Por Ernesto González Barnert
Eugenio Dávalos Pomareda (1950, Iquique) ofrece una reflexión poética profunda que fusiona la memoria histórica, los paisajes que han marcado su vida y la creciente influencia de la tecnología, convergiendo en lo que él llama, de algún modo, fractal, una teorización actual que todos o casi todos intentamos plasmar en la escritura. Su obra está profundamente conectada con su tierra natal, desde su primer libro Bostezo hasta Río Seco, donde el paisaje nortino se convierte en un personaje simbólico que atraviesa su poética. En Mitos o los ojos de la Piedra, reinterpreta los mitos griegos, conectándolos con las tragedias cotidianas y destacando la relevancia de las mujeres para la creación de nuevos mitos en la realidad contemporánea. Su poesía fusiona lo místico y lo cotidiano, viéndolos como elementos complementarios, y toma inspiración de los sueños y la incertidumbre para explorar el misterio de la vida. El proceso creativo de Dávalos es mayormente intuitivo, comenzando en el silencio y desarrollándose con el orden de la razón. En su poema «Dios es un algoritmo pronto a instalarse en tu médula espinal», reflexiona sobre el creciente poder de los algoritmos y la tecnología como una nueva deidad, convirtiéndose en una inquietante metáfora de la influencia de la tecnología en nuestras vidas. Su poética examina el choque entre tradición y modernidad, memoria y futuro, invitándonos a cuestionar la realidad y explorar lo que está más allá de lo visible, en la grieta de la vida, historia o lenguaje.
—Eugenio, tu poesía parece arraigarse profundamente en la historia y la mitología poética. ¿Cómo eliges los temas que te inspiran a escribir?
—Es una suerte de proceso donde interviene la experiencia directa, las sensaciones o precepciones de la realidad, las lecturas y motivaciones internas, bastante intuitivas. Por ejemplo, durante la pandemia, mientras pintaba mi lugar de trabajo, me senté a descansar un momento y de pronto comencé a escribir un poema al que denominé Destino. Este texto fue el resultado de reflexiones, sensaciones e intuiciones sobre lo que estábamos viviendo y cómo, algo inesperado, puede cambiar todos los planes que habías establecido y tus rutinas o tu destino. En consecuencia, comencé a pensar e indagar en este tema tan «viejo» del tránsito humano y, a escribir otros textos poéticos hasta completar un número de 31 relacionados con él. Es decir, elegí —o el tema me eligió a mí—, no lo sé, desde alguna interzona que funciona como un surtidor donde convergen sensaciones, sentires, ideas, percepciones, experiencias que se aglomeran y forman un magma que nutre la creación. Luego, con la revisión y corrección se racionaliza y comienza la ardua tarea para armar un corpus con una temática eje, en este caso, el destino. De hecho, para continuar con el ejemplo, aún continúo el proceso de armado del corpus de DESTINO, compuesto, hasta ahora, por 30 textos. En otras oportunidades, el tema surge del sueño, soñar palabras extrañas o temas. Soñé la palabra Axdátator y, con ella, escribí un poema. Antes, eso sí, indagué si existía o no está onírica expresión.
—En uno de tus poemas mencionas el verso: —Dios es un algoritmo pronto a instalarse en tu médula espinal—. ¿Podrías profundizar en cómo surge esta idea y qué representa para ti en un mundo cada vez más tecnológico?
—Leyendo una vez sobre los Data Center. Siempre se ha querido evidenciar la existencia de Dios y como procede de manera instansimultánea, y claro, internet funciona así con sus redes mundiales, gracias a sus «mágicos» algoritmos. Mágicos y sesgados algoritmos. Luego, la IA está en todas partes, nuestros celulares, autos, casas, televisores, etc., en todas partes y en ninguna, como esa esfera de Hermes Trismegisto, cuyo centro está en cualquier parte y la circunferencia en ninguna. Ya se está probando la instalación de chips en seres humanos, de eso habla el poema y la analogía del Dios omnipresente devenido en un algoritmo todopoderoso que nos conecta a una red mundial. En nuestro país, recordemos, las mascotas pasean con un microchip del tamaño de un grano de arroz. Me temo que ya no es ciencia ficción la sola idea que dejemos de ser individuos para convertirnos en dividuos conectados a un nivel central. Ya estamos conectados, ya hemos perdido nuestra identidad, «alguien» (¿las gigantescas transnacionales?) sabe todo de nosotros. Los que no se conecten, quedarán en el limbo, seres marginales detrás de una bandera amarilla. No lo sé. Pero por ahí va ese poema.
