La escritora chilena Verónica Feliú debuta en la narrativa con Un chal para arroparlas, una novela publicada por AKÉN La luz de lo invisible Ediciones. La historia sigue a Doris, una asesora del hogar chilena que, mientras trabaja en San Francisco, EE.UU., revive los recuerdos de su pasado y la profunda huella que dejaron en ella los niños a los que ha cuidado. La novela explora el acto de «arropar», no solo en su sentido literal, sino como un símbolo del amor, la entrega y también la invisibilización de quienes dedican su vida al cuidado de otros.
Con un estilo que mezcla lo íntimo y lo social, Un chal para arroparlas ofrece una mirada crítica a la precarización del trabajo doméstico y la experiencia de las mujeres que sostienen vidas ajenas, muchas veces a costa de la propia. En esta conversación, Verónica Feliu nos comparte más sobre el proceso de escritura de su primera novela, su interés por los feminismos y el testimonio como género, así como su propia experiencia investigando el rol del trabajo doméstico en Chile.
—Para comenzar, ¿cómo nace Un chal para arroparlas? ¿Hubo algún evento o testimonio en particular que inspirara la historia de Doris?
—La novela se gestar a partir de una investigación que realicé sobre el trabajo doméstico en Chile hace algunos años y que se publicó en un volumen de colaboración. En el proceso de mi investigación entrevisté a varias trabajadoras de casa particular y de sus testimonios, así como también inspirada en mujeres que trabajaron en casa de mis padres, surgió Doris, la protagonista de mi novela. Escuché historias de abuso, negligencia y sobre todo invisibilidad. De esos testimonios, lo que más me impactó fue constatar que existen muchos casos de mujeres que abandonan a sus familias para cuidar hijos ajenos especialmente cuando se emplean puertas adentro, posibilitando así que otras mujeres se realicen personal y profesionalmente gracias a su trabajo.
—El título de la novela evoca protección y calidez, pero también sugiere un peso simbólico en torno al rol del cuidado. ¿Cómo llegaste a este título y qué significado tiene para ti?
—El título viene de una frase que piensa Doris ante un acto de agradecimiento y reconocimiento por su trabajo. En la novela, la frase es parte de una pregunta, pero la interrogante no calzaba bien como título. Entonces le di muchas vueltas hasta que en una conversación con mi hija surgió la idea del artículo indefinido «un». De esta manera, el chal cobra un significado único para la novela. Si bien es una prenda que todos conocemos y que nos remite inmediatamente a la infancia, el regazo, el cobijo y el amparo, para Doris puede ser el comienzo de algo que no conoce, en donde por primera vez pueda ser ella también arropada.
—En la novela, Doris recuerda su pasado y anhela reencontrarse con una niña a la que cuidó. ¿Cómo trabajaste la memoria y la nostalgia como ejes narrativos?
—La novela está narrada en presente, excepto cuando la protagonista rememora episodios del pasado. Todo lo que conoce el lector está filtrado por los ojos de Doris. Quise jugar con esos dos tiempos verbales y darle la posibilidad a Doris de revisar acontecimientos que la marcaron muy fuertemente y que cobran vida y significado en la medida en que se establece una distancia física al venir a los Estados Unidos. Me interesa mucho el efecto que tiene el trauma en la memoria de las personas. Cómo a partir de un episodio traumático la memoria se distorsiona y cómo o por qué reaparece y qué efectos tiene en nosotros el reencontrarnos con ella. La nostalgia en mi novela está muy ligada a la música que es otro resguardo de la memoria. En el texto, la música se representa a través de canciones que Doris canta, tararea o silba.
—La historia de Doris pone en evidencia las contradicciones del trabajo doméstico y del rol de las mujeres en el cuidado de otros. Desde tu perspectiva, ¿cómo dialoga esta realidad con el feminismo actual?
—Me es difícil hablar de todo el feminismo actual, porque hay muchos pensamientos feministas ocurriendo al mismo tiempo en diversos rincones del planeta. Pero cuando realicé mi investigación descubrí que, en general, se ha escrito poco desde el feminismo sobre el trabajo doméstico en lugares como en Chile porque presenta una contradicción no resuelta desde los tiempos de la colonia. Creo que mientras lo doméstico no se asuma como parte integral del sistema productivo y continúe siendo responsabilidad casi exclusiva de las mujeres la contradicción va a seguir existiendo.
—La migración también es un tema clave en la novela. Doris vive en EE.UU. pero carga con su historia y su identidad chilena. ¿Cómo abordaste la experiencia de la diáspora en su personaje?
