—Yuri, tu libro Bahía Tenóforo es como salir de la tierra al mar con respecto a lo que habitualmente es tu escritura, ¿qué quisiste explorar con la poesía que no cabía en el registro de la narrativa?
—Los textos narrativos y poéticos pertenecen a géneros diferentes. Yo soy narrador, me resulta más oficioso escribir novela y cuento, puedo avanzar todos los días engrosando los textos y corrigiendo. La poesía llega de vez en cuando, sin previo aviso, e impone sus términos, aunque no tengo idea de cuales son. Aparece en mitad de la noche o mientras esperas en la consulta del dentista, por eso ando siempre con mi libretita Moleskine y a veces consigo atraparla.
Te voy a decir una perogrullada, el escritor escribe. Hay escritores que se olvidan de eso, andan de opinantes de cualquier cosa o recitando textos que escribieron hace treinta años y se olvidan de escribir. Hay que escribir, ojalá todos los días, es como cualquier oficio. Y cuando no escribes debes leer obsesivamente, cosa que algunos poetas también olvidan. Entonces de a poco, casi sin quererlo, durante más de quince años se armó este libro de poesía y ahora encontró el camino para publicarse.
—Tu libro es una especie de naufragio donde todos los elementos están flotando en el agua y el poeta da cuenta de ellos ¿cuál es la fuerza que provoca ese naufragio y de qué busca dar cuenta tu poesía?
—Nacemos para el naufragio. Nadie nos preguntó si queríamos estar acá, nos entregaron una licencia de plazo fijo, con la única certeza de que naufragaremos algún día en la oscuridad y el olvido. Quizás escribir se trata de contar historias para luchar contra la muerte, y en el caso de la poesía se trata de contar también sensaciones, estados de ánimo, percepciones sutiles, olores, juegos de palabras que confrontan al lenguaje contra sí mismo. De eso se trata, de contar historias igual que aquella primera vez alrededor de la fogata mientras nos comíamos un gonfoterio asado.
—Con respecto al lenguaje de tu libro, plagado de palabras y metáforas, la cita de Pablo Azócar con respecto a la palabra ¿es una declaración de intenciones con respecto a tu poesía?
—Pablo Azócar es un tremendo escritor, tuve la suerte de hacer una taller personalizado con él, por eso lo comprometo y lo declaro como uno de mis maestros y, lo más importante, hoy es un buen amigo. Las palabras son objetos imaginarios cargados de significado y, lo que es peor tienen sentidos subjetivos. Se pueden concatenar además de formas que suponen ciertas reglas y consiguen nuevos significados sinérgicos, con los años algunas palabras se pierden el olvido y nacen otras desde los lugares menos esperados. En fin, a la poesía le gusta subvertir todo este aparente orden.
Los narradores somos grandes prosélitos de la metáfora, nos sale por los ojos como si le arrancáramos el anzuelo a tirones a un pescado colorado.
—Dedicas varios poemas a la figura del «insomne», como el ser postpandémico que duerme cada vez menos a causa del streaming, las redes sociales, el estrés, ¿qué hay detrás de ese personaje?
—Soy un gran insomne. No duermo cuando tengo problemas, o cuando estoy muy feliz, o cuando estoy medio hiperventilado, ansioso, enfermo, o cuando no tengo nada, quizás la sobredosis de café contribuye. En la pandemia los flojos, los chef intuitivos y los insomnes fuimos por fin aceptados socialmente.
—Hay un poema que es una suerte de epitafio al tren abandonado, como la oda de Neruda los trenes del sur. Citas también a Bárbara Délano, ¿cómo se conecta tu libro con la tradición poética chilena? ¿reconoces algún afluente que haya alimentado tu caudal poético?
—Otro de mis grandes maestros que también fue mi cuate, era Poli Délano, Neruda lo nombró Poli y él era el padre de Barbara. Yo también tengo una hija que se llama Bárbara ( y mi otro hijo se llama Carlos, un saludo para ellos que me están leyendo). A Bárbara Délano no la conocí, pero Poli me la presentó a través de su literatura y la cita salió en forma natural. Si he leído a los poetas clásicos chilenos, y a muchos de los nuevos también, con varios de ellos soy amigo a pesar de que es malo para el hígado.
—Los poemas están encabezados por una fecha, una bitácora de viaje, donde el lector podría imaginar qué sucedió o no en los días que no están registrados ¿cuál es el propósito de seleccionar una parte de la realidad?
—Ordenar los textos por días es una obsesión con la forma que tenemos los narradores, toda la literatura es forma, cualquier texto se podría analizar bajo la lupa de los rasgos formales de una obra de ficción.
Y claro, la escritura se relaciona con la realidad desde muchos ángulos, uno de ellos es que la secciona en pedazos y la convierte en palabras. En la mayoría de los textos y por cierto en los diarios de viaje, no siempre todo lo que se registra es relevante, por eso hay días vacíos en el libro.
—Tu libro tiene eso de corriente marina que se mueve de un lado hacia otro, de repente va hacia la desolación, de repente hacia la esperanza, a veces es rabia de lo que se tiene y otras nostalgia de lo perdido ¿qué papel juegan las aves que observan todo desde el cielo en estos poemas?
