Martes, Mayo 20, 2025

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Presentación de «La mujer del río» de Paula Ilabaca

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 Por Pablo Illanes

 

Lo que más me gusta al momento de enfrentarme a una novela, especialmente si se trata de un policial o novela negra, es el factor sorpresa. Todos los que nos regocijamos desde niños, tal vez demasiado niños, con este género, sabemos que en toda buena obra que se precie de tal existe al menos un momento de sobresalto, un instante de shock absoluto y total, una página determinante donde el universo que la autora o autor había diseñado para nosotros, se derrumba ante nuestras narices.

Es la revelación del asesino en Diez negritos, de la señora Agatha Christie.

Es el inicio de la parte 2 de La asistenta, de Frieda McFadden.

Es la mitad de El cartero llama dos veces, de James M. Cain.

Es el desenlace de El asesinato en Orient-Express, de la misma señora Christie.

En literatura y guión le hemos llamado indistintamente giro, twist, vuelta de tuerca, epifanía, cliffhanger y está reconocido como uno de los grandes trucos que maneja el escritor para dejar boquiabierto a su lector.

No les voy a contar en qué número de página está ese giro en La mujer del río, pero existe y debo decir que te despedaza como lector.

Lo que Paula consigue en su novela es presentar el rompecabezas de un momento histórico, la segunda mitad del turbulento año 1984. Es un Chile gris, manchado de sangre, donde todo es para callado, sin que se note, por debajo de la mesa, entre gallos y medianoche… Un país sin amor donde la confianza vale oro y nadie se la tiene a nadie, como la autora se encarga de precisar en varios momentos de la novela. No hay confianza entre marido y mujer, tampoco existe entre amantes ni entre compañeros de oficina, ni siquiera entre padres e hijos. Porque este puzzle es uno sin concesiones, no está escrito para agradar a nadie sino al revés, está ahí para complicar y generar desazón con la implacable estructura que la autora escoge para mostrar sus piezas, los retazos mutilados de una historia de horror y amor que van de la mano, un cuento de hadas donde las heroínas aman con distancia y la mente fría y los monstruos circulan por el paseo Bulnes haciendo gala de su impunidad. Y uno como lector está situado en medio del caso policial, escuchando las elucubraciones de Mercedes y Roberto, la detective de la brigada de homicidios y su amigo y más-que-jefe, atento a cuando las cosas vienen malas y devorando los hechos. ¿El sitio del suceso? La ribera del río Mapocho. ¿Los testigos? Una patrulla scout. ¿La víctima? No identificada porque son sólo pedazos de un cuerpo femenino, sin pelvis.

Lo que provoca este hallazgo macabro en la brigada de homicidios es parte importante de la novela y se lee como una extraordinaria crónica documental. Aunque Paula maneja de manera envidiable la jerga policial, su conocimiento de ese universo nunca se come a los personajes o al relato, al contrario. El sabor de lo realista le agrega a la historia una potencia acelerada, especial, un ingrediente extra que consigue grandes momentos de humanidad a partir de del diálogo entre los detectives, al interior de la brigada.

Lo notable del relato es el equilibrio con el otro lado, el lado pasional y turbulento de esos hombres y mujeres de la policía de investigaciones, seres nada perfectos que deambulan por la noche capitalina en busca de un escape a la violencia diaria de la que son testigos. Por algún lado hay que descargar, dice Mercedes.

En esta mezcla de terror sofocado y sexo de motel, Mercedes es una protagonista activa que no cumple el rol de la mujer todo terreno, irrompible, sino al contrario. Mercedes es una extraordinaria investigadora, reconocida por sus superiores, pero su olfato y profesionalismo no le han arrebatado jamás lo que siente. A diferencia de otras mujeres detectives de hielo, esas que nunca muestran en público sus emociones, Mercedes las tiene a flor de piel, como medallas de casos anteriores que ostenta sin vergüenza. Mercedes siente y mucho, todo el tiempo, intensamente, y eso se agradece. Su mirada es la de una insider crítica, una policía amante de su oficio, pero que sin duda conoce bien el Chile que está pisando y ha aprendido a desenvolverse en un medio dominado por los hombres.

En paralelo a la escalofriante historia policial de La mujer del río avanza también el otro relato, esa radiografía de un momento, en un país; un abrir y cerrar de ojos en las vidas de un grupo de infieles y corruptos que, en contradicción con los tiempos que corren y con la sangre que se derrama, sólo aspiran a encontrar la verdad y un poco de amor.

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