Lunes, Octubre 27, 2025

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Entrevista con Tomás González, ganador del Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas 2025

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«Pienso que la patria natural, la raíz es el idioma, y este premio significa así el reconocimiento de ese país, Iberoamérica, al trabajo de toda una vida».

Con una obra que ha explorado con hondura la intimidad humana, la naturaleza y las emociones más profundas, el escritor colombiano Tomás González fue distinguido con el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas 2025. El jurado destacó su «sensibilidad poética» y su capacidad para narrar con transparencia y contundencia historias atravesadas por la muerte, la soledad y la violencia. Con más de cuarenta años de trayectoria, González ha construido una de las voces más singulares de la literatura colombiana contemporánea, manteniéndose fiel a una escritura que rehúye el ruido mediático y se arraiga en la contemplación y el riesgo literario. El galardón, otorgado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile, reconoce no solo una carrera coherente y profunda, sino también una obra que, en palabras del jurado, representa «un tesoro hasta ahora escondido de las letras hispanoamericanas».

—Ante todo, felicitaciones por este merecido reconocimiento. ¿Qué significó para usted recibir el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas?

—Como narrador que se formó en los años del boom latinoamericano me considero, más que colombiano, aunque obviamente lo soy, latinoamericano. Mis referentes fueron Cortázar, García Márquez, José Donoso, Neruda, Rulfo, en fin, todos ellos. Pero no sólo eso. Pienso que la patria natural, la raíz, aquello que nos da la pertenencia, es el idioma, y este premio significa así el reconocimiento de ese país, Iberoamérica, al trabajo de toda una vida.

—En sus primeras declaraciones mencionó sentirse «un poco mudo» por la sorpresa. ¿Cómo fue ese momento en que recibió la videollamada de la ministra Carolina Arredondo?

—Aquel día mi editora me había escrito para advertirme que no dejara de contestar el teléfono, pues iba a recibir excelentes noticias. Quedé intrigado, claro, pero ella no quiso decirme más y, cuando llegó la llamada, la noticia me tomó de sorpresa. Si mi editora me hubiera dicho de lo que se trataba, seguramente me habría preparado, con papelito anotado y todo, para dar las gracias de manera menos desconcertada, aunque también menos espontánea. Eso tienen las sorpresas.

—¿Qué valor tiene este tipo de reconocimientos para un escritor como usted, cuya obra ha sido constante, pero que no se ha preocupado especialmente en darse a conocer?

—Siempre he tratado de no mantenerme demasiado atento a los premios y nunca he trabajado para lograrlos. Si pensara en ellos perdería libertad y tal vez dejaría de tomar riesgos. Lo único que he hecho es tratar de escribir siempre lo mejor posible. Cuando me dieron el Premio Iberoamericano de Narrativa averigüé más y vi que era bastante prestigioso. Me alegró mucho, por supuesto. Lo sentí como lo que es: un gran reconocimiento a mi trabajo.

—Usted dijo que este premio le dará «alas» para lo que le queda por hacer. ¿Tiene ya en mente nuevos proyectos literarios?

—Este año terminé un libro de cuentos, que quedó bien, me parece, pero me exigió mucho. Como ya no puedo dejar de escribir empecé una novela que poco a poco ha venido tomando impulso. Y ahora, en este preciso momento, me llega el premio de Chile. El cansancio se fue del todo y el entusiasmo es otra vez el de siempre. A esas «alas» me refería.

—El jurado destacó su estilo singular, su sensibilidad poética y su capacidad para abordar temas como la muerte, la soledad o la violencia. ¿Cómo ha sido ese proceso de construir una voz tan propia a lo largo de los años?

—Siempre he buscado serle fiel a la sensibilidad propia, cosa que en realidad no exige esfuerzo, como no hay que esforzarse en tener huellas digitales únicas. El trabajo de verdad ha sido tratar de vivir con los ojos abiertos. No dejarme enceguecer por el miedo, el dolor y la aflicción, ni por el odio y la ambición. Conocerlos, vivirlos según mi sensibilidad, superarlos, mejor dicho, tomar distancia, y tratar de que las palabras los reflejen en mis poemas o en mis narraciones.

—Su primera novela, Primero estaba el mar, publicada en 1983, ha tenido una trayectoria notable, incluyendo ediciones internacionales. ¿Cómo recuerda ese debut y cómo siente que ha evolucionado su escritura desde entonces?

—Estuvo bien ese debut. La publicó mi amigo Gustavo Bustamante en su pequeñísima discoteca de salsa, muy famosa en Bogotá, El Goce Pagano, que quedaba en una zona del centro que él llamaba “residencial”, porque había muchas residencias, es decir hotelitos que funcionaban como casas de citas.

El Goce Pagano sacó mil quinientos ejemplares que se distribuyeron entre sus clientes, en su mayoría intelectuales y bohemios. Mis primeras críticas literarias me llegaron de ellos y fueron muy positivas todas. Un éxito.

Aunque no soy crítico literario, yo diría que la obra posterior es un desarrollo de la manera de ver el mundo que aparece en esa novela.

—¿Cuáles han sido las grandes influencias literarias en su vida y obra?

—Leí mucho y en mucho desorden a escritores muy disímiles. Por eso cada vez que me lo preguntan menciono gente diferente. A Faulkner y a los del boom los menciono siempre. A veces a García Lorca, a Dostoievski, a veces a Joyce, a Emily Brontë, a Tomás Carrasquilla, Saul Bellow, Thomas Mann, Einrich Böll, Doris Lessing, Tolstoi, Shakespeare, León de Greiff… La lista es larga.

—Mariana Enríquez comentó que su literatura fue un descubrimiento fascinante para ella. ¿Qué autores contemporáneos le interesan a usted hoy?

—Hace algún tiempo que dejé de leer, una lástima porque siempre fue placentero y estimulante. Cuando me vine a vivir a una finca que queda al pie de una represa muy grande, hace ya como diez años, otras actividades se tomaron mi tiempo de lectura: pescar y el jardín, sobre todo, y navegar en la represa. Solo me queda tiempo para eso y para escribir. Lo último que leí, o releí mejor dicho, fue Cumbres borrascosas, que no es propiamente contemporánea. O sí, no sabe uno.

—Sus libros han sido traducidos a varios idiomas y ahora este premio impulsa aún más su visibilidad internacional. ¿Siente que este premio es un impulso para llegar a nuevos lectores?

—Sí, los premios generalmente traen nuevos lectores. Esperemos que también sea mi caso. Para mí es muy importante que más personas conozcan mi visión del mundo y pueda yo a la vez recibir sus opiniones y enriquecer así mi trabajo.

—Para cerrar: si pudiera elegir una sola de sus obras para que alguien que no lo conoce comience a leerlo, ¿cuál recomendaría y por qué?

—Recomiendo mi primera novela, Primero estaba el mar, pues siento que en ella está ya contenido todo como en la semilla. O la última, Vista del abismo, porque ahí va el desarrollo de mi obra. También las intermedias. Finalmente todo depende del lector.

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