Martes, Diciembre 10, 2024
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Entrevista a Bernardo Reyes: «La poesía casi siempre termina siendo un refugio»

 

 

Por Ernesto González Barnert

 

Conversamos con el poeta temuquense e investigador nerudiano, Bernardo Reyes (1951), a propósito de su último libro de poesía: Los pájaros de la casualidad.

Bernardo Reyes es un poeta y escritor chileno de vasta y multifacética trayectoria. Entre sus libros de poesía destacan Karmazul, Carta para un hijo imaginario, Grito del Solo, Guijarros en la boca y Pájaros de Contrasueño. Además, ha incursionado en el ensayo, con obras como Retrato de familia (Neruda 1904-1920), Memoria en imágenes (también en versión inglesa), El enigma de Malva Marina, la hija de Pablo Neruda, El guardaespaldas de Fidel, crónica de un asesinato imaginario, Neruda Ritrato di famiglia (versión en italiano), Neruda: residencias, calles y ciudades olvidadas y La amante inconclusa. También es autor de la novela El diario de Cristina.

La obra de Reyes ha alcanzado reconocimiento internacional, lo que lo ha llevado a participar en festivales y encuentros de poesía en países como Nicaragua, Argentina, Puerto Rico, Venezuela, Estados Unidos, España y Alemania.

En 2005, fue invitado a un homenaje organizado por el Principado de Asturias, en Madrid y Oviedo, donde se destacó a Neruda como una de las figuras más influyentes del siglo XX, junto a Einstein, García Lorca, Stravinski, Jesse Owens, Ortega y Gasset, Albert Camus, Churchill, entre otros. En aquella ocasión, Reyes pronunció un discurso junto a Arun Gandhi, que fue transmitido por RTVE a toda Europa.

A lo largo de su carrera, Reyes ha sido beneficiario de becas del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile. En 2004, su ensayo Retrato de familia fue adaptado a una miniserie de televisión, exhibida tanto en Chile como en otros países, en el marco del centenario de Neruda.

Los pájaros de la casualidad, su más reciente obra, galardonada con una mención honrosa en los Juegos Literarios Gabriela Mistral 2024, ha sido elogiada por su evocadora representación de las emociones y la naturaleza del sur de Chile. El jurado destacó la “propuesta interesante de una voz arraigada en el sur, con ricas imágenes que exploran la humanidad y la memoria histórica”.

Además, tuve el honor de que, en mis inicios literarios, a los quince años, él fuera mi guía poético en un taller para estudiantes de enseñanza media y universitaria en la Biblioteca Galo Sepúlveda, muy cerca del Liceo Pablo Neruda, en Temuco. Su empuje crítico, las lecturas propuestas, los invitados y las lecciones de alguien con más experiencia fueron cruciales para ese taller semilla, de donde también emergieron poetas y destacados agentes culturales como Gerardo Quezada Richards, Dafne Meezs, Sebastián Farah, Helder Binimelis, Javiera Illanes, entre otros y otras, permitiéndonos entrar de lleno a temprana edad en la “bohemia local” y la deslumbrante cultura poética de nuestra tierra.

Bernardo Reyes sigue siendo un referente en la exploración de la memoria y el legado cultural del sur chileno, profundamente vinculado a las emociones y paisajes de su tierra natal.

—Bernardo, tu obra poética abarca una amplia trayectoria y temas diversos. ¿Cómo describirías tu evolución como poeta a lo largo de los años?

–Cada día entiendo menos lo referido a evolucionar poéticamente. Sin embargo hay un espacio entre la nada y la esperanza, que creo es abordado por la poesía. Dicho de otro modo, creo que la poesía (la escritura en general) es una herramienta, que permite, aunque sea fugazmente, conectarse con todo lo que habita en nuestros sueños, en nuestro inconsciente. En una entrevista le preguntaron a Carl Jung cómo podía definir el inconsciente, y el respondió que era imposible que lo consciente pudiese definir lo inconsciente. Es como si a un grano de arena de una playa le pidieran describir al mar.

Por otro lado J. Teillier, nos señalaba que cuando leía lo que había escrito tenía la sensación que otro lo hubiera hecho. Jorge en muchas ocasiones se refería a este relámpago intenso creativo, que de alguna manera permitía comprender la bruma en la que se desataba su creatividad poética, y su vida personal.

Recuerdo que cotidianamente conversaba con un  amigo mapuche, acerca del significado del sueño de la noche anterior. Y esto tenía mucho más significado que cualquier otra cosa, que cualquier lectura.

Por eso no creo en la evolución poética, si esto significara un mayor dominio del lenguaje.

En una oportunidad mi gran amigo el poeta Guido Eytel, le comentó a Teillier, que estaba escribiendo sonetos para perfeccionar su escritura, o algo así. Teillier le recomendó que era preferible que saliera a trotar o hacer algún deporte.

—Tu poesía está muy vinculada al sur de Chile, tanto en lo geográfico como en lo emocional. ¿Qué elementos de la naturaleza del sur han sido más influyentes en tu obra?

–Hace pocos años quise recorrer la ruta de la Quinta Faja, por la que se puede llegar a Polul donde se ubicaba el campo de mi abuela materna, cercano a Villarrica. Ella, seguramente te conté, era de origen mapuche, Marinao, su apellido materno.

