Por Ernesto González Barnert
Samuel Leal Chau (Santiago de Chile, 1960) es poeta y editor, conocido por su destacada labor al frente de la revista de poesía y arte Nube Cónica (nubeconica.cl). Comenzaste a publicar poesía en los años 80 en revistas como Third Rail/6 y Espíritu del Valle/2-3. Tus poemarios Ribera Norte (2019) y Ribera Sur (2022), editados por Marciano Ediciones, consolidan una propuesta poética profundamente vinculada al paisaje, la memoria y las emociones. Tu obra ha sido incluida en antologías internacionales como Asimov, un viaje hacia el olvido (Ediciones Etnika, 2021) y Poetas del Mar Interior de América (Editorial 3600, 2023).
Sus poemas entrelazan imágenes cargadas de simbolismo y sensibilidad, fusionando lo cotidiano con lo trascendental para dar un sentido al mundo, explorando su trayectoria vital o personal como sujeto poético sin desconocer las aristas sociales, éticas, culturales del devenir contemporáneo. En sus versos, los puentes, los ríos y las ciudades cobran vida como metáforas de la existencia y los cambios sociales, entregando una mirada clara, sutil, muy oriental y a la vez incisiva.
—¿Cómo fueron tus inicios en la poesía? ¿Qué influencias te marcaron en los años 80?
—Comencé a escribir poesía cuando cursaba la enseñanza media, eso a mediados de los 70. Posteriormente en los 80 conocí a Tote España y a través de él visité por primera vez la SECH, ahí conocí a otros poetas y escritores lo cual fue una experiencia estimulante en aquellos años. Participé de un taller dirigido por Erwin Díaz y también de algunas actividades del Colectivo de Escritores Jóvenes. En esa época estaba muy interesado por los poetas de la generación de los 60: Hernán Miranda, Manuel Silva Acevedo, Omar Lara, Oscar Hahn y en especial Gonzalo Millán, los leía habitualmente, su poesía cercana y orientada a lo cotidiano me hacía mucho sentido. En aquellos años había un movimiento poético muy intenso y voces muy potentes que circulaban por la SECH, a veces podías ver a Tellier, a Lihn en los pasillos de la casa y eso para un joven poeta era muy novedoso. Había también nuevas propuestas que estaban naciendo en esos años, los trabajos de Zurita, de Maquieira, de Juan Luis Martínez. Además en esa época había grandes referentes plenamente vigentes como Gonzalo Rojas, Armando Uribe y Nicanor Parra. Ese era el contexto y las principales influencias en aquellos años.
—Nube Cónica ha sido un espacio importante para la difusión literaria y artística. ¿Cómo ves el rol de las revistas literarias hoy en día?
—Este es un proyecto que iniciamos con Eugenio Dávalos en 2019, la idea fue de él y yo lo apoyé con entusiasmo. Coincidimos en la necesidad de contar con un medio que publicara no solo a los autores reconocidos, sino también a aquellos que recién se inician en el mundo de las letras. Nos atraía mucho la idea de un medio en que ambos mundos pudiesen coexistir en igualdad de condiciones y creo que lo logramos. Después de 10 números la revista ha tenido una difusión importante y ha logrado instalarse como un medio atractivo no solo desde el punto de vista del contenido, sino también de la forma y el diseño, aquello nos importa mucho.
Las revistas literarias han cumplido, y lo seguirán haciendo, un rol esencial en la difusión de las obras y del pensamiento. Hoy con los medios digitales, es posible cruzar las barreras geográficas y llegar a lugares insospechados, por ejemplo, Nube Cónica tiene más lectores fuera de Chile que en el mismo país de origen, esto es muy interesante. Después de 10 números lanzados de manera casi ininterrumpida, decidimos hacer un receso y esperar un tiempo antes de continuar, este año retomamos con nuevo diseño y con la misma fuerza, hay Nube Cónica para rato!