—Has publicado varios libros a lo largo de tu carrera. ¿Cómo ha evolucionado tu escritura desde La Copa de Neptuno hasta Río Seco? ¿Cuál es la poética que aúna tu trabajo poético?
—No hablo de una evolución, sino de redes que se van distribuyendo. Van y vienen. Desaparecen. En la Copa de Neptuno pretendía que un solo verso fuese un universo completo, de tal manera que un poema constituido por varios versos construido con esa estrategia conformase un multiuniverso, cito:
“Todo en este lugar
Zozobra.
Los mismos idílicos brotes del trigal.
Las ensoñaciones de los roqueríos mortuorios.
Los hechizos puentes roedores de márgenes.
Los sudorosos caminos jorobados de horror.”
Por eso titulé primigeniamente este libro como Poterium Neptuni, esa esponja que crece en el océano Antártico y que servía como bañera para niños. Como tal, la esponja es un multiverso. Con este libro se terminó un proceso. Atrás quedaron varios libros sin publicar, como Anotaciones en Mamiña, Poemas de Narciso, Escrito sobre arenal, Lodazal, Espejos sin memoria y un montón de otros trabajos que me permitían experimentar con la escritura. Luego vino otro proceso (que aún no finalizo) del cual mi segundo libro es un producto de él, que se llama El Viento de la Transparencia. A fines de los ochenta y principio del noventa, investigaba sobre la fascinante cultura maya. Recuerdo que iba frecuentemente a la biblioteca del Museo Precolombino (allí vi más de una vez al poeta Gonzalo Millán bebiendo un café. Sólo lo vi. Nunca me acerqué a conversar con él.) En este museo leí varios libros (aún conservo mi carné de socio de su biblioteca) sobre esta misteriosa civilización. Todos hablaban más o menos de lo mismo. No había mucha más información, los tres códigos rescatados del fuego, el Popul Vuh, el Chilam balam, los restos de sus notables y misteriosas construcciones en la selva lacandona, los muros de Bonampak, su mágica escritura, su juego de pelota, sus sacrificios a Ku Kul Kán, sus calendarios. Me basé en uno de sus calendarios para elaborar el libro que aún no termino y que se llama justamente El viento de la Transparencia. En esta obra pretendía dar cuenta de la libertad del poeta, su libertad creadora y pensaba, que como toda libertad, tiene sus límites. Estructuré completamente la obra tal como construir un edificio. Me basé en el calendario solar, con sus cinco días fatales. Los cinco días fatales son cinco pequeños libros, de los cuales Naturaleza Muerta es uno de ellos. En Naturaleza Muerta hablo de los escritores, artistas, filósofos y fundamentalmente poetas que como un coro nefando me acribillaban con sus voces día tras día. Nada podía escribir sin que estuviesen ellos vociferando, «no escribas eso, ya lo hicimos nosotros, etc.». Horrible coro mortal. Entonces, los puse en el papel y en venganza, su escenario fue mi mundo, Santiago de Chile, Valparaíso, Iquique. Allí los puse a habitar, cito:
“RIMBAUD
Las oscuras ventanas de la tarde
el domingo Rimbaud escupiendo
arrastrando por Santiago el
aburrimiento de épocas completas
como si no hubiese nada qué hacer
y lo único importante pernoctar
bajo los puentes junto a los gatos
de la noche para siempre despertar
a las cuatro un domingo cualquiera”
Y así, de proceso en proceso. Cambios tras cambios. Nunca quedarme en lo mismo, siempre continuar indagando otras posibilidades. Con el tiempo vino El Hombre sin misterio, Estación Central y Río Seco. Si de hablar de evolución pudiera, diría desde los caminos internos de descubrimientos a la realidad que nos desborda y en ese tránsito, escritura como memoria del recorrido por diversos senderos.
—La historia de Chile, como la Matanza de la Escuela Santa María de Iquique, ha sido un tema importante en tu poesía. ¿Qué te impulsa a abordar hechos históricos en tu obra?
