólogo literario». En mi opinión, un solo libro no es suficiente para saber si estamos en presencia de un verdadero prodigio o sólo se trata de una «flor de un día».
Por Rodrigo Beraud
La primera vez que supe de la existencia de Álvaro D. Campos, fue al leer una entrevista al escritor del momento en nuestro país Benjamín Labatut, en el diario La Tercera en diciembre de 2021. En aquel medio de prensa, este último señaló que a pesar de la calidad de «inédito y desconocido, Campos es hoy uno de los autores más interesantes que hay en Chile. Editorial Laurel pronto publicará su primer libro».
¿Cómo podía catalogarlo de tal si aún no publicaba nada? Lo que yo no sabía, es que Álvaro D. Campos mantenía una corte de seguidores en Facebook, red social en extinción donde publica desde hace ya tiempo breves crónicas que mezclan citas de grandes autores con reflexiones propias (acerca de situaciones cotidianas y anomalías que ocurren en la calle), las que combinadas resultan un estimulante cocktail intelectual para aburridos «diletantes» en sus apacibles espacios de confort.
Pasaron los meses, y recientemente vi en el Instagram de editorial Laurel una gráfica que anunciaba el lanzamiento del libro Diarios, primera obra del citado y anónimo autor. Mayor fue mi curiosidad al enterarme que además de Labatut, el libro sería presentado por la psicóloga y escritora Constanza Michelson, lo que no es poco decir, dado que sus libros resultan altamente estimulantes para un público lector más aventajado. El lugar del evento sería el Centro Cultural Palacio de la Moneda a mediodía.
No éramos muchos. Calidad, mejor que cantidad, supongo. Fue así que adquirí la obra Diarios y realicé una lectura veloz durante el lanzamiento. Ahí me enteré que Álvaro D. Campos es el pseudónimo de un hombre de pocas palabras que nació en 1975, estudió Pedagogía en Historia, atiende un almacén familiar en Pudahuel, escribe sus reflexiones en su celular, muchos de sus cercanos no saben de su pasión por las letras, y que —esto ya lo hemos escuchado antes— la fama no le quita el sueño.
A juicio de Labatut «disfrutar de sus ideas y lecturas en un pequeño milagro editorial, porque estas páginas muestran el nacimiento de un autor fuera de serie. Mezcla el ojo fotográfico callejero y la paciencia de un arqueólogo literario». El libro, prosigue, es «producto de años de una labor secreta y silenciosa, y está lleno de frases que no podemos encontrar en ningún otro lugar, porque han sido escritas por un autor en estado salvaje». Impresionante, para un escritor poco dado a los halagos.
Es preciso reconocer que la obra está bien escrita y muchos de sus textos —algunos muy breves— logran deleitar al lector más exigente, aquel que ya asimiló en su ADN el ensayo o la crítica, o bien, que tiene la suficiente flexibilidad neuronal para no espantarse y preguntar qué relación existe ente citas de Ovidio, Gustave Flaubert, Paul Valéry y Elias Canetti, por ejemplo, con asuntos totalmente pedestres. Ahí radica el mérito del texto, en hacernos reflexionar sobre el hecho que lo intelectual puede no serlo tanto, o que desde lo simple, es posible alcanzar un mínimo o mediano grado de iluminación.
Como remate, debo decir que aquello de que «la fama no me quita el sueño», es hasta por ahí no más. Álvaro D. Campos firmó libros, y nadie lo vio refunfuñar, muy por el contrario. Y bueno, este último fin de semana apareció un artículo sobre su vida y breve obra en el suplemento Revista del Sábado de El Mercurio firmado por Rafael Gumucio ¿Si aparecer en «el decano» a página completa no es fama, entonces qué es?