De un día para otro, Ignacio Rebolledo tuvo la inquietud de leer. Se podría decir que todo fue gracias a un programa de televisión que le abrió paso a la literatura. En esta entrevista tuvimos la oportunidad de conocer mejor al autor y lograr que nos contara, a corazón abierto, cómo se acercó a la literatura y sobre su segundo libro, entre otras cosas.
—Cuéntanos acerca de ti
—Me encantaría decir que es una pregunta de respuesta difícil, pero la verdad es que soy una persona de lo más mundana. Tengo veintiséis años, soy virgo, lector, me gano la vida editando libros infantiles y juveniles en Grupo Planeta y mi ansiedad me juega malas pasadas con bastante regularidad. Disfruto mucho escuchar música y conocer datos freak de la mal denominada cultura pop «basura».
—¿Cómo te acercaste al mundo de la literatura?
—El acercamiento fue bastante fortuito y, por qué no decirlo, absurdo para los ojos de algún esnob. En mi casa no leía nadie, ni los subtítulos, mis padres con suerte daban una mirada a vuelo de pájaro a las comunicaciones que les enviaba el colegio (digo padres por ser buena onda, mi madre fue la única interesada en mis actividades). A raíz de esto mi primer encuentro con la literatura fue incómodo, rasposo, una lucha constante. El currículo escolar no ayudó en nada, vale decir.
Por suerte me volví fanático de la serie infantil Hannah Montana —el año de su estreno cumplí once años— y aún mejor de Miley Cyrus, su protagonista. La seguía de manera religiosa; me compré sus álbumes, el merchandising que sacaba Disney semestralmente y una novela de Nicholas Sparks que en la portada venía impresa el póster de la película que protagonizaría la señorita Cyrus. Aún recuerdo el rostro turbado que puso mamá cuando pedí un libro; casi se fue de espaldas.
En fin, cuento corto, con la novela en mis manos —cuatrocientas páginas para cualquier ser humano que odia la lectura es escalar el Everest— me embarqué en la ambiciosa misión «lee el libro antes de ver la película». Lo devoré en dos días. Momento eureka. No podía creer lo que estaba pasando. La pasión me consumió, ¿un libro era capaz de provocarme sensaciones que jamás había experimentado? Sí.
Desde ahí comencé a leer libros juveniles. Los amé y los sigo amando. Son una puerta inmensa, una bienvenida buena onda al basto mundo literario. Me apasioné con las historias, con los personajes que hablaban como yo, que atravesaban caminos paralelos a los míos. Fue tal mi excitación que decidí estudiar letras. Ahí conocí otro mundo, uno mala onda puesto que me veían como un unicornio en medio de un establo, pero aprendí muchísimo.
Quizás ahora leo más literatura juvenil por trabajo que por gusto, pero espero no dejar de ver nunca el invaluable merito que tiene la LIJ en los niñes y jóvenes.
—¿Cómo definirías tu forma de escribir?
—Diría que sin vergüenza. Hasta ahora no he tomado ningún taller formal de escritura —solo un electivo con Jaime Collyer en la universidad—, pero yo era muy chico y no me lo tomé con la seriedad y rigurosidad que se merecía. Lo desaproveché, me arrepiento. Mi escritura la aprendí leyendo, escribiendo. Quizás es media chascona, en el buen y mal sentido de la palabra. Estoy reeditando mi primera novela y me parece casi amateur. Es probable que todavía lo sea, pero creo que ya aprendí a tener un ritmo, una musicalidad que me gusta. Al menos de momento.
Por supuesto que cuando leo un libro escrito de manera magistral me pregunto por qué pierdo el tiempo, no sé si tengo mucho que aportar. Pero me encanta construir mentiras, armar mundos, que una página en blanco se transforme en un pueblo ubicado al sur del mundo o en la luna, quién sabe, y esa pulsión es más fuerte. Abro el computador y trabajo. Por suerte me han publicado dos veces.
—¿Cómo se te ocurrió crear Lugares Seguros?
—Quería escapar de Ahora puedes verme, mi primera novela, me da pánico ser un escritor que se copie a sí mismo. Así me despojé del glamur y de la duermevela en la que me sumió la cultura yanqui (digo, mi primera novela está protagonizada por un actor famoso y todo ocurre de plaza Italia para arriba). Quería armar con Santiago un Nueva York y con el tiempo recaí en que era algo penoso, frívolo.
Cuando pensé mi segunda obra quería algo diferente, algo que me hiciera sentido. Justo viajé al sur y me encontré con una nota en la prensa de los desaparecidos del terremoto, de los cuerpos que el mar nunca devolvió. ¿Cómo siguen los que se quedan? ¿Qué era de sus vidas antes del desastre natural? Así nació Catalina, fue la primera en venir a mi mente. Su mito, su vida, su desajuste con lo que esperaban de ella en sociedad, la familia. Luego apareció Antonio y Vicente como fuerzas antagónicas, tan diferentes y a la vez tan iguales.
—La amistad es un elemento primordial en la novela, ¿por qué?
—Creo que las relaciones, en el espectro que sean, son la columna vertebral de la novela. Somos seres sociales, vivimos en comunidad, y ni aunque quisiéramos podríamos vivir sin un otro. Si un ser humano decidiese agarrar sus cosas e irse a la montaña, aunque no vea a nadie más en su vida, seguiría siendo un ser social al formar parte de un mismo lenguaje. No puede olvidar la lengua y esa ya es social. Con esto quiero decir que nos conformamos a partir de un tercero, por eso es tan importante la amistad en la novela (de los que están y de los que no). Yo no sería el mismo sin mis amigos, sin mi familia. Quería que eso quedara plasmado en estos personajes. Son un coro.
—¿Qué te inspiro para hacer este libro?
—La rabia. La desigualdad de oportunidades. Las ganas de contarle una mentira a alguien. Diversos motores que convergieron.
—¿Qué buscaste a la hora de dar a conocer las características de los personajes?
—Me interesa que sea verosímil con la realidad, que sean tridimensionales, cortarles los hilos a las marionetas. Para mí los personajes son vitales para contar la historia (por eso la narran ellos; bueno, al menos uno de ellos). Quiero verlos, así tal cual veía a los personajes que me narraban los autores de mi adolescencia. Quiero que importen, ya sea para bien o para mal. Quiero que generen algo, que dejen huella. Si soy capaz de producir alguna emoción, por minúscula que sea, me doy por pagado.
—¿Cuál es el fin de los recuerdos en tu segunda novela?
—Vitales. Los recuerdos se pasean como fantasmas. Deambulan, penan, hacen reír, llorar. No sé si seré yo, pero vivo en los recuerdos. En los momentos felices, en los desdichados, mañana tendré tiempo de ver el hoy. No me interesa el discurso de autoayuda del vivir el momento. Quiero acomodarme con los que ya no están, agradecerles. Los personajes de Lugares seguros hacen lo mismo.
—¿En qué te inspiraste en crear Lugares Seguros?
—En las personas que ya no están, pero que pienso a diario.
—¿Dónde podemos encontrar tu novela?
—La pueden encontrar en librerías de Chile. En caso de ser de afuera recomiendo leer el ebook. Si no la ve en un mesón, pídala. Está escrita con trabajo y cariño.
[…] las profundidades de la mente inquieta de un novelista penquista, se construyó Lugares Seguros, una obra que buscó alejarse de los temas que se trataron en su primera novela, Ahora puedes […]