—Yo creo que lo que me impulsa a tomar temas históricos es porque percibo a nuestro país, en particular, muy alegre por un lado, pero también como un cuerpo muy herido, desde su propia naturaleza hasta su historia. Me conmueven demasiado los hechos de sangre que ha vivido, las grandes matanzas como la de La Escuela Santa María de Iquique, el dolor en el aire de Isla Dawson, el aroma a muerte en Pisagua; pero también el olvido.
—Tu obra In Memoriam, Matanza Escuela Santa María de Iquique tiene un fuerte contenido social. ¿Cómo ves la relación entre poesía y compromiso político/social?
—La escritura de ese libro fue un gran desafío. No fue fácil desde mi enfoque escritural. El proyecto surgió por un pedido que me hizo mi hermana poeta y artista visual Virginia Dávalos para la conmemoración de los 100 años de la Matanza de la Escuela Santa María. Como iquiqueño, llevo en la sangre ese hito, está en mi memoria corporal, pues desde niño crecí con esa imagen de la gran matanza, ese perverso sacrifico. Entonces decidí escribir mi homenaje desde Violeta Parra, sus veintiún son mis dolores y estructuré el libro de esa manera, con 21 cañonazos, y otros poemas. Intenté, lo que no es fácil para mí, realizar los «otros poemas» al estilo de Cardenal, Benedetti, Prévert, textos muy claros y transparentes, de lo que yo recordaba de las historias que había escuchado desde niño. Había que trabajar contra el tiempo. Los poemas no quedaron todo lo depurado que hubiese querido. Perdón la contextualización, pero respondiendo a tu pregunta, no soy de la idea que el poeta deba tener un compromiso social y desde allí hacer su escritura, sino del sentir del poeta desde el pedazo de tiempo y mundo que le tocó vivir y explorar y dar cuenta de ese fragmento vital y en ese fragmento vital suceden infinitas cosas y una de ellas es la injusticia, las crueldades, la evidencia del mal y su banalización, entonces, desde allí escribí mi Homenaje, desde el sentir, el sentir esa «injusticia» contra la gente humilde, eso es doloroso, eso duele, como duelen las distintas masacres que suceden en nuestro mundo. De alguna manera, el poema siempre es un asunto político y social, lo quiera uno o no. Pienso en La Tierra Baldía, Las Elegías de Duino, incluso, El Cementerio Marino.
—Fuiste becario de la Fundación Pablo Neruda en 1989. ¿Cómo impactó esa experiencia en tu trayectoria como poeta?
—Impactó positivamente. Fue un gran y serio trabajo compartir con los amigos poetas y conocer a otros. Hubo mucha crítica y autocrítica. Participé con un proyecto que se llamaba «La Danza Negra», desde allí surgió mi primer libro La Copa de Neptuno. Hubo una expresión de Floridor Pérez que me marcó profundamente. Cierto día, en forma personal, fuera de las dependencias del taller de la Casa «La Chascona» de Pablo Neruda y Matilde Urrutia, me dijo: «No te adelantes». Solo con el tiempo vine a entender lo que me quería decir. El año 83 había llegado a un límite, y Floridor lo sabía, por eso me dijo esas palabras. Había escrito un libro que se llama Escrito sobre arenal, esa imagen cuando uno escribe en la arena y luego el mar lo borrado todo. La escritura ya no tenía sentido para mí. Escribía en forma fragmentada, tratando que el verso fuese sangre:
Mi – Sombra – real
cojea
el inicio
Árbol Y Árbol
sólidos
Metálico
Yo Quéjase
Sombrea.
Este poema no se puede leer con una sola voz, porque simultáneamente deben leerse los últimos tres versos. La idea era reflejar esa dualidad humana. La idea era acabar con la pasión en una época en que solo veías muerte:
Es placer oculto
De estalactita,
yesos-bronce-pieles.
Pasión desapasionada
cabellera estática
ondulando
en el fósil.
Es nocturna avaricia,
comienzo del ser
desde el
lodazal
congelado.
Regalé ese libro completo a Sergei Pey, poeta francés que anduvo por Chile el año 86, imagino que debe haberlo tirado al tacho de la basura, eran poemas muy abstractos y gélidos, buscaba una frialdad de emociones, «la emoción de la razón» me era tan satisfactoria como «la razón de la emoción», productos de una profunda soledad y búsqueda del sentido de ser poeta y del ser de la poesía. No me quedaba tan solo con la bella idea del Teillier de ser el guardián del mito o «vivir como poeta», o la desaforada poesía de Lihn, ni menos con la idea del poeta total o cosas por el estilo. El poeta, para mí, ya no tenía asidero ni lugar en este mundo.
