Por Gustavo Bernal
No es fácil escribir desde la puerta de salida de prisión. Porque imagino que es como estar desnudo en medio de un bosque y no saber que mierda hacer. Pero debe ser mil veces más difícil atravesar la puerta cuando vas entrando, y dar esos primeros pasos en la galería final, sin retorno, donde tendrás que dormir en el suelo si es necesario, comer lo que sea, cagar de pie, pelear por tu vida y básicamente, intentar sobrevivir; y ver las caras de todos analizándote como un vil venado temeroso, asustado por los depredadores de una selva entre rejas, ver que en sus miradas y gestos traen más odio y locura que toda la que pudiste conocer en tus peores días. Pasas una reja, dos rejas, seis rejas y crees que nunca podrás volver atrás y abrir en libertad esos candados perturbadores. El olor es nauseabundo, los gritos hacen eco en tu mate como si tuvieras una hectárea de cabeza sin surcos de arado y rebotan los silbidos, y oyes alaridos de hienas hambrientas y perros con rabia que no existen; ves humanos de todo tipo, de todas las etnias, especies, razas, submundos. Suena reguetón antiguo y brígidas salsas cocainómanas. Es tarde y de las galerías de cinco pisos cae papel de diario encendido en tiras y picadillos. La escena es dantesca. Esta es la historia del Filcolin, que como siempre decimos con mi querido amigo y hermano Claudio, “fue una persona bien parida, que nació como todos, por donde mismo, con una mamá que le dio teta y que la vida misma doblegó con su escandalosa naturaleza torcida”. Se podría decir que El Filcolin guarda y tiene buenos sentimientos, pero claro, con media docena de finaos que, por defensa, revancha o simples disputas, se había mandado al pecho, es casi imposible decirlo, pues el Filcolin no era un santo ni por si las moscas. Es similar a meter la mano al dulce enjambre de abejas de lo alto del árbol, y esperar salir ileso, sin picadura alguna.
El Filcolin es una novela cruda, que establece con sangre y fuego su dejo vehemente y firmeza en un estilo a toda prueba: muchas veces también con tonos emocionantes, humorísticos y melancólicos. Es una historia poderosa y conmovedora. En la medida que sus páginas van siendo caminadas se puede advertir la dureza del ambiente, de las calles fuera y dentro de la cárcel, y también de las dificultades que enfrentan las personas sin hogar. Si tuviéramos que darle un contexto al problema central o a los desafíos que afrontan los personajes, estos pueden ser la lucha por la supervivencia, la búsqueda de un lugar seguro para dormir, tener algo para echarle a la guata, y al cerebro, la superación de adicciones que siempre se presentan como una eterna trampa sedienta de neuronas o el intento abrumador y final, de reconstruir sus vidas. Ninguna de las opciones anteriores estaba realmente al alcance. El Filcolin y la Ñoco Ono después de conocerse pasaron la noche juntos en una pieza y sintieron el calor seudo humano del otro. Ambos intentaban empatizar y comprenderse. Para el Filcolin un día era igual a cualquier otro en la ciudad, pero también ese nuevo día significaba un nuevo comienzo. Después de años tras las frías rejas de la prisión, finalmente había recobrado su libertad.
Con su vieja mochila colgada del hombro, Filcolin caminaba con paso vacilante por las aceras de la ciudad, intentando orientarse y recordar cómo era la vida antes de estar cautivo tanto tiempo.
Mientras caminaba, una mezcla de emociones lo invadía: la ansiedad por enfrentar el mundo que había dejado atrás, la esperanza de construir un futuro mejor y el temor a no encajar en la sociedad que ahora lo rodeaba.
Los ojos de Filcolin se encontraron con los de la Ñoco, y por un instante, en esa mirada silenciosa, el tiempo cobró sentido. La mujer parecía leer las cicatrices de su pasado, comprendiendo sin juicios las batallas que había librado.
La Ñoco Ono lo trató bastante mal y a toda costa quería que le comprara su mercancía para poder comprar algo de solvente u desconectarse de la realidad. Aunque las palabras de la mujer eran ásperas, Filcolin no se dejó intimidar. Intentó ignorar el desprecio en sus ojos y preguntó tímidamente sobre los objetos que ofrecía. La mujer, con una risa amarga, le mostró una colección de baratijas sin valor, insistiendo en que debía comprar algo si quería recibir algo de su tiempo.
Filcolin comprendió que la mujer luchaba contra sus propios demonios, y la necesidad de obtener dinero para sus adicciones la había convertido en una persona despiadada.
La libertad que tanto había deseado ahora se veía ensombrecida por la realidad de la calle, donde cada paso sería una lucha por encontrar su lugar en un mundo implacable.
