Martes, Enero 21, 2025
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«Tenebria»: Un tentador paseo por oscuros ramajes

 

Por Karo CP

 

Leer Tenebria es una curiosa invitación. Imagina que Bela Lugosi te tiende la mano, para que subas a un bote, en un puerto diseñado por Tim Burton, e inicies una navegación tranquila, acompañada de la música de un órgano tubular, para visitar un paisaje contemporáneo que se desestructura y oscurece en la medida que avanza el viaje.

Desde la primera página, Claudia nos advierte a qué nos enfrentaremos en esta travesía. Los epígrafes de Lispector, King y Pizarnik nos hacen la primera llamada de atención. En la página siguiente, la microficción Geodesia deja las cartas sobre la mesa: «No hay páramos en estas tierras, si no tremedales, médanos y espesuras, por ellas transitan a voluntad pesadillas, morbos y deseos inconfesos. Aquí se materializan los asesinatos que no te permitiste, las venganzas ocultas y los accidentes que rezas por evitar». Entonces, ya es responsabilidad de cada persona que lee. Pero, ¿se puede dar una advertencia más tentadora al morbo lector?

Como inevitablemente ocurre, a una se le olvida la advertencia, y entra caminando ingenua, con luz de atardecer, dando saltitos por la senda clara y virtuosa de las palabras de Claudia hasta que ciertos detalles: una cuchara, la reverberación de una súplica en el pasillo, la provisión de alimento para los felinos que tanto amamos, una tina a la espera de un baño, una mirada en el espejo retrovisor o los múltiples usos de un sedante, atraen las tinieblas.

He ingresado a Tenebria y, en medio de la fascinación por ese paisaje nocturno, un enorme árbol vivo me persigue, al igual que la Calva, guadaña en mano. Me siento observada por el ojo desconocido que otea a través de la mirilla de mis secretos, confrontada en mis pudores por las terroríficas Tantabrias, descubierta en mi goce vengativo, en la empatía del crímen, porque en muchos de los microcuentos me veo llegando al punto final con una macabra sonrisa inclinada.

Y es que una de las tantas virtudes de las formas breves es que quien lee completa lo no dicho con su propio mundo y Claudia juega con nuestra oscuridad, como en el microcuento Resumen. Cito: «Los años de soportar humillaciones, mi odio enfebrecido, tu semblante despavorido al enterarte de lo que he hecho con tus hijos». Ustedes, que acaban de leer, ¿qué hicieron con esos hijos?

En esta oscuridad aparece también el juego de la escritura, y cómo no, si quienes escribimos sabemos que su ejercicio es una condena a la libertad. Esa pulsión carnal del desahogo en letras es un verdadero misterio, porque no siempre es explicable la convivencia de múltiples roles que cohabitan una mente al mismo tiempo, tampoco lo es que la rabia nos obligue a descuartizar a alguno de esos personajes o solo divertirse en el juego de un concepto, como en Apelo: «Nunca tuvo un pelo de tonta ni pelos en la lengua, aunque tuvo un trabajo de medio pelo y vivía con los crespos hechos». La falta de escritura puede ser incluso una amenaza al propio bienestar, como bien lo señala  Advertencia: «Las señales eran obvias, derrames en los glóbulos, consunción en los poros, lividez verdosa donde nace el cuello… si no volvía a ocuparse de sus textos…».

Recuerdo un taller literario en el que participé hace muchos años, en que me preguntaron por qué siempre escribía cuentos negros, que por qué tanta venganza, tanta sangre, tanto sicópata. Que por qué no escribía otras cosas, más «realistas». En ese momento, en estado de shock ante aquel ataque inesperado, no supe qué contestar. No me había vuelto a hacer esa pregunta hasta que leo, en este libro, las «Razones» y llego a la misma respuesta: ¿Por qué no? si me encanta el misterio, disfruto lo oscuro, las perversiones humanas, nuestras vergüenzas y temores, nuestras incomodidades y puntos ciegos, las pasiones inconfesables y todo lo que se calla, expuesto con trazos de sangre, desgarros de piel y tallado en letra. Porque «De vez en cuando» me inunda un ejército de «Nufandias» que me obligan a encajar los colmillos en mi propia muñeca y regocijarme en el gusto de mi sangre.

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