Doppelgänger es un vocablo alemán que define una suerte de doble malvado que posee una persona, «el que camina al lado» sería su significado literal. Su figura se asocia con la muerte o a un presagio de la muerte propia.
Literariamente es un recurso que desde al menos el Romanticismo —ya que el tema del doble nace tempranamente con los griegos—, es visto como una forma de caracterizar la dualidad del ser humano, su lado oscuro y el luminoso.
Desde R. L. Stevenson a Saramago, pasando por Andersen, Poe, Dostoievski o Cortázar, el tema del doble ha sido abordado desde múltiples miradas, ya sea desde el punto de vista psicológico o de la paradoja de cómo un personaje altera la realidad de otro al descubrirse como una réplica fiel que comparte su tiempo y espacio.
Williams Arévalo, joven escritor nortino, toma como base este imaginario y lo lleva a un extremo agobiante, construyendo un escenario extraño y fantasioso donde se desarrolla la historia de dos hermanos, o más bien, un personaje y su antihermano Dante.
La ópera prima de Arévalo, ingeniero industrial y escritor, constituye una sólida rareza que sorprende con su cuidada narración, estructurada a través de breves capítulos que en más de 200 páginas sostienen un viaje de degradación cuyo recurso permanente es la enfermedad.
El protagonista sufre de un cáncer avanzado, un tumor que crece a la vez que atormenta. Arévalo logra retratar en forma descarnada el miedo a la muerte, el agobio de un condenado que deambula entre hospitales y basureros. La dualidad está presente en todo momento, la cama puede ser un lugar para el amor o para la muerte, el sexo o el porno. El protagonista se mueve constantemente entre el miedo y el deseo, la mujer puede ser la amante o la madre, ambas lejanas y ambas vistas como un camino de salida hacia la redención.
Nonato no es una novela fácil de leer, genera incertidumbre porque logra desarmar cualquier certeza que el lector se pueda hacer durante la lectura. A ratos el narrador deja entrever una pista que puede darte una luz, pero más adelante te entrega otra que te obliga a cuestionarlo todo. ¿Quién es quién? ¿quién es el verdadero impostor? ¿quién está realmente detrás de las máscaras o las escafandras?
Finalmente «El hombre cáncer» tampoco tiene certeza de nada, su conciencia se martiriza por la existencia de una grabación, una voz que le habla desde un lugar, un soplo que se mueve por ese desierto apocalíptico que el autor ha diseñado como un telón de fondo de una historia donde el cáncer es algo vivo y a la vez es una metáfora.
«La mente es la única máquina del tiempo que existe», señala el protagonista, y Arévalo compone su relato desde ese espacio, toma a sus personajes y los coloca en un viaje onírico más cercano a una pesadilla, en un paisaje que bien puede ser un cuadro surrealista o una escena de una película distópica. Caín y Abel son dispuestos nuevamente el uno frente al otro, bajo un cielo que al igual que el cáncer avanza hacia la oscuridad total.