Donde hay un margen
para esta
escritura
anotas
breve
Lo de piel
hueco – vapor confuso
hallas
el equilibrio desarmónico
trampolín
hacia lo detenido,
tu corroída
estructura
de actor demente o títere
blanco – oscuro.
(Poema inspirado en Antonin Artaud).
—Al ser originario de Iquique, ¿cómo ha influido tu entorno en tu escritura? ¿Existe una relación entre el paisaje nortino y tu poética?
—Sí, el territorio del que provengo siempre está presente desde un comienzo. De hecho, en mi primer libro, el poema Bostezo retrata ese paisaje, el de las quebradas del norte y su gente. El personaje principal de ese poema es una mujer que, de alguna manera, simboliza a la tierra, pero no como una diosa telúrica, sino como la esencia del alma humana, porque se lo escuché a una tía y lo puse en mi poema «Mi ilusión es dejar morir primero el alma», es la individualidad femenina que se bate contra las fuerzas de la civilización y de la naturaleza. En mi segundo libro también aparece ese paisaje nortino, pero el de la costa, Iquique y sus calles nocturnas y las imágenes de la infancia: «el poeta con la vela metafísica sobre los tejados por la noche buscando quizá qué misterio». En el libro El Hombre sin Misterio, asoman las playas y, en fin, en mi último libro Río Seco, la fotografía de la portada corresponde a la caleta de pescadores con el mismo nombre y donde alguna vez derramó sus aguas un río, un río seco, imagen principal que atraviesa todo ese libro.
—En tu libro Mitos o los ojos de la Piedra te adentras en temas mitológicos. ¿Qué te llevó a explorar estos mitos y cómo conectan con el presente?
—La fascinación por los mitos surgió en mi infancia. La Iliada es una de mis fuentes mitológicas favoritas más que La Odisea o la Cosmogonía de Hesíodo u otras fuentes. Cuando escribí los poemas del libro que nombras, entre el año 2005 y 2006, al principio no hice la relación inmediatamente, sino que, al revisar y corregir durante casi 10 años, fueron apareciendo los héroes y dioses griegos reencarnados en la realidad que me tocó vivir en esta parte del mundo. Los vi encarnados en nuestra realidad actual, sufriendo lo que todo ser humano sencillo sufre, enfermedades como el cáncer, dolores como las pérdidas de los hijos, decisiones de vida que no fueron las correctas, pero se asumieron, problemas entre padres e hijos, aceptación de hijos diferentes como en el poema Atenea devenida madre de un niño autista o TEA (como se les nomina en la actualidad) y en localidades como Santiago de Chile, Iquique, Pica, entre otros. Estoy consciente que deformé los mitos clásicos, los interpreté y los instalé en mi parcela de mundo. Con esto quiero decir que «creo» en la idea de los mitos como fundadores de realidades, fundadores de cultura y «creo», además, que nosotros recién estamos creando mitos que fundamenten nuestro modo de ser. Y en ese rol, el poeta tiene mucho que decir, sobre todo las mujeres que están cambiando el modo de percibir la realidad.
—En tus versos hay una clara inclinación por lo existencial y lo misterioso. ¿Cómo concilias lo místico con lo cotidiano en tu poesía?
—Uf, qué pregunta, Jamás se me hubiese ocurrido preguntarme algo así. Intentaré darte una respuesta lo más honesta posible y para ello voy a partir por los sueños. Los sueños han sido una veta riquísima para extraer ideas e imágenes. Los sueños atraviesan mi vida, Una vez, en los años ochenta, en una micro rumbo a La Cisterna, recuerdo que me iba cuestionando cómo los sueños se me atravesaban en lo que iba percibiendo, a tal punto que se me confundió todo. Y en esa delgada línea entre la realidad y los sueños, habita el misterio y la duda. Para mí van de la mano, lo que otros interpretaron como la «sospecha», expresión que estuvo muy de moda. Para mí, el casamiento entre el misterio y la duda. Nuestra mente está repleta de teorías presumibles y algunas certezas, con eso armamos la realidad y los sueños. El Big Bang, la Teoría de las capas tectónicas, la idea de felicidad, los estereotipos, las consignas, las religiones, la mitología, las ciudades, la forma como nos relacionamos, el universo en su totalidad, la imagen que tenemos de él en nuestra cabeza, todo eso puede cambiar de un momento a otro, como sucedió con el «pobre» Plutón que dejó de ser planeta para convertirse en poco menos que un asteroide, una roca congelada girando lejísimo en torno a una estrella ingrata llamada sol. En fin, todo puede cambiar absolutamente. Por tanto, es un misterio hasta nuestro propio conocimiento de la realidad y de las cosas. Ni hablar de ese gran misterio que se llama «mecánica cuántica». Y en medicina hay muchos misterios como en matemática, en el comportamiento humano, la historia misma es un misterio. Para mí, nada está decidido absolutamente, todo puede cambiar.