Así, Filcolin se adentró en las sombras de la ciudad, sintiendo el peso de sus propias batallas mientras trataba de encontrar un rayo de esperanza en el camino incierto que tenía por delante.
Con los días, El Filcolin se ofreció ayudarla y juntos se fueron a la playa. El sol comenzaba a ponerse en el horizonte, tiñendo el cielo con cálidos tonos anaranjados. Fue quizás, ese día, cuando Filcolin decidió tomar una decisión que cambiaría su destino. A pesar del trato frío y despreciativo que había recibido, no pudo apartar de su mente a la Ñoco. Al llegar al litoral, con los pies en la arena y la brisa del mar acariciando sus rostros, había llegado a sus vidas una sensación de renovación.
A medida que caminaban por la playa, compartieron risas y lágrimas, dejando atrás el peso del pasado y abrazando el presente lleno de incertidumbre. Después de lo que pareció una eternidad, Filcolin se detuvo y observó cómo el último rayo del sol se sumergía en el horizonte, dando paso a una larga noche estrellada. Esa noche, en la playa, nació una amistad inesperada y poderosa, y mientras las olas continuaban su eterno vaivén, Filcolin y la Ñoco se dieron cuenta de que, quizás, habían encontrado en el otro el refugio que tanto anhelaban, en un mundo donde la compasión y la esperanza podían florecer incluso en los lugares más oscuros.
De repente, todos los zoológicos imaginarios dentro de sus cabezas cobraban vida y se desataba una furia incontrolable.
La calma del mar se desvanecía ante la ira de estas bestias. Ambos intentaban controlar esta furia desatada en sus interiores, mientras que, otros días, todo se iba a la mierda, y aunque trataban de evitar la aparición de este enfermo zoológico mental para evitar posibles daños a sí mismos y a los demás, no se podía evitar que la bomba y las llamaradas y esquirlas del lenguaje incendiaran todo a su paso.
La revelación de que Filcolin es un artista y, a su vez, un asesino, añade una intrigante complejidad a su personaje. Esto abre la puerta a una trama llena de giros y conflictos, que puede explorar las contradicciones y dualidades que habitan dentro de él. La vida de Filcolin es un delicado equilibrio entre su lado artístico, que puede reflejar su sensibilidad y creatividad, y su oscuro alter ego como asesino, que representa sus instintos más oscuros y destructivos. Estas dos facetas pueden llevarlo a enfrentarse a dilemas morales y a lidiar con sus propios demonios internos.
Por otro lado, su vida como asesino lo sumergiría en una existencia clandestina y peligrosa. En esta doble vida, se la pasa ocultando su verdadera identidad para evitar ser descubierto por las autoridades. Los remordimientos y el peso de su pasado pueden perseguirlo constantemente, amenazando con desestabilizar su lado guanmornai artístico y su cordura.
La novela ofrece una mirada profunda a la complejidad del ser humano y cómo nuestras acciones pueden estar influenciadas por diferentes facetas de nuestra personalidad. A través del Filcolin, los lectores pueden reflexionar sobre la naturaleza del bien y el mal, la redención y el propósito de la creación artística en medio de la oscuridad.
En definitiva, la historia del Filcolin es un mosaico complejo y cautivador que tiene como objetivo enfrentar las expectativas del lector y que esto mismo lo lleve a un viaje emocional y moralmente ambiguo, pues su ambigüedad también puede reflejar las complejidades y contradicciones que todos llevamos dentro. Como seres humanos, estamos formados por una mezcla de virtudes y defectos, y en esa duplicidad es donde reposa la verdadera riqueza de la personalidad. En rigor, el Filcolin puede ser explorado a través de sus acciones y decisiones. En un momento puede mostrar empatía y compasión hacia otros personajes, mientras que en otro puede tomar decisiones egoístas o dañinas, incluso macabras. Esta desdoblamiento puede hacer que los demás personajes y los lectores se sientan desconcertados y se pregunten quién es realmente Filcolin y qué impulsa sus acciones. Es también un viaje de autodescubrimiento y autorreflexión.
En última instancia, la complejidad de Filcolin como persona lo convierte en un personaje intrigante y realista, capaz de despertar empatía y cuestionamientos en los lectores. La novela puede explorar cómo las personas no siempre se definen por etiquetas de “buenas” o “malas”, sino que son seres complejos y en constante evolución.
La mesa está servida y pueden sentirse invitados a explorar cómo El Filcolin enfrenta estos desafíos, cómo lidia con sus miedos, demonios, ansiedades, locuras y cómo encuentra formas de mantener su humanidad y esperanza en medio de la adversidad.