Clarice Lispector nació en Ucrania con el nombre Chaya Pinjasovna Lispector. Cuando era pequeña, emigró con su familia a Brasil, espacio en el cual se
formó como artista y escritora.
Siempre hemos visto al país carioca como un «continente» que tiene sus propias reglas y construcciones, sin embargo, Lispector pudo alojarse en el imaginario cultural de críticos, escritores y lectores, teniendo su narrativa un impacto directo en la literatura latinoamericana del siglo XX.
El Fondo de cultura económica acaba de publicar sus cuentos completos. Traducido por Paula Abramo, tenemos ante nosotros un imperdible que no podemos pasar por alto. En 85 cuentos hallamos vanguardia, experimentación y ritos anclados en las estructuras de lo convencional.
Los relatos de Lispector tienen distintas variables y momentos. Hay una hibridez que desarma tópicos y mecanismos de escritura, exponiendo diversas formas de trabajar que no responden a ningún estímulo inicial. Por un lado tenemos cuentos aristotélicos con un claro inicio-desarrollo-final, sin embargo, también están aquellos que confundidos entre poesía y prosa se ensartan en lo críptico para no dejarse ver.
Son dos los cuentos que se alojaron en mi cabeza. «Mineirito» narra la muerte de un joven asaltante que fue acribillado con 30 balazos. Una narradora que se encuentra en su casa escucha cada una de los disparos, reflexionando sobre la impunidad de toda violencia policial.
El segundo cuento es «Feliz cumpleaños». Si bien también puede ser leído como una fábula para niños, el escenario es una reunión familiar que busca celebrar los 90 años de una abuela. Cada integrante tiene formas de ver y entender el mundo, adueñándose de verdades desde la pequeñez de todo ombliguismo.
Lispector sigue presente. Vuelve a nosotros una y otra vez, nunca envejeciendo y haciéndose cada día un poquito más grande.