Como bien dice Natalie, los libros se convirtieron desde pequeña en «espacios propios» y que la literatura la ha acompañado durante toda su vida. En esta ocasión tuvimos la oportunidad de conversar con ella sobre su libro Apócrifa de Queltehue Ediciones. En esta conversación ella ahonda en temáticas anecdóticas, sobre la figura femenina en el libro, del cómo crear historias breves y además ella misma explica que cada cuento «pide según su necesidad». También sobre cómo hay ciertas influencias, por ejemplo, la música la acompañaron a crear este libro de cuentos y las cosas cotidianas. Te invitamos a leer la entrevista a Natalie, una mujer que con sus relatos llenan atmósferas que brindan conocimiento y que acompañan en el diario vivir.
—Queremos saber sobre ti y de cómo llegaste a la literatura
—Aprendí a leer muy chica, tuve autonomía lectora desde los 3 o 4 años. Además, crecí mi primera infancia, en la isla Robinson Crusoe y, por lo mismo, es que en los noventas tuve acceso a pocas cosas a nivel cultural: los cuentos del jardín, películas que se copiaban en vhs entre varios y que circulaban por toda la isla, historias locales, dibujos animados de la televisión abierta… se comprende que mi mamá me haya enseñado a leer tan pequeña.
El 95 mi familia se vino a vivir al continente y fuimos un núcleo bastante aislado (es difícil sacarse ciertos hábitos de encima). Vivimos alrededor de nueve años en el norte, entre Vallenar y Copiapó, y de alguna manera me refugié en la literatura, en la ficción. Sumado a esto, tuve una crianza religiosa con bastantes limitaciones, entonces los libros para mí se convirtieron en espacios propios, míos, un lugar donde no entraba ningún otro tipo de control (o casi). Mi hermano, por ejemplo, se refugió en la música. De modo que tuve acceso a historias bíblicas crudícimas y también a las lecturas escolares, que disfrutaba mucho. Recuerdo que a los 8 o 9 me regalaron una antología de poemas de Gabriela Mistral, porque yo escribía poesía y quería ser poeta. La escritura también ha sido algo constante en mi trayectoria. El 2004 nos vinimos a vivir a la quinta región cordillera y a nivel de pregrado, opté por Pedagogía en Castellano en la UPLA, para seguir ligada a los libros. Siempre quise estudiar un posgrado y por eso soy Magíster en Literatura Comparada y hoy estudio un Doctorado en Literatura. Entonces lo literario ha sido mi lugar seguro por muchos años, pero también mi interés primordial y mi fuente de trabajo. Como dice el artista William Kentridge (Self-portrait as a coffee-pot), casi por defecto, me vi reducida a ser esto.
—¿Por qué el título Apócrifa?
—Por mi pasado religioso, desde muy joven supe que las traducciones bíblicas son diferentes, no solo por la cuestión de quien traduce, sino por la decisión de incluir o no a los libros apócrifos. En mi caso, la versión de la biblia que leí validaba únicamente los libros del canon. Ese aprendizaje me marcó mucho, porque la idea tiene varios significados en distintos niveles, y el que más me importa es que la biblia toda es un consenso más que una serie de revelaciones y mensajes. Ciertamente es un libro loquísimo, a ratos poético, luego épico, etc., pero creo que, desde que fui consciente del nivel apócrifo, me sentí más cercana a este grupo de relatos que no se integraban. Además, en el cotidiano todo tiene su versión apócrifa, es decir, un revés, una fisura, algo que se escapa a lo que decidimos contar. Por ejemplo, cuando hay una ruptura de pareja y cada quien cuenta su versión de los hechos, siempre hay partes que pueden ser dichas por alguien más y que se salen del discurso oficial de ese quiebre. Toda anécdota tiene un poco de eso, de inabarcabilidad, de versiones alternativas. La idea de algo apócrifo como algo falso o de menor validez me hace mucho sentido a la hora de crear historias, precisamente porque el medio literario también tiene sus propios cánones, canonizaciones y vacas sagradas. Yo creo que mi escritura pertenece más bien a esos lugares que bordean, que son aparentemente pasajeros: una escritura mínima; y todas las protagonistas son, de alguna manera, personajes apócrifos, mínimos, inválidos.
