Periodista de profesión, pero para él la escritura es un vicio más que una pasión. El escritor peruano, J.J Maldonado visitó Chile para participar en la aclamada Feria La Furia Del Libro en los pasados días 30 de mayo a 2 de junio de este año, en donde fue un gran éxito. Junto a Libros del Amanecer, Maldonado compartió con gente de la literatura chilena, firmó libros y pudimos tener la instancia, como Lector.cl, de conversar y conocer más sobre sus libros (Los Buguis y El Amor es un perro que ruge desde los abismos), sus inspiraciones, proceso creativo, que la música acelerada lo acelera, entre otras cosas.
—Cuéntanos un poco de ti. ¿Quién es J. J. Maldonado?
—Como diría Sergio Pitol, me gustaría pensar que soy la suma de los libros que he leído, la pintura que he visto, la música que he oído, las calles que he recorrido, las películas que he visto, en fin, que soy la suma de una infinidad de restas. Cuando me preguntan qué soy, siempre respondo que soy periodista, pues la etiqueta de «escritor» la siento demasiado grande para mí. Le tengo mucho respeto a la idea del «escritor», porque un escritor no solo es una figura, es una obra, y yo, creo, recién comienzo a construirla. Supongo que escribo ficción porque el periodismo de alguna manera me llevó a contar historias, aunque por sus propias normas, el periodismo en su momento no me daba la libertad suficiente para expandirme o escapar de lo puramente realista. En cambio, con la ficción, pude contar cosas que no podía hacerlo como periodista. Sin embargo, al poco tiempo también me di cuenta de que, en algunas ocasiones, el periodismo podía prescindir de sus leyes y subvertir sus propios esquemas. Es el caso del Nuevo Periodismo o del Nuevo Nuevo Nuevo Periodismo con algunos de sus cronistas que me impactaron mucho.
—¿Cómo cuáles?
—Pienso, por ejemplo, en Tom Wolfe, pero sobre todo, en el gonzo de Hunter S. Thompson. También hubo algunos clásicos como Martha Gellhorn, reportera de guerra, cronista estupenda, que me deslumbró por su mirada. Cuando era más joven, también comencé a leer las crónicas de la revista Etiqueta Negra con textos de Julio Villanueva Chang, Juan Manuel Robles o Gabriela Wiener. Y, claro, pienso ahora también en Leila Guerriero y su increíble Plano Americano que es una clase maestra de narrativa y, sobre todo, de mirada. Todo eso te enseña, te pule el estilo, te expande —insisto— la forma de ver el mundo.
—¿Cómo llegaste a Libros del Amanecer?
—Fue de manera muy accidental. Acababa de terminar un libro de cuentos, Los Buguis, y yo era un autor completamente desconocido. Solo había publicado textos periodísticos en un país donde ya no había revistas que publicaran crónicas, donde el periodismo había pasado a lo puramente digital, donde todo se había reducido a post de redes sociales. Entonces, como buen NN, empecé a buscar editoriales para mandar mi manuscrito. En esa lista, apareció, supongo, Libros del Amanecer. Y mandé un correo proponiendo mi proyecto. Pero no tuve respuesta. El libro, finalmente, fue aceptado por una editorial peruana en la cual publiqué bajo seudónimo. Estaba todavía un poco dudoso, pero el libro tuvo una buena recepción e, incluso, se reeditó en Argentina. De modo que ya con un poco de confianza, decidí dejar el seudónimo y usar mi apellido. En esa circunstancia, después de dos años, recibí una respuesta de Libros del Amanecer, exactamente de su editor, Cristián Guerra, quién, mientras depuraba su correo, vio mi antiguo e-mail, y me propuso que le enviase ese manuscrito, que ya no era manuscrito, sino un libro. Cuando leyó el proyecto, le gustó y entonces empezó un largo intercambio de correos y videollamadas para llevar a cabo la edición en Chile, la cual salió estupendamente bien, y con un relato inédito titulado «Porno». Además, la portada la hizo el artista y editor Blanco Pantoja, con un dibujo a mano que realmente es inmejorable. Desde entonces Libros del Amanecer se volvió mi casa editorial en Chile y Cristián Guerra un amigo muy querido al que solo le debo gratitud.
—Viniste a presentar a Chile tu nueva novela, que es algo totalmente distinto a los relatos. La novela se titula El amor es un perro que ruge desde los abismos. Este título clava super profundo. ¿Por qué el título y cómo fue el proceso creativo de este libro?
—El título, como todo el constructo del libro, viene bajo la idea de un mash-up, que es una suerte de mezcla de cosas o la creación de un producto mediante la combinación de obras o estímulos preexistentes. En este caso