Domingo, Enero 12, 2025
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Crítica literaria «Nosotros en la arena»: Diseccionando el duelo y las relaciones familiares

 

Por Juan José Jordán

 

La primera novela de Francisca Izquierdo se centra en Sara y el reciente fallecimiento de su padre. Está de vacaciones con su familia en una playa del sur, en ese estado de anestesia y distancia que implica el dolor profundo. Pero a pesar de estar acompañada, en realidad el proceso del duelo lo vive sola. Max, su marido, demuestra no poder salir de su rol de hombre de acción y se descompone con ver que su mujer no quiera socializar; sus hijos Pedro e Isabel están metidos en sus asuntos de estudios y corazones rotos. En el fondo, la lágrima propia termina aburriendo y por eso Sara quiere que por último la dejen tranquila, pero no la tiene fácil.

A lo mejor, producto del trance que atraviesa, mira todo con distancia. Sus cercanos le parecen hipócritas, todo al final es una vitrina de vanidad potenciada por las redes sociales, con frases de condolencia que se pronuncian solo para cumplir con el Manual de Carreño.

Una foto le permite tener contacto con una parte de la vida de Ismael, su padre, de la que no sabía mucho: cuando fue a estudiar un postgrado en arquitectura a New York y por un tiempo pudo escapar de lo que la sociedad y la familia esperaban de él. Conoce a una mujer con quién descubre el sexo libre y descomplicado y, lo que era impensado en el Chile de aquella época, conviven. Está feliz, la vida tiene otro ritmo en esa ciudad donde siempre pareciera haber «olor a café recién hecho». Pero llega un punto en que las tensiones llegan a un límite. Un compromiso urgente lo obliga a viajar solo a Chile, lo que será la excusa para establecerse definitivamente en el país y comenzar a buscar pareja. Casi como sucede en las películas de mafia, la familia se presenta como una fuerza opresiva de la que es muy difícil salir, una red de relaciones que entrega contención y afecto, pero que también coarta y limita el desarrollo. Este dilema entre libertad y deber familiar atravesará a los personajes y en especial a los padres de Sara, Ismael y Elena, cuyas vidas se desarrollan en una época que no miraba con buenos ojos que la gente se alejara del camino trazado con antelación.

El vacío y la tristeza no pueden ser combatidos con el lenguaje, una infinidad de detalles de la interacción se pierden, como señala Izquierdo: «Los libros también pueden servir para mentir. He leído frases que sostienen que nuestros muertos se quedan en uno, que siempre los llevamos ahí. Y es mentira, solo quedan fragmentos de ellos en el interior; hay cosas que se pierden para siempre. Cosas como esa calma melancólica y tibia con la que mi padre me rodeaba. Y es que entre sus idas y venidas, yo contaba en el día a día con su presencia serena y segura en la casa, tenía ese espacio». Por más que se le haga el quite de mil maneras, llega el momento en que se debe interactuar con el hueco que alguien ha dejado en la mesa. Nada nuevo bajo el sol pero al mismo tiempo nada más nuevo, porque quizá nunca se está preparado para la muerte de los cercanos.

Hay un retrato poco idealizado de la relación madre-hija, pocos vínculos están tan presos de ideas preconcebidas. La mirada de Francisca Izquierdo viene a llenar un hueco, a completar una parte que faltaba en el análisis. Aunque con un registro menos demoledor, en ocasiones se puede emparentar al Huellebeq de Serotonina, por la forma desencantada en que se aborda esta temática. Acá, al igual que en la novela del francés, las madres son vistas como personas que pueden incurrir en los vicios del narcisismo, poniéndose en primer lugar y, en definitiva, dañar al resto. Esta mirada termina siendo un buen modo de rendirle homenaje a la madre: devolverle la opción de la humanidad, sacándola de ese altar en que, por lo demás, no eligió estar.

Pero no hay resentimiento hacia ella. No hay odio. O al menos, no todo el tiempo. Finalmente logra conectarse con la persona dañada y vulnerable de su mamá. Elena fue una niña ordenada y obediente, siempre disminuida por la figura de su hermana Alma, una niña exuberante y eterna favorita que siempre jugaba en los límites. Pero más adelante cambia; a pesar de sus esfuerzos por llevar adelante un buen matrimonio, dándole un hogar acogedor a los niños, por alguna razón comienza a engañar a Ismael. A lo mejor era la rectitud de su marido ante la que se sentía disminuida, un deseo de vivir una sexualidad más allá de las restricciones familiares; las decisiones siempre tienen mucho de misterio. Finalmente deja a su familia por Javier, un hombre que le habla desde su auto en una luz roja.

A partir de la separación, Ismael representará la seguridad del hogar y los horarios regulares, con su madre será un espacio donde no era tan clara la idea de hogar ni que los niños estuviesen considerados. Es por eso, a lo mejor, que la relación con su papá nunca estuvo seriamente dañada y para Sara no representó una contradicción o un problema acompañar a Ismael en sus últimos momentos. No tuvo que obligarse a entender su pasado para querer acompañarlo.

Elena cultiva una relación tirante con Sara, siempre con la recriminación a flor de piel. Con el pasar de los años, cuando termine la relación con el galán del semáforo, se acercará a la religión de forma un poco fanática. Llenará su departamento de imágenes piadosas, tratando de dejar en claro que ahora que vio la luz es una persona renovada. Suena un poco a cuento y que más bien es un modo para relacionarse con su culpa, pero a ella le hace sentido y lo cree firmemente.

Hay desaliento y tristeza, con especial énfasis en el último párrafo, en donde se hace una especie de proyección difícilmente más pesimista para el porvenir de la humanidad y el planeta. Pero antes que llegue la hecatombe, que se señala con un tono un poco excesivamente certero como si se estuviera leyendo el futuro, habría que aprovechar de vivir. Uno se pregunta si ante un panorama así alguien seguiría teniendo ganas de sentir el fresco del atardecer o disfrutar de una puesta de sol, si de todos modos en algún momento las horas se volverán desesperación, como apunta la narradora, una imagen angustiante que remite a una persona agonizando atesorando los últimos instantes. Pero como decía Chico Trujillo Lo que hay vivir hay que vivirlo, experimentar la emoción no siempre es bonito, pero permite sentir un cable a tierra.

Nosotros en la arena es una novela que disecciona el duelo y su estela de forma profunda. Construida a partir de una mujer, psicóloga de profesión, que prefiere mirar sin idealismo y el consecuente desengaño, logrando un modo consistente para empatizar con el mundo del otro, sin juicios. Nadie es dueño del dolor; la autora pareciera querer decirnos que escuchar al otro nos hace entender que nadie lo pasa demasiado bien. Flaco consejo que se le hace a quien padece una pena, pero al menos se podrá llorar con el vecino.

 

FICHA TÉCNICA

Título: Nosotros en la arena
Novela
Autor: Francisca Izquierdo
Idioma: Español
Editorial: Zig Zg
N° páginas: 224
Encuadernación: Tapa Blanda
Dimensiones: 23cm x 15cm
ISBN13: 9789561237513

 

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