Por Cristal Valdevenito Arancibia
La idea de morir se me hace extraña.
Quiero morirme, desaparecer del mundo, pero solo para ver quiénes lloran por mí, a cuántos puedo ser capaz de arruinarles la vida, a quién le quitaré el sueño, quién se iría conmigo.
¿Cuántas noches llorará mi madre al darse cuenta de que no pudo detenerme?
¿Cuánto llorarán mis hermanos al darse cuenta de que ya no existo en esa habitación?
¿Mi perro se dará cuenta de que no volveré? ¿Alguien le dirá? ¿Él lo entenderá?
¿Quién, que no debe, llorará mi ausencia?
¿Cuándo dejaré de importar en los corazones que quiero que sufran mucho tiempo mi pérdida?
Quiero morirme, pero solo para ver si puedo así destruirlos.
Creo que esa es la única razón por la que no doy el paso hacia el abismo infinito del que nadie sabe volver, porque me gustaría volver, me gustaría ver qué desastre deja el tsunami de mi muerte en la vida de todos los que me rodean. Me siento egoísta al pensar que quiero hacerles tanto daño, pero no puedo evitarlo.
¿Se sentirán culpables?, ¿llorarán?, ¿dirán que “era algo que se esperaba”?, ¿me dirán cobarde, tonta, ingenua por pensar que esa era una salida?, ¿se culparán entre ellos?, ¿dirán que yo jamás pedí ayuda?, ¿será mi culpa?
Quiero saber cuánto daño puedo hacerles, pero no lo haré, no porque el amor que le tengo a cada uno en mi corazón me detenga, sino porque no puedo tener, lamentablemente, la seguridad de volver para ver mis destrozos.
La idea de irme… Se me hace extraña.