—¿Qué te motivó a publicar Ribera Norte y luego Ribera Sur? ¿Cómo dialogan estos libros entre sí?
—Hasta antes de la publicación de Ribera Norte, mi escritura era parte de un espacio íntimo de creación sin más pretensiones, sin embargo, y dada la cantidad de material que tenía escrito, creí que era interesante dar a conocerlo. El primer libro hace referencia en su título al sector norte de Santiago, en donde viví hasta comienzos de los 90, por tanto Ribera Norte contiene los textos creados en esa época, y posteriormente Ribera Sur, contiene los textos creados después. Ambos libros tienen en común al río Mapocho como una suerte de frontera geográfica que en la antigüedad fue muy relevante, hoy en día los puentes se cruzan de manera inconsciente; sin embargo hubo un tiempo en que unían dos mundos distintos.
Para mí la ciudad ha sido siempre una gran fuente de inspiración: los puentes, las calles, los edificios y las personas que ocupan esos espacios. Siento que la ciudad respira y palpita; no obstante mi vocación citadina, también voy a lo natural y cada vez que viajo ya sea al norte o sur del país, nuevos poemas se suman a esta contemplación de lo natural y se agregan volcanes, otros ríos, playas, flora y fauna.
—En poemas como «Puente Bulnes» y «Puente Recamalac», los puentes están cargados de historia y emociones. ¿Qué significan para ti esos lugares?
—El río Mapocho fue un mudo testigo de hechos terribles que sucedieron en nuestra historia reciente, durante el golpe de estado del 73 y posteriormente. Los muertos que aparecieron en sus orillas y las ejecuciones en puentes, especialmente el Bulnes en donde murió una adolescente embarazada de 14 años junto a otras personas. Posteriormente la historia tiende a repetirse durante el estallido social y en los alrededores de la plaza y los puentes cercanos.
Por otro lado los puentes tienen una carga simbólica importante: han sido culturalmente y de manera contradictoria el albergue tanto de los enamorados como de los suicidas; los puentes son un espacio suspendido en el tráfago urbano y desde los cuales, la ciudad se ve de manera distinta.
—La memoria histórica parece ser un tema recurrente en tu poesía. ¿Qué te mueve a explorar esos temas?
—Hay una frase que se atribuye a una especie de maldición china y que dice: «Espero que vivas tiempos interesantes», eso significa desear el mal para alguien y que viva tiempos de caos y difíciles. Soy parte de una generación a la que le tocó vivir «tiempos interesantes», que vio el bombardeo a la Moneda desde el patio de su casa y todo lo que vino después siendo un adolescente, por tanto es ineludible que la memoria histórica sea parte de la propuesta poética de quienes vivimos aquello.
Recordar y traer de vuelta lo pasado, mirarlo con nuevos ojos, ayuda a entender lo que has vivido y como lo has integrado a lo que eres hoy. Esto también se puede extrapolar a nivel de una ciudad o territorio.
—Tu poema «Sanpaku» se inspira en un concepto oriental. ¿Qué rol juegan las referencias culturales diversas en tu escritura?
—Me entusiasma mucho hacer estos cruces culturales y referencias, creo que eso enriquece la propuesta poética, y no solo en lo que tiene que ver con otras culturas, sino también con nuestro propio acervo cultural. Me interesa plasmar en el poema lo que veo y cómo esa observación-contemplación produce algo en mí. Esto es muy propio de la poesía oriental la cual está íntimamente ligada a la imagen desde su propio sistema de escritura el cual a diferencia del nuestro representa ideas (ideogramas) y no solo sonidos (fonemas). Hay un ensayo muy interesante acerca de ello escrito por Ezra Pound: «El carácter de la escritura china como medio poético», basado en los estudios del profesor Ernest Fenollosa. Al leer este libro uno entiende que imagen y contenido se fusionan en una caligrafía intrincada, pero de una estética impresionante, por tanto no es extraño que los poemas orientales sean a su vez cuadros en conjunto con texto.
