Martes, Enero 21, 2025
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Denisse Karmaclismo Humo: Punk’s Not Dead

 

Por Pablo Rumel

 

Peter Punk es el amor, y campanilla su princesa.
(Leopoldo María Panero)

 

 

 

Ya desde el título, ¡CÓNDOR «A kién le importa!», la autora Denisse Karmaclismo Humo, nos abre de par en par las puertas a la historia íntima de su personaje, Cóndor, un punk chileno heredero de aquellos lejanos años ochenta, década contracultural de tocatas, fotocopias y mohicanos fluorescentes, en las que aún imperaba el sable militar y «la alegría concertacionista« de blancas alamedas tapizadas de McDonalds y grandes centros comerciales aún no llegaba. Eran los años de los cómics contestatarios como Bandido, Matucana o Trauko, historias empapeladas de viñetas de thrashers que luchaban contra fuerzas ominosas, de mujeres semidesnudas portando granadas en selvas de cemento, o del mítico Anarko, el metalero melenudo que coqueteaba con la escena under de Valparaíso en aventuras desenfrenadas.

Pero la alegría llegó, y las tribus urbanas mutaron a otras subespecies (emos, góticos, darks, el compendio es largo), y el punk, que señoreó a patadas y codazos en el siglo pasado, con su estética provocativa que venía a epatar al burgués, pasó a la clandestinidad o se convirtió en otra cosa, en una suerte de museo mutante del rock and roll, en un producto-mercancía-fetiche, pero también en una estación de trenes desaparecida, en una añoranza jorgeteillieriana con forma de metralla, y es en ese eje, que asistimos a los últimos escombros y recuerdos de un hombre de aquel siglo pasado, que en su adolescencia fue punk pero que en este nuevo milenio sigue punk, no ha abandonado el peinado, ni las botas, ni los piercings ni las cadenas, pero esto bien lo sabe todo punk que se precie, que una cosa es el maquillaje y otra el ideal, la actitud, el espíritu si se quiere, del verdadero rebelde.

Como don Quijote: contra gigantes y molinos

El punk como desenfreno y libertad, sí, pero también como ethos, y pathos. Nunca hubo un decálogo del buen punk, nunca fue un evangelio, pero si había algo que este movimiento lo hacía diferente del resto, no eran sus estrafalarias estampas, —ya los grupos de rock latino habían acogido parte de su estética con sus raros peinados nuevos, y los metaleros con sus calaveras y sus cruces invertidas hacían su resto—, sino que era el «hazlo tú mismo», gestiona tu sueño, si quieres escribir, pintar o dibujar ve y hazlo, no aprendas de grandes maestros, hazlo con tus amigos o solo, pero hazlo, métete al charco, y aunque probablemente no logres nada grande ni memorable, al menos lo intentaste. Eso sí, había una máxima inamovible: «no te vendas al sistema», frase que los punkies de aquellos años trataban de llevar, y de sobrellevar, hasta donde fuera posible: el punky podía actuar en la ilegalidad sin ser criminal, era pícaro, aventurero, se «cagaba en la puta hostia», y sus opciones futuras de vida siempre eran dos: o vivía lo suficiente para terminar vendiéndose y entrar al sistema (y ellos sabían que el sistema era indestructible y omnipotente), o morían jóvenes, borrachos, drogados y tirados en un basural, o muertos a balazos por la policía o a cuchilladas por otra banda rival.

Cóndor es un sobreviviente, y como don Quijote, es un punk de este nuevo milenio, en que el punk ya no es hegemónico (como las caballerías andantes), y sus colegas de movida envejecieron o desaparecieron del mapa. Cóndor sabe que su ya tiempo ya pasó, y tampoco hace gran esfuerzo por acomodarse a la vertiginosidad tecnológica.

«He buscado a mis ex por Facebook. Yo no ocupo esa hueá. La Pola me hizo una cuenta hace años: “Cóndor el lujurioso”.  No sé no sé ni la clave, nunca la ocupé, si quiero ver a mi gente la buscó en la calle».

La posición de Cóndor (que evidentemente es un ápodo), es la de alguien que se resiste a los cambios, quedando siempre en desventaja. A sus cuarenta años sigue viviendo con su madre, tiene un enorme historial de fracasos amorosos, que incluye a un hijo ya adolescente con el cual nunca pudo concretar un hogar, y la larga lista de sus amistades se ha evaporado, teniendo sintonía con jóvenes de la mitad de su edad, grupo que aún conserva aquellos viejos ideales de «vive rápido y muere joven», la vida se trata pues, de vivir el ahora, el presente eterno.

Los engranajes de la novela

La novela se abre con el asesinato de un tal Pirata, (fíjese en el nombre utilizado) ajusticiado en una pelea de pandillas en la que está presente su protagonista: el autor del crimen es un sujeto apodado Jandor, matón de barrio, acusado de mil tropelías, que se levantará como el némesis de Cóndor, y como todo buen némesis, su larga sombra proyectada avanzará y reptará a lo largo de las hojas del libro. Un punto débil de la obra es la persistencia en lo anecdótico de algunas de sus escenas, pero entendemos que hay un afán de mostrar el día a día de un punk en el nuevo milenio, en un Santiago que coincide mucho con el Santiago real (el Santiasko gris y rayado), escenas que a la postre están bien balanceadas por la pericia de su autora.

