Por Ernesto González Barnert
Félix Anesio, poeta cubano nacido en Guantánamo en 1950, se destaca por una poesía que navega entre la introspección y la reflexión social. Su obra es un espejo donde se conjugan las vivencias personales con la historia y la realidad de su entorno, lo que le permite explorar temas de identidad, memoria y exilio de una manera profunda y resonante.
Anesio ha desarrollado una voz poética que es a la vez íntima y universal. Sus versos a menudo están cargados de una melancolía contenida, una nostalgia por un tiempo o lugar perdido, pero también de una fuerza vital que se rebela contra el olvido. Su poesía es una búsqueda constante de significado en medio de la incertidumbre, donde la palabra se convierte en un refugio y un espacio de resistencia.
En su obra más reciente, Congregaciones (Obra poética 2011-2021), Anesio reúne una década de escritura que refleja su madurez como poeta. Aquí, su estilo se vuelve más preciso, casi minimalista, pero sin perder la intensidad emocional que caracteriza sus poemas. Es una poesía que, a través de la contención y la sugerencia, logra comunicar la complejidad de la experiencia humana, especialmente en relación con temas como la soledad, la muerte, la búsqueda de sentido en un mundo fragmentado.
Anesio también se distingue por su habilidad para tejer lo cotidiano. En sus poemas, lo más simple, como una mañana en la ciudad o una conversación con un amigo, puede revelar verdades sobre la existencia personal o colectiva. En resumen, la poesía de Félix Anesio es un viaje hacia el interior del ser, donde el lector es invitado a ser testigo, y como tal, confrontar sus propios miedos y deseos con los del autor, a veces da y otras no esa resonancia sublime en lo común con que su poesía trabaja limpia del adorno superfluo o lo rimbombante. Y se agradece.
—Félix , como ingeniero de profesión, cómo surgió tu inclinación hacia la poesía? ¿Cómo conviven en ti la ciencia y la literatura?
—Me considero un poeta que tuvo que dar prioridad a su profesión. La ingeniería ocupó casi todo mi tiempo y esfuerzos durante más de 25 años. Grandes proyectos civiles fueron ejecutados durante ese tiempo y hoy siguen siendo mi orgullo, para beneficio de mi país, Cuba.
Hubo que establecer prioridades —como nos sugiere Maslow. Y aunque esta labor «se robó» gran parte de mi tiempo, siempre hubo un espacio para la lectura. De hecho, confieso en uno de mis textos, que «soy lo que he leído». La lectura siempre estuvo presente en mi vida desde muy niño, cuando devoré los 20 tomos de El tesoro de la juventud y tantos libros de Salgari, Verne, Amicis, Martí y muchos otros. Y ya se sabe, que cuando has leído mucho terminas escribiendo. Esa experiencia la relato en «Memorias de un lector», uno de mis cuentos dedicado a Borges.
La ciencia y la literatura conviven armoniosamente en mí, en mi naturaleza, quizás, matemáticamente cartesiana para el razonamiento. Me recuerdo «leyendo» y disfrutando libros de matemática durante mis vacaciones como estudiante e igualmente «devorando» las obras de Dostoievski o Shakespeare, con el mismo disfrute. Pessoa expresó que el binomio de Newton es tan hermoso como la Venus de Milo, sólo que hay que darse cuenta de ello.
He explorado la relación entre el arte y la ciencia, la he sentido, he impartido conferencias sobre poesía y matemáticas; y créame que no soy el único, valga señalar (salvando las distancias) los hermosos poemas de Alberti y de Szymborska con elementos matemáticos explícitos que se integran con absoluta perfección a la lírica.
—Tu poemario Congregaciones reúne una década de tu obra poética. ¿Qué te motivó a compilar esta selección de poemas y cómo fue el proceso de elegir qué poemas incluir?
—Ciertamente, son diez años de poemas publicados en cuatro libros de poesía, a saber: La cosecha, El ojo de la gaviota, Los cuervos y la infamia y País sin moscas y otros poemas. Todos ellos, libros muy bien acogidos por la crítica y los lectores y que han recibido premios y han llegado a ser éxitos de venta.
Era ya menester agruparlos, hacer una selección antológica para revisar toda la obra poética escrita y autovalorar nuestra capacidad y madurez. Esto sería, a la vez, una pausa en el camino creativo, una valoracion del conjunto para continuar por nuevos derroteros, es decir, nuevos libros.