—¿Cómo es tu proceso creativo? ¿Empiezas desde imágenes, sensaciones o ya tienes una estructura en mente?
—Normalmente trabajo en base a la idea global de lo que podría ser un libro; inclusive parto por el nombre y desde allí voy agregando los textos y construyendo las diferentes etapas o capítulos, por tanto, siempre hay una estructura en mente. Mi escritura es lenta, no soy muy prolífico, un poema puede tener muchas versiones antes de sentirme satisfecho y darlo a conocer. En el caso de Riberas la imagen central es el río que baja desde la cordillera y cruza la ciudad seccionándola en dos. Se cubre de puentes, muchos de ellos con mucho significado y finalmente desaparece uniéndose a otro río y desembocando en el mar. A través de su recorrido se lleva historias, imágenes de quienes a veces lo miran y cruzan sus puentes.
—En tus textos, la ciudad y la naturaleza parecen estar siempre en tensión. ¿Cómo te inspira tu entorno inmediato?
—Un solo ejemplo: si miramos al cerro San Cristóbal y su ladera sur veremos a un animal lleno de heridas, el verdor de antaño ya casi no existe así como proliferan las antenas en su cima. Soy muy observador del entorno. Vivimos en un ciudad cercada de cerros y además una imponente cordillera, es casi imposible no mirar al menos una vez al día estos monumentos naturales.
—¿Qué significan para ti el silencio y el espacio al momento de escribir poesía?
—Para mí el silencio es vital a la hora de crear y el momento más propicio es la mañana, en ese momento es cuando mejor me siento para el trabajo con las palabras. Creo que además tiene que ver con la luz natural. La luz natural me entrega una energía que la luz artificial no. Mi espacio ideal es cerca de una ventana, que entre luz y paisaje.
—¿Cómo ves el panorama de la poesía chilena contemporánea? ¿Dónde sientes que encaja tu obra en este contexto?
—Veo una diversidad de propuestas muy interesantes, pero que no siempre dialogan entre sí. Hay también una proliferación de publicaciones a través de las editoriales independientes especialmente de poesía. Hoy en día no cuesta casi nada publicar un libro—no me refiero al costo económico que siempre pesa, sino a la gran cantidad de posibilidades y medios disponibles—, lo cual es bueno, pero por otro lado noto la carencia de una crítica especializada a nivel de la poesía. No me siento parte de ninguna generación, sino más bien de amigos y amigas poetas que tenemos más o menos la misma edad y coincidimos con ciertas temáticas y maneras de vivir el fenómeno poético. Este grupo está publicando libros interesantes con un buen nivel de madurez. Esperemos que el tiempo haga lo suyo.
—¿Qué proyectos literarios tienes en mente? ¿Estás pensando en explorar nuevos formatos o temas?
—Estoy trabajando en unir las dos riberas, Norte y Sur, en un solo volumen cuyo título será Riberas. Esto debido a que son dos libros íntimamente unidos por un leitmotiv que es el río Mapocho y la ciudad de Santiago, con esta edición integrada, corregida y aumentada; pretendo dar por terminado este proyecto y avanzar en otras ideas en las cuales estoy trabajando. Digo que pretendo, porque siempre hay un retorno a los temas ya tocados o cantados, es probable que siempre estemos escribiendo un único libro con diversos nombres, no obstante estoy explorando temáticas diversas. Las nuevas lecturas me transportan a veces a lugares muy distantes como por ejemplo la ciencia ficción, que como vemos, de ficción a veces tiene poco y muchas de la maravillas-pesadillas visualizadas por la imaginación de aquellos grandes maestros del género ya se han hecho realidad para bien o para mal. Los tiempos actuales con la hiper automatización, la inteligencia artificial, la comunicación instantánea, son temas ineludibles.
—¿Qué mensaje le darías a alguien que está recién comenzando a escribir poesía?