—¿Cómo describes el acto de escribir poesía? ¿Es un proceso más racional o intuitivo para ti?
—Es un acto de encuentro con uno mismo y el todo, una red de conexiones, un acto solitario, aunque escriba en el bus, el avión, la sala de clases, el metro, la calle. Me gusta escribir en silencio absoluto para no distraerme del hilo rítmico y la velocidad que de pronto agarra el poema. Pero no siempre tengo esa instancia, pues trabajo como cualquier mortal, por tanto, cualquier intersticio lo aprovecho al máximo. Y me abstraigo y me hago ese silencio, aunque fuera arrecie un huracán. Mi proceso de escritura es más intuitivo, después se entromete la razón, la que me permite ordenar, corregir, eliminar, organizar, armar y desarmar un libro, construirlo y reconstruirlo. Ese es un proceso muy pesado, pero necesario, a veces me lleva años como mi primer libro. Me sucede a menudo que escribo varios textos a la vez, dejo descansar uno y sigo con el otro. No he parado de escribir desde los once años. Y he perdido muchísimos poemas. De hecho, perdí todos los poemas que escribí de los 11 a los 20 años, con rescate de solo unos pocos. Al resto, creo, se lo llevó el carro de la basura, en Iquique. Mi esposa, Inés Pedraza, comprende mi proceso y me hace el espacio necesario para la escritura, es una sensación muy extraña que se siente cuando necesito escribir y ella lo ha captado muy bien. Sencillamente es entrar en otro estado. Por ejemplo, ahora estoy escribiendo un poema que titulé provisoriamente «El autor toma las riendas del carro de fuego de Febo», y su proceso de escritura es muy lento, y necesito de la madrugada para escribirlo o muy entrada la noche, cuando todo se silencia y la ciudad duerme, aparentemente.
—¿Cuáles han sido tus principales influencias literarias, tanto chilenas como internacionales?
—Huidobro, César Vallejo, fueron los primeros, antes estuvo la poesía antigua española de Gonzalo de Berceo, Fray Luis de León, Góngora, y, sobre todo, Quevedo. Quevedo me marcó con sus poemas metafísicos, de hecho, escribí un opúsculo que denominé NEOMETRÓPOLIS con el tema de la muerte (memento mori). Me impresionó de Huidobro su experimentalismo, su Natura: Non Serviam, así como de Vallejo sus Heraldos Negros y Trilce. A propósito de Trilce escribí Espejos sin memoria en 1983, un librito que nunca publiqué. Antonín Artaud me llevó a Alejandra Pizarnik, a su libro La condesa sangrienta. Antes estuvo Rimbaud, recuerdo cuando me gasté toda mi beca de aquellos años para comprar sus obras completas. Fernando Pessoa me dejó sin habla por mucho tiempo, era increíble encontrarme con una persona que escribiese así. Reflejaba tan bien toda la desazón que estaba viviendo. Octavio Paz, con él aprendí muchísimo, lo leía ansiosamente pues iba descubriendo uno y otro poeta. Me iba a la biblioteca nacional a buscar sus obras, como e.e. Cummings, Williams Carlos Williams, Blake, su libro El casamiento del cielo y del infierno. Me detuve un tiempo en Emily Dickinson, su forma de expresar de manera tan velada emociones muy profundas, intuiciones y percepciones notables. Y muchos más, todos ellos en los ochenta. Leí a muchos poetas, Ezra Pound, Eliot, Ginsberg, Gabriela Mistral a la que tanto admiro y sigo pensando que continúa siendo mal leída o no leída en nuestro país, su genialidad extraordinaria, su brillantez indiscutible y difícilmente superable. Neruda, fundamentalmente sus Residencia en la Tierra, y sobre todo, su Estravagario, el libro que más quiero de él. El año 80 propiamente tal, leí la poesía combatiente, Alberti, Goytisolo, Nicolás