—Seguro hay una mirada de ornitólogo en el libro. Yo soy fotógrafo de naturaleza, fundamentalmente de aves. Los pájaros vuelan sin demasiados límites, como los poemas o los sueños, los rige la geografía, el día y la noche. Voy a hacer algo que no he hecho nunca, citarme mi mismo, pero creo que viene a colación
«El sueño es una locomotora de memorias / despintadas de andén y estatuto / emancipadas hacia el derrumbe crónico de los pájaros».
—En un poema señalas que los alerces sobrevivirán al naufragio de las palabras, en otro citas el caso de Cerati para dar un ejemplo de la fragilidad de la existencia humana, ¿qué piensas de la esperanza de que la naturaleza persista a pesar de nuestra propia destrucción?
—Es lo que ha sucedido hasta ahora, una verdad biológica irrevocable. La vida se organiza en especies que duran un tiempo y después desaparecen, a veces esa desaparición toma la forma de evolución, es decir de una especie que desaparece nacen dos nuevas. Ojala que, amén a nuestra inteligencia y desarrollo, ahora somos capaces de manipular incluso nuestros genes, seamos aptos para existir por mayor tiempo del que la naturaleza prevé para nosotros. Es cierto que portamos el dragón de la destrucción y la guerra, que no sé si será bueno que lo exportemos por el universo, pero también tenemos cosas maravillosas, como el amor, la música y la poesía.
—Existe en estos poemas una reflexión permanente a la migración, ¿cómo reflexionas sobre tu propia migración? ¿Cuánto hay de narrador a poeta, de Bolivia a Chile, de buzo a fotógrafo?
—Los migrantes tenemos varios traumas. El primero es el de la extracción, tenemos una vida que se trunca, te extraen de ella y después continuas en un lugar distinto. Y también el de la nostalgia infinita, vivimos añorando el país de origen, pero cuando conseguimos volver y quizás plantearte la posibilidad del retorno, te das cuenta de que ese país de los recuerdo ya no existe.
Creo que la vida hoy te permite hacer varias cosas, he tenido la posibilidad de hacer música y también soy biólogo marino, y un montón de más cosas de difícil detalle. Hay una búsqueda constante, es cierto, pero creo que la literatura resume todo, cuando escribes debes sumergirte en los personajes y eso te permite vivir muchas vidas.
—En «Chile fértil país culiao», más allá del título, se expresa una profunda insatisfacción social, un descontento latente que nos tiene en ese bus donde somos vistos como «conejos», ¿es la poesía el lugar y la palabra el medio para librarnos de ese malestar?
—Los únicos limites en la escritura son los literarios. No se pueden obviar situaciones o tratar de incluir otras en forma forzada, no funciona la literatura comprometida, ni aquella que pretende ser aséptica, desconectada de su época. Y a la realidad como dijo Borges le gustan las simetrías y se cuela en la literatura de forma solapada.
—Cuando dices «al final solo queda», en medio de esa enumeración, señalas a la «hoja en blanco». ¿No es la hoja en blanco la derrota de la escritura? ¿Qué relación tiene eso con la poesía?
—Son las contradicciones que persiguen al escritor como fantasmas insaciables. La página en blanco es una de ellas, no se trata solo de escribir para llenar páginas, sino de algo que mejore la página en blanco, de un verso que supere al silencio.
—Te pregunto por esas pequeñas criaturas marinas que son los tenóforos. Estos seres poseen una cualidad que les permite atrapar a las presas a través de una sustancia pegajosa y son muy abundantes en el mar, su hábitat exclusivo. ¿Qué simbolizan en tu poesía? ¿cuál es el rol que cumplen en este naufragio de palabras?
—Los tenóforos parecen pequeñas medusas, pero son un phylum completamente distinto. Son bioluminiscentes y flotan a merced de las corrientes, cazan pequeños seres con sus tentáculos. Los tenóforos son bellos y condicionales. Imagina una bahía entera inundada de tenóforos, es como una bahía inundada de palabras.
—Y por último, en general con respecto a tus influencias, ¿este libro lleva más de Coloane o de Hemingway?
—El escritor declara sus influencias como un gesto de buena crianza, como cortesía cuando es entrevistado. Coloane y Hemingway, Garcia Marquez, Vargas Llosa, Onetti, Cortázar, Conrad, Defoe y Borges (el mejor escritor en lengua hispana). Muchos autores bien conocidos son lecturas tempranas. Pero hay otros que seguramente han influenciado lo que escribo, quizás en mayor medida, como Luis Sepúlveda, Mempo Giardinelli, Edmundo Paz Soldán, Andrés Caicedo, Haroldo Conti, Cormac Mccarty, Kurt Vonnegut, David Foster Wallace, y por cierto Laura Restrepo, Ursula K Le Guin, Alejandra Costamagna, Liliana Collanzi, Octavia Butler, Svetlana Aleksiévich y Alice Munro, etc, etc. En fin, la lista es muy larga pero mi memoria está cada vez más deteriorada.