—Hace unos meses estuve invitado como jurado a un concurso de poesía en la comuna de Los Vilos organizado por la «Agrupación de Amigos de la Biblioteca Pública Ricardo Giadrosic», la convocatoria era para alumnos de séptimo, octavo básico y enseñanza media. Fue una experiencia muy enriquecedora al ver los interesantes trabajos de poetas tan jóvenes y además ansiosos por leer y dar a conocer sus creaciones. Me correspondió escribir una nota a los jóvenes poetas y cité a Rainer María Rilke con su famosa carta a un joven poeta: «Describa sus tristezas y sus anhelos, sus pensamientos fugaces y su fe en algo bello; y dígalo todo con íntima, callada y humilde sinceridad. Valiéndose, para expresarse, de las cosas que lo rodean. De las imágenes que pueblan sus sueños. Y de todo cuanto vive en el recuerdo». Este por cierto es el gran consejo que se le puede dar a una persona que se inicia en el arte de la poesía, y además agregaría: leer, leer, leer y volver a leer.
—Has mantenido un perfil bajo durante mucho tiempo. ¿Cómo crees que esa decisión afectó tu desarrollo poético?
—Más que una decisión a priori, tiene más que ver con mi temperamento. En general no soy muy locuaz, soy más orientado al dialogo que al discurso oral. Por otro lado, estuve muchos años retirado del espacio en donde se comparte poesía, es por esa razón que tal vez no soy muy conocido. No obstante participo en diversos eventos en los que a veces leo y otras veces solo escucho, este proceso de dar a conocer el trabajo y escuchar a los demás es esencial para el desarrollo poético, además con Nube Cónica tenemos la gran oportunidad de conocer de primera mano a muchos autores no solo nacionales, sino de todo el mundo.
—Ahora que has publicado más activamente, ¿sientes que la poesía sigue siendo un acto de resistencia o es más una forma de reconciliarte con tu pasado creativo?
—La poesía siempre ha sido para mí una especie de acto subversivo que incita, cuestiona, provoca y emociona, entre otras muchas consecuencias. Además estamos situados en un escenario social del que no podemos abstraernos. Vivimos momentos históricos de retroceso de aquellos valores que creíamos firmemente incorporados en la civilización: los derechos humanos, la autodeterminación, la soberanía de los países, etcétera. A eso hay que responder y la poesía ha sido siempre una expresión valiosa para enfrentar la barbarie.
—Si la poesía es una «fotografía» del ser, como mencionas, ¿crees que también es un intento de detener el paso del tiempo?
—Puede ser, sin embargo me sucede que he leído algunos poemas a través de los años y su interpretación cambia de acuerdo al contexto en el que estoy viviendo, eso hace del poema algo muy dinámico, cuando me refiero a la fotografía, estoy pensando en la imagen. Por ejemplo: el poema Carbón de Gonzalo Rojas. La primera vez que lo leí, era muy joven y las imágenes que más me impactaron fueron las del niño recibiendo al padre, sin embargo al leerlo ahora que soy mayor, veo la imagen al revés, es decir, al padre siendo recibido por el niño. Es el mismo poema, el que ha cambiado es el lector.
—¿Cómo ha cambiado tu relación con la finitud a medida que pasan los años?
—Se ha ido convirtiendo en un tema poético, es decir, contemplar el proceso, los cambios en el cuerpo, en el ánimo, nuevas formas de percepción…;sin embargo esto viene de antes, en Ribera Norte hay un poema titulado Espejo y que debo haber escrito a comienzos de los años noventa:
Lago vertical.
Ninguna brisa
Ondea esta superficie.
Solo la vanidad
y el horror a la vejez.
Cuando estamos entre los treinta y cuarenta años visualizamos la vejez como algo todavía lejano, sin embargo cuanto estamos en ella la mirada es más comprensiva y menos horrorosa. Esta es una buena pregunta y siento que hay que elaborar más al respecto.
