Zona de Promesas es el primer libro del periodista Javier Rodríguez y se publica bajo el sello de la editorial nacional Provincianos. Durante la entrevista conversamos detalladamente acerca de su trabajo, sobre las relaciones personales del protagonista del libro con el resto de los personajes, también de política entre otras cosas. Te invitamos a leer la entrevista.
—Cuéntanos sobre ti
—En 2013 egresé de periodismo en la UC. Trabajé en las revistas Viernes y Qué Pasa, en esta última hasta que cerró. Fui nominado en varias ocasiones al premio periodismo de excelencia y al premio nacional de revistas Mags, además de haber ganado los premios de periodismo en Educación SIE y el premio nuevas letras sub-30 de la municipalidad de Providencia con el cuento Sexy Chambelán. Hincha de ir todas las semanas a ver al estadio a la Unión Española, actualmente estoy terminando un volumen de cuentos basado en el imaginario de los pájaros como trabajo de fin de máster de escritura creativa en la Universidad Complutense de Madrid. Amo a mi perra salchicha, a la que llevo tatuada en el antebrazo izquierda.
—¿Cómo describirías la relación entre Álamos y su asesor?
—Creo que es una relación asimétrica, sobre todo. No solo porque Álamos es su jefe si no, también, porque provienen de clases sociales diferentes, aunque cercanas. Tanto Pablo como su familia esperan que él, a través de sus estudios y del trabajo duro, se acerque al club al que pertenece el diputado, con plena fe en la meritocracia. El problema es que el protagonista se demora poco en entender que sus ideales son muy diferentes a los de su jefe y que no está dispuesto a pagar el precio de entrar a la elite. Pablo, que no se caracteriza por la decisión, la confianza en sí mismo, ni la autodeterminación, se ve inmovilizado ante un diagnóstico que intuía pero que no quería asumir. El diputado confía en él, lo ve como parte central de su proyecto, lo considera leal, porque no tiene la capacidad de empatizar con otro que no piense como él ni provenga de las mismas comunas y colegios. Hay un conflicto permanente que, para el caso de la novela, solo incomoda a Pablo.
—¿Por qué quisiste abordar el tema político?
—Abordé el tema político porque siento que estamos en un contexto donde las instituciones a las que antes nos aferrábamos, desde el Estado hasta la iglesia, hoy están en crisis. Hay una crisis institucional, pero también de representatividad. La mayoría de los políticos, de todo el espectro, han pisado el palito de la gratificación instantánea, del like fácil y rápido y, así, creo que es imposible construir un relato a mediano y largo plazo con el que nos podamos identificar como ciudadanos y depositarios de la soberanía popular. Lo vemos en la política, sí, pero también en otras esferas: en el arte, en el deporte. Todos caemos en eso, construyendo avatares o ideales de nosotros mismos en redes sociales que apuntan más a la liberación de dopamina que a la búsqueda de un sentido común. Más que un discurso vacío, como el de Levrero, no hay discurso; cambia, como veleta, según la dirección que trae el viento. Me parece súper preocupante y quise retratar, también, la responsabilidad que tenemos los periodistas —desde los medios como los asesores comunicacionales— en la construcción de esta realidad banal, simplona, que solo deteriora la conviviencia social.
Además, siento que también es importante que estos políticos de extrema derecha que van por la vida soltando pachotadas, sin ninguna vergüenza, como personajes inverosímiles, han ido tomando fuerza y de a poco consiguen espacios de poder. Lo hemos visto en Estados Unidos, España, Brasil y casi lo vimos en Chile y Francia. No podemos bajar los brazos porque sería un retroceso brutal y creo que el arte tiene una responsabilidad respecto a denunciar y cuestionar estos discursos.
—¿Qué quisiste explorar en este libro? Zona de Promesas aborda tema LGBTQ, ¿qué tal?
—Hay varios temas que me interesan particularmente y que, inconscientemente, van apareciendo en mi escritura. El que marca Zona de Promesas, me parece, es la búsqueda y construcción de identidad, tanto individual como colectiva. Y esa búsqueda es amplia y, me aventuro, permanente. El personaje explora su sexualidad, casi obligado, con culpa, pero lo hace porque la vida se lo impone. Políticamente le cuesta mucho definirse, porque crece repitiendo el mantra de que el trabajo duro da réditos cuando, en realidad, otras variables son mucho más definitorias: clase social, redes, relaciones, colegio, comuna donde naciste y te criaste, universidad, don de gentes. Todo eso viene antes del trabajo duro. El personaje crece o, mejor dicho, avanza, a través de esta certeza que, al final, termina siendo paradójica: debe aprender a convivir con la incertidumbre.
Otros temas que me interesan mucho y que no exploro tanto son el fútbol como expresión cultural y social, el mercado del arte, las relaciones.
—¿Cómo nace la relación entre Pablo y sus más cercanos? En este caso, Rita, Rosario, sus padres.
—Con sus padres hay una relación de permanente cuestionamiento: a la vida que ellos proponen, a sus ideales, a las expectativas que ellos tienen sobre él. Como joven, los cuestiona e intenta definirse por contraste para, poco a poco, ir entendiendo que ellos hicieron lo que pudieron, desde el amor, entendiendo que es imposible ser padre y que tus hijos no te juzguen, por injusto que sea. Los padres representan, en ese sentido, el deber, la tradición, las expectativas, el concepto de hombre que Pablo debe cumplir y que es incapaz.
Rita, por su parte, es una drag queen que se gana la vida bailando en la esquina del paseo Ahumada con la Alameda. Representa el empoderamiento, la opción de elegir el camino propio, con todo el riesgo que eso conlleva sobre todo en un país tan conservador y machista como el nuestro. Es la luz de la novela. Pablo la idealiza y no es capaz de preguntarle o empatizar con esos sufrimientos: está tan alienado que la toma como ejemplo, como posibilidad de liberación, cuando Rita tiene sus heridas propias, como consecuencia de sus decisiones.
En Rosario, finalmente, Pablo muestra todas sus trancas emocionales. La construye según su ideal, la sacraliza, quiere que todo avance rápido, busca que ella llene todos los huecos afectivos que tiene… Él busca que ella le dé todo, sin entender que las relaciones son de a dos, que hay que crecer y equivocarse juntos. Al final es un tóxico que la ahoga. Se encuentran en un mal momento y, a pesar del amor, no logran avanzar.
—¿La realidad supera la ficción? O, ¿es al revés?
—Si miramos a Kast, Bolsonar y Trump, la supera para mal. Por eso recurrimos a la ficción: para arreglar la realidad, para entenderla, para crear un mundo propio.
—Este libro habla misteriosamente de “encontrarse con gente o con uno mismo”, ¿por qué?
—A estas alturas creo que es difícil encontrarse con uno mismo porque la construcción de identidad es permanente. La novela intenta cuestionar ese lugar común. Al final, espero, Pablo entiende que hay ciertos principios que no deben transarse y, a partir de ahí, uno debe construir su concepto propio de felicidad, una construcción en comunidad, alejada del individualismo imperante que, creo, es el que nos tiene a todos empastillados y alienados
—¿Dónde podemos encontrar tu libro?
—En provincianoseditores.com la pueden comprar con envío gratuito a casi todo Chile. Si no, en las principales librerías del país.