En su nueva novela Mundos Ingrávidos y Gentiles, el escritor y abogado chileno Pablo Errázuriz Montes ofrece una evocadora mirada a un mundo social en desaparición y, al mismo tiempo, una reflexión sobre la permanencia de lo humano más allá del paso del tiempo. Con una prosa elegante y contemplativa, el autor retrata la transformación de una clase privilegiada durante la primera mitad del siglo XX, explorando los matices entre esplendor y decadencia, memoria y redención.
Ambientada entre Chile, Francia, España y Argentina, la historia se construye desde la voz de Matías Errázuriz, un diplomático octogenario que, retirado en la costa de Zapallar, revive los episodios más intensos de su vida. A través de sus recuerdos, la novela articula una mirada íntima y melancólica, pero no resignada, sobre la historia y la condición humana.
La novela será presentada el miércoles 5 de noviembre a las 18:30 horas en la Biblioteca de la Corporación Cultural de Las Condes (Nuestra Señora del Rosario 30). Con esta obra, Errázuriz Montes, autor de Guerra, tragedia y destino y del libro autobiográfico Dios mío, qué he hecho de mi vida, reafirma su espacio en la narrativa chilena contemporánea, confirmado su interés por los grandes temas humanos y por una literatura que invita a la pausa, la contemplación y el sentido.
—Mundos Ingrávidos y Gentiles retrata un mundo social en desaparición, pero también parece dialogar con nuestro presente. ¿Qué resonancias actuales ves en esa época que describes, y qué te interesó explorar de esa transición entre esplendor y decadencia?
—Buen sustantivo aquel de «resonancias» que pudiera traducirse en la pregunta ¿sirve el drama de aquella época para ilustrar nuestro tiempo presente? Yo diría que sí.
En primer lugar, esta permanente creencia de que el mundo que nos toca vivir y sus problemas son el non plus ultra de las desgracias humanas, queda desvirtuado. El personaje y su juicio prudencial es capaz de ponderar las mayores desgracias (la mayor la muerte de un hijo, las tres guerras etc) con templanza y calma.
El vaciamiento de la vida que va sufriendo el segundo personaje, su hijo, es el antítesis de esa prudencia. En una búsqueda alocada de la plenitud, la circunstancia lo atropella metafóricamente hablando. ¿no es esa una experiencia presente de mucha gente de hoy? Buscar una felicidad como el burro la zanahoria.
El mundo simple y sabio de Oreste, el gaucho petisero, es también una exhortación presente.
Sin duda. Ilustra el tiempo presente y creo, todo tiempo: Porque el ser humano es el mismo desde siempre.
—El personaje de don Matías Errázuriz, un diplomático octogenario que revive su vida desde Zapallar, es profundamente humano y melancólico. ¿Cómo surgió esta voz narrativa y qué te permitió decir que no podía expresar desde tu propia mirada como autor?
—De varias fuentes vitales y literarias imposible de detallarlas todas. A fin de cuentas, uno habla por sus personajes. Pero las principales:
Primero, de los relatos familiares sobre el carácter del personaje real: un hombre culto, poseedor de un humor algo mordaz, y gran cultor de la diplomacia y la elegancia. Con gran capacidad para empatizar y seducir con su simpatía.
Segundo, de fuentes literarias sobre lo que es la experiencia diplomática. Una autobiografía en tres tomos de Enrique Bernstein Recuerdo de un Diplomático, documento no solo histórico, sino íntimamente sicológico. El Tiempo de Ayer, de Stephan Zweig, te introduce íntimamente en la tragedia de la preguerra del 14 y del 38, más que cualquier libro de historia.
—En la novela hay una evidente preocupación por la memoria: los objetos, los silencios y las cartas son detonantes del recuerdo. ¿Cómo fue el proceso de construir esa atmósfera íntima sin caer en la nostalgia pura?
—Hay mucha literatura celebre que yo le denomino sin orillas. Que no ofrece redención y que se refocila en la nostalgia. Tanto en la novela como en el ensayo. Para José Donoso, Jorge Edwards, Michel Houellebecq , Coetze, Heinrich Böll, y también mi amigo Gonzalo Contreras; el mundo es algo que no tiene salvación. En el ensayo, el popularísimo Byung Chul Han es literalmente desesperante. Barre con toda esperanza. Es como si toda literatura elevada fuese necesariamente para lamentarse de la condición humana. Yo desde mi humilde rincón reacciono a esa tendencia.
El idioma portugués optó por usar una palabra que está en desuso en el castellano: Saudade; que es nostalgia, pero sin tristeza. Yo diría que esa es la actitud del personaje, de saudade más que nostalgia, porque el mundo tiene una salida y una redención. Matías Errázuriz cree en esa redención.
—Has dicho que este grupo social que retrata podría compararse con «los jeques árabes del petróleo» por su carácter excepcional. ¿Qué te interesa de estos grupos efímeros de poder y de su relación con la historia y la identidad cultural?
—Félix Luna tiene una historia novelada de Julio Argentino Roca donde transcribe una carta al parecer histórica, de Julio a su hermano, donde le describe su sorpresa por el arribo al puerto de Buenos Aires de carros de tren con congelador. Los estancieros argentinos eran hasta entonces unos gauchos rústicos que se aseaban una vez por semana y solo consumían carne, papas y mate. Con ese invento de la noche a la mañana mudaron en multi trillonarios. La fortuna de los camelleros sauditas es parecida: Impremeditada.
Algo distinta que nuestros millonarios y los millonarios bolivianos de la minería, porque ellos persiguieron la veta y el 99% no la obtenía. Esa sola circunstancia ha marcado la idiosincrasia argentina para bien y para mal. Mantienen hasta hoy de capitán a paje el carácter de grandes señores las más de las veces sin serlo. A esa Argentina en metamorfosis, llegó Matías Errázuriz y se hizo célebre junto a su mujer.
—Tu prosa destaca por su elegancia y ritmo contemplativo, en contraste con la velocidad del mundo actual. ¿Crees que hoy existe espacio para la literatura pausada, para la lectura como experiencia estética y reflexiva?
—Gracias por el cumplido. No solo creo que hay espacio para la lectura contemplativa: creo que es de suma urgencia bajarse del tráfago de las redes sociales que son su antítesis. Gran parte de los juicios mesiánicos que circulan se debe a esta falta de templanza en el decir y predicar. Incluso columnistas serios tienen que subirse al debate irreflexivo. Dicen que las matemáticas son insolubles cuando no se formulan los problemas adecuadamente. Con las humanidades pasa lo mismo. La literatura que se sube sobre personajes sin horizonte vital, recrea el tráfago insoluble de la modernidad que disputa sin solución. Un thriller con escenas de violencia, erotismo, pasiones etc. puede ser entretenido, pero estará siempre destinado a ser un artículo desechable más.
—Mundos Ingrávidos y Gentiles consolida su paso por la novela histórica tras Guerra, tragedia y destino. ¿Hacia dónde se dirige ahora tu escritura? ¿Piensas seguir explorando este cruce entre historia, memoria y belleza?
—Estoy en un proyecto literario algo monumental que partió antes de esta novela: una novela ambientada en los ochenta con muchos personajes. Tengo el prurito de una novela magistral de Huxley: Contrapunto. Nadie debe copiar en literatura, pero esa es una obra tan célebre que marca. Espero algún día terminarla.





