En todos los libros de Eduardo Halfon, está la concepción de huida. Todos los personajes no son de ningún lugar, son nómades que atraviesan distintos parajes no sintiéndose ni de allí ni de allá. Viven con una identidad difusa que habita entre los límites de la nada. Son guatemaltecos pero no se sienten guatemaltecos, son judíos pero tampoco lo sienten. El desarraigo como una extraña forma de vida.
Hay un capítulo de Tarántula que, en conceptos de Alberto Laiseca, podríamos definir como realismo delirante. Un grupo de scout que son guatemaltecos y rabinos, están en un campamento en las afueras de la gran ciudad. De un momento a otro, los instructores se transforman en militares nazis y los golpean, torturan y humillan. Hay un simulacro de un campo de concentración en el que deben sobrevivir de la forma que sea. Años después, un narrador adulto se encuentra en Berlín con el líder de tan cruento experimento. El encuentro de dos puntos de vista, la narración del horror en roles y procesos .
Eduardo Halfon trabaja con la autoficción. Sus libros encajan dentro de este género narrativo. Las referencias a su abuelo son múltiples y los cruces familiares funcionan como el gran eje de su obra. No obstante, no estamos hablando de un ombliguismo posmo y vacío, por el contrario, hay un vínculo con la historia de Guatemala que resulta necesaria para la región. El nexo entre familia y violencia política es el túnel al que siempre lo desborda una historia mayor.