Por Sergio Alejandro Amira.
El escritor chileno Pablo Rumel lanza en septiembre su nueva novela El detective del absoluto, una obra que explora los límites de la verdad y el mal a través de un investigador que se adentra en los oscuros motivos detrás de los suicidios. Editada por Pan, esta novela promete diálogos punzantes y personajes estrambóticos en un relato policial con trasfondo filosófico.
—¿De dónde nace su afición por los relatos policiales?
—Leí a muy corta edad, siete u ocho años, Narraciones extraordinarias de Edgar Allan Poe. Me impactó El corazón delator y El gato negro. Obviamente yo no tenía una noción del crimen o del mal, y por eso no podía creer que existiera tanta locura y maldad en el mundo. Después leí Papelucho detective, que es un relato tierno sobre el mundo policial, y de ahí no me detuve más. Paralelo a ello, en casa de mis abuelos maternos era común hablar de crímenes, asaltos y delincuentes, y era porque mis dos tíos trabajaban para la PDI. En síntesis, fue una afición que llegó no más, nunca tuve un interés por morbo o por tratar de buscar un enfoque filosófico o sociológico, de estudio, respecto al género negro.
—¿Comparte la aseveración de que la novela negra es un género con argumento poco verosímil y simplicidad en la trama?
—No necesariamente. Los shudder pulps de la década de los 30 del siglo pasado, eran historias truculentas, enrevesadas, con muertos y mujeres en apuros; el planteamiento argumental obligaba al escritor a darle una lógica a los hechos más inverosímiles. Fórmula similar que repetiría capítulo a capítulo la serie Scooby-Doo: al final el monstruo era el mismo tipo que contrataba a los detectives, o era un ambicioso empresario disfrazado que buscaba bajar la plusvalía de un sitio eriazo inventando asesinos o fantasmas.
—Háblenos del protagonista de El detective del absoluto.
—Es un detective privado, pero en una línea muy sui generis que dudo que exista en la realidad: se encarga de investigar suicidios. Su motivación nace por la razón de que muchos suicidas no exponen las verdaderas causas, y para aliviar esa duda a las familias, realiza esa ingrata pesquisa. También lo hace porque muchas veces los cercanos al suicida dudan de la veracidad del acto, sugiriendo que detrás de un suicidio podría esconderse un homicidio. El gran caso que debe investigar en la novela es el de un filósofo, un oscuro filósofo, que se suicida tras enterarse que su mujer le pone los cuernos, no con uno, sino con varios. Eso en apariencia, claro.
—Elija un detective de la siguiente lista y fundamente su elección: Philip Marlowe, el padre Brown, Miss Marple, Erik Lönnrot, Batman.
—Por afinidad a lo último escrito, de inmediato escojo al padre Brown…seguido de Batman. El confesor del detective de mi nueva novela es un sacerdote católico, el padre Ramírez. Un hombre que sí sabe muy bien sobre el mal, y no sólo en términos teológicos escatológicos, sino concretos. Por otra parte, Batman es el detective más famoso de la ficción, y marcó mi infancia. En la novela integro una suerte de homenaje, una posibilidad de que algún día, alguien tome un disfraz, un santo y seña, y enmascarado salga a impartir justicia. Pero no es el tema central. Para mí lo interesante de Batman no son sus accesorios ni su traje, sino lo que lo origina: integra la novela realista sucia americana, el hard-boiled, con sus gánsters y bajos fondos, y el whodunit inglés, con los rompecabezas y los enigmas. Es una fusión muy extraña si se piensa, y probablemente solo en los Estados Unidos de aquellos lejanos años 30 pudo darse una combinación tan brutal.
—¿Podría explicar, para nuestros lectores menos avezados en el género, cuáles son las diferencias entre el noir, el hard boiled y el policial clásico, desde su visión personal?
—Noir es una manera genérica de referirse a «lo oscuro», es el ambiente criminal, los bajos fondos. el mundo delictivo. Hard boiled, literalmente «Duro y en ebullición», se acuñó en los Estados Unidos para los relatos de policías duros y criminales violentos, fue literalmente una contrapropuesta al relato de criminales de guante blanco que utilizaban puzles y venenos sofisticados. Era, como dijo Chandler, coger el jarrón lujoso y arrojarlo por la ventana. Los policías resolvían los casos con informantes, o llegaban a la resolución por azar. Y eso nos lleva al «policial clásico», que va por una línea de razonamiento lógico: un detective, generalmente un aficionado, solo leyendo titulares o un vago relato del crimen, es capaz de descubrir al asesino: los crímenes en cuartos cerrados o a plena luz del día y a vista de todos, son tópicos muy recurrentes en esta clase de relatos.