La selección fue ardua y también dolorosa porque algunos poemas no pudieron ser incluidos, ya haya sido por un problemas de extensión o porque no dialogaban en concordancia, quizás, con el leitmotiv o idea central de Congregaciones.
—El título Congregaciones sugiere una reunión o encuentro. ¿Qué significado tiene para ti este concepto en el contexto de tu poesía?
—El título viene dado por el poema homónimo, que no es más que un canto al amor al prójimo y que pretende aunar bajo la égida de la poesía esa humanidad, en este caso los lectores, que por suerte no han sido pocos y que se allegan desde distintas latitudes del mundo panhispánico.
No creo ser un poeta de «torre de marfil». En este libro se congregan más de 70 poemas de temas disímiles. Y todos ellos apelan al sentido de la convergencia del ser con la hermandad, con la belleza, con la vida misma.
Y en ese poema declaro, y cito:
«Y así/de tiempo en tiempo/tropezamos/con los amigos de antaño/los de siempre/los indispensables/como se encuentran/las piedras de los ríos/y en el mar se junta/la arena innumerable».
—A lo largo de estos diez años, ¿cómo sientes que ha evolucionado tu voz poética? ¿Hay algún cambio temático o estilístico notable en los poemas de Congregaciones?
—Pienso que la tesitura de mi voz poética se ha mantenido pareja, por decirlo en términos musicales; sin grandes disonancias o estridencias o cambios bruscos. Cualquier lector puede identificar esa misma voz a través de esos diez años de creación, aunque los temas sean disímiles, porque la poesía abarca todos los temas humanos posibles Como expresara Terencio: «Nada humano me es ajeno», concepto del cual soy un apasionado.
No sé si mañana pueda cambiar mi estilo de escritura.
—Guantánamo, tu lugar de origen, tiene una presencia cultural y geográfica muy marcada. ¿Cómo influye este entorno entorno en tu poesía y cómo se refleja en Congregaciones?
Aldea, mi aldea, mi natal aldea, término que clavó entre el mar y la montaña la flecha siboney… (Regino Boti).
—Y este entorno define mi actuar, y mi poesía lo refleja. La condición de extremo –ubicada en el oriente cubano— creó una estirpe de ciudadanos con un estoicismo muy particular, dada la incomunicación geográfica y la impresionante belleza de un feraz paisaje. Nada es más ajeno a un guantanamero que el concepto de la globalización. Así, la cultura de sus habitantes es de un sentir muy propio, difereciándose del resto del país, con una expresión sui generis de la cubanía.
Mi poesía no es ajena a esa condición, como herencia inmarcesible.
Ya le falto a mi aldea por veintitrés largos años. Allí yacen los huesos de mis padres a los cuales no vi morir y mi poesía es bien conocida y apreciada allá.
No sé si algún día regresaré…
—La poesía cubana tiene una larga tradición y una identidad propia. ¿Cómo te ves a ti mismo dentro de esta tradición y que crees que aporta tu obra al panorama poético cubano?
—Ser parte de esa tradición me colma. Mi poesía es un producto de la diáspora; nunca publiqué libro alguno en Cuba, por las razones de mi labor ingeniera. Sin embargo, he sido publicado en varias antologías de editoriales cubanas que respeto y aprecio. Puedo decir sin falsas modestias, que el refrán de origen bíblico de que «nadie es profeta en su tierra» no se aplica en mi caso, porque si soy poeta y se me reconoce en la tierra que me vio nacer. Doy gracias!
Viajo una buena parte del mundo bajo el estandarte de poeta cubano y soy bien recibido y apreciado en otras naciones del orbe, verbigracia, Chile, Uruguay, Mexico y próximamente España.
Creo humildemente que mi obra aporta versos muy propios, bien reconocibles dentro de la tradición poética cubana.
—¿Qué esperas que los lectores encuentren o experimenten al leer Congregaciones. ¿Hay algún mensaje o sensación particular que quisieras que perdure en ellos?
—Un libro debe ser como el hacha que quiebre nuestra mar congelada, digo parafrasenado a Kafka. Que rompa la inercia existencial del lector y que éste sienta la pasión con la lectura de mi poesía. Que acercarse a mi obra sea un verdadero despertar del surmenage y que mis versos sean objeto de múltiples relecturas, así como cuando cantamos de nuevo un buen bolero.