Martes, Octubre 15, 2024
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Entrevista a Darío Oses: «Creo que hay formas suaves de hombría que pueden hacernos mucho más felices a los hombres»

 

«Creo que hay formas suaves de hombría que pueden hacernos mucho más felices a los hombres. Por ejemplo la ternura hacia los hijos, los nietos y los animales». (Darío Oses)

 

Por Ernesto González Barnert

 

Próximo a cumplir 76 años, conversamos con Darío Oses (Santiago de Chile, 14 de agosto de 1949) quien es un destacado escritor, editor y ensayista, investigador y periodista chileno. Periodista titulado por la Universidad de Chile, con un Diplomado en Crítica Cultural de la Universidad Arcis y un Magíster en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Chile. Actualmente es Director de la Biblioteca de la Fundación Pablo Neruda y profesor universitario. A lo largo de su prolífica carrera, ha ejercido diversos cargos en medios y editoriales. Además, ha sido un colaborador clave en proyectos editoriales. Fue guionista del programa educativo Teleduc y comentarista de libros en programas de televisión como El Show de los Libros y La Torre de Papel. En el ámbito literario, ha publicado diversas novelas y cuentos, entre ellos Machos tristes (1992), El viaducto (1994), Rockeros celestes (1992), etc. Con los que ha obtenido múltiples reconocimientos, como el Premio Academia de la Academia Chilena de la Lengua, El Premio de Novela Joven de la editorial Andrés bello y el Premio del Consejo del Libro y la Lectura, entre otros certámenes. Su labor en la Fundación Pablo Neruda, donde dirige la Biblioteca y Archivos, ha sido fundamental para la difusión y preservación del legado nerudiano, además de haber editado y prologado diversas obras sobre el poeta.

 

—¿Qué te motivó a convertirse en novelista, y cómo comenzó tu relación con la escritura?

El motivo es la posibilidad de crear mundos de ficción capaces de ser más interesantes que la vida real, que en general es reiterativa, llena de tiempos muertos e inútiles. La vida real no tiene estructura ni sentido. La novela sí puede llegar a tenerlos.

—¿Cómo equilibras tu rol como novelista, periodista y director de la Biblioteca Pablo Neruda?

El rol de periodista ya casi no lo ejerzo. El de novelista, está en sueño. El rol de encargado de la Biblioteca, al desplegar una cantidad de literatura de todos los tiempos y géneros, de alguna manera me muestra la inutilidad de escribir más. Mi condición de paciente siquiátrico me ayuda a asignarle valor a lo inútil.

—¿Cuáles son los temas recurrentes en sus novelas y cuentos? ¿Por qué te atraen estos temas?

—Mi tema es el del apocalipsis que se manifiesta principalmente en la autodestrucción del género humano. Me atrae por  lo problemático que es el contraste entre el instinto de conservación del individuo humano y lo tanático  que de la especie humana. Sin embargo, últimamente se manifiestan también distintas formas de auto inmolación individual, por ejemplo en la adicción a drogas tremendamente eficaces para hombres y mujeres.

—En tu novela Machos tristes abordas desde el título el tema de la masculinidad. ¿Qué reflexión personal te surgió al escribir sobre la virilidad?

Precisamente el ejercicio de la masculinidad es una forma de auto sacrificio, especialmente en el macho que aspira a ser dominante y a conservar lo más que pueda esa condición. Esta es una forma de suicidio porque el macho dominante tarde o temprano debe ser derrotado y humillado, por alguno de los jóvenes machos que quieren desplazarlo del trono. La hombría, tal como la conocemos, es agotadora, desgastadora y consume al que la ejerce. Creo que hay formas suaves de hombría que pueden hacernos mucho más felices a los hombres. Por ejemplo la ternura hacia los hijos, los nietos y los animales.

—¿Qué diferencias encuentra en la manera en que escribe narrativa y en la forma en que abordas la lectura de poesía?

La narrativa —como su nombre lo dice— al menos en su forma clásica es relato, historia, desarrollo y solución. La poesía, en cambio, es revelación. Me atraen más las propuestas híbridas en las que los límites entre cada género tienden a esfumarse.

—Muchos de sus cuentos y novelas han sido traducidos a otros idiomas. ¿Qué sientes al ver que tu trabajo trasciende fronteras lingüísticas?