—¿Cuál es la razón que tus cuentos son breves?
—Mis relatos son breves porque es la extensión que estos mismos fueron pidiendo. Y porque en la pandemia tomé un taller con Paulina Bermúdez, amiga y representante de la primera línea de la minificción. Me gustó mucho la idea que expuso Paulina en su taller acerca de narrar historias sobre las que se arroja una luz particular, como la de una lámpara. Antes, en 2015 tomé un taller de literatura infantil con María José Ferrada, el que fue relevante para desmitificar la figura de niños/as/xs y el peso de lo moral en la escritura. En cuanto a minificción, y pensando en clásicos del género, me gusta mucho lo que escribía Monterroso (también recomiendo revisar la Antología del cuento triste que seleccionó junto a Bárbara Jacobs).
La gracia del cuento es ese nocaut que decía Cortázar, y si se logra en menos rounds, mejor ¿no? A veces accedemos a relatos con exceso de respuestas, con demasiadas justificaciones de porqué pasó esto o aquello, quizás porque un hecho demanda más información o porque es decisión de cada escritor/a/x profundizar en algo que cree relevante. Me gusta la idea de que no todo tiene que tener una explicación. Soy consciente, además, de que no estoy escribiendo Don Quijote de la Mancha o El señor de los anillos o una empresa similar. Ahora bien, tampoco me cierro a escribir historias que necesiten mayor extensión, porque, insisto, cada texto pide según su necesidad. Con estos cuentos fue así: cada historia tenía su precisión, su puntualidad y no quise arruinar ese carácter ¿De qué murió tal personaje? ¿Qué hacía antes de dedicarse a eso? ¿Se llevaba bien con su hermana? La verdad es que ese tipo de preguntas no aparecieron cuando escribí. El lugar breve fue su espacio.
—La música, ¿te influye a la hora de crear?
—La música tiene influencia en todos mis días y en todo lo que hago. También me gusta el silencio, pero incluso el silencio es parte de todo sonido. Mi vida entera he escuchado música, o he sido muy consciente de la música que sonaba alrededor, no concibo un mundo sin ella: es otro lenguaje. Hacer música, considero, es una de las cosas más complejas y hermosas que puedan existir. Yo no tengo ese talento, con suerte imito acordes de canciones pop en un ukelele. A diferencia del arte literario, el producto musical es de efecto rápido, te afecta en todo el cuerpo, te traspasa, te hace seguir un beat, un son; mueve, vibra. La literatura se toma un poco más de tiempo para lograr eso.
—¿Qué buscas a la hora de escribir?
—Hablar de cosas mínimas. Eso me interesa. De hecho, prefiero los contextos cotidianos a los hitos históricos. Más que escribir relatos que se cuelan en la Historia (esa con mayúscula), me gustan los cuentos que ni siquiera pertenecen a ella. Mis protagonistas noventeras-dosmileras miran de lejos el entramado pop, y aunque resienten cada efecto de la economía o de la cultura, lo pasan cada una en su propio mundo.
—Cuando escribes, ¿en qué te inspiras?
—En lo cotidiano, en las frustraciones, en los errores, en la ansiedad, en lo que se pierde, en lo que a nadie le importa. Me inspiro en los retortijones de guata, en la culpa, en el olvido, en la imperfección, en la poesía o en lo que se puede mirar a través del vidrio viajando en una micro.
—Sin spoiler, ¿qué temas podemos encontrar en Apócrifa?
