Por Ernesto González Barnert
Hoy tenemos el privilegio de conversar con Chimpa, un artista multifacético nacido en Bahía Blanca, Argentina, en 1975, cuyo trabajo abarca la poesía, la edición de libros, el collage y la música. Su obra, siempre experimental y cargada de una profunda sensibilidad hacia el material y el contexto, transita por terrenos de lo marginal, lo cotidiano y lo efímero, al mismo tiempo que propone nuevas formas de resistencia a través de la estética del reciclaje y la reutilización.
Chimpa ha publicado diversos libros que se han caracterizado por su singularidad en el diseño y su enfoque vanguardista en la poesía, como Catáper (2014), Frag Frag Frag (2017), Autofritante (2018), Droga Lenta (2022), Poecia Vasura (2022), Sublingual (2023) y Pegamoide (2024). Estos títulos, al igual que sus creaciones visuales y sonoras, exploran las fronteras entre los géneros y desdibujan las convenciones literarias y editoriales. Parte de su producción ha sido traducida a varios idiomas y ha sido publicada en revistas y antologías tanto nacionales como internacionales.
Como coeditor de Editorial Arveja y de la Cooperativa Editora Urgencia y Necesidad, Chimpa no solo ha sido un creador, sino también un impulsor de nuevas formas de circulación de la poesía en un momento económico y social desafiante. Arveja, con su propuesta de «poesía enlatada», es un ejemplo claro de su enfoque experimental: cada libro es único, hecho a mano con materiales reciclados, y busca darle una nueva vida a lo que de otro modo sería desechado.
En esta entrevista, conversamos sobre las distintas facetas de su obra, su visión sobre la poesía y el reciclaje, su experiencia colaborativa en colectivos y editoriales autogestionadas, y su relación con la música como lenguaje poético. Chimpa nos invita a mirar más allá de la página impresa y a repensar la forma en que interactuamos con el arte y la poesía, proponiendo nuevas maneras de hacer, de leer y de sentir.
Sin duda, a través de sus respuestas, nos sumergiremos en su proceso creativo, su reflexión sobre la materialidad de los libros y su constante búsqueda por reconfigurar el sentido de lo cotidiano.
—Chimpa, tu trayectoria abarca múltiples disciplinas, desde la poesía hasta la música, pasando por el collage y la edición. ¿Cómo se interrelacionan estas diferentes facetas de tu trabajo en tu proceso creativo?
—Me gusta pensar en la poesía como una dimensión en donde todas estas facetas, si bien se diferencian, a la vez son parte de lo mismo. En esta dimensión, las palabras, sus formas, lo visual, lo sonoro, el sentido y el sinsentido naturalmente se entremezclan y desde ahí construyo, a partir de esta fusión, que siento que da muchas más exploraciones posibles.
—Tu participación en la editorial Arveja ha sido fundamental para desarrollar lo que se conoce como «poesía enlatada». ¿Cómo surgió esta idea y qué representa para ti la utilización de materiales reciclados y objetos cotidianos para transmitir poesía?
—La idea surgió una noche, lavando los platos luego de una cena. Estábamos con Sole, mi compañera, con quien ya veníamos pensando en arrancar un proyecto editorial que podamos autogestionar, por lo que habíamos estado craneando formatos, soportes, pero no llegábamos a dar con algo que nos convenza. Queríamos que fuera distinto, económico y reciclado.
Y fue en la bacha, donde junto con los platos sucios y unas ollas había quedado una lata de arvejas usada, y dijimos: «y si lo hacemos con latas?». Ahí nos cerró todo. No sólo porque nunca habíamos visto libros realizados con latas de conservas, libros circulares, sino porque nos daba la posibilidad de reciclar todo, que era lo que pretendíamos, ya sean las tapas como las hojas, mecanografiar el texto y así hacerlos enteramente a mano.
Reciclar está buenísimo, reutilizar el descarte, transformarlo, darle otro valor.
De repente, unas latas que de otra manera hubieran acabado en la basura, terminan siendo parte de un libro de poesía. Bien.
—El aspecto físico de tus libros —como las tapas de latas de conservas y el cartón reutilizado— es un aspecto clave de tu obra. ¿Qué significa para ti esta “estética del reciclaje” y cómo influye en la interpretación del contenido literario?