—En tus poemas, la ciudad es tanto refugio como conflicto. ¿Cómo crees que esas dualidades enriquecen tu poesía?
Hay un poema en Ribera Sur que se titula Canal La Rosa, era una canal de regadío que circulaba por lo que antaño se conocía como la comuna de Barrancas, ahí íbamos de niños a explorar y cruzarlo a saltos. Investigué acerca del nombre de este hilo de agua, pero no existen referencias, por tanto lo bauticé como Canal La Rosa. Aquí los recuerdos de infancia se cruzan con los boleros de la época que se escuchaban en radios «puestas a todo chancho», la vida de barrio, pero también los vicios y el mal vivir de algunos vecinos, en fin, el barrio como refugio y también fuente de conflicto, ahí está el poema.
—Cuando escribes sobre el estallido social en la ciudad, ¿cómo enfrentas el desafío de capturar lo efímero y, al mismo tiempo, lo permanente del cambio?
—Si bien el estallido social o revuelta fue un fenómeno a nivel nacional, aquí en Santiago su centro de gravedad fue la plaza Baquedano-Dignidad y sus alrededores. Sucedieron cosas increíbles como la celebración popular en medio de la calle del año nuevo 2020, la sensación de libertad que se sentía en el ambiente fue única, no había amenaza entre quienes estábamos esa noche ahí festejando y bailando en la calle, familias cenando en los parques, en fin. También está la cara trágica de la movilización, los muertos y los cientos de manifestantes con trauma ocular fruto de un represión que incluso a veces superó a la que había en las manifestaciones antidictadura. Esa pareja de jóvenes combativos que aparecen en el poema Puente Recamalac estaban multiplicados en distintos lugares, se manifestaban por un país más digno tomados de la mano. Eran mis hijos, los hijos de mis amigos, de mis vecinos, de mis compañeros de trabajo, eran los jóvenes quienes desde las movilizaciones estudiantiles hasta el estallido pusieron su marca de rebeldía en la política nacional, la poesía no puede estar ausente cuando el mundo cambia de manera tan vertiginosa y como lo está haciendo precisamente ahora.

—Tu infancia estuvo marcada por símbolos de la cultura china. ¿Cómo crees que eso influyó en tu sensibilidad poética?
—Muchísimo. Me instó a leer poesía china y japonesa. A conocer las tradiciones y saberes de oriente: el I Ching, el Tao, el Zen… y también leer a aquellos autores que por otros motivos exploraron la poesía oriental. Posteriormente leí mucho acerca del movimiento «imaginista» y la influencia de esta poética en la poesía contemporánea. De ahí viene mi interés en la imagen plasmada en el poema.
Los poetas Li Po y Tu Fu han sido una gran compañía y fuente de aprendizaje, del mismo modo que la poesía de Efraín Barquero y su maravilloso libro El viento de los reinos.
Pasar de la poesía china a la poesía japonesa y viceversa era parte del aprendizaje. Pasé muchas tardes en la Biblioteca Nacional contemplando, leyendo y tomando notas de un tremendo libraco llamado Haikai and Haiku, the Nippon Gakujutsu Shinkokai, es un verdadero compendio acerca del haikú y sus más relevantes exponentes. En el libro aparecen los textos en japonés, latinizados y traducidos al inglés, por lo cual a partir de ahí era fácil componer tu propia versión en español. Por ejemplo uno de los haikus más famosos de Basho aparecía así:
Furuike ya / kawasu tobikomu / mizu no oto
The old pond!
a frog jumps in –
sound of the water
—¿Hay algo de la filosofía o espiritualidad china que sientas especialmente resonante en tu manera de mirar el mundo?
