Campana de Gauss. Media. Promedio. Todas palabras que conducen a normalidad; concepto que nos encuadra y limita la existencia desde antes de nacer. Escuchamos bocas «expertas» vociferando: «eso es lo normal» ¿Pero cuestionamos la consiga a la inversa? Desde un lugar femenino podríamos pensar ¿Es «normal» que exista una pauta para nuestras vidas? De serlo ¿Qué parámetros responderían a ella? ¿Qué hechos la infringirían?
En términos filogenéticos tenemos un patrón ineludible de lo esperado para cada etapa del ciclo vital, no hay duda de aquello. Sin embargo, llevamos a cuestas el deber ser que nos configura desde temprana edad, un imaginario de cómo debemos ser mujer. Un conjunto de pautas rígidas y estereotipadas que no dan cabida a ninguna forma distinta de habitar el cuerpo y el espacio. Todo lo que se desliza por el borde es raro, anormal. El presente entrega pocas o nulas señales que las etiquetas de «puta», «mala madre» o «loca» dejen de atribuírsenos por recorrer caminos distintos a los impuestos.
Si hace 60 años teníamos manuales de cómo ser una buena esposa, ahora los hay de cómo ser una gran mujer. Una venta de libertad y empoderamiento, que debemos alcanzar llevando a la práctica amigables tips. Nos vuelven a ofrecer una «nueva normalidad» la que nos perpetua como un bien de consumo de un sistema que nos quiere conformes y obedientes.
Continuamos en la rueda de hámster. Pasamos la vida o una parte de ella conciliando nuestra existencia con un mundo construido por otros y para otros. Uno que vigila silente que nuestros actos estén dentro de lo correcto, lo luminoso. La normalidad no da cabida a la oscuridad. Ahí no hay normas para obedecer.
De aquella incompatibilidad entre la vida que tenemos y la que debemos nos habla Clara Muschietti en La vida normal, logrando evidenciar ese sentir incongruente; «Te ponen en el mundo y no te enseñan algunas cosas, y así vas con lo aprendido. Y de golpe pareciera que hablas otra lengua. Te miras al espejo para entender y ninguna de las partes de tu cara tiene respuesta».
Es momento de traspasar la línea. Que nuestro cuerpo y experiencia se apropien de lo anormal. Descubriremos que ese lugar vedado tiene más claridad que uno permitido. Ahí no existe soberanía sobre nuestros territorios.