Fue una muy mala idea realizar este recorrido con Marycruz: habían talado todos los hualles, los coigües centenarios, esos bosques interminables, donde tú podías sentir el eco del galope de las liebres. Esa infancia llena de fantasías, cuando con la pandilla de primos queríamos capturar murciélagos con un coligue y un paño blanco amarrado en la punta como una bandera, y cuando aún existían los tué tues, y los cueros y los pelos vivos en las vertientes. Ni siquiera existen los hijos de los zorros que nos miraban con ojos socarrones. Toda esa belleza se convirtió en un peladero que el posterior dueño, debe haber convertido en trago, en el rito sin retorno de rendirle tributo a la cirrosis. Campos, árboles y protagonistas, ya están fallecidos. Sin embargo sigo volviendo a ese Sur, a esa lluvia sobre el techo con la que suelo soñar, con los treiles, zorzales, tordos, diucas y chincoles, que llegan sin que los llame o invoque cada amanecer.

Este campo, estaba ubicado por la ribera sur del río Toltén. Y mi abuelo paterno, un «huacho», hermano mayor de Neruda, fue «mandado a criar» en la ribera norte del mismo río, en Coipúe. Mi abuelo, era un poderoso deportista, que cubrió la ruta desde Temuco a Valparaíso en una pesada bicicleta de pedal fijo, cuando no existía la ruta 5, y como cosa habitual cruzaba a nado la gigantesca anaconda que es el río Toltén. Nos acompañaba a trotar siendo ya un anciano. Me pedía que le escribiera cartas de amor para sus pololas, pues hacía décadas que se había separado de mi abuela paterna.

Por otro lado, Marycruz, sus abuelos, sus padres, provenían de la Sexta Faja, un poco mas al sur, cercano a Quitratúe o Gorbea. Su enorme abuelo un gigantón de características muy españolas, «componedor de huesos» muy afamado, solía salir a cazar pumas, armado con su escopeta de carga y un par de perros «leoneros», adiestrados en seguir la huella de los pumas.

Ya en Temuco, la Marycruz siendo una niña, era enviada a cobrar las cuentas de los negocios de sus padres a las hijas de Hernán Trizano, que eran temibles y que solían disparar por las noches, casi siempre sin motivo, sin embargo ella jamás les tuvo temor y se creó con ellas una relación de tierna amistad. Aún recuerda un gatito angora que le regalaron.

Y en Temuco, Trizano y mi bisabuelo, don José del Carmen Reyes, eran medio compadres, o al menos muy amigos. Todos vivían en el mismo barrio.

Por otra parte mi abuelo paterno, era muy amigo y admirador de Trizano.

Un poco extensa la respuesta, pero la justificación está que en la casa de mis padres, mi abuela materna y una tía abuela, ambas centenarias y de origen mapuche, conversaban largamente con Neruda acerca de cómo la plaza de armas de Temuco, fue destroncada de sus árboles nativos, con ayuda de yuntas de bueyes. Las antecesoras de ellas sirvieron como lavanderas del ejército español.

Tempranamente, se me enseñó a usar armas de caza, y uno de mis maestros, junto a mi padre, fue Antonio Palomo, muy cercano a Neruda, que llegó en el Winnipeg y que combatió con diecisiete años a las tropas franquistas durante la guerra civil.

Por cierto deploro, esta enseñanza tan torpe de pruebas de masculinidad, matando los bellos pájaros nuestros. Pero esto me dejó una enseñanza poderosa: el acecho; el mirar o escuchar donde otros nada ven. El karma que he pagado, ha sido que he ido aprendiendo de los pájaros más en Santiago, habitando cerca de una plaza, que siendo un precoz cazador, o adiestrando perros de caza.

Si todo esto tiene que ver o no con la poesía, yo creo puede ser una simple coincidencia.

Ver la desesperación de los pájaros párvulos que suelen caer de los árboles, aún ciegos, y abrir su pico clamando a la vida por sobrevivir, es una de las cosas más conmovedoras que existen.

El primer diario de Temuco «La Mañana» lo fundó un hermanastro de Neruda. El hijo de Orlando Mason, que tenía el mismo nombre que su padre, me sugirió tempranamente la lectura de «El Quijote». Fue un tío muy querido, con dotes literarias, que terminó sus días como funcionario de alguna institución del estado. Sus últimos años ya no se levantaba de la cama, y se emocionaba mucho cuando hablábamos. A todos ellos y de todo ello, debo algo.

Cuando le presenté a mi esposa a Matilde, en «La Chascona», ella le tomó las manos, y le dijo: debemos ser parientes. Y efectivamente, el apellido materno de mi esposa es Urrutia. Y su abuelo al igual que los Urrutia de Matilde también provenían de Chillán. Y efectivamente las manos eran particularmente parecidas. Todos ellos provenían de España, y eran segunda o tercera generación de colonos.

—En tus primeros libros, como Pájaros de Contrasueño y Karmazul, ya se ve una conexión profunda con la memoria y la historia. ¿Cómo ha cambiado tu visión de estos temas con el tiempo?

Pájaros de contrasueño era un librito con unos pocos poemas políticos panfletarios. Así nos tuvimos que mover por años. Con los teléfonos intervenidos, con amenazas, y todo lo que conocemos. Recuerdo que con un amigo actor, Ismael Millas, viajábamos en bus a Concepción para buscar cientos, miles de panfletos en bolsos o maletas, para repartirlos en los incipientes grupos de resistencia por las calles y poblaciones de Temuco. En muchísimas oportunidades, los lanzábamos desde el auto. En este sentido Marycruz fue harto más audaz que yo. Sin embargo, no quise dejar renegar de estos textos, pues daban cuenta de días atroces.