—Además de poseer una observación aguda, inteligencia y capacidades analíticas desarrolladas y conocimientos especializados, ¿cuáles considera son los otros atributos esenciales para un detective literario?
—Que tiene que pensar como un poeta, de manera creativa. No me gustan los detectives tipo Sherlock Holmes o Kogoro Akechi (la versión japonesa inventada por Ranpo) que analizan la realidad con la frialdad de un matemático. Me gustan los detectives artistas, que utilicen la imaginación o intenten adivinar la solución. Respecto al físico, no es necesario que tengan un cuerpo trabajado y que sean campeones de boxeo, pero sí me gusta que se trancen a golpes y tengan nociones de combate, como lo haría yo o cualquier ciudadano ante una situación de peligro. En síntesis, me gustan que sean imaginativos y corajudos.
—¿En qué se parece y en qué se diferencia El detective del absoluto de Imago Mundi, su novela anterior?
—Me parece que son dos obras diferentes, casi antagónicas. Imago Mundi es una novela de autor, con tintes fantásticos y sobrenaturales, hay rodeos y circunloquios. Acá no. El detective del absoluto es todo lo contrario; está escrita en un registro ágil, con personajes estrambóticos y diálogos punzantes. Al ser una novela policial tiene un trasfondo filosófico y altamente racional. No indaga solamente en torno a la verdad, sino también respecto al mal: tuve en mente las reflexiones que hacía Chesterton, que como bien sabemos, fue un católico converso.
Pregunta de selección múltiple, fundamente su respuesta. Lo contrario a «absoluto» en su novela es:
- a) Relativo
- b) Parcial
- c) Limitado
- d) Condicional
- a) relativo. Fundamentación: hace muchos años, cuando Benedicto XVI asumió como Papa, afirmó que vivíamos en la dictadura de la relatividad. Yo en aquel tiempo me burlé, porque no entendía que lo que el santo padre quiso señalar; después, tras muchos años de experiencia, entendí, y era que vivimos en una sociedad donde el concepto de verdad se había diluido, para ser reemplazado por una subjetividad extrema que solo acuñaba interpretaciones pero que negaba los hechos. Mi novela se apoya en una noción de absoluto que tiene que ver con la totalidad — nada que ver con el absoluto hegeliano—, esto es, con algo que no pueda ser refutado ni desmentido con pruebas materiales, e indagando e indagando llegué a que solo quedaban dos ideas que podían acuñar ese absoluto: Dios y la muerte. Para el creyente pues, existe una idea de trascendencia, y para el que no cree, solo le queda la inmanencia de la muerte. Lo que bien pensado es triste para el que no cree se muere y sabe que tras ese acto no habrá nada. Muere con él el universo entero.
—La identidad del Asesino del Zodiaco, el Incidente de Dyatlov Pass, la desaparición de Sebastián Álvarez Bernales (Mente Enferma); son algunos ejemplos de misterios sin resolver más o menos recientes. ¿Qué caso similar le ha intrigado o le parece digno de ser convertido en una novela?
—El caso de Mente Enferma es realmente enfermo. El personaje en sí es formidable: alguien con serios trastornos psicológicos, con intervenciones públicas lamentables (que preferiría no reproducir), luego termina desaparecido en el sur viviendo con su pareja, un hombre mayor. Hace poco se supo que este señor mayor, que murió de cáncer, dejó escritas unas suertes de memorias noveladas, en las que relataba la muerte de un perro. Eso sí, aclaro, yo jamás lucraría con la miseria humana. Pero no puedo ser cínico: me encantaría que alguien lo hiciera, para así poder leer esta historia.
—Si en el relato aparece un arma, ¿debe dispararse?
—Sí, aunque aquello le reste originalidad al relato. En lo personal soy enemigo de las recetas y de los métodos para escribir, hace que un relato gane en credibilidad, pero pierda en inventiva. ¿No hay cientos de miles de millones de buenas obras policiales, todas perfectas? Entre la perfección de la receta y la cosa que sale mal, pero que está llena de imaginación, me quedo con la última. Así que sí, confirmo: el arma debe dispararse, aunque en mis escritos siempre pongo mecanismos para distraer o que no funcionan, como armas colgadas en la pared que nunca terminan siendo disparadas.
—Muchas gracias por concedernos esta entrevista, sr. Rumel, y aguardamos con ansias leer El detective del absoluto.
—Gracias a usted, estimado señor Amira.