El estilo de Denisse es desafectado, va directo, en un lenguaje coloquial salpicado de chilenismos. La construcción del libro es cuidada, se nota desde un primer instante que es una voz madura, que hay un recorrido antes de lanzarse a la escritura, acá no hay balbuceos ni improvisaciones, hay una convicción absoluta por contar una historia, y salvo por un par de capítulos prescindibles, como ya dijimos, hay una voluntad de testimoniar la vida de Cóndor. El resultado del libro, visto de manera global, es contundente.

En primer lugar, que esté en narrado en primera persona, y que podría pensarse como un facilismo, no lo es, si pensamos que se asume la voz de un hombre cuarentón que ya viene de regreso de la vida. Y se asume sin fisuras, Cóndor actúa, habla y piensa como lo haría alguien de su condición y ralea. En segundo lugar, como novela de construcción de personaje masculino, va un paso más delante de lo que se estila —la del asesino a sueldo que retrata Amelie Nothomb en Diario de golondrina, o la del asesino serial de la chilena Jean Véliz en Dardos Corporales—principalmente porque la figura del hombre malvado tiene mucho de estereotipo, de cartón piedra sin matices. El Cóndor de Denisse es todo lo contrario: siguiendo la estela de los grandes maestros hispanos del siglo de oro, responde a una genealogía picaresca, del buscavidas que se enfrenta a la realidad inerme o con lo que tiene, y que cada acto, en una reconstrucción minuciosa, tiene una consecuencia, moviéndose siempre al filo de la navaja: un mal paso, y adiós mundo cruel.

Cóndor trasluce y planea vivo a lo largo de las páginas: ni villano de opereta ni héroe por un día, el hombre se equivoca, toma malas decisiones, pero como el hombre derecho que es, asume todas las consecuencias. En cuanto a forajido, le cuesta lidiar con la modernidad, y no solo con los aparatos tecnológicos, sino que también con sus avatares: son de antología sus discusiones con feministas, o cuando habla con un viejo guardia, que viéndolo con su estrafalaria pinta, no duda en tratarlo de «colita». La novela, a pesar de relatar situaciones trágicas que colindan con lo más bajo, rezuma humor y la palabra certera, de calle, le entrega bríos necesarios para equilibrar la balanza: ni porno miseria, ni comedia light, un justo medio entre novela de formación y retrato social.

Monarquismo punk anarco-monarquista

Si el monarquismo es a las derechas el gusto refinado y heroico por lo viejo, el anarquismo es a las izquierdas el heroísmo de una vida que bulle por lo auténtico; ambos son el convidado de piedra de cada lado, unos por vetustos y reaccionarios, los otros por frontales y combativos, y pese a que son de linajes diferentes, en algo parecen darse la mano: a la hora de batallar contra el liberal de todo pelaje, porque ahí donde el monarquista busca el orden trascendental, Dios, Patria, Familia, el anarquista se decanta por la fuerza tribal, sin Dios ni Patria, pero sí con la Familia, y es ahí donde se dan la mano.

Quién lo diría, pero en tiempos de disolución y de confort ultra capitalista, el punk sigue teniendo una idea tradicional de lo que significa la familia: un lugar que hay que defender a como dé lugar. Vemos a Cóndor errando una y otra vez, pero sigue manteniéndose firme a los suyos, en especial a su madre, a su hijo adolescente, y por supuesto a sus doncellas: incapaz de formalizar una relación duradera y monógama, las protege y las acompaña, jamás como el zalamero que busca servir como un patán, sino como el seductor que entiende muy bien que para ganarlas hay que también torearlas y desafiarlas, como la vida manda.

La vida retratada en la novela es difícil, sobre todo para su protagonista, que no nació en una familia de bien con recursos a destajo. Lo picaresco estriba en que la realidad impone sus condiciones, y para el desprotegido que no sabe sortearlas lo único que le queda es morir aplastado por su maquinaria, o luchar. A lo largo del libro acompañaremos a Cóndor en sus reflexiones, en sus idas y venidas, nos aprenderemos sus tics y sus frases, iremos asistiendo en primera persona a su contacto con toda la fauna chilensis, desde el humilde maestro chasquilla, hasta la más altanera de las mujeres bien, de aquellas que pueden darse el lujo de exponer sus obras en grandes galerías de arte.

Retrato fiel de la chilenidad del siglo XXI, Cóndor «A kién le importa» es una novela que además de pincelar lo social a través de la mirada de alguien que se resiste a la modernidad vacua, guarda dentro de sí un ímpetu vitalista y heroico inesperado que se despliega de manera magistral en sus últimas páginas: como los antiguos caballeros que van de corte en corte asistiendo a cenas pomposas, saben, nunca lo olvidan, que en algún momento tendrán que desenvainar la espada, montar el caballo, y saltar a las fauces del dragón a combatir contra el peligro: mueran o vivan, pelearán, porque pelear es su deber.

 

Colofón: En todas las mitologías de la cordillera de los Andes el cóndor interviene como un avatar del Sol. Así se representa tanto en Tiahuanaco como en Chavín de Huantar, o sobre las cerámicas de Paracas, Nasca, Huaylas, etc. (MEJP). Diccionario de los símbolos. Chevalier, Gheerbrant.

 

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1 COMENTARIO

  1. Tu agudo análisis del textos y analogías literarias, respecto al personaje, aún no me dejan aterrizar de la nube.
    Muchas gracias por darte el tiempo de leerlo, y de realizar una reseña tan minuciosa e inspirada.
    También agradezco que a tu experimentada mirada literaria le haya interesado este mamotreto.

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