Karmazul en cambio surgió poco después que le mostrara algunos de estos poemas a la Matilde, en «La Chascona» cuando reposaba en cama de su tratamiento para intentar detener su cáncer, que lo llevó muy privadamente hasta su muerte. Parte de estos poemas se publicaron en 1978 en «El Mercurio» en las páginas centrales, lo que me produjo un sincero ataque de pudor. En ese tiempo el comité editorial, estaba conformado por Lafourcade, Hugo Montes, Miguel Arteche, y alguien más. Con Lafourcade y Montes fuimos amigos. En algunas ocasiones asistí  a los talleres que Lafourcade daba en el Mulato Gil, donde tenía una librería y su taller literario.

Luego recibí una invitación de la Universidad de Puerto Rico, donde hizo clases y aún se le tiene un enorme aprecio a Gabriela Mistral, y de inmediato quisieron publicar Retrato de Familia. El lanzamiento se hizo en la feria de Guadalajara, y por increíble que parezca, fue el propio Volodia, que venía viajando desde Montreal, el encargado de hacer el lanzamiento. Yo no tuve dinero para viajar, y el ejemplar lo conoció, antes que yo, mi entrañable amigo Volodia Teitelboim.

Desgraciadamente, por esos mismos días, y en la misma isla, Karmazul fue editado de muy mala manera por un editor que ni siquiera quiero nombrar. Pero tampoco quise renegar de esos poemas y los reedité hace poco. Creo que fuera de Matilde el primero en conocer estos versos fue Jaime Valdivieso y un editor catalán invitado a cenar por Matilde en La Chascona y después el pudor y el olvido, el no terminar nunca el poemario, también quedó en el olvido, al igual pasó con una soñada antología, que reseñaba a escritores jóvenes, que nunca vio la luz.

Mi visión en todos estos larguísimos años, ha cambiado poco, casi nada. Creo, y esto es un lugar común, los temas casi siempre son los mismos, el amor, el desamor, la humanidad, el compromiso político.

Por años se ponen de moda ciertos lenguajes, y parece que otros quedan pasados de moda. Pero son como los cambios de estación, o cambios de vestuario.

—Eres conocido también por tus ensayos y tus trabajos de investigación, especialmente relacionados con Pablo Neruda. ¿Cómo balanceas tu trabajo entre la poesía y el ensayo?

—Hace poco Jaime Huenún aseveraba que mis poemas eran como el inicio de un relato que otros escribirían. Otros me dijeron tempranamente, que mi forma de escribir era muy cinematográfica, y es posible que algo tuvieran de razón: Retrato de familia se transformó en miniserie, gracias a la reinterpretación creativa de Marcelo Ferrari, con un destacado elenco de actores nacionales. Fue una miniserie bastante exitosa y se exhibió en muchos países, incluida  Cuba o España. Pero posteriormente con El enigma de Malva Marina ganamos un apoyo de CORFO, para financiar el guion y algo más, pero no pudimos producir la película.

Creo que el ensayo exige un rigor documental que termina atándote de manos. Pero la poesía, o más bien la prosa poética, permite completar los contextos que el documento no puede completar. Y por cierto, descubrí tardíamente el valor de la gran escritura de Rulfo, de Gabo, de Carlos Fuentes, que partieron escribiendo guiones de cine. Pero fue sobre todo Rulfo, al que siempre vuelvo, quien da las pistas de que un relato puede (o debe) ser poético, asociado a imágenes, a primeros planos, a la cinematografía en general, a la manera de Cortázar, y al mismo tiempo ser documentalmente riguroso. Ergo: el documental cinematográfico o el ensayo, son como dos variantes para darle formato a la investigación. Y la poesía, que es síntesis, permite llenar el vacío que existen en lo documentado.

—La poesía parece tener para ti un poder evocador muy particular. ¿Cómo defines el papel de la poesía en tu vida cotidiana y en la sociedad en general?

—El proceso de la escritura poética, es extremadamente veloz. Son chispazos que con los años se puede establecer alguna relación, desarrollando ardides para registrarlos: un cuaderno y lápiz en el velador, un papel a mano para registrar esa palabra que alguien dijo que era tan bella, ese aroma que dejan los rostros con su fragancia de interrogantes.

El verdadero trabajo está en el proceso posterior, en la corrección. En comprender que tu deber es trasmitir aquello fugaz lo mejor que puedas a un eventual lector.

«La poesía es algo que anda por las calles», decía Lorca. Y aunque nadie tenga conciencia de ello, es así. Está ligado a la vida cotidiana, a la comunicación en la que suelen sobrar las palabras. En miradas fugaces. En broncas de otros que quedan reverberando en el pecho de uno.

El inolvidable poeta Rodrigo Lira en un texto conmovedor sostenía que «la poesía terminó conmigo», refiriéndose sin dudas al vértigo creativo asociado a la escritura poética.

—En Los pájaros de la casualidad, recientemente premiado en los Juegos Literarios Gabriela Mistral 2024, exploras la memoria y la naturaleza. ¿Qué te motivó a escribir este poemario en particular?

—Hace años había escrito en prosa un texto «Cortejo del Olvido», que es con el comienza el libro. Se trata de una especie de palimpsesto en que fluyen imágenes de situaciones vividas o de sueños ya registrados en anteriores borradores. Sin embargo, cuando lo releí recién me di cuenta el sentido premonitorio que tuvo. Después, como sabes, nuestro hijo menor partió sin explicaciones y sin retorno, entre otras tragedias personales que nos han asediado.

