«No espero, te espero,
Tengo tiempo que quemar»
Narciso, Fuego en Cairo
Desde los márgenes, Zonas de peligro (2024), se construye como un texto combustible cuyos vestigios marcan los límites de una ciudad en llamas. El ojo que todo lo observa, que bien podría ser el sol —aunque no una divinidad bondadosa- se aparece en algunos de sus poemas: «Una última bondad lo ilumina todo / De rojo. / Por eso no me muevo. / Un ojo / (se puede ver) / Palpita rojo persiguiéndome por la calle»; como también podría significar la sangre que recorre página tras página en esta ciudad peligrosa. Zonas de costado, calles y lugares que no reivindican la centralidad sino todo lo contrario: una oda al margen, a lo limítrofe. Lugares como la Plaza (27), el Hotel King, Orompello -que además nos remite al personaje que lleva su nombre, primo de Tucapel; personalidad que une lo brioso, como esta ciudad incombustible, con lo manso de lo predecible de lugares polvorientos-, el Yugo Bar y las innumerables menciones a las z00onas de peligro. ¿Qué son todos estos lugares? Fragmentos, partes, huesos de un esqueleto mayor que es la ciudad de Concepción. Una de las ciudades más grandes y urbanas de Chile, pero que, curiosamente, aquí se nos presenta desde lo subalterno, desde la mancha en la tela y no desde el tejido mismo.
La ciudad se compone a partir de sus lugares, donde habita la prostitución, el trago, la sensualidad del cuerpo: «La retórica el fragmento la parte / el par sin cara de tetas pegándote en / la espalda en el pasillo húmedo de la mi- / cro el líquen orgánico el lirio / vaginal el deseo escociéndote las heri- / das las señales las marcas por aquí (…) tus ojos tu culo tus ideas tus ganas / la retórica es el mito». Una sensualidad que desborda y que, por lo mismo, nos lleva a lo limítrofe, tanto topográfico como en la carne de sus habitantes. Nos lleva al deseo, de querer penetrar ese bar, ese hotel, de querer conocer esa zona de peligro que parece invocar un fragmento que sólo puede ser superado por la retórica. En pocas palabras: una espacialidad cárnica que sólo puede ser superada por los mismos límites del poema.
¿Hacia dónde nos lleva Zonas de peligro? Hacia lugares nuevos pero conocidos, a una ajada Concepción que, por vez primera, vemos desde otros ojos, los ojos enturbiados de una ciudad fúrica, casi de fuego: «A medida que te alejas del centro y te adentras en Orompello / los incendios disminuyen y el fuego / se concentra en cinco o seis focos de un rojo profundo» (55).
El final, por su parte, aludiendo a Baudelaire, al flaneur por experiencia nos remite nuevamente a la idea del incansable caminante que hace no su camino al andar sino al quemarlo, aquel cuya huella es el vestigio del fuego. Sólo quedan vestigios de ese horizonte limítrofe cuyo fuego no remite sino al peligro. El hablante flaneur que se pasea por las calles polvorientas y corpóreas, cárnicas de Concepción, que no alcanza a dibujar, en su fugacidad, el panorama. Todo pasa tan rápido que no logramos captar el sentido: «pero no pudimos fotografiar / ni un ápice del espectáculo» (74). Sólo nos queda el límite, la última calle donde todo termina, o donde quizás todo empieza.
Zonas de Peligro de Tomás Harris (2024, Editorial Oso de Agua).