Guillén, Ernesto Cardenal, el poeta turco Nazim Hikmet, y cuantos más. Cuando leí a Jorge Teillier quedé literalmente «encantado», como esos encantamientos que dicen en el norte lo producen los cerros a tal punto que uno se confunde, así fue cuando leí Muertes y Maravillas, libro que presté y no volví a recuperar. Lihn marcó una enorme diferencia, Lihn me liberaba, permitía otras vertientes, lo mismo me sucedió cuando leí no sé si el 81 u 82 Purgatorio de Raúl Zurita. Como muchos, yo creo, imitamos su ritmo, su fraseo, cosa que hasta hoy vislumbro en varios autores. El 90 escribí Naturaleza Muerta que da cuenta de muchos autores que vivían conmigo, libro publicado en 1992 con el cual obtuve una mención honrosa en el concurso de poesía Metro-Sech, recuerdo que gané un sobre con un montón de boletas de metros. Otro poeta muy importante en mi proceso ha sido Constantino Cavafis, lo leo y releo, así como a Borges. Los rusos Esenin, Mayakosvky, Evtuchenko su biografía precoz. Y tantos más. Es ese diálogo entre la poesía del que hablaba Gonzalo Rojas.
—Podrías sugerirnos una lista de diez libros de poesía de autores vivos que recomiendas leer?
—Nombraré algunos que estoy leyendo o he leído hace poco:
1.- Amor, ilumínanos aún, de Jüri Talvet, poeta estonio.
2- Las dos Riveras Norte y Sur de Samuel Leal
3.- Venado Tuerto de Ernesto González Barnert
4.- Cartas para un tiempo glacial de Giovanni Astengo Martín
5.- El dolor de los huérfanos de Eleonor Concha Venegas
6.- Antología de Horacio Eloy
7.- Latidos de Escombros de Dante Cajales Meneses
8.- Veinte pájaros de Eugenia Brito
9.- Entropía Sucia de Juan Ariel Zúñiga
10.- Nieve de Leo Lobos
Y me quedan muchos más como El Zen / Surado de Cecilia Vicuña, Del Desvelo de Omar del Valle, Del País que llaman Vida de Guillermo Ross-Murray Lay-Kim, Poesía Doméstica de Arlene Cubillos Poza, Óxido de Marcelo Arce Garín, Niños del Olvido de Marco Antonio Bugueño, La Chica Nabokov de José María Memet , El margen de la propia vida de Carlos Cociña, Cripsis de Germán Carrasco y tantos y tantas más. Se me quedan muchísimos sin nombrar y necesarios de leer y vibrar con su escritura, vivir con ella. Y otras que se han ido, como Carmen Berenguer, Malú Urriola, Estela Díaz Varín. Pero como debe ser una lista de autores vivos, he nombrado solo a algunos de ellos y ellas. Uno de mis poetas vivos españoles preferidos que estoy leyendo en Obras Poéticas Completas, es Antonio Colinas.
—El concepto de «El Hombre sin Misterio» sugiere una reflexión sobre la condición humana. ¿Qué querías transmitir con este título?
—La creación de este poema es una historia muy larga, pero la sintetizaré de en la pretensión de dar respuesta a todo que tienen muchas veces las sectas religiosas o espirituales que pretenden que el universo es nada más que una lucha entre el bien y el mal, ángeles y demonios, con lo cual se resuelve todo, no hay misterio, lo que es arriba es abajo, ley de las correspondencias, karma y dharma (palabra con la que también soñé). Ante este horror de que los desalmados retornan luego pobres y desprotegidos, no me queda más que el espanto, El hombre sin misterio, entonces el poema se hace hermético, porque cuenta desde los inicio cómo se ha ido construyendo la realidad del ser humano con ladrillos ilusorios, con creencias, con rituales, para concluir con la idea de que cada unidad humana no es ni más ni menos que la totalidad del universo, esta cosa «infinita, pero limitada», esa paradoja, esa aporía.
—A lo largo de los años, ¿cómo ha cambiado tu visión de la poesía en el contexto de la sociedad contemporánea?