Revisando otros textos, muchos de ellos olvidados, me percaté que todos ellos daban cuenta de la ferocidad con que los años devora la memoria. De manera que seguí persistiendo que el hablante, diera cuenta de su fragilidad, de su temor adolescente, del hombre que ya comienza a tener conciencia de que se es habitante del tramo final de este espacio entre dos silencios: amigos que se fueron; el rescoldo de furias no completamente extinguidas; el necesario rito de retornar a los meandros de los desamores.

Nunca he tenido grandes pretensiones y me acomoda  estar en este segundo plano poético, esta mirada lárica que es bastante desusada por estos días.

—El jurado destacó el manejo del lenguaje en el libro. ¿Cómo trabajaste la estructura y el ritmo en Los pájaros de la casualidad para lograr esa profundidad emocional?

—Pocos recuerdan al gran poeta, filósofo y musicólogo temuquense, Víctor Molina Neira, gran formador de poetas sureños. En algunos momentos podía escribir sonetos extraordinariamente bellos, o adquirir un ritmo libre de octosílabos o endecasílabos. Don Víctor, fue un gran maestro, de una delicadeza pedagógica que es muy escasa.

En la Biblioteca Galo Sepúlveda de Temuco, que gentilmente me facilitó una heladísima sala para permitirme escribir durante un largo invierno Retrato de familia, dado que por esos años tuve situaciones personales complicadas, y me era imposible escribir desde mi casa,  logramos consolidar una amistad grande. Luego la vida nos separó, y el volvió a su permanente silencio y yo al mío.

Don Víctor, que yo recuerde, jamás les sugirió ni un solo poeta y ni siquiera un autor a sus alumnos. Pero conmigo tuvo un gesto que inútilmente he tratado de descifrar: don Víctor me dijo que quien quisiera escribir poesía tenía que partir por Ulises de James Joyce. Con el tiempo incluso le seguí el rumbo a interpretaciones y hasta películas que se hicieron sobre «Ulises», e inclusive intenté hacer lo mismo con la críptica película basada en Finnegans wake, esta novela experimental que tuvo influencia desde Los Beatles a Carl Jung, y hasta en la física cuántica.

Entiendo que resulta imposible la traducción de esta última obra por la multiplicidad de jergas o idiomas utilizados.

De manera que casi siempre en mi poesía el ritmo ha surgido sin tener conciencia. Y con la estructura ocurre mas o menos lo mismo. Yo provengo de la ingeniería, y de un par de títulos técnicos. No tengo ni vocación ni interés en manejar con mayor conciencia estos temas literarios. Mi mujer en cambio, ha hecho estudios sobre Borges y literatura española, y generalmente es ella mi primera correctora de pruebas. Lo demás, con sinceridad lo digo, surge intuitivamente, con el máximo rigor de corrección que mis capacidades lo permiten.

Parra, que provenía de la Física, nos contaba como el «idioma chileno», el lenguaje conversacional generalmente estaba estructurado en endecasílabos. Y esta estructura era la que permitía un ritmo en particular.

Zurita, que también proviene de la ingeniería, ocupa una estructura que proviene de su formación como ingeniero y esta misma estructura provoca un bellísimo ritmo tan particular.

Recuerdo mis viejos libros de Física, y los estudios de Cálculo infinitesimal, en los que curiosamente logré buenos resultados, y creo que alguna incidencia pudieron tener en mi propia escritura, sin tener, como dije, mucha conciencia de ello, y si esto pudiera tener, como dices, cierta profundidad emocional.

—Algunos críticos señalan que en tu obra hay una constante reflexión sobre la pérdida y el recuerdo. ¿Cómo se articulan estos temas en este último libro?

—Mi amigo Giuseppe Bellini, gran estudioso y traductor al italiano de buena parte de la literatura hispanoamericana, aseveraba algo parecido. Y aunque no lo parezca, mis raíces y mi propia vida, no proviene precisamente de vidas plácidas. En Temuco hay una avenida que lleva el nombre de Neruda y otra tan importante como ella, que es la avenida Rudecindo Ortega Mason, que era en buenas cuentas primo de Neruda (que en cartas lo nombra como «el jutre»). Otros tíos míos fueron connotados regidores, y tíos abuelos mapuche que fueron alcaldes. Fundaron imprentas, diarios, y mi padre logró ser un destacado panadero.

Pero la historia que no se conoce es la de familiares que se suicidaron, que enloquecieron, perdidos en una especie de borderline. Yo mismo en este libro doy cuenta de un amigo de infancia que fue un asesino y que en aquellos años iniciales de la dictadura yo visitaba en la cárcel de Temuco, con el que seguí siendo amigo, y que después partiera a radicarse definitivamente en Europa. Nunca supe porque razón siempre tuve afecto por este muchacho que era un criminal que conmigo era brutalmente honesto.

De manera que la pérdida y el recuerdo, han sido una mochila que he llevado siempre. Fui un niño bastante tímido, cobarde, malo para los combos. Y la vida ha sido bastante inmisericorde con mi mujer y conmigo.

Creo que la ideación suicida debe partir por estos golpes tan tremendos, como nos recuerda Vallejo, en los Heraldos Negros, y uno no sabe realmente como es que se puede seguir viviendo. Recuerdo que Zurita en un conmovedor correo electrónico, nos presentaba sus condolencias y hablaba del permanente retorno al Amor como la única herramienta para sobrevivir y sobrevivirnos. Es posible que así sea.

