El relato oficial instaló —hasta ahora— la idea de que el Nuevo Rock Chileno, ese potente movimiento de los años noventa que dio vida a insignes bandas y parió notables discos, nació en 1995, cuando la filial del sello EMI en Chile lanzó su flamante catálogo de discos y bandas nacionales, hecho que fue sucedido por el interés de otras transnacionales que también publicaron desde el 95 en adelante a varios otros grupos locales (BMG, Sony, Warner).
Sin embargo, esa historia partió al menos cinco años antes y este esperado libro de Cristofer Rodríguez aporta un valioso registro al respecto. El texto de Cristofer —basado en registros, archivos y entrevistas a los protagonistas de esa escena— muestra a un movimiento rico y diverso pero precarizado, una escena que necesitaba unirse para sumar fuerzas e intentar mejorar su situación profesional.
Y es que tras el declive del movimiento del rock latino y el pop chileno de los 80, y finalizando la dictadura, la situación para los músicos locales era negativa, había un absoluto desinterés por parte de los sellos y radios en su trabajo; en 1990 y salvo excepciones (Los Prisioneros con su disco Corazones) había muy poca difusión radial, pocos lugares para tocar, malas condiciones para el desarrollo de los proyectos, una infraestructura deteriorada, débil, casi inexistente.
Pero había bandas; estaba La Ley y Los Tres con su primer disco; Sexual Democracia, Fulano, De Kiruza, Profetas y Frenéticos, Los Morton, La Pozze Latina, Los Fiskales, Los Miserables, Los Peores de Chile, Mauricio Redolés, Tito Escárate, grupos y músicos que intentaban armarse de un público y construir escena cuando no había nada; estaba el esfuerzo de gestores como Claudio Gutiérrez y del sello Alerce, que grabó los primeros discos de casi todos estos artistas y levantó circuito con ellos; estaba Pancho Conejera y la revista El Carrete, y estuvo, desde luego, la ATR, la mítica Asociación de Trabajadores del Rock, que unió a estos y a otros actores, en un inédito gremio que si bien no prosperó, dejó dos discos compilados y le mostró al país una nueva escena. El libro retrata justamente a esta organización.
La ATR fue un proyecto sindical interesante y que sentó las bases para lo que serían luego las Escuelas de Rock con Claudio Narea, Mauricio Redolés, Tito Escárate y el maestro Andrés Godoy, cuya presencia en la reciente edición de la Teletón, generó, por cierto, diversas opiniones.
Andrés es un músico querido en la escena del rock chileno. Un artista que perdió su brazo derecho en un accidente en su adolescencia, pero que pese a ello desarrolló una técnica muy especial (denominada por el mismo como Ta-Tap) e impulsó una vasta carrera como músico, productor y director de diversos proyectos sociales y culturales, una trayectoria potente pero quizás no tan visibilizaba en los grandes medios.
Por lo mismo, muchos valoramos que después de tantos años, por fin Andrés pudiese estar en la Televisión abierta, que se mostrase al gran público su historia de lucha y consecuencia artística. Sin embargo, las pifias (a propósito del valioso discurso social que manifestó Andrés esa noche) y el momento en que la animadora Karen Doggenweiler lo etiquetó como artista emergente, fueron hechos lamentables que nos hablan de un Chile que, pese a todo, aún es muy reaccionario, desconocedor e irrespetuoso con sus propios artistas, al punto que el propio Andrés tuvo que aclarar en su show que él no era un músico emergente.
La ATR luchó contra la poca valoración hacia los músicos chilenos, un mal atávico y que aún sigue vigente, y su principal fortaleza estuvo en la unión discursiva de todos los artistas de la escena. Fue así como la ATR se consolidó en los 90 como un proyecto sindical valioso, fue una instancia en donde gente tan diversa como el propio Andrés Godoy, Claudio Narea, Juanito Panzer, Arlette Jequier o Álvaro Henríquez coincidían en reuniones, conferencias, tocatas y estudios, unidos por ese objetivo que tenían todos en común.
Como muestra de todo ese proceso de unión quedó la versión de «La Muerte de mi hermano» de Los Macs, un arreglo cuyo video está en YouTube. Al oír esa versión uno siente como todos esos músicos parecían gritarles juntos al mundo: «Acá estamos, somos los rockeros chilenos, diversos pero unidos, dándolo todo, con el corazón aquí».
El libro de Cristofer Rodríguez concilia experiencias y visiones y le entrega a quienes vivieron esa época o a gente joven que desee comprenderla, una referencia profunda sobre luchas que ayudaron a un proceso que sigue vivo, que es el de la validación del rock chileno como referente cultural. La ATR instaló importantes demandas, algunas de ellas hoy están resueltas, pero otras, como digo, siguen vigentes; es un texto que por un lado promueve la reflexión sobre los avatares que y las luchas que han protagonizado nuestras escenas y que, a la vez, le hace justicia a esfuerzos poco documentados pero valiosos, esfuerzos que generaron el ambiente que propició la ebullición que muchos vivieron a partir del 95.
Toda historia tiene su origen, y la del rock chileno de los años 90 se encuentra muy bien documentada en este necesario y valioso libro.
Con el corazón aquí: Estado, mercado, juventudes y la Asociación de Trabajadores del Rock en la Transición a la Democracia (1991-1995). Cristofer Rodríguez. UAH Ediciones