Apócrifa es un libro sobre el amor y las diferentes formas de amar. Pero no el amor romántico tal como lo entendemos hoy, sino el amor por el amor mismo, y el desamor por el desamor mismo, y todas las aristas de lo que implica pensar en un afecto tan complejo, porque el amor puede relacionarse con el desagrado, con la rabia, con el asco, como en las narraciones de autoras como Giovanna Rivero o Mónica Ojeda.
—¿Qué escritores/as te influyeron?
—Esto no lo tengo tan claro. En general pienso más en ciertas historias o textos que en autores o autoras. Por ejemplo, el cuento de Herman Melville «Bartleby el escribiente» lo encuentro brutal, así como la novela El matadero de Esteban Echeverría, Patas de Perro y Eloy de Carlos Droguett, el poemario Los dominios perdidos de Jorge Teillier, los cuentos cortos de Kafka o toda la narrativa de Juan Rulfo. Gut text de Mike Corrao es un libro más contemporáneo que me removió en términos creativos. Respecto a escritoras, me gusta en general lo que hacía Marta Brunet a la hora de escribir, su narrativa es bastante cruda. Pienso en María Nadie o en Montaña Adentro. El cuento «Hongos» de Guadalupe Nettel me encanta, además de varias novelas de esta autora, o también el libro Umami de Laia Jufresa. Los ensayos y poemas de Natalia Ginzburg son un must. También puedo mencionar el libro Máquina para hablar con los muertos de Carmen García, o los poemarios Río herido de Dani Catrileo y Animal doméstico de Andrea Alzati. Lo que hace la artista y escritora Verónica Gerber Bicecci me gusta mucho, así como la narrativa de Samanta Schweblin: Siete casas vacías es genial. También me gustan varias cosas de Silvina Ocampo, creo que de ella hay algo en Apócrifa, en estas historias chiquitas. La verdad pienso en cuestiones bastante específicas, y a la vez, me cuesta casarme con una idea de «favorito» o una «influencia directa». Actualmente estoy leyendo y destaco al colombiano Juan Cárdenas y la poesía de la chilena Leonor Olmos.
—En todos los cuentos las protagonistas fueron mujeres (valga la redundancia), ¿por qué?
—Creo que ser mujer, dentro del libro, es el hilo conductor. A partir de ahí luego vienen las variaciones de edades, historias, afectos, sensibilidades, deseos. Nunca me cuestioné el hecho de que fueran figuras femeninas. Creo que es lo más honesto que he hecho: quería hablar desde lugares cotidianos, mínimos, pero así fue como salió cada relato, y cada relato pidió una mujer, o una adolescente, o una niña, o una universitaria, etc. Además, hay una especie de tufillo autobiográfico en la mayoría de los relatos, aunque sea un 0,0025% de mi propia historia, ahí dejé las miguitas. Son partes que me permití exponer.
—¿Cómo fue trabajar con Queltehue Ediciones? Y, ¿nos puedes contar sobre el playlist que dejaste en el libro?
—El trabajo con Queltehue fue muy bueno, la relación con ambos editores, Daniela y Joaquín, es cercana, cálida, respetuosa, profesional. La verdad es que estoy muy contenta de haber publicado Apócrifa con esta editorial. Me alegro mucho de que hayan confiado en mí y en estos cuentos para iniciar una colección de narrativa. Creo que todxs le tenemos mucho cariño a este libro.
Respecto a la playlist: me gusta hacerlas. Cuando salió el libro, hice una según cada historia. No es tanto para acompañar la lectura como para escucharla después, en orden, e identificar qué canción dialoga con qué relato. Es un ejercicio de complicidad con quien ya leyó el libro. Por eso está puesto ahí, a modo de bajativo, y no al inicio. No quiero que la playlist lleve de la mano a los cuentos, sino que, más bien, la música puesta ahí sea parte de un ejercicio evocativo.
—¿Dónde podemos encontrar el libro?
—Directamente a través de la página web de Queltehue ediciones, a través de su Instagram, en los puntos de distribución y creo, si no me equivoco, en Buscalibre. Y por supuesto, en ferias de editoriales nacionales e independientes.