 

—La relación entre lo íntimo y lo histórico siempre ha sido importante en tu trabajo. ¿Cómo abordas esta relación en Los pájaros de la casualidad?

–Lo íntimo y lo histórico son, a mi parecer, dos caras de la misma moneda. Somos lo que somos gracias a los demás, y toda historia colectiva parte por la propia persona, por el individuo. Naturalmente Los pájaros de la casualidad es un notorio guiño a Milan Kundera, dado que los hechos acaecidos en la Primavera de Praga, luego de la invasión de los rusos a Checoslovaquia, son muy similares a los que hoy existen en nuestro sufrido país y al justo y patriótico levantamiento social del 18 de octubre del 2018, llamado despectivamente por esta derecha fanática como el «octubrismo», una multitud, millones de maleantes coordinados para destruirlo todo, según ellos.

En Praga se utilizaron los tanques soviéticos para amenazar a la población civil, bajo el ramplón discurso marxista. En Chile se reemplazaron los tanques por la represión salvaje, con cientos de personas que quedaron o ciegas o tuertas, con torturados, y con la  persuasión sistemática de las fakes de una ultraderecha fanática, que sigue los dictados de Putin o Trump, da lo mismo.

Y, además, por una parte de la izquierda, que sigue sintiéndose atraída por la estupidez seudorevolucionaria, de chiflados como Maduro u Ortega, calculando las palabras para no condenar a Cuba.

Las armas hoy son los medios de información (Berlusconi, fue uno de los artífices, según algunos estudiosos del tema). El manejo calculado de las fake news. Los descarados y absurdos montajes, como lo fue por ejemplo la creación de un asesinato imaginario de Neruda, que solo existió en la mente de un hombre enfermo.

Y paradojalmente este caso de manual de la derecha más reaccionaria, ha sido sostenido por un partido político con el que siempre tuve y tengo simpatía, y es que, puedo entender que tanto para instituciones, como para personas de izquierda, les resulte incómodo hablar de estos temas, o la validez de ser  políticamente incorrecto. Pero no al punto de hacerse los locos ante las evidencias, que personalmente he hecho públicas.

Tuve en el liceo un profesor que nos enseñaba Educación Cívica y creo que historia. Se llamaba Iván Ljubetic, un destacado y querido militante comunista, conocido por Neruda. Este profesor recuerdo que me preguntaba medio en broma y medio en serio si acaso yo ya pertenecía a las JJCC. Como sea, esta cercanía me permitía excelentes notas por puro acto de presencia.

Otro querido profesor de matemáticas, Raúl Buholzer, también comunista, que vivía en el mismo barrio, se salvó por que fue trasladado a la cárcel de Temuco: al día siguiente inventaron la fábula del asalto al polvorín del Regimiento Tucapel, que el Informe Retting se encargó de refutar completamente. Todos, eran militantes comunistas, incluso algunos amigos cercanos, murieron torturados salvajemente, sus cuerpos fueron vistos en la morgue, y sin excepción fueron acribillados por la espalda. Un amigo del barrio, Amador Montero, ya inconsciente, llegó por un momento a la sala de detenidos, y le habían arrancado las uñas antes de ametrallarlo.

A esa izquierda, a esos maestros, en los que incluyo mi amigo Volodia, no los encuentro muy a menudo. Y es notorio que la nueva generación de comunistas, de jóvenes de izquierda, se alejan bastante de prácticas de una obediencia políticamente verticalista, de la que nunca formé parte, y de la que sin embargo tengo una gran gratitud y aprecio.

De manera que en este modesto poemario, son tenues acuarelas de fantasmas de un mundo que se fue, pero que pervive afectivamente en mi persona.

—Como sobrino-nieto de Pablo Neruda, una figura tan influyente en la poesía mundial, ¿cómo has lidiado con esa herencia literaria? ¿Sientes que ha sido una ventaja o una carga?

—Desde luego es una situación extraña. Y cada cual tiene su propia historia y su familia de la que no puede renegar. Antes que yo naciera, Neruda solía llegar con amigos, con Rafael Alberti por ejemplo. Pero mi padre  aún no construía la casa en la que nacimos con mis hermanos, de manera que en vez de alojarse «en la casa vieja» (así la nombraba Neruda) donde vivía mi abuela y mi padre, se alojaban en la casa del doctor Manuel Marín.

Cuando niño iba yo a jugar a la casa del tío Manuel y de la tía Chela, en aquellos días en que soñaba con ser médico y me aprendía de memoria un libro de anatomía. Una niña me acompañaba en esos juegos, no recuerdo su nombre, pero esa casa, esos esqueletos, esos libros y artefactos llenos de misterio, todavía me provocan una nostalgia grande.

Con el tiempo, y ya terminando la secundaria, mi tía Laura, habló con Neruda para facilitarme el ingreso a la facultad de medicina en la Chile, y es probable que esto hubiera sucedido. Pero atentaron dos cosas: yo era un alumno porra, que leía lo que se daba la gana y no lo que consideraba el plan pedagógico, y opté por el enamoramiento que con dificultades más o menos, aún persiste.  Entonces, como tenía que ser un profesional, sí o sí, opté por estudiar ingeniería, de la que deserté casi al terminar.