—Hay una actitud que viene del Tao que habla del «No hacer», es decir, no forzar las cosas, actuar sin actuar, hacer sin hacer. Úrsula Le Guin en su versión del Tao Te King indica que si bien es un concepto que no se puede interpretar de manera lógica, es capaz de provocar una transformación radical en el pensamiento. Algo similar también ocurre en las artes marciales: usar la fuerza del contrincante en tu favor. También en el Zen, ese acto de tan solo sentarte a meditar como lo más esencial que debas hacer; todo ello se opone a la prisa, competición, exitismo y stress tan propio de la cultura occidental actual. Trato en la medida de lo posible bajar las revoluciones lo que más se pueda y asir el presente como lo más concreto que tenemos.
—Trabajaste en construcción. ¿Qué aprendiste ahí sobre la conexión entre lo humano y lo material?
—En mi juventud desempeñé varios oficios, entre ellos el de electricista, eso significó trabajar en edificios en construcción y compartir con los «viejos» en las obras. Fue una experiencia interesante y que la plasmé en el capítulo «Cantan los albañiles» en Ribera Norte. Cuando vemos una obra terminada ya sea un edificio o una casa, no somos conscientes de la cantidad de personas que trabajaron en aquello, que invirtieron meses y años de su vida construyendo muchas veces el hogar de otros. En esos espacios quedaron alegrías, penas e incluso tragedias. Soy también parte de una generación que vio a sus padres construir muros medianeros y ampliaciones en las casas, como parte de lo cotidiano, los materiales ahí en el jardín o el patio. Admiro mucho aquellos poetas que logran aprehender la esencia de la materia, como por ejemplo George Oppen quien junto con ser un gran poeta del grupo de los objetivista, también tenía el oficio de la carpintería. A propósito de eso siempre recuerdo un verso de Bertolt Brecht que le gustaba mucho a Gonzalo Millán: «De todos los objetos, los que más amo/ son los usados».
—¿Dirías que construir y escribir poesía son procesos parecidos, en el sentido de ensamblar partes para formar algo más grande?
—Bueno, eso ya lo dijo Nicanor Parra en su Arte Poética, ¿Qué más podríamos agregar al respecto?
—¿Qué representa el río Mapocho en tu poesía? ¿Crees que puede ser un símbolo poderoso para reflexionar sobre las desigualdades sociales?
—En los albores de la ciudad de Santiago el río fue una frontera, entre la ciudad naciente y aquello más lejano denominado La Chimba, lugar de cementerios y hospitales. Hoy la ciudad está integrada por el transporte público y puedes, a través del Metro, cruzar el río por debajo de su cauce. El río se ha convertido en un actor casi invisible de la ciudad. Se quiso en algún momento darle relevancia y hacerlo incluso navegable, pero su condición rebelde de río correntoso puso las cosas en su lugar. Así es como tenemos un río que cambia su cauce de manera continua según sea el clima y la nieve de la cordillera: a veces un hilo de agua y a veces un flujo desbocado amenazando con salirse de su cauce.
—¿Qué imágenes o sensaciones predominan en ti cuando piensas en el río como testigo del tiempo y la historia de Santiago?
—Cuando estaba escribiendo Ribera Sur, me encontré –mientras buscaba información sobre el río—con un libro que recomiendo por su rigor: El río Mapocho y sus riberas de Simón Castillo Fernández. Es un estudio muy detallado acerca de la transformación urbana relacionada con el río y en especial con su canalización. El río que observamos a diario es un río intervenido y controlado, lo que había antes era una extensa zona que incluso en algunos sectores llegaba casi a los cuatrocientos metros de ancho, es decir, la canalización del río permitió convertir en ciudad lo que hoy es el parque forestal y sus calles y construcciones aledañas entre otras. Para lograr aquello hubo que derribar el puente Cal y Canto, tal vez el último vestigio de construcción de los tiempos de la Colonia.
—¿Qué elementos de la obra de Gonzalo Millán resuenan más contigo?