—En mi caso, la estética del reciclaje está muy anclada a lo económico. Si no reutilizara, no podría editar. Es muy costoso. Los papeles, las impresiones. Eso de primera. Dicho esto, sí que encuentro algo mágico en el hecho de hacer libros reciclados y a mano. Es una gran terapia para bajar un cambio y desalienarte un poco. Aparte, me encanta cómo quedan. Todos diferentes, cada uno con su onda, con su propio viaje.
Obvio que también es una forma de pararte frente a la realidad. Un gesto. Claro que hay una crisis económica, y es bastante jevi, pero en nuestro caso eso un poco más manejable, no tenemos los problemas que sí puede llegar a tener la industria editorial. Nosotrxs trabajamos artesanalmente reciclando, hacemos tiradas a pequeña escala, de 15 ejemplares. Cuando se terminan, hacemos otros 15 y así. Los materiales que usamos provienen de lo que el resto descarta, no tenemos grandes gastos, lo que sí tenemos es mucho trabajo puesto en cada libro, mucho tiempo.
He editado en un formato más clásico de libro, por supuesto, y también está buenísimo. Pero esto es algo distinto, requiere involucrarte en todo el proceso, desde la maquetación hasta la circulación, lo que genera otro tipo de vínculo con el objeto. Con poco hacemos mucho y por más que esté complicado lo vamos a hacer igual.
—Has sido parte de proyectos como el colectivo Zingo y el proyecto editorial Fiu! ¿Qué importancia tienen los colectivos en tu trabajo? ¿Cómo crees que el trabajo colaborativo y la autogestión influencian la producción y circulación de tu obra?
—Unirte a otrxs te hace mejor porque en el intercambio se aprende, creces. Es algo que resulta enriquecedor. Y al combinar fuerzas le das otra energía a cualquier proyecto, una energía más potente y diversa que tracciona más. Una energía amplificada que puede llegar a lugares que de otra forma quizás no. Y la mejor manera de hacerlo, para mí, es la autogestión. Lo imprimimos nosotrxs, lo encuadernamos nosotrxs, lo giramos y lo vendemos nosotrxs, ya sea por mail, por redes sociales o en nuestro circuito natural, que es el de las ferias.
—Tu obra parece moverse entre distintos géneros, como la poesía experimental, el fanzine y el collage. ¿Qué te atrae de estos géneros y cómo decides cuándo y por qué transitar entre ellos?
—Tanto lo autogestivo, el hazlo tú mismo, como la hibridación entre palabra e imagen, viene precisamente de los fanzines, de cómo impactó en mí el hecho conocerlos. La flasheada que me pegué la primera vez que tomé contacto con un fanzine aún me dura. A través de ellos conocí todo lo que me influyó y me formó. Dadá, el Surrealismo, los cut-ups de Burroughs, los collages y toda la estética punk, la antipoesía. Yo pongo todo eso en una batidora y tantararan! Ahí está mi obra.
—En tu rol como músico, ¿sientes que la música y la poesía comparten algún tipo de territorio común? ¿Cómo influye tu experiencia musical en la construcción de tus textos o en la forma de presentarlos?
—Sí, claro que lo comparten. Mi encuentro con la poesía o con lo que para mí resultó poético se produjo justamente en el ámbito de la música. Yo vengo de ese palo. Naturalmente esa musicalidad se filtra en los textos que escribo, más que nada en lo que es el ritmo, la cadencia. Lo que escribo tiene una base lúdica muy grande. Para mí en poesía todo es válido.
—Los títulos de tus libros, como Autofritante, Droga Lenta y Poecia Vasura, parecen jugar con la idea de lo contradictorio, lo surrealista o lo subversivo. ¿Cómo llegas a estas decisiones de titulación y qué mensaje o sensación esperas que se genere en el lector desde la primera palabra?
—Nunca lo había pensado, pero creo que esa sensación podría ser la de incertidumbre. Quizá se remita a que a la hora de escribir nunca sé muy bién qué quiero decir o cómo. No puedo forzar eso, por lo general funciono como una antena. Lo que sí sé muy bien es que un poema no siempre tiene que decir algo importante, no siempre tiene siquiera que tener sentido.
