Ema Cline -luego del éxito rotundo de Las chicas- regresa al mundo de la literatura con una novela corta que retrata las 24 horas previas al juicio por abuso sexual y violación al que fue sometido Harvey Weinstein.
La escritora norteamericana, mezclando ficción y realidad, propone un ejercicio literario arriesgado al internarse en la cabeza de Harvey. No intenta exculparlo ni juzgarlo, en lo absoluto, lo que pretende es ver sus pensamientos y acciones antes de enfrentarse a un tribunal.
Es interesante el punto de arranque y la manera en que Harvey enfrenta lo cotidiano de su último día. Tiene un empleado que le sirve desayuno y no cuestiona nada. Parece una máquina creada para llevar a cabo una función y no un discurso (ejercicio similar al que Ishiguro desarrolla en Los restos del día). Esta relación se traslada a todo su entorno, el cual se transforma en un instrumento en el que se piden y consiguen cosas.
El director de cine recibe llamados de abogados y periodistas. Por un lado, se le prepara para el juicio, el entrenamiento como forma de protección. Por el otro, se le piden entrevistas exclusivas que le ayuden a limpiar su dañada imagen ante la opinión pública.
Mientras revisa los comentarios de redes sociales sobre su mediático caso, una de sus nietas lo visita, proyectando juegos y viajes en el que al aparecer en su último día. Pese a ello, Harvey conserva la calma pues: «Esto es América, y en América a los que son como él no se los condena».
Necesaria y actual, la nueva novela de Ema Cline es un golpe literario que se lee de un solo tirón. Construyendo una progresión temática que se ancla en los delirios de grandeza de un ser despreciable.