En mi barrio había un amigo que era una lumbrera, pero muy pobre. Ingresó a la Universidad Santa María, pero no tenía recursos para sostenerse en Valparaíso. Recuerdo que entonces le escribí una carta a Neruda, que llevó por mano mi tía Laura, y consiguió ser aceptado en la Patricio Lumumba, en Moscú para estudiar Física Nuclear. En otra oportunidad hice lo mismo con otro amigo que quería irse a París.

Viendo el estado de las cosas, creo haber cometido un error haberme quedado en el país «a luchar contra la dictadura», y debí haberme autoexiliado con mi esposa y mis hijos en Europa. Me parece que todo lo que muchos hicimos, ha servido de poco.

De manera que el cuento ha tenido ciertas ventajas, aunque no literarias.

 

—Publicaste el ensayo Retrato de Familia (Neruda 1904-1920), donde exploras la historia familiar de Neruda. ¿Qué aspectos de su vida te resultaron más interesantes o sorprendentes mientras trabajabas en este proyecto?

—Me parece que el rasgo más notorio fue la persistencia. El niño que intuye una inmensidad y quiere representarla con palabras que no se dejan domeñar. Y junto a esto, la alegría de vivir y esa inagotable curiosidad.

Tan evidente como lo anterior, estaba esto de construir casas, que es un asunto familiar muy notorio. Mi padre vivió haciendo casas, o ampliando la que teníamos. Vivía «en obras» como dicen los españoles. Y esto lo hacía sin tener más recursos que los sueños.

El último de ellos, recuerdo, fue el proyecto de construir  una piscina en el techo (nunca se hizo). Se conseguía materiales con un ferretero alemán, que le fiaba todo, para las estructuras, con su abuelo (José del Carmen Reyes) se conseguía rieles viejos.

Mis dos hermanos mayores fueron Constructores Civiles. Y recuerdo claramente cuando Neruda completamente concentrado, conversaba con mi hermano mayor, sobre cómo lograr la curvatura abovedada de la biblioteca de Isla Negra. Y con seguridad esa pregunta debe habérsela hecho a cuanto constructor o arquitecto se le cruzara en el camino.

Este concepto del reciclaje, que caracteriza a la arquitectura nerudiana, el uso de puertas o ventanas usadas o desechadas, a las que se le tiene que hacer espacio en el muro, por ejemplo, también es algo que siempre vi en mi familia. Mi padre tenía un cerro de cachureos que siempre tenían alguna utilidad. En una oportunidad estallaron las calderas del hospital de Temuco, y mi viejo fue a rematar los enormes tambores y se le ocurrió derrumbar la hermosa panadería para instalar una fábrica de cecinas. Luego, con ayuda de su tío poeta, importó máquinas de Alemania. Neruda decía : «Raúl es el industrial de la familia». Casi nunca lo nombraba así, solo le decía «hueñi».

Me parece que la relación de esta arquitectura física asociada a la arquitectura poética, es algo que no se ha estudiado muy a fondo

—Tu relación familiar con Neruda parece haber dejado una huella importante en tu obra. ¿Qué aspectos de su vida y su poesía han influido más en ti como escritor?

—Yo creo es difícil para cualquier escritor, no tener alguna influencia de Neruda. En algunos grandes de nuestros poetas, resulta notorio el intento por lograr esta estereofonía, que sin asemejarse a la poesía nerudiana, sí está presente en el intento por lograr semejante volumen poético. No nos vamos a poner a hablar de Rokha, ni las disputas con Rojas, Huidobro, etc. Para eso es mejor acudir al auxilio de los libros de Faride Zerán y Leonardo Sanhueza.

La bronca, o la envidia, o como se llame, se percibe como el aletear de murciélagos, o pájaros perdidos.

Yo creo que en nuestro caso, tuvimos la ventaja de primero conocer a la persona y muy tardíamente al personaje. Cuando niño ni siquiera leía a Neruda, Marycruz, siendo una niña sí lo hacía.

De manera que de su vida, no puedo hablar de una gran influencia. Más bien de Matilde que me mostró puertas adentro su relación con el poeta.

Y después, cuando ya comencé a leer algunas cosas, me provocaban una sensación extraña las palabras, por ejemplo con Tentativa del hombre infinito y luego con Residencia en la Tierra. Después gracias a Bellini, descubrí los vasos comunicantes entre los 20 poemas y residencias.

Y bueno, sabemos que el tema de Neruda es realmente apabullante. Nuestro amigo Darío Oses, que domina la obra nerudiana es un fiel ejemplo de lo enorme que puede resultar sumirse en toda la obra, con sus variantes, tonos, ritmos etc.

—En El enigma de Malva Marina, abordas la figura de la hija de Neruda, un tema que sigue siendo poco conocido. ¿Qué te llevó a escribir sobre ella?

—Era un mito familiar del que siempre se hablaba, jamás en presencia del poeta. Y en una especie de sueño, se hablaba de niñas nacidas muertas, o niñas adoptadas con historias turbias. Y esto provocaba cierta desazón, cierto afán de querer saber la razón de tanto silencio. Y ahí estaba pues, este incólume silencio estalinista, este afán por mostrar solo al monumento sin mácula.

Sin darme cuenta ya estaba embarcado en el tema, y a medida que pasaban los años, seguían llegando datos, muchos de ellos confusos. Estaba en España, cuando me dan una beca para escribir sobre la niña y existían plazos perentorios. Y tuve que acelerar el proceso, que culminó primero con el descubrimiento de la tumba y después con fotografías de la niña.

