—De García Márquez a Homero, pasando por Tolstoi, Dickens, Louisa May Alcott, tu novela está llena de referencias a los clásicos, ¿Qué importancia tiene para ti la lectura de estos clásicos en tu formación como escritora?
—Sin los clásicos no podría haber escrito Todos nuestros fuegos, pues en ellos hay una conversación constante con los grandes maestros de la literatura, pero también con otros más contemporáneos. Lo primero que se me viene a la mente es Mujercitas porque retrata de una familia, aunque no es una novela que estuvo a la cabecera. Más te diría que Los Buddenbrook de Thomas Mann. Hay autores que me ayudaron como Kent Haruf y muchísimo Jhumpa Lahiri en general y en particular. En otras palabras porque aborda la metamorfosis que se da en los seres humanos y la identidad. Nuestro amigo en común de Charles Dickens fue de gran utilidad para abordar la ciudad, con sus claros oscuros y me marcó mucho Luz de agosto de William Faulkner por el narrador. Cuando estaba en aprietos recurría a la poesía de Elizabeth Bishop, Emily Dickinson y una antología poética que tengo de Lumen. Si bien no soy una gran lectora de poesía, con ella pude soltarme, volver a sentir las palabras y su cadencia. Tenía claro que las escenas de sexo no serían explícitas por lo que Mujeres en la cama de Gina Berriault fue un gran aporte. También los salmos. Imposible olvidar el impacto que tuvo en mí Victoria Chang con Dear Memory en que ella le habla a sus muertos. Sobre lo judío es difícil delinearlo porque se me han sumado las lecturas desde que tengo diez años, pero sin duda Isaac Bashevis Singer en su conjunto y El alma se extingue de Lajos Zilahy, sobre todo este, fue determinante. Stefan Zweig con La impaciencia del corazón y El verano que mi madre tuvo los ojos verdes de Tatiana Tibeulac me dio la fuerza para jugar con un estilo más poético y crudo.
—Siguiendo con los clásicos, creaste un personaje, Rivka (que a la vez es Olivia), que tiene mucho de Jo March, la joven rebelde y libre de Mujercitas, ¿cuánto aportó tu propia biografía a este personaje?
—Ojalá te pudiera responder que Rivka es un alter ego de mí, pero no es así. Me di libertad para crear un personaje que distara de lo que yo soy, si bien yo también soy judía y corro —ella practica el jogging, como se denominaba en los ochenta a correr— no hay mucho más. Podría decir que tanto Rivka como yo somos mujeres que no tememos a los cambios, a buscar desafiarnos y sobreponernos.
—Tu novela Todos nuestros fuegos es el relato de una tragedia que comienza con un incendio y permanece en Rivka —quien más tarde será Olivia— a través de la culpa y de una promesa de soledad, ¿cómo logra sobreponerse a esa adversidad?
—Quizás la respuesta está en la pregunta anterior, pues Rivka ama la vida y la amará hasta el final. Su fe es inquebrantable, aunque como toda persona dude, se enoje con Dios y discuta con Él. Estos factores son decisivos para que ella logre sobreponerse. En ese sentido, la educación que recibió en su hogar fue fructífera, porque fue más allá del ritual; le entregó una fortaleza con que pocas personas cuentan.
—La identidad de Olivia —quien antes era Rivka— está marcada por sus raíces judías, algo que la acompaña desde la infancia y es el cable que la conecta a su pasado, ¿cómo enfrenta ella esa tradición cuando debe salir obligada no solo de su casa o su barrio, si no de una vida anclada en el judaísmo para habitar un mundo cultural y valóricamente muy distinto al de su infancia?
—Me encanta esta pregunta porque vemos que Rivka es una chica que lleva su judaísmo en su sangre y en su respiración. Si bien vivirá en un ambiente que dista mucho del que ella creció, es capaz de reconocer la distancia que posee con el mundo no judío. En este mismo viaje de autodescubrimiento, ella confrontará a la Rivka de Williamsburg con la Rivka de Manhattan y luego, con Olivia y Rivka. Es un choque muy grande y para mi gusto, las conversaciones más lindas con Tzipora y Yaacov, su padre, porque ellos encarnan lo que más ama Rivka, los valores y su visión de una vida con sentido. Solo que ella debe escapar de su vecindario, es incapaz de confrontar el dolor a diario. Mientras más se aleja, más entiende quién es.
—La dualidad está muy presente en tu novela, no solo en el juego de Rivka y Olivia, que son la misma pero no lo son. Hay un padre y una madre, uno vivo y otra muerta, hay dos nombres, hay dos tradiciones, hay dos países que terminan de conformar a esa mujer del futuro, ¿qué significado le otorgas a esa dualidad?
