En el almacén de la esquina escuché una frase que años después logré comprender; «la casa no te deja nada». Cuanta sabiduría en aquellas palabras. No es tarea fácil «llevar la casa», menos aún cuando nuestras expectativas de vida han quedado atrapadas en esas cuatro paredes. Pareciera que antes de nacer una gran parte o toda nuestra historia estarán destinadas a ocuparnos de la subsistencia de otros. Muchas veces la infancia se transforma en ensayo de labores domésticas que nos tiene preparada la vida.
Vemos niñas rodeadas de juguetes emulando cuidados y labores del hogar; mientras los niños son invitados a explorar y aventurarse al mundo exterior. Acciones en apariencia inofensivas, pero revestidas de poder y complacencia para otros. Posicionarse desde ese lugar reproduce la hegemonía del poder masculino, internalizando tempranamente mandatos familiares y sociales con relación a lo que se espera de las niñas. El mensaje es claro; asumir la responsabilidad del espacio privado y desde ahí compatibilizarlo con nuestros verdaderos anhelos.
Y aquellos anhelos ¿En qué habitación quedaron? ¿Cómo los transformamos en segunda o en ninguna opción? El trabajo doméstico invisible hizo lo suyo; habitar sin mucho cuestionamiento nuestros cuerpos para ponerlos al servicio de otros. Aseo, alimentación, compras y cuidados varios, bajo el disfraz de «power femenino», que lo único que tiene de poderoso es la doble jornada laboral o la postergación de las metas personales. Somos cautivas de acciones que podrían reproducirse de manera infinita.
Y en aquella infinitud abdicamos nuestra libertad en post del cuidado de terceros, donde el tiempo y las oportunidades de desarrollo personal y/o profesional, se diluyen o deben coexistir de manera paralela con labores domésticas, normalizándose hasta el extremo de recibir castigo social si priorizamos nuestra vida por sobre la ajena.
Cuando este cuestionamiento nos moviliza en pro de cambios, el poder patriarcal nos enfila utilizando el amor del vínculo maternal y/o filial, romantizando la desigualdad y sobrecarga doméstica que cae sobre nosotras.
Valientemente la protagonista de la novela Días festivos de Carolina Soto, se cuestiona y plantea sin remordimientos el impacto en términos profesionales, psicoemocionales y económicos que conlleva asumir una casa, pareja e hijos. Nos relata situaciones cotidianas pero colmadas de profunda agudeza y reflexión; «El más pequeño y el menos pequeño duermen. Quiero algo dulce, y le digo a Marcelo que voy a ir a la esquina a comprar. Tomo mi chauchera, las llaves y antes de bajar las escaleras le digo: “no se si vuelva”. El tipo se ríe. Es mi honestidad lo que le gusta de mí».
Creo que todas alguna vez no hemos querido volver. Cuando nos habita aquel deseo, se hace necesario cuestionarnos. ¿Desde qué lugar queremos vivirnos? Probablemente descubramos que hemos destinado más trabajo en cumplir expectativas ajenas que las nuestras. Ese insight es el comienzo, el punto sin retorno. Llegó el momento de abrir puertas y ventanas de la casa.