No me parece que muchos de mis relatos hayan sido traducidos a otros idiomas. Solo uno que otro. También algún ensayo. Ahora, con los medios digitales, la traducción se ha extendido tanto, que no alcanza a constituirse en una frontera lingüística.

Entre tus novelas más conocidas, ¿cuál consideras que es tu obra más personal? ¿Por qué?

—Creo que es El Viaducto. Esto porque más allá de la inquietante simetría entre dos tiempos históricos que sucedieron con más de 80 años de distancia, está el problema del eterno retorno: la sensación de que el tiempo siempre está volviendo sobre sí mismo. Esto tiene inmensidades derivaciones físicas, literarias y metafísicas.

—Tu novela El Viaducto ganó el Premio Academia. ¿Cómo fue el proceso creativo detrás de esta obra?

—Se basó principalmente en la alternancia de una teleserie histórica que es contrastada con el presente del relato. En este ejercicio se van desplegando las coincidencias entre dos momentos y la insinuación de que el hombre está condenado a la persistente reiteración de sus errores.

—Has trabajado como guionista de televisión y comentarista de libros. ¿Cómo influyen estos trabajos en tu escritura literaria?

 —El trabajo del guionista se hace frecuentemente con instrumentos del género dramático. El relato se construye, por ejemplo, con estructuras dramáticas, algunas clásicas como la aristotélica o más recientemente la del viaje del héroe. Esto tiene el riesgo de que la estructura  quede a la vista y suplante otras exigencias, como la de darles vida propia a los personajes. Pero cuando se concilian los dos elementos y se aplican al género narrativo, pueden dar muy buenos resultados en términos de eficacia narrativa.

 —¿Qué papel ha jugado tu participación en talleres literarios como el de José Donoso en tu desarrollo como escritor?

Tuve la suerte de tener a grandes maestros de talleres literarios como Pepe Donoso, Enrique Lafourcade, Guillermo Blanco. Luis Domínguez y Martín Cerda. Y también a pares de los que recibí muchos aportes, como Marco Antonio de la Parra. Los talleres me ayudaron a romper un poco la soledad del trabajo literario.

—Como director de la Biblioteca y Archivos de la Fundación Pablo Neruda, ¿qué es lo más desafiante de preservar y difundir su legado?

—El desafío principal es conciliar la conservación de libros y documentos de valor patrimonial, con la difusión de los contenidos de ese material.

—Neruda es una figura literaria de gran influencia. ¿De qué manera ha impactado su obra en su propio proceso creativo como escritor?

No creo que Neruda sea una figura literaria que impacte en el proceso creativo de otros. Es un poeta muy leído porque a partir de un momento de su obra, se empeñó en escribir una poesía para el hombre y mujer comunes y corrientes. Hizo una poesía que pudiera entenderse sin necesidad de estudios críticos. De hecho no tiene seguidores, excepto  tal vez, Jorge Teillier. Pero ya los poetas de la generación del 50 eran, en buena medida, literariamente anti Neruda. Así por ejemplo Enrique Lihn opinaba que «el supuesto yo colectivo de Neruda suena las más veces como una inflación de su yo subjetivo». Y para Federico Schopf, la mayor parte de los autores de la Generación del 50 se interesaban más por el discurso delirante de Residencia en la tierra que aquel otro, el de Canto general.  Lihn declaraba que «es la expresión del lenguaje o la palabra poética en el lenguaje la que se quiebra en cierto punto de esta obra ( Residencia…)  y que no se pierde en la montaña retórica llamada Macchu Picchu ( …) revestida del relleno de los tropos que encandilan, pero no iluminan».

Neruda escribía no escribía para otros poetas y menos para los críticos. Se empeñó en hacer de la poesía un artículo de primera necesidad, como el pan, y en alguna medida lo consiguió.  Como narrador, me interesa especialmente la poesía de Neruda que tiene algo y a veces mucho de relato de ficción y también de relato histórico.

—¿Cuál es su visión personal de Neruda como hombre y como poeta? ¿Cree que su figura pública y privada están en conflicto?

—Es un personaje de enorme complejidad. Emerge desde un territorio con el que se había desarrollado un potente sentido de pertenencia. Era un mundo cerrado por paredes de árboles milenarios, por ríos torrentosos, por volcanes, y por un techo de lluvias que cerraban el cielo durante la mayor parte del año. Pero rompió ese  espacio que de alguna manera también era un cerco. Se abrió a la amplitud del mar, se instaló en el mundo como un personaje como poeta y político, y desde allí no dejó nunca de lamentar la pérdida de aquel territorio primordial. Creo que esa distancia a ese territorio y la carencia del mismo fueron traumas que nunca pudo resolver.

—En 2004 editó Cartas de amor de Pablo Neruda a Matilde Urrutia. ¿Qué aprendió de la relación de Neruda con Matilde a través de estas cartas?

 —Aprendí que en la dilatada duración de ese amor —desde 1949 a 1973— se dieron muchas modulaciones del amor pasional. Estas diversas manifestaciones del amor a lo largo del tiempo aparecen – desde luego con lenguajes distintos – tanto en algunos poemarios como en las cartas.   Los epistolarios pueden ser tan  reveladores como la poesía.

Es una lástima que hoy,  estos epistolarios, que en realidad se han convertido en un género literario, se hayan extinguido casi por completo, sumiéndose en la retórica funcional del correo electrónico.

—¿Cree que hay aspectos de la obra de Neruda que han sido subestimados o malinterpretados por el público o la crítica? (Sobre todo pienso esta pregunta  teniendo en cuenta tu mirada en el artículo «Muere Neruda»)

—Es ¡Muera Neruda! En el sentido de ¡Abajo Neruda! Otro aspecto de la complejidad del personaje es la inmensa gama que podemos encontrar en la recepción de lo que ha sido el poeta y su biografía. Esta gama va desde la condena total al panegírico también sobre inflado. Ha habido personajes que han dedicado sus vidas a condenar a Neruda. La mayor parte de las condenas se hacen ignorando completamente la información acerca de los contextos y circunstancias de los sucesos que dan lugar a las condenas.

Si se despeja la bruma de las pasiones simplificadoras, Neruda aparece como un personaje de su tiempo, con las virtudes y defectos de los hombres de su época.

Me parece que las condenas y los panegíricos a Neruda, derivan de una extraña condición del poeta,  que por alguna razón incógnita, atrae culpas por pecados que son propios de su época y que por haber sido naturalizados se hacen invisibles.

—¿Por qué en tu último libro alrededor de la obra de Pablo Neruda, llamado El poeta deslumbrado por el mundo, libro además bilingüe, elegiste hacer una antología de fragmentos antes que poemas?

—El título del libro desde luego alude a esa condición del poeta de descubridor el mundo desde una mirada,  y deslumbrarse con él

Desde niño el poeta vio en el bosque nativo, un lugar donde bullía  la vida diversa, tanto la vegetal como la de animales, insectos y pájaros, un mundo lleno donde todo estaba en cambio permanente y donde flotaban estímulos visuales, sonoros, táctiles. Un ingeniero seguramente se habría limitado a ver este paisaje en términos de pulgadas de madera y de retornos de su explotación.

En cuanto a por qué el fragmento en lugar de la totalidad de un poema, es para ofrecer otra lectura de la poesía, escogiendo trozos donde se concentran los significados que puede tener un texto poético. Es un ejercicio que podríamos resumir como el acto de buscar el aforismo que puede contener un poema.

—¿Qué significa para ti haber sido parte de programas de televisión como El Show de los libros y La Torre de papel?

Fue un intento por expandir el interés por la literatura y en general por la cultura, recurriendo a los medios de comunicación que se veían como enemigos del libro. El asunto es difícil. Se dice que si se hace buena televisión es inevitable que se haga mala cultura, y viceversa: con buena cultura no se puede hacer sino mala televisión. A pesar de todo se lograron resultados interesantes. Ahora la distancia entre el libro y otros productos digitales, como el videojuego, es totalmente insalvable.

—¿Cómo influye tu formación en crítica cultural en la manera en que analiza las obras literarias que comentas?

Solo rara vez recurro a la mediación de aparatos teóricos para comentar libros. Prefiero el contacto directo con el texto. Ahora, me parece que la crítica cultural puede tener más utilidad para el examen de la sociedad que en el de la de obras literarias. Para una tesis sobre Neruda lector, usé la teoría de la recepción y la historia de la lectura, creo que con buenos resultado.

—A lo largo de tu carrera, has recibido varios premios importantes. ¿Cómo han impactado estos reconocimientos en tu vida y en tu escritura?

La lectura y escritura de obras literarias son actividades solitarias. Para mí, algunos de los peores momentos de angustia son aquellos en los que después de un trabajo de escritura ardua, al llegar a la página 450 y final de una novela, sobreviene la duda en cuanto a si todo lo que has hecho podría ser inservible y pasar totalmente inadvertido. Un premio es una leve señal de reconocimiento del mundo exterior, señal de que el tiempo y la energía que le dedicaste al libro podrían tener algún sentido para el mundo exterior.

 —¿Qué influencia tuvieron autores como Martín Cerda y Enrique Lafourcade en su desarrollo como novelista?

—Martín Cerda fue un gran maestro de la crítica y el ensayo. Enrique Lafourcade fue apoyo enorme cuando empezaba a escribir y recuerdo con gratitud su generosidad para con los autores novicios. Pero también hubo otros maestros iniciadores: Pepe Donoso y  Guilllermo Blanco, entre ellos. Y otros que fueron pares que actuaron como maestros, entre ellos Marco Antonio de la Parra.

—Ha sido jurado de varios concursos literarios. ¿Qué busca en las obras de los nuevos escritores cuando evalúa su trabajo?

Bueno, a los concursos concurren no solo autores jóvenes, también los viejos, maduros y novísimos. Cosas en que reparo: la construcción de personajes; el desarrollo argumental; la consistencia total de la obra; la redondez de la misma, y  la invisibilidad del autor. Ahora, hay novelas que aun saltándose todo lo que he expuesto, son dignas de los mejores premios.

—¿Qué desafíos has enfrentado al compaginar tu trabajo en el ámbito editorial con tu labor creativa como escritor?

Me parece que para juzgar y corregir una obra literaria, hay que despojarse de la manera en la que uno haría el libro que tiene que editar. Por lo tanto, hay que dejar la labor creativa a un lado, y tomar la distancia necesaria para enfrentar críticamente el trabajo de otro autor.

¿Qué consejos les daría a los jóvenes escritores que están comenzando a abrirse camino en el mundo de la literatura?

—Les diría que no sufran porque no reseñan su libro en ninguna parte, o porque les hicieron una crítica demoledora, o porque no ganaron tal o cual premio, o porque sí lo ganaron y a partir de entonces los envidian, o porque fue su peor enemigo  el que ganó el premio, o porque los ningunean, o porque sospechan que el concurso estaba arreglado, o porque después del panegírico que armaron los presentadores del libro nadie volvió a hablar de su libro, etc. Les recomiendo que no consideren su o sus libros como hijos, de manera que quién hable mal de él se convierta en enemigo irreconciliable. Les aconsejaría que no cultiven odios contra otros autores. También que tengan un gato y cultiven la amistad con él, así se darán cuenta de que un gato es infinitamente más interesante que el mejor libro que puedan escribir.

—Mirando hacia el futuro, ¿qué nuevos proyectos literarios tienes en mente? ¿Hay algún tema o género que aún no ha explorado pero que te gustaría abordar?

No miro al futuro porque creo que ya no tendremos futuro sino final. El tema lo tengo claro: el apocalipsis, el fin de la humanidad, la emergencia de otras especies candidatas a convertirse en dominantes. Pero no sé por dónde agarrar este tema magnífico. De cualquier forma ya la escritura para mí es un ejercicio para retrasar la demencia senil. No para publicarla.

—¿Qué libros recuerdas haber leído en tu infancia o adolescencia que te marcaron como lector y como escritor?

—El gran Meaulnes, de Alain Fournier. Magnífica novela sobre lo que se pierde irremediablemente en la vida. Es decir el paraíso del que a cada minuto estamos siendo expulsados para siempre. El mismo autor se perdió en la Primera Guerra Mundial. Nunca se supo de él. Por eso no escribió otros libros. Jorge Teillier también fue admirador de esta obra. Esto contribuye a la admiración que tengo hacia Teillier.

¿Cuáles son los autores contemporáneos que más te interesan y por qué?

Bueno, ya nombré a Teillier. Porque su obra poética construye la fatalidad de la pérdida de espacios, personas y paisajes, no con la distancia con que lo hace Proust, pero sí con una sensibilidad mucho más viva y dolorosa. En sus poemas la nostalgia duele. Me interesa también Ernesto Sábato especialmente por su novela Sobre héroes y tumbas, a la que vuelvo cada cierto tiempo. Borges porque reescribe la enciclopedia en forma  de relato. Y una autora reciente: Mariana Henríquez, que ha revivido la novela gótica. Creíamos que después de las atrocidades que ha cometido el hombre, cualquier libro de terror parece un cuento infantil. Henríquez introdujo el horror real —en su caso el de la dictadura de los militares argentinos de los 80 y 90— en hechos reales y contemporáneos. También me interesa la épica moderna, como La guerra y la paz.

Si pudiera recomendar tres libros que considera imprescindibles, ¿cuáles serían y qué los hace especiales para ti?

—Ya mencioné El gran Meaulnes, por reactualizar el mito del Paraíso perdido.  El obsceno pájaro de la noche, de José Donoso, porque lleva motivos de la narrativa criollista, mundonovista y realista social chilenas, a una propuesta literaria más compleja. Finalmente Cien años de soledad, por su encanto.

—¿Tienes algún género literario favorito o uno con el que disfrutes especialmente sumergirse como lector?

—La novela río francesa, son obras narrativas extensas,  imponentes, en varios tomos. He leído Juan Cristóbal, de Romain Rollain; Los Thibault, de Roger Martin du Gard ; En busca del tiempo perdido , de Proust; tomos saltados de los 26 tomos de  Los hombres de buena voluntad, del poeta Jules Romain, y Los caminos de la libertad de Sartre.

¿Hay algún autor que te haya influenciado particularmente en su estilo narrativo o en tu manera de abordar la escritura?

—Erik María Remarke, no por su novela más conocida, Sin novedad en el frente, sino por Tres camaradas. Nunca he visto mejor trabajado, en una novela más bien breve, un fenómeno histórico que es el de la llamada Gran Ilusión, que fue la esperanza en que las atrocidades de la Primera Guerra Mundial impedirían que hubiese más  guerras en el mundo.

—¿Un libro que no pudiste terminar de leer?

—La montaña Mágica, de Thomas Mann.

—¿Un libro que te hubiese encantado escribir?

—Doctor Faustus,  de Thomas Mann.

—Podrías dejarnos un cuento, párrafo, fragmento de tu obra, Darío, para los lectores: 

Aquí va: es de una de esas novelas que permanecerán incompletas,  inéditas y sin nombre:

 

 El vapor que los hombres despedían  por la boca y la piel formaba una nube viscosa: el aire parecía traspirar mientras la noche caía sobre Extramuros. El sol artificial se había encendido pero su luz, empañada por la niebla, dibujaba sombras tan débiles que no parecían corresponder a los sólidos hombres que las generaban. La pelota volaba y latía como un oscuro corazón que imprimía su ritmo al partido.

Los jugadores se esforzaban por mantener la pelota en el aire: si tocaba el suelo los dos equipos perdían y el mundo era derrotado porque podía desatarse la cólera del sol, del verdadero sol, como había ocurrido ya en otro tiempo, a pesar de que entonces  al que dejaba caer la pelota lo decapitaban y el juego seguía, y la cabeza recién cortada se usaba como balón. De esa forma podía aplacarse la furiosa combustión del sol, del poderoso sol que ahora nadie podía ver, aunque seguía ardiendo en lo alto, muy por encima del techo de duras nubes tóxicas que aplastaba y protegía a La Ciudad.

En el juego de la pelota, también llamado fútbol salvaje, se enfrentaban la agilidad con la fuerza bruta, la danza con  la guerra, la vida con la muerte, y se escenificaban las tensiones que mantenían en movimiento al universo.

Había tres tipos de jugadores: los “machetes”, sólidos y pesados se encargaban de parar a los “laucheros”, livianos, flexibles y veloces. Los mejores podían convertirse en “virtuosos”, que  movían  el balón con maestría  mientras avanzaban escoltados por sus compañeros encargados de mitigar la violenta marca de los rivales.

Un “lauchero” llegaba a ser “virtuoso” solo después de caer en trance y sentir  que era parte del movimiento celestial de los planetas, y de la caprichosa palpitación de las partículas  en los estratos más oscuros de la materia. De ahí en adelante el “virtuoso” podía correr por la cancha con la naturalidad con que lo hacía el viento.

Este deporte, que se practicaba en las zonas marginales de La Ciudad, era al mismo tiempo un rito desesperado para restaurar la armonía entre el orden cósmico con el de la Tierra, porque en este planeta ínfimo, hombres soberbios y máquinas enloquecidas habían impuesto su propio ritmo caótico a la existencia. Así la Tierra terminó  por convertirse en una especie de foco purulento, que si bien era cosmológicamente insignificante, podía propagar lenta y sostenidamente su infección al menos a una parte del universo.

 

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