—La verdad es que no lo había visto y agradezco tu mirada porque me aporta a mi propia reflexión sobre Todos nuestros fuegos. ¿No es la vida una serie de dicotomías? ¿un aquí y un allá? Es decir, la vida se mueve siempre entre dos polos y pocas veces tenemos la oportunidad de verlo con tanta lucidez. En ese camino, en esos extremos, hay una vida por contar.
—La ausencia es un hilo conductor en toda la novela, la madre, las hermanas, luego el padre que está y no está, finalmente el amor, ¿cómo logra Rivka, o quizás Olivia, «ganar esa historia de sobrevivencia» a la soledad a una edad tan temprana y no perderse en el camino? ¿qué es lo que la mantiene firme e independiente?
—Los lectores me han hablado mucho de la soledad, que es un hecho, está dada, pero en realidad, ella vive con sus fantasmas, gira en torno a ellas y a su padre con la llamada silenciosa cada 11 de diciembre. Va encontrando pequeñas luces en el camino que la ayudan a vivir, como lo es la familia O’Connors, sobre todo con el hijo, Charlie quien le abre el amor en su corazón. Sam Beats y luego, muy importante, su vecina Dora. Bueno, y todo cambia cuando vuela a nuestro país. Está sola pero va encontrando fuerza en estas personas y pequeños gestos de bondad y cariño. En ese sentido, ella era la cuarta hermana y sabe cómo manejarse en un ambiente dinámico, muchas veces de pelea y grandes discusiones, de celos y también de compañía. Era difícil estar sola en el 72 Penn Street. Las voces son su compañía, vendrá también su perro George. Ella, a su manera, va buscando una ruta menos solitaria. Quizás no tan rápido como otros, pero al final lo logra.

—La maternidad es algo que Rivka y luego Olivia observan permanentemente, hay una relación de amor profundo con la madre fantasma, una necesidad de mantener ese breve y a la vez eterno lazo, hay una preocupación por la descendencia, el fin del apellido, ¿qué es lo que pasa con ella cuando se enfrenta a la posibilidad de ser madre?
—Se le remueve el piso, un terremoto, no por nada intenta alejarse de lo que está descubriendo, el amor y la continuidad. Es como si le dijeran ahora tú Rivka Schtern, Olivia, pero siempre Rivka, tienes la posibilidad de dar vida, de continuar con el legado y dejar atrás tu soledad. Ella cree que no está preparada, debe volver a conversar con sus muertas y su padre silencioso. No sabe qué hacer, baraja un sinfín de opciones, vuelve a caer pero también se volverá a armar.
—Rivka, Olivia después, tiene que enfrentarse al eterno dilema de no perder la fe cuando no hay respuestas, no entiende las razones de su tragedia familiar y aunque se hace preguntas, no deja de lado su relación personal con el Creador, su formación espiritual está siempre presente en su forma de ver el mundo ¿cuánto pesa esa relación en la búsqueda de un amor que logre reconectarla con su tradición, su pasado y los cambios que ha tenido que enfrentar desde su perspectiva libre y rebelde del mundo que la rodea?
—Pesa mucho su fe en la búsqueda del amor. Es imposible entender a Rivka ni a Olivia sin el judaísmo. Ella es una mujer con una fe profunda que si bien tiene rabia con el Creador, está enojada pero nunca duda de Él. Eso es lo lindo, que vemos en ella una relación activa, a veces más cercana y otras no. Está en un dilema constante de cómo vivir en este nuevo escenario y eso la lleva a forjar su propio judaísmo, pero sin perder la fe ni la tradición, a su manera. Otra cosa será lo que sucede al final y cómo responde a este gran camino que forjó. Ella tiene claro que no se va a casar con alguien que no es judío, pero tampoco es capaz de preguntar eso cuando conoce a Mauricio. Hay que terminar la novela para comprenderlo.
—El fuego es un elemento que se mueve dentro de esa dualidad que te mencionaba antes, simboliza destrucción, el origen de la tragedia, pero a la vez es luz y espíritu que fluye de uno a otro, como en un candelabro de Janucá ¿cómo enfrenta Rivka/Olivia esa dualidad?
—La dualidad es parte de la tensión, para ella solo existe el fuego destructor, el negro, pero un lector o lectora atenta verá que en algún momento, el fuego se transforma en blanco. De acuerdo a la tradición judía no puede existir solo el fuego negro porque no habría equilibrio en las fuerzas espirituales. Esto se basa en que la Torá fue dada a Moisés «con fuego negro sobre fuego blanco», siendo este episodio una de las bases del judaísmo. En ese sentido, lo de Janucá es muy fuerte porque es una fiesta que se define por la luz y el fuego, el que destruye todo, pero a la larga, Rivka/Olivia encuentra su propia luz desde la destrucción. Ese es el viaje que se inaugura —porque Janucá significa «inauguración»— el 11 de diciembre. Es una novela donde vemos un personaje que se debe mover, volver a inventarse y claramente es otra al final del escrito.
