El presente no es suficiente.
Alfonso Arenas.
El presente no fue suficiente para un niño gay de Puerto Montt.
El presente no será nunca suficiente para un hombre gay que cruza continentes en busca de algo que morirá y volverá a nacer y morirá y nacerá nuevamente.
El presente no fue jamás suficiente para ese niño nervioso e hipocondríaco que veía crecer montañas lluviosas a su alrededor y que “dormía tranquilo al escuchar los derrumbes de hielo en la cordillera y el choque de los ciervos contra los alambrados”, mientras homosexuales en la ciudad se morían solos, enfermos y renegados por sus amantes secretos.
El presente no es suficiente para un “maricón escritor – y está bien escrito así, no al revés: maricón escritor” que ve desaparecer a sus amantes al mismo tiempo en que se vacían los parques, en que crecen los océanos y nos ahogamos antes de que nos maten por mostrar nuestro deseo en público.
El presente no fue suficiente para ese niño que vio desde el techo de su casa una constelación preciosa que anticipaba un futuro trágico en donde su padre lo dejaba de querer por ser quien es. Porque “lo que está, está en las cosas y no en las palabras”.
Caminamos porque amamos algo de Nicolás Lange, o Nicolás Andreoni según el punto de la tierra en que se esté, se disuelve en nuestros sentidos como un viaje grupal de distintas personas con distintas edades, algunas contemporáneas y otras no, que dibujan a través de sus conexiones un mapa transoceánico que nos recuerda que la geografía está en nuestros cuerpos, cuerpos que toman forma, se solidifican y se derriten cuando el sol pega fuerte volviendo a convertirse en plasticina con la que podemos jugar. Nos recuerda que amar a un hombre -siendo hombre- podría ser eso: una potencia, una posibilidad, una raya al margen o una nota al pie.
Y como el presente no es suficiente, escribimos. Porque también mentimos, y entonces así podemos decir que “lo que está, sí está en las palabras”.
A propósito de los finales, Ricardo Piglia planteaba que la literatura y el cine tienen finales limpios, mientras que en la vida los finales son imperceptibles o confusos. Le da a la ficción una especie de súper poder: cortar limpiamente, sin manchas, sin infecciones.
Caminamos porque amamos algo logra desmalezar de manera casi quirúrgica lo real, a corte limpio, para dejar paso a otra cosa. A una cosa irreductible a la cuál sólo uno como lector puede ponerle un punto final. Porque el final en esta obra no tiene un punto. El final se produce antes, mucho antes, después, mucho después.
Y los finales también pueden tener muchos nombres. Pueden llamarse Nicolás Lange, Nicolás Andreoni, Ariel, Felipe, Raúl o Alfonso. Y «cuando hay nombres hay finales tristes, porque no se puede extrañar algo sin nombre».
Le doy gracias al autor que hoy celebramos, por huir.
Porque ese viaje que emprendiste te sacó de «zonas de precipitación donde los niños se precipitan a la muerte».
Porque seguiste caminando porque amabas algo.
Porque «no te tragaste las palabras, porque entendiste que siempre acaban afuera», y porque las compartes en esta pintura que no tiene punto final, sino tu nombre diluido en mentiras que juras decir, pero que nunca sabremos si realmente lo son.
Alfonso Arenas. Hace diez años trabaja por el desarrollo de las artes escénicas en Chile, impulsando proyectos de formación para artistas, educación artística para estudiantes de la educación pública y programación cultural en instituciones públicas y privadas. Becario Fulbright para doctorarse en Artes y Educación en Estados Unidos. Entusiasta participante de clubes de lectura y talleres de escritura narrativa y dramaturgia.
Caminamos porque amamos algo, Nicolás Lange, Cástor y Pólux 2022. PVP: $13.000