—En tus libros, el uso de lo cotidiano y lo marginal como material de base parece ser un motor creativo. ¿Qué importancia le das a la cultura popular y al descarte como recursos para la creación poética? ¿Cómo crees que estos elementos enriquecen la escritura contemporánea?
—Me baso mucho en lo cotidiano. Quizá una frase de alguna conversación con alguien o cosas que escucho o que veo por la calle o en los medios puedan tranquilamente terminar en un poema.
A mi entender, la poesía está en todas partes. Sucede que hay que estar con una cierta sensibilidad, una cierta predisposición de conectar con ese canal. Y a veces la poesía no se busca, nos invade.
—Dado el contexto social y económico en el que surgen tus proyectos, ¿cómo percibes la poesía como una forma de resistencia en tiempos de crisis? ¿Es tu trabajo una respuesta a la precariedad que atraviesan tanto el mundo editorial como la sociedad en general?
—Sí, claramente lo es. Como mencioné anteriormente, si no reciclara, no podría hacerlo. Hoy en día los costos son muy altos, está difícil. La poesía es una forma de resistencia, es una red de afectos y es nuestra respuesta.
—Con el lanzamiento reciente de Pegamoide en 2024, ¿cómo ves la evolución de tu obra hasta el momento? ¿Hacia dónde te gustaría que se dirigiera tu trabajo en los próximos años? ¿Hay nuevas ideas o proyectos en los que estás trabajando actualmente?
—La verdad es que disfruto mucho lo que hago, espero poder seguir haciéndolo muchos años más. Ya poder hacerlo es un montón. Lo valoro y soy agradecido. Ya sea con los poemas, las canciones, las ediciones de libros.
Actualmente, estoy trabajando en un próximo libro con Arveja, y a la vez, con un colectivo de poetas amigxs con quienes creamos una cooperativa editora llamada Urgencia y Necesidad. Hace unas semanas atrás publicamos los primeros libros. También reciclamos y armamos a mano. Encuadernamos y vendemos nosotrxs. De lo recaudado, un porcentaje va al autor y el otro queda en la cooperativa. Con lo que queda en la cooperativa, editamos nuevos libros de otrxs autorxs y así sucesivamente. La idea es poder editar a la mayor cantidad de autorxs locales posible.
—Cada uno de tus libros es único y está hecho a mano. ¿Cómo percibes la importancia de lo artesanal en un contexto tan digitalizado y masificado? ¿Qué crees que le aporta el trabajo manual al sentido de tu obra y al lector?
—No es lo mismo abrir un libro y percibir que lo hizo una persona y no una máquina. De la misma manera que no es lo mismo utilizar materias primas procedentes de recursos sostenibles para llevar a cabo una publicación que no. Otra vez, es un gesto. El acento está puesto en el objeto y no en la participación serial, institucional y capitalista.
—¿Cómo ves el panorama de la poesía contemporánea? ¿Qué crees que le falta o qué necesita la poesía actual para seguir creciendo, tanto en la esfera literaria como fuera de ella?
—Lo veo bien. Me gusta lo que se está haciendo ahora. Hablo de lo que conozco, el circuito subterráneo de mi ciudad. Más allá de eso, sinceramente no estoy tan al tanto. Aquí yo veo una tendencia mayor a la experimentación, mucha poesía sonora, mucha cosa performática. Hay una gran nueva camada de poetas. Faltan quizá, lo de siempre, más lugares, más editoriales, más apoyo externo.
—Dado el carácter único y experimental de tu trabajo, ¿cómo esperas que el lector se acerque a tu poesía? ¿Qué tipo de interacción buscas con tu público a través de tus libros y proyectos?
—Particularmente, espero que lo haga sin muchas expectativas. Trato de no tener tantas al respecto. Ya de por sí, el poema es un espacio muy cargado de ellas, así que lo que espero es que lxs lectorxs no quieran entender racionalmente a mis poemas, puesto que ni yo lo hago, que no los quieran comprender absolutamente, sino más bien que entren en una suerte de conexión y que fluya lo que tenga que fluir.