—Esto lo percibo como mecanismos, como los calendarios mayas, ese engranaje del tiempo y la memoria, de la realidad y los sueños. Me siento siempre en tránsito, me explico, no sé si a mi generación, pero mi vida en relación al contexto de la sociedad contemporánea, siempre ha sido «ser» y «estar» en transición, nunca instalado en una certeza como pudo sucederle a mis hermanos mayores, los que sufrieron la diáspora, quienes creían sólidamente en la ideas transformadora de la sociedad para generar un mundo de igualdad y prosperidad. Mi infancia y mis primeros poemas, convivieron con un mundo hoy inimaginable, con certezas y rituales colectivos tanto políticos como religiosos que se rupturaron de pronto, dando paso a un periodo oscuro, una dictadura salvaje. Por tanto, comenzó mi primera transición, comenzaron los fragmentos, los pedazos, los trozos de realidad, comenzó el desvanecimiento de todo tipo de solidez. La dictadura fue otro tránsito, para mí no fue una certeza, una solución y configuración de un nuevo mundo, sino un tránsito nuevamente hacia otra posibilidad y por tanto mi poesía se alimentó de esto, hice poesía política, leí Brindis por Carlos Drummond de Andrade en el ex Pedagógico de la U de Chile, leí El mito de los mil días (poema lamentablemente extraviado) en sesiones privadas y oculta de los ojos de los «sapos». Entonces vino la democracia, otro tránsito, otra pretensión por recuperar la solidez de la república mientras comenzaban a venirse abajo, a derrumbarse los socialismos reales, el fin de la historia, le llamó Fukuyama. El fin de nada. Otra vez tránsito. Los noventa hizo germinar una nueva generación en la abundancia y la revolución de la informática, la globalización, la posmodernidad, Otra vez tránsito, y la poesía reflexionaba sobre sí misma, hice Naturaleza Muerta. Y así. Y ahora, otra vez el infernal tránsito entre un mundo que muere y otro que comienza a manifestarse, desde lo humano a lo transhumano. Claro que ha cambiado mi poesía en todo este periodo con búsqueda de sentido, con perplejidades, entonces hice el poema Andy Warhol, porque lo imaginé como una metáfora muy evidente de lo que es el mundo actual, la sociedad contemporánea.
—Has participado en diversas antologías a nivel nacional. ¿Cómo valoras el trabajo colectivo de los poetas en este tipo de proyectos?
—Necesario. Tiempo atrás, en un encuentro de escritores en la localidad de Hualpén, invitado por mi querido amigo Omar del Valle, leí un breve ensayo enunciando que nosotros, los de esta época, somos poetas fractales. Recuerdo que la sola idea enojó a una poeta que me interpeló cómo era posible que considerase esa monstruosidad y, claro que sí, encuentro la poesía chilena en general bastante pareja, sin estos gigantescos pilares como fueron Huidobro, Mistral, Neruda, Pablo De Rokha, Parra. Nosotros somos partes de un todo, se me ocurre que hay una gran explosión poética muy interesante, pero no puedo nombrar a un solo poeta en particular, sino a un conjunto, dinámico, efervescente, rebelde. Un solo ejemplo, el sábado 28 de septiembre se realizarán lecturas de poesía en varios puntos y a distintas horas solo en Santiago. Al considerar a las regiones, son muchísimos los que escriben, con varias ferias del libro por todos lados. Por tanto, en este ambiente, trabajar el forma colectiva y colaborativa le asigno un gran valor, pues creo que Chile está viviendo una riqueza literaria muy interesante, independiente que nos quejemos de la poca lectura, lo cual puede ser solo un espejismo, pero eso, el tiempo lo dirá, solo el tiempo.
—Para terminar, ¿cuál es tu próximo proyecto literario? ¿Tienes algún tema o idea que te esté rondando y que pronto se convierta en poesía?
—Sí, tengo un proyecto en mente, en realidad, varios, entre ellos terminar por fin un proyecto que inicie hace mucho tiempo atrás, El Viento de la Transparencia. Estoy revisando y corrigiendo un libro que he titulado El toro de Rembrandt y también el libro Destino. También con Nube Cónica, revista de poesía y arte que trabajo junto a Samuel Leal, y revisar ni prosa, cuentos y novelas que he escrito y descuidado. Además del libro que aparecerá en noviembre de este año, Andy Warhol y otros poemas con la editorial Marciano Ediciones.