Entre la confusión de protestas y revueltas en Santiago, un joven universitario toca un día a la puerta de Elisa, buscando refugio tras un altercado con la policía. Mujer madura y acostumbrada a recluirse tras sus libros, Elisa no es una persona de emociones fuertes. La llegada de Diego trae consigo nuevos y excitantes sentimientos, pero también desata un torrente de miedos que ella no está lista para enfrentar… En una larga carta, como Dido invocando a Eneas, Elisa intentará encontrar réplica a un alarido tan antiguo como la historia del mundo, y que ha acompañado a los amantes desde siempre: la incertidumbre, la ansiedad, el fervor, el desgarro.
Teniendo como fondo el estallido social de Chile en 2019 y la pandemia del covid, El silencio del mundo es una vibrante novela sobre la idea del amor en los tiempos que vivimos, en los que nadie parece estar dispuesto a ceder y salir de su caparazón.
En revista Lector conversamos con Pablo Azócar, la entrevista es la siguiente:
—Estuviste mucho tiempo sin publicar, ¿cómo te sientes al volver después de tantos años?
—Me puse a pensar nuevamente en Rip van Winkle, el personaje de Washington Irving, la historia del aldeano holandés que un día en una montaña se pone a beber un licor, se queda dormido y se despierta veinte años después. ¡Y luego sigue su vida con toda naturalidad! Es extraño, porque me había convencido de que no volvería a escribir, lo había asumido sin mayor dramatismo, me decía que, por lo pronto, era un privilegio poder vivir enseñando literatura, leyendo mucho, etcétera. Pero ahora me pregunto cómo podía vivir sin escribir. Ahora parece que es lo único que quiero hacer. Como si fuera lo más natural del mundo, como si no hubiera pasado un cuarto de siglo desde mi novela anterior.
—Me parece que El silencio del mundo es una novela que juega mucho con la idea de los espejos. La protagonista se observa en Miles Davis y en los mitos griegos. La construcción de la identidad a partir de un otro.
—Elisa, la protagonista, es adicta a la lectura. Y la literatura es siempre un juego de espejos, con la música, con el cine, con la propia literatura, con todo. No creo que exista ningún autor que no escriba pensando en escritores a los que admira. Escribir es citar.
—Estamos ante un texto que conjuga lo íntimo con lo público. Se habla de amor, sexo, desolación y familia, la famosa retórica de las puertas cerradas, pero también están el estallido y la pandemia, es decir el país y el mundo en sus últimos años. Vemos la conjugación de dos espacios que, pese a sus distancias, resultan indisolubles.
—Elisa le «abre» su biblioteca a Diego, le habla de autores que él no conoce, Virginia Woolf, Gabriela Mistral, Safo, Catulo. Y Diego le «abre» a ella el mundo exterior, la revuelta, las barricadas, las consignas, las multitudes. A través de la biblioteca ella le está abriendo su alma, su mayor intimidad, su vida entera. Y a su manera él, cuando le arroja el mundo en la cara, también le está abriendo su alma, porque eso es él en ese momento.
—Si pudiésemos leer la novela como conceptos, me parece que Elisa es la izquierda siglo XX y Diego es la izquierda siglo XXI. Hay un choque generacional, pero también ideológico-práctico.
—No estoy de acuerdo con esta proposición, o no la entiendo. La izquierda del siglo XX quedó marcada por Stalin y el totalitarismo feroz en que devino la Unión Soviética, y a ello hay que sumarle otras experiencias de la izquierda en el siglo XX que casi siempre acabaron en regímenes personalistas y poco democráticos. Cómo va a ser saludable que la revolución cubana, que fue el gran sueño de la izquierda latinoamericana, terminara llevando a cabo la sucesión del poder por el apellido, de un hermano a otro hermano, igual como hacen las monarquías. Ese es el espejo quebrado del cual todavía hoy muchas izquierdas latinoamericanas no terminan de sacudirse del todo. Por otra parte, Diego es expresión de un fenómeno de protestas sociales múltiples y sin dirección, como reacción al neoliberalismo salvaje y sus miserias, pero los intelectuales que saben de estos temas, como el sociólogo Manuel Canales, ya han advertido que no se trata necesaria o solamente de un fenómeno de izquierda.
—A partir de lo mismo, ¿no crees qué hay una idealización de Diego en la novela, es decir, una idealización a la izquierda chilena del siglo XXI?
—¡Espero que no! Espero que no se lea como una idealización ni mucho menos. Pero tampoco la novela propone un juicio concreto de ningún tipo. En ella el estallido social está en la trastienda de todo, es un telón de fondo y un combustible para imprimirle intensidad a la estructura dramática. Pero no es, no pretende ser en ningún caso una novela política ni una fábula moral. Diego es parte de algo que explota de un día para otro, sin dirección definida, algo que en algún momento se torna muy violento y que no se sabe para dónde va. No sé lo que es la izquierda del siglo XXI, pero si solo se quedara en esa explosión inicial, por legítima que sea la rabia, no iría para ninguna parte. Si alguien piensa que todo se reduce a seguir subiéndose a la estatua de Baquedano y rayando las paredes de la ciudad, estamos sonados. Tampoco se puede esperar nada de líderes desastrosos como Maduro o el corrupto Ortega. Confío en que la izquierda del siglo XXI sea otra cosa.
—En algunos pasajes de El silencio del mundo me acordé de Tengo miedo torero. Me parece que posee una estructura similar, pero en democracia. Un amor en medio de la represión policial, un luchador social que va y viene, una mujer que espera con más preguntas que certezas.
—Me honra cualquier comparación con el gran Pedro Lemebel, pero por lo menos en un plano consciente no veo mayores similitudes entre ambas novelas, más allá de la historia de amor y de la agitación callejera. El pulso narrativo es diferente, el marco social es diferente, los personajes son completamente diferentes.
—¿Cómo viviste la pandemia y el estallido social?
—Escribiendo como un poseso, que parece que es la única forma que tengo de escribir, y con la percepción subjetiva de que no quedaba tiempo, que el mundo se estaba acabando.
—¿En qué te encuentras trabajando actualmente?
—Tengo la impresión de que El silencio del mundo será la primera novela de una trilogía narrativa. Pero los ateos somos más supersticiosos que el común de los mortales y prefiero por superstición no abundar en el asunto.