—La rabia pareciera ser la primera forma de defensa que Rivka/Olivia utiliza para mitigar sus dolores, algo de eso hay en la relación con la arrendataria o con sus jefes, como si esa rabia fuera un fuego personal que la consume, al igual que un cigarrillo, algo comprensible teniendo en cuenta lo que ha tenido que pasar para sobrevivir ¿qué es lo que crees que pesar de todo mantiene firme su bondad?
—Porque al final la esencia de la persona perdura. Ella intenta ser mala, cruel, juzgar para mal pero la enseñanza de sus padres y las experiencias amorosas en su familia junto a sus hermanas donde conoció todo tipo de conductas la convierten en una chica que sabe que existe el bien en el mundo. La bondad no es un concepto, es una acción, un verbo. La rabia está presente, es natural, si no la historia no sería creíble pero todo tiene que ser matizada, como somos los seres humanos de carne y hueso. Me preocupé mucho de alejarla de lo simple, de que su ingenuidad no fuera lo determinante, sino que las experiencias a las que se vio enfrentada la fueran haciendo crecer como persona y conversando mucho con sus fantasmas, su fe y ella misma.
—Olivia deja Nueva York para viajar al sur del mundo para encontrar el fuego del amor, como pasa en la vida que va abriendo caminos por donde menos lo imaginas ¿por qué Chile?, ¿y por qué esa mirada tan turística o idílica del país?, siendo que ese viaje se ambienta al parecer a comienzos de los 90, cuando Chile era un pulso constante debido a los cambios sociales ¿qué cosas crees que deja en Olivia esa experiencia? ¿cómo esa distancia ayuda a reconciliarse con su espacio natural?
—El espacio temporal es a fines de los ochenta, justo cuando es el plebiscito de octubre de 1988, por ende, estábamos ad-portas de grandes cambios. Me gustaba la idea de traer a una «gringa» a Chile a ese tiempo donde aún nuestra sociedad era muy conservadora, plana y más machista. Nadie se atrevía a innovar, la capa de censura y de años de represión nos habían calado hondo, entonces ella puede ser crítica. Es la mirada del otro que tanto se ha trabajo en literatura como lo hemos visto con James Joyce en Ulises o un ejemplo más cercano, en Casas Vacías de Brenda Navarro. En ese espacio temporal ajeno es donde el crisol del cambio de ella se va consolidando. Es una mirada, a momentos turística e idílica, pero también muy crítica cuando va a Rancagua, camina por entre medio de las poblaciones, va a una escuela pública y a un sinfín de lugares. Es la mirada del extranjero que tanto remece. ¿Habrá un guiño a El extranjero de Albert Camus?
—Por último, ¿cómo crees que debiera ser leída tu novela por jóvenes como Rivka, que quieren romper con una tradición y buscar su propio camino? ¿cómo se puede habitar un mundo lleno de dolores cuando se pierde la fe? ¿cómo se logra ese equilibro entre la felicidad propia y la colectiva?
—Quiero volver a aclarar que ella no pierde la fe en el Creador, sino que en cómo volver a vivir. Esa es su gran lucha. La pregunta que me haces es muy difícil de contestar porque quién soy yo para dar esas directrices. Pero sí estoy segura de que uno debe evaluar y meditar mucho. En uno de los talleres que me invitaron a comentar Todos nuestros fuegos me pasó algo precioso. Una participante, que si bien no es tan joven, se había separado y me dijo: «Karen, gracias a tu novela, pude volver a ver la luz, a creer en que puedo salir adelante». Entonces, espero, con mucha humildad que cualquiera que la lea, encuentre ciertas claves para dar con el fuego blanco.
Karen Codner Dujovne (Santiago, 1972) es periodista por la Pontificia Universidad Católica de Chile y magíster en Literatura Comparada por la Universidad Adolfo Ibáñez. Ha trabajado en diversos medios de prensa escrita y en 2009 creó la Fundación Memoria Viva, cuya misión es registrar los testimonios de los sobrevivientes del Holocausto que se albergaron en Chile. Publicó los libros Respirar bajo el agua (2014) y Con estos ejercicios escribo (2020). Imparte talleres de lectura y de creación literaria. Conduce el Podcast Espiral, donde entrevista en profundidad a escritores de habla hispana, y los domingos envía «Oda», un boletín para los que buscan una pausa creativa. Más info en www.karencodner.com