Aún recuerdo la cara de sorpresa de Volodia cuando le llevamos el libro e imagen de Malva Marina.

Y yo recuerdo la sensación de haber visto este rostro, y sentir que era similar a mis sobrinas. Un proceso bien emotivo, en donde pude encontrar después de mucho indagar, a uno de los míos.

—A pesar de las similitudes familiares, tu estilo poético se distingue claramente del de Neruda. ¿Cómo has construido tu propia voz poética en un entorno donde la sombra de Neruda siempre está presente?

—Terminé la secundaria con 16 años, o 17 recién cumplidos. Era en 1968, y ya se vivían tiempos turbulentos en Temuco, no tan masivos, pero se hacían huelgas, y en la plaza de armas recuerdo haber estado tirándole piedras a los pacos. No recuerdo a pito de qué. Me sorprendió verme en una foto con un grupo de estudiantes del liceo en un pequeño vespertino que circulaba.

Creo que aún se realizaba la fiesta de la primavera, y los muchachos y muchachas nos disfrazábamos. Parece que no se prohibía la marihuana, ya que en la plaza se sentía fuerte el olor.

Todo se vivía a una velocidad bien sorprendente: no solo estaba el discurso político, sino también un movimiento pacifista y vegetariano. Al menos yo fui vegetariano por algunos años, y me producía mayor interés el yoga y esta opción por el pacifismo.

Pero de inmediato entré a la universidad, donde había un hervidero de ideas muy intenso.

Recuerdo entonces, en mi barrio estación, haber visto al compañero Allende haciendo un discurso desde el balcón de un hotel, hoy en día parejero.

En aquellos años Neruda participaba en la campaña presidencial, y era mucha la gente más o menos connotada que llegaba a la casa de mis padres. Recuerdo a la Charo Cofré. El Pato Manns solía quedarse enredado por ahí. Se hacían actos grandes, en el hoy gimnasio municipal, se repletaba.

Y, a medida que pasó el tiempo, la insoportable, prepotente e hipócrita derecha, fue agudizando las cosas, sobre todo acaparando mercaderías para desabastecer el mercado, y los camioneros haciendo pagos financiados con dólares de USA por gestión del furibundo Nixon, hasta que todo se fue al carajo.

Recuerdo haber escrito un panfleto llamando a la cordura, a apaciguar las iras de los discursos revolucionarios, creo que un semana antes del golpe.

Y luego, cuando ocurre la masacre, y veo el horror que sucedía ante mis ojos, compañeros torturados, otros asesinados, otros expulsados de la universidad, me di cuenta la magnitud de mi huevonería. Un amigo yoga, me lleva entonces a una plaza y me da una estúpida interpretación esotérica: «te das cuenta como ha retornado el orden con los militares…».

De manera que en ese momento me di cuenta que estaba mirando las cosas equivocadamente.

La escritura poética surgió entonces no como una cuestión literaria, sino como un acto de sobrevivencia, a tal punto que se me hizo insostenible parar de escribir y al mismo tiempo seguir estudiando una carrera como ingeniería eléctrica.

Luego en 1972, también precozmente nos casamos con la Marycruz, y claro, ambos estudiantes universitarios, pobres, y opositores a la dictadura, tuvimos que andar con cuidado.

Mi tía Laura falleció en 1977, y en su funeral me reencontré con Matilde, con quien de inmediato coincidimos en todo. Y a partir de entonces, la acompañé todos los años a rendirle un homenaje al poeta cada 23 de septiembre en el módulo México, Nicho 44 del cementerio general.

De manera que no tuve la ocasión de caer ante el influjo nerudiano, y sin embargo caí en la influencia teilleriana, o lárica. Aquel tono menor, como en segundo plano, que es donde me acomoda estar.

—A lo largo de tu carrera, has sido invitado a varios festivales internacionales de poesía. ¿Qué te ha aportado la experiencia de compartir tu obra en estos espacios?

—Me hubiera gustado mucho más haber sido observador que protagonista. Suelen ser largas peroratas poéticas, a veces leídas muy mal. Pero hay grandes excepciones, nuestro carismático Zurita, por ejemplo, elegante, con un histrionismo adecuado. Además de tenerle mucho afecto le tengo envidia a su forma de llegar masivamente en esas lecturas poéticas.

No creo en grandes aportes en esos casos. Las verdaderas relaciones se establecen cuando terminan las lecturas, ojalá cerca del bar.

—La poesía actual está en constante cambio, con nuevas voces y propuestas emergiendo. ¿Cómo ves el panorama de la poesía chilena contemporánea?

—Hace varios años, desde el 2016, estoy, estamos, medio mudos y sordos. No conozco que ha pasado y qué está pasando.

De vez en cuando leo algún poeta. No voy a eventos públicos. Casi no doy entrevistas. A la mayor parte de los periodistas los bloqueo. Vivo bastante aislado.

Y si me doy cuenta que lo que escribo está tan pasado de moda como las lindas chaquetas que compré cuando se usaban más largas.

—A menudo se dice que la poesía es una forma de resistencia cultural. ¿Crees que sigue siendo así en la actualidad? ¿Cómo puede la poesía responder a los desafíos del mundo contemporáneo?

—La poesía casi siempre termina siendo un refugio, como los milenarios mantras, que te conectan con lo desconocido. Esto puede ser interpretado como un acto de resistencia, cuando ya se ha perdido la esperanza.

En nuestro tiempo, sobredimensionamos la capacidad de la poesía para responder ante situaciones de grandes conflictos.

Pienso en los palestinos, en esa madre que cubre con su cuerpo a su niño. Pienso en ese padre joven llevando al cuerpo de su niñita en brazos. Después de la bronca y el abismo de la pena infinita ¿qué palabras vuelven anidarse en estos seres? Pueden ser los rezos, las plegarias. O pueden ser palabras que brotan espontáneamente, adquiriendo ritmos, estructuras.

Por otro lado a la poesía la vemos jugando el papel de Judas, inventando slogans, boludeces varias para ser serviles al mercado y su infinita avaricia, este afán descabellado de seguir creciendo.

No sé si la poesía pueda responder a los desafíos del mundo actual, solo puedo aseverar por experiencia propia, que si no es con la poesía, ninguna otra cosa nos permitirá  ver nuestro propio corazón, y seguramente el gran Conflicto del Hombre se perpetuará y llegará el momento que los muertos se acaben, y a los asesinos no les quede mas remedio que seguir acribillando muertos, hasta que se den cuenta, que ellos también están muertos.

—Tu obra ensayística y poética toca temas como la memoria, la historia y la política. ¿Qué crees que es lo más importante que los poetas pueden aportar al discurso sobre la memoria histórica?

—Estamos ligados a una historia que entre todos creamos. Un monstruo que a ratos nos tienta culpar a otros de su existencia. Pero es la razón, el análisis, el estudio de la correlación de fuerzas, es decir la política, la que nos puede permitir cambiar el mundo.

Partiendo, como he sostenido, por el individuo. Los grandes cambios sociales, no provienen del exterior, de un gran parlante de un Big Brother, que dicte la forma de pensar y actuar. Es como el afán de una columna de hormigas que pueden permitir que el orden de un bosque pueda cambiar completamente, parafraseando a poetas chinos.

—Finalmente, ¿en qué proyectos estás trabajando actualmente? ¿Tienes algún nuevo libro de poesía o ensayo en mente para los próximos años?

—Trabajo y corrijo dos novelas. Creo que ya en la cuarta o quinta versión. «Trizano» es el  nombre provisorio de una, pero no es necesariamente una novela histórica, sino está referida al  sicario, al hombre enloquecido que llevamos dentro.

La segunda, que ya está terminada, es una recreación novelada de la amistad de mi hijo Pablo con un músico, gran violinista, entre otros instrumentos, que tocaba desde música clásica hasta jazz, pasando por el rock.

Este amigo mapuche de Pablo, era como hijo adoptivo de una monja alemana que escapó luego de la caída de Hitler. Ella contaba que incluso, dirigiendo una orquesta o un coro, le dio la mano al Führer .

Consigo traía una copia muy buena de un Stradivarius que se lo regaló al amigo de Pablo.

Pero de pronto la monjita falleció y el amigo de Pablo quedó a la deriva heredando gran cantidad de instrumentos, y al parecer algún dinero que en poco tiempo fue desapareciendo.

En esos días confusos mi hijo lo alojaba en su departamento, le daba de comer, le pasaba ropa, y claro, no lo dejaba beber.

Un día cualquiera los carabineros lo llaman por teléfono, era el único número que tenía registrado en el celular: su amigo cayó fulminado en una plaza. La droga y el trago, hicieron lo suyo.

Cuando partió Pablo, nos dejó de herencia este stradivarius, y muchas maquetas musicales. Yo creo que las primeras versiones que hizo de «Walking around», las hizo con ayuda de su amigo.

Y por último sigo esperando interesados en producir el documental basado en mi libro «El guardaespaldas de Fidel, crónica de un asesinato imaginario», que originalmente era un guion que mutó a libro, basado en los antecedentes  documentales para mostrar el enorme y monumental descaro referido a la invención del «asesinato» de Neruda y que íbamos a empezar a filmar con nuestro pequeño ausente.

Hace pocos meses una productora de Dinamarca me propuso ser parte de un documental parecido que «reuniera todas las miradas». Y contaba con bastantes recursos. Uno sabe, que estas producciones terminan vendiéndose a muy buen precio a cadenas de streaming, también plagadas de basura cinematográfica.

Me negué pues justamente lo único que se conoce son «todas las miradas», que son repeticiones y repeticiones de titulares, y fakes absurdos, tontorrones, de una obsecuencia irritante, menos la mía que es disidente y que nadie ha podido refutar.

 

Ernesto González Barnert
Ernesto González Barnert
Ernesto González Barnert (30 de agosto de 1978, Temuco, Chile). Su obra poética ha sido reconocida con el Premio de Poesía Infantil de las Bibliotecas de Providencia [2023], Premio Pablo Neruda de Poesía Joven [2018], Premio Nacional de Poesía Mejor Obra Inédita [2014], Premio Nacional Eduardo Anguita [2009], Premio Nacional Pablo Neruda de la U. de Valparaíso [2007], Concurso Internacional de Poesía Nueva York Poetry Press [2020], Concurso Nacional de Poesía Joven Armando Rubio (2003), Primer Concurso de Poesía del Sur (2005), Premio Juegos Literarios Gabriela Mistral de la I. Municipalidad de Santiago (2005), entre otros premios, becas y concursos de índole poético. Licenciado en Cine Documental de la UAHC y Diplomado en Estética del Cine de la Escuela de Cine de Chile. Gestor Cultural. Reside en Santiago de Chile.
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