—Eso es algo que Doris y yo compartimos, entonces me es fácil entender su experiencia: el vivir en «casa de otros» y tratar de navegar el mundo sin conocer el idioma ni las costumbres y sentirse fuera de lugar, y al mismo tiempo desconectada de lo que se ha dejado atrás. En EEUU, y desde hace un tiempo también en Chile, la mayoría de las personas que se dedican a los cuidados son mujeres inmigrantes. Yo no he tenido nunca ayuda doméstica en mi casa, pero he podido conversar con mujeres inmigrantes en este país y también en Chile sobre la experiencia de dejar el lugar de origen y la familia para realizar labores que muchas veces están por debajo de su formación. La migración es un tema muy complejo y muchas veces muy doloroso especialmente cuando las personas abandonan su hogar porque son perseguidas o víctimas de violencia doméstica.
—Pía Barros menciona que la protagonista «vive vidas subrogadas», lo que sugiere una pérdida de la propia identidad en el acto de cuidar. ¿Crees que la sociedad sigue invisibilizando a quienes se dedican a estos trabajos?
—Sí, absolutamente. El trabajo doméstico, y en general el de los cuidados, es por esencia una labor invisible. Las personas que no lo realizan solo ven los resultados pero desconocen el proceso, lo que a la postre les lleva a desestimar esos mismos resultados. Si yo no sé qué conlleva la limpieza o el cuidado de una persona mayor o con discapacidad no puedo apreciar a la persona que lo realiza. Es muy conflictivo cuando este tipo de servicio y entrega se mantiene por generaciones como una realidad dada incuestionable. Los hijos que se crían en una familia donde las labores domésticas son invisibles, están totalmente incapacitados para realizarlas de adultos. Por otro lado, en Chile y, en general en Latinoamérica, aunque exista un contrato con la trabajadora, los límites muchas veces se desdibujan y existen relaciones de lealtad y codependencia muy complejas porque están basadas en una profunda diferencia social y económica.
—En tu trayectoria como investigadora has explorado el testimonio como género híbrido entre literatura y antropología. ¿Cómo influyó este enfoque en la escritura de la novela?
—Cuando descubrí el género del testimonio, con Rigoberta Menchú y otros, sentí que se me abría una relación con la narrativa fascinante. En el testimonio hay alguien que cuenta y otra persona que escribe. Hay una simbiosis entre la escritura y la oralidad que nace de la antropología pero que puede mezclarse con la literatura de maneras muy creativas. Elena Poniatowska, una autora que admiro mucho, ha navegado esa aleación de manera brillante. A mí me interesa mucho cuando en la ficción la voz narrativa está supeditada a la mirada de los personajes y no al revés. Cuando la novela consigue eso me parece absolutamente maravillosa.
—Esta es tu primera novela, pero vienes de un largo recorrido en la literatura y la investigación. ¿Cómo fue la transición de la academia a la ficción? ¿Te encontraste con algún desafío inesperado?
—El mayor desafío fue desprenderme de la necesidad de explicar y justificar que es propia de la investigación o la crítica. La literatura tiene que fluir y cautivar a sus lectores con la musicalidad, lo inesperado, los juegos de palabras, la sorpresa. No hay literatura si la pluma no deja nada a la imaginación. Eso me llevó un tiempo, y tuve que volver atrás en el texto muchas veces y eliminar todos los sobrantes. En esto me ayudaron algunas personas que leyeron el manuscrito y me alentaron a darles más autonomía a mis personajes y a conseguir que el hecho se vuelva acontecimiento que es lo que sustenta la trama.
—Además de escribir, enseñas literatura y lengua en San Francisco. ¿Cómo dialogan estas facetas en tu vida? ¿Influyó tu experiencia docente en la construcción de la historia?
—El proceso de enseñar lengua requiere de la imaginación para ilustrar usos y formas a veces con una frase, otras con la creación de historias o situaciones ficticias en las que hay mucha interacción, diálogo y creatividad. Además, trabajar con la lengua y la estructura narrativa proporciona una herramienta crucial a la hora de escribir literatura. Por otro lado, componer, entrelazar y urdir en mi lengua con plena libertad sin otro propósito que el de inventar situaciones ficticias me significó un inmenso placer.
—Finalmente, ¿qué esperas que sientan o reflexionen los lectores al conocer la historia de Doris? ¿Hay algo en especial que quisieras que se llevaran de Un chal para arroparlas?
—Alguien me dijo que mi novela era como un caleidoscopio o un collage. Ambas ideas me parecen muy sugerentes. Me encantaría pensar que los lectores se sumergen en ese caleidoscopio y encuentran imágenes evocativas o sensoriales que les inspiran reflexión, emoción y sorpresa. Quisiera que la lectura les lleve por diferentes derroteros sin que el texto les parezca predecible. Si he conseguido eso, me doy por satisfecha.