—Hace poco publiqué un breve texto en Facebook a propósito de que el 1 de enero es la fecha de nacimiento de Gonzalo Millán, recordé la presentación que hizo el ´87 del libro Virus y de cómo su libro Relación Personal me impactó: «Ahora leo a la vuelta de los años estos poemas y me parecen tan nuevos e imaginativos como cuando los escuché de su propia voz. La poesía de Millán sigue intrigando y atrayendo a las nuevas generaciones de poetas, un poeta que nació grande y escribió Relación Personal a los veintiuno, un libro innovador en su escritura y atmósfera, un poemario que hoy es un libro de culto y cuya lectura, puede ser una experiencia transformadora, como lo fue para mí respecto a la visión de la poesía y su capacidad de registrar el instante cual fotografía disparada no con el ojo, sino con el vientre del poeta».
—Compartiste comunidad literaria con Tote España y Omar Tomé. ¿Cómo influyó ese compañerismo en tu forma de crear?
—A mediados de los ´80 yo participaba en un centro cultural en Conchalí que se llamaba Centro Cultural Chabela, ahí formamos el taller literario Pablo de Rokha con Tote y Omar, también participó mientras estuvo en Chile, Steven White, quien era un profesor de literatura norteamericano y que realizó una antología de la poesía chilena en aquella época. Nos reuníamos los domingo en la tarde a leer nuestros textos y a conversar sobre autores que nos interesaban. Organizamos una serie de encuentros con poetas notables que gracias a Tote pudimos invitar: Carmen Berenguer, Oscar Hahn, Jorge Montealegre, Gonzalo Millán y Mauricio Redolés; aquellos encuentros con estos poetas fue esencial como estímulo a mi propia creación. Con Eugenio Dávalos y Miguel Vera-Cifras fuimos muy amigos de Omar Tomé, Omar era un gran poeta, lamentablemente terminó con su vida a los veinticuatro años. Ahí nos quedó un vacío inmenso.
—En tus poemas, la memoria y los paisajes urbanos parecen entrelazarse. ¿Cómo defines el papel de la memoria en la construcción de la identidad de una ciudad?
—En su libro Cantoral de 1936, Winnet de Rokha tiene un extenso poema sobre la ciudad de Santiago, tan desconocido como la obra misma de esta gran poeta. En este poema hace un recorrido por las calles, cines y tiendas de esa época:
«Hombres y mujeres-niños, tras las tiendas occidentales,
Gath & Chaves, impasible,
mirando las cinturas de plata del Oberpaur,
el almacén lírico y tranquilo, arquitectura desenfadada,
con el número armonioso del pincel de Matisse».
Podemos a través de su poema conocer aquello que ya no existe y como esas calles, tiendas, modernidades que para nosotros son antigüedades, provocaron en su poesía una suerte de admiración y también crítica. En esa misma época Federico García Lorca estuvo en Nueva York y escribió un gran libro sobre esa experiencia. Esos poemas inspirados por largas caminatas y observaciones son parte de la historia de las ciudades. Toda ciudad tiene sus poetas que la cantan y maldicen.
—¿Qué diferencias encuentras entre escribir sobre una ciudad que cambia constantemente y otra que se aferra a su pasado?
—Hay un patrimonio importante de Santiago que se ha conservado, pero también hay otro que ha sido destruido o derechamente abandonado. Sobre esto último me refiero a los vestigios del puente Cal y Canto que fue una obra significativa y polémica tanto en su construcción como en su destrucción, partes del puente se encuentran en el parque de los reyes a medio camino, sin explicaciones ni referencias. Del mismo modo con lo que fue el museo de los Tajamares que ahora se encuentra sepultado debido a problemas estructurales. No veo una política pública de ciudad preocupada por ello, entiendo que hay problemas más urgentes e ineludibles, pero acá hay una deuda con el pasado que se debe saldar. Ambos ejemplos tienen en común la construcción y ampliación del Metro de Santiago, su crecimiento traspasa barreras históricas y se convierte en un legado para las nuevas generaciones. Hay estaciones del Metro que son un lujo. La tensión entre el pasado y lo nuevo siempre está y como los ciudadanos conviven con ello es parte también de una observación poética.