Martes, Octubre 15, 2024
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Entrevista a Sergio Rodríguez Saavedra:«Todo interior es remolino»

 

Por Ernesto González Barnert

 

Sergio Rodríguez Saavedra (Santiago de Chile, 1963) es poeta y crítico literario. Entre sus obras destacan los poemarios Suscrito en la niebla (1995), Ciudad poniente (2000-2002), Memorial del confín de la Tierra (2003), Tractatus y mariposa (2006), Militancia personal (2008), Centenario (2011), Ejercicios para encender el paso de los días (2014), Patria negra patria roja (2016), Días como peces (2020) y Materias en tránsito (2023). Además, ha publicado antologías como Nombres propios (Madrid, 2017) y Antología de agua y hueso (Popayán, 2018). Su obra ha sido reconocida en diversos certámenes nacionales, obteniendo el primer lugar en el Premio Nacional Eduardo Anguita (2008 y 2010), el Premio Letras de Chile (2014) y el XV Premio Stella Corvalán (2019), entre otros.

Sergio Rodríguez Saavedra es un escritor que permanece en constante alerta ante el lenguaje de su entorno, atento tanto a las experimentaciones locales como a las tendencias nacionales e internacionales. En cada libro, crea un entramado que, sin perder su propia voz, recoge memorias, reconstrucciones y búsquedas personales. Su poesía se caracteriza por la creación de estructuras que conectan con diferentes puntos de fuga, logrando un equilibrio entre lo íntimo y lo colectivo, la observación del presente y la historia chilena.

Para él, la escritura es un desafío que le permite comprender la vida y la sociedad en las que habita. Se mueve entre la captura efímera del tiempo y la memoria, navegando desde el prisma modular de una familia que se desmorona periódicamente y su experiencia de la dictadura militar, un periodo que lo marcó profundamente, asunto transversal a la poesía castellana escrita en Chile en estos años, con desiguales resultados eso sí entre los que hacen aquí campamento base. Por supuesto, no es el caso de un artesano de la poesía como es Sergio Rodríguez Saavedra, que bien cultivado en la tradición, sabe mantener la maestría de los que nos precedieron.

En su poesía, Rodríguez Saavedra no busca avanzar hacia el futuro, sino recuperar lo perdido en el pasado. Así, su obra se convierte en un mapa por completar, en una cartografía poética que explora los vacíos y las ausencias de su historia personal y colectiva. Marcando bien el pulso de la tribu, del proletariado, la clase media popular y trabajadora. Leer a Sergio, es siempre un disfrute, un aprendizaje, una escuela sólida de poemas y poemarios memorables que saben iluminar nuestra vida y obra, nuestra visión de la vida en un Chile que nunca deja de darnos una de cal y otra de arena. Ciertamente un imprescindible de cualquier mapa crítico de nuestras mejores plumas.

 

—Sergio, tu carrera poética abarca casi tres décadas y has publicado numerosos libros. ¿Cómo ha sido tu evolución como poeta desde Suscrito en la niebla hasta Materias en tránsito?

Pregunta compleja, como todo lo que retorna y no es lo mismo. Básicamente diría que invierto los porcentajes de experiencia y teoría en favor de esta última, en el sentido que ahora he dejado un poco al hablante de la calle para centrarme más en los procedimientos, la estructura del texto. Escribo poemas que pueden leerse de manera tradicional o desde los extremos hacia el centro o con dos o tres planos distintos. Libros ídem, donde intercalo tres o cuatro puntos de fuga sin importar la dispersión porque la creo necesaria para lo que yo percibo tanto en la vida como en el lenguaje. Por cierto, es una expectativa propia que no espero sea leída o compartida por los demás. Es simplemente mi forma de estar alerta y seguir experimentando con el lenguaje.

—A lo largo de tu trayectoria, has explorado diversas temáticas y estilos. ¿Qué motiva los cambios en tu poesía y cómo eliges los temas que abordas en cada libro?

«Todo lo que se mueve es poesía. Lo que no cambia de lugar es prosa» decía Nicanor. Me gusta estar vivo. Antes, precisamente los temas se iban hacia la vida propia y la pública y la historia de ambas, es decir la persona era el poema. Con los «estilos» ya es otra cosa. Comencé escribiendo a partir de lecturas de antologías y, teniendo Chile una abundancia de poetas «experimentales», pues, se me hizo obligatorio apostar siempre a un nuevo registro que deambula entre la reconstrucción del pasado y como pasa el presente. Me adhiero a la época de las mezclas. Como digo en Días como peces: «todo interior es remolino».

Materias en tránsito es tu obra más reciente. ¿Podrías hablarnos sobre el proceso de creación de este libro y qué temáticas o preocupaciones lo atraviesan?

–A Materias en tránsito la atraviesa la contemplación. Me agrada, me hace inmensamente feliz caminar a orillas de la futura línea de tren SantiagoMelipilla con la Canela y el Negro, que son mis dos mascotas, ambos recogidos de la calle. Tomo un libro y parto con ellos el fin de semana. Es manifiesta su curiosidad. Al otro lado hay un parque que también recorremos, pero sin duda, este otro lado de los árboles y los pastos, este envés de la naturaleza nos provoca una serie de contradicciones que nos sorprende, ese contraste refleja los espacios contemplados y dichos en el libro.

—El título Materias en tránsito sugiere movimiento y cambio. ¿Qué significado tiene para ti este concepto y cómo se refleja en los poemas del libro?

—El título lo encontré botado bajo uno de los nuevos postes del trazado que nombré en la pregunta anterior. Y me pareció perfecto para ese cruce desde donde contemplo, a veces de a uno, otras en conjunto, las diversas imágenes. Primero el mismo cruce y sus paraderos diferidos, el cielo hacia el norte, es decir la comuna de Pedro Aguirre Cerda y esto me gira mentalmente hacia el pasado político de estas zonas y los recuerdos de un estudiante de Artes que se suicida en la playa. Esos cuatro puntos de fuga aparecen entre uno y otros sin definir las partes. Ordenan y también desordenan el libro.

—Tu obra ha sido reconocida en varios certámenes, como el premio Eduardo Anguita y el premio Stella Corvalán. ¿Cómo han influido estos reconocimientos en tu carrera literaria?

Mucho. Soy esencialmente un solitario que vive y trabaja en lugares donde nadie te reafirma o valora la poesía. Viví en campamentos, estudié en buses, ahora mismo trabajo la población El Castillo de La Pintana. Así que saberse leído y reconocido por quienes no te conocen, cumple con ese apoyo que a veces la espalda necesita. Además, al menos para mí, cualquier proyecto de creación es caro: necesito información, documentos, libros, visitar lugares. Esos premios permitían ordenar el descalabro económico que significa comprar libros y autoeditarse cuando hay que pagar la cuota pendiente. Lamentablemente, ese tipo de reconocimiento va en retirada en nuestro país.

—En Patria negra patria roja abordas la historia y la política de Chile. ¿Qué te llevó a escribir sobre estos temas y cómo ves el rol de la poesía en el contexto político y social actual?

Al final de los procesos políticos y sociales de nuestro país la balanza queda casi donde mismo, por lo tanto asumo nuestra sociedad como temerosa y prejuzgada. Escribí Patria negra patria roja porque entre los 80 y 90 quedó, me quedó mucho por decir, muchas voces ahogadas cuyo eco me seguía y sigue. Ahora, explícitamente solo hay unos pocos poemas, la mayoría relata hechos, ya sean históricos o personales, que se ligan entre sí por esas ausencias. Actualmente veo una variación en las fuerzas progresistas y un retornar del conservadurismo, o sea: otro empate.

—Como crítico literario, has analizado la obra de otros escritores. ¿Cómo influye tu trabajo como crítico en tu propia poesía? ¿Existen tensiones entre ambos roles?

Existe tensión en mi persona. Cuando estoy lírico admiro a Bukowski, cuando me voy a la calle pienso en los ejercicios de estilo. La crítica, cada vez menor, diría, me permite no solo hablar del otro, también reflexionar las propias contradicciones. No es culpa ni de una ni de aquella, veo en general la escritura como un reto para comprender la vida y la sociedad en la que habito.

—Tu poesía ha sido publicada y reconocida tanto en Chile como en el extranjero. ¿Cómo ha sido tu experiencia al ver tu obra difundida internacionalmente y cómo crees que es recibida fuera de Chile?

—Como en muchas cosas de mi vida, como dice Hernán Miranda: Todo encaja en todo. Se coincide con algunas personas que leen un texto y se dan vasos comunicantes de forma increíble. Desde mis primeros textos leídos por un joven poeta estudiante de literatura en un patio de la Universidad de La Serena, que finalmente vivía muy cerca de la pensión donde recalaba en Coquimbo y que además tenía una biblioteca formidable, lo que me abrió casi enseguida los ojos a este arte, hasta la antología publicada por Amargord en España y la que editó Felipe García Quintero en Colombia y otras experiencias, cruzaron por una oportunidad que alguien decidió darme, probablemente porque suelo cumplir los compromisos y eso, ahora lo sé, es confiabilidad para el que hace un proyecto, también es un crecimiento (leerse a sí mismo, críticamente, es un crecimiento) que, además, disfruté enormemente por mucho tiempo. De cómo fue recibida, bueno, hasta donde uno llega, se recibe sorprendentemente bien para una poesía tan situada como la mía, aunque tengo la evidente sospecha de que es más por un respeto a la poesía chilena de la cual somos sus colgajos.

—En Días como peces exploras el paso del tiempo y la fugacidad de la vida. ¿De qué manera el tiempo y la memoria se convierten en elementos centrales en tu poesía?

—Sí, bien dicho. Espero alguna vez llegar a comprender el origen de esos motivos en mí. Es una pulsión que uno sigue, probablemente porque vengo de una familia deshecha cada cierto tiempo y porque viví desde la infancia a la madurez esa otra anonimia que fue la Dictadura Militar. Por eso no dejo la memoria ¿qué sería de mí sin esos puntos cardinales? Lo resumo en que algunos buscan hacia adelante y yo prefiero encontrar lo que se perdió atrás. Al final la poesía es un mapa por completar y yo estoy recién dibujando el plano de una casa.

—¿Podrías compartir alguna anécdota o experiencia significativa que hayas vivido durante la creación de alguno de tus libros?

—Bueno, durante la escritura de Centenario, el cual contiene una parte llamada «Cuadernos y relación de Santiago Rodríguez», los amigos que lo leyeron inicialmente pensaban que efectivamente era un antepasado del sur, lo que me divertía y acentuaba la ganas de seguir escribiendo. Y en Memorial del confín de la tierra, no pocas pensaban que yo era del norte sacando esa deducción por lo que dicen los textos y mi época de estudio en la U. de La Serena. Como sabes, soy nacido y criado en Santiago. Pero claro, cuando se hacen poemas de lugar uno debe sentirse parte de aquel paisaje, aunque sea cerrando los ojos. Todavía conservo algunos textos de práctica para entrar en esos lugares, aunque tal vez la mejor anécdota es el encuentro con Martín Vargas. Tú sabes que un poema muy querido por mí es «Le gritaban borracho mujeriego un bueno para nada» que se basa en una nota periodística sobre Martín. Pues, en una ocasión, cuando regresaba a mi casa en 4 Álamos (Martín Vargas vivía a unas tres o cuatro cuadras, hacia Esquina Blanca) nos cruzamos en una calle solitaria, él venía de la panadería, lo saludé afectuosamente —no nos conocíamos— y conversamos largo rato sobre triunfos y derrotas, la vida. Así estuvimos, mi personaje y yo, parados bajo el sol de la tarde en una calle cualquiera. Es una imagen que nunca olvido. Con grandes poetas tengo muchas, pero esta es profundamente significativa.

—La ciudad y los espacios urbanos son recurrentes en tu obra, como en Ciudad poniente. ¿Qué te atrae de lo urbano y cómo lo abordas poéticamente?

—Racionalmente no me atrae lo urbano sino esa zona de encuentro y el desencuentro que provoca. La contradicción feroz de la división entre la ciudad oriente iluminada con leds y la ciudad poniente siempre a media luz. Claro, en ese ámbito de opuestos surge una cantidad inmensa de seres que se debaten. La calle es un paisaje lleno de contrapuntos que nos permite, a partir de una imagen, formular una vida. Afortunadamente puedo caminar varios sitios que son de mi interés y seguir siendo el forastero sorprendido.

—En Militancia personal celebras la figura de Pablo Neruda en el centenario de su nacimiento. ¿Qué influencia ha tenido Neruda en tu obra y cómo dialogas con su legado?

—Bueno, hay una sintaxis desmembrada, una ilación histórica contenida en los bordes de lo surreal a cuya impronta me adhiero. No es intencional, nuestros grandes autores dejan un espacio que uno respira pensando en un aire propio, es la costumbre, pero es aire y de eso se vive. Después se van haciendo otras cosas. Se agradece a Neruda y los otros, a Mistral. Ahora, inicialmente fui más admirador de la Generación del 50 en general, sigo siendo amigo y le tengo enorme cariño a Pedro Lastra que tiene una historia extraordinaria con Neruda. Ahora, más cercano, busco libros específicos que dejo al alcance de la mano, biblioteca formada básicamente por libros de la Generación del 80 en adelante.

—Has publicado varias antologías, como Nombres propios y Antología de agua y hueso. ¿Cómo seleccionas los poemas para estas colecciones y qué desafíos enfrentas al crear una antología de tu propia obra?

—Me enfrento con la frustración de por qué lo hice así. Superado ese desencanto, trato de ordenar lo central de cada uno. En Nombres propios hice un orden inverso para darme el gusto de una relectura, obviamente, con la necesaria conversa de los editores. Así compongo de nuevo, podo, esencialmente, aprendo.

—¿Qué opinas sobre la relación entre poesía y compromiso social? ¿Crees que el poeta tiene una responsabilidad particular en este sentido?

—Toda persona tiene un compromiso social, no somos entes. Pero el poeta debe tenerlo con esto y más, ya sea para defender una causa o buscar las grietas en las que se nos pierde la humanidad. No me gusta la literatura inocua, mayoritariamente prefiero aquello que hace algún daño.

—Como poeta y crítico, ¿cómo ves la situación actual de la poesía chilena? ¿Qué desafíos enfrentan los poetas contemporáneos en el país?

—La poesía ya no será quemada en las calles, tampoco enfrentarán la imposibilidad de editar, lo más probable es que los actuales poetas se enfrenten al peor de los enemigos históricos del arte: el ego. Quizás las redes sociales generen un cierto ombliguismo al que nos hemos habituado ya rato y, lo reitero, necesitamos seguir nutriéndonos de todo el mundo, incluso aquella literatura que ya no se lea.  Sin embargo, la aparición de poéticas ligadas al género, a las minorías, sigue produciendo la necesaria vuelta de tuerca a lo que se dice y, el para qué se dice, así que por ahora, a pesar de aglomeración de textos en la biblioteca, sigo comprando nuevos libros.

—Has ganado el premio Letras de Chile en 2014. ¿Qué significó para ti este reconocimiento, especialmente en relación con tu obra Ejercicios para encender el paso de los días?

—No, ese premio fue por un trabajo muy personal sobre mi infancia en el campamento El despertar de Maipú y mi madre. Trabajo que solo está en internet. Ejercicios corresponde al Eduardo Anguita 2010 que después se publicó con Mago en una versión muy diferente porque uno sigue escribiendo y a veces cuando llega el momento de publicar ya estás en otra cosa. El texto original tenía un epígrafe de Magrelli relacionado con el fuego, porque esos poemas se situaban entre la iluminación de los momentos y las cenizas que deja su paso. Un motivo tradicionalmente «poético». El mismo Anguita —que murió por un incendio en su departamento—lo usaba con profusión. Quizás debiese ahorrar papel y publicar solo esos trabajos en su versión original, pero me produce una sensación de liberación ver la abstracción de los poemas en esa forma concreta que es el libro.

—Tu obra ha sido reconocida por su profundidad y riqueza temática. ¿Cuál es tu proceso de escritura? ¿Cómo abordas la creación poética desde el primer verso hasta la versión final del poema?

—Es variado. Cualquier estímulo, visual, auditivo, incluso onírico me despierta una idea y luego de plasmar esa idea en uno o varios textos doy con un procedimiento, una voz, una historia a la cual le agrego o quito partes. Cuando reflexiono algo más, ya se genera en la cabeza un modelo. A veces recurro a mis experiencias, a veces debo estudiar algo: historia, taxonomías, biografías para solucionar los nudos de la unidad o un verso. Como escribo paralelamente varios textos a la vez suelo darme un pequeño tiempo antes de dar por finalizado —si es que eso se puede— el texto.

—¿Qué papel juegan la naturaleza y el paisaje en tu poesía, especialmente en obras como Memorial del confín de la Tierra?

–Cuando aprendía a leer, cuando tomaba los libros de mis hermanos mayores mientras se aparecía alguien para jugar, la casa donde vivía estaba en el exacto cruce del campo y la ciudad. En esa esquina se acababa la única calle con cemento y a partir de las tres casas de la esquina comenzaban las parcelaciones, entonces los espacios abiertos para mí son decisivos porque definen un lenguaje antiguo. Memorial del confín comienza en la entrada norte de Chile, la carretera del Desierto de Atacama y termina en los hielos del extremo sur. La vida se juega en esta casa grande que es la geografía chilena. Aun en los peores momentos tuve la posibilidad de contemplar el espacio abierto, inconscientemente es una forma de alejarse del cuerpo y ser otro u otros. Igual a muchos poetas chilenos, me voy poblando más de mar, desierto y montaña que de definiciones. El territorio de lo inacabado —al menos para mí— es muy fértil.

—¿Cómo percibes la recepción de tu obra por parte del público y la crítica? ¿Hay alguna interpretación o comentario sobre tu poesía que te haya sorprendido o hecho reflexionar?

—Bueno, una vez dejé el concepto un tanto unitario que permea algo de lo que escribo e hice una publicación con textos que no cuadraban con esos proyectos. Se llamó Militancia personal y fue publicado en aquella línea que unió a Carajo, que fue un periódico literario, y a Mago Editores. Está dividido en tres partes totalmente independientes entre sí. Lo reseñaron tres personas solamente: Pedro Gandolfo, Jaime Lizama y Cristian Cruz. Cada uno seleccionó una parte distinta desechando las otras en sus críticas. La reflexión es básica: cuando trabajas con elementos cercanos a lo experimental no esperes una misma respuesta. Si el trabajo es personal, que sea ese, entonces, tu primera comprensión. El fenómeno de la recepción me parece paralelo a la obra y exige también una labor de instalar los temas, cosa que yo no practico, básicamente por una cuestión de prioridades en el quehacer cotidiano que, afortunadamente otros logran realizar. Así que mucha conformidad con quienes leen estos trabajos y se interesan. A disfrutar esa recepción por pequeña que sea.

—¿Estás trabajando en algún proyecto nuevo? ¿Qué podemos esperar de tu próxima obra, ya sea en poesía o como editor?

—Siempre trabajo, muchísimo más de lo que se ve. Estoy dando vueltas a un proyecto que quiere regresar a los noventa con ediciones de formato bolsillo, libretas que auténticamente puedan llevarse. Comenzaría con Días como peces, no la edición de Buenos Aires Poetry, sino que la original, una veintena de poemas. Estoy trabajando la materialidad, el diseño. Me gustaría jugarlo entre el texto y este tipo de formatos y continuarlo con otras unidades breves y que toquen temas específicos como las relaciones en la vejez, la sexualidad animal, en fin, algunos conceptos para la brevedad. Quizás sumar proyectos de otros que también se interesen.

—Finalmente, ¿qué consejo le darías a los jóvenes poetas que están comenzando su carrera poética este 2024? ¿Qué consideras fundamental para desarrollar una voz poética auténtica y perdurable?

–Que desarrollen también la voluntad para seguir adelante y nunca pierdan —ya sea en la calle o en un libro— la capacidad de asombro y admiración. Lo demás lo hace la práctica.

Ernesto González Barnert
Ernesto González Barnert
Ernesto González Barnert (30 de agosto de 1978, Temuco, Chile). Su obra poética ha sido reconocida con el Premio de Poesía Infantil de las Bibliotecas de Providencia [2023], Premio Pablo Neruda de Poesía Joven [2018], Premio Nacional de Poesía Mejor Obra Inédita [2014], Premio Nacional Eduardo Anguita [2009], Premio Nacional Pablo Neruda de la U. de Valparaíso [2007], Concurso Internacional de Poesía Nueva York Poetry Press [2020], Concurso Nacional de Poesía Joven Armando Rubio (2003), Primer Concurso de Poesía del Sur (2005), Premio Juegos Literarios Gabriela Mistral de la I. Municipalidad de Santiago (2005), entre otros premios, becas y concursos de índole poético. Licenciado en Cine Documental de la UAHC y Diplomado en Estética del Cine de la Escuela de Cine de Chile. Gestor Cultural. Reside en Santiago de Chile.
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