Por Cristal Valdevenito Arancibia
Estaba sentada frente a un plato de fideos sin pensar en nada cuando le dolió.
El plato estaba repleto de tallarines con kétchup y mayonesa, vacío en proteínas o cualquier mierda que le hiciera bien a su cuerpo.
Fue mirando aquel plato insignificante que se dio cuenta de que, efectivamente, algo muy en el centro de ella, dolía.
Quizá era la dieta que no pudo seguir, pensó.
Quizá ese día la universidad la había golpeado más veces que de costumbre, creyó.
Quizá el vacío que sentía ahora rodeada de sus amigos -con quienes antes era plenamente feliz- había rebalsado lo que creía normal, intuyó.
Pero no, el dolor era de un pequeño pedazo en su pecho, susurrante de su cerebro poco piadoso, que le llenaba el corazón de amargura.
¿Qué era entonces, lo que le daba a esa fuente tan mal sabor? No lo sabía.
Y así, su vida fue quizás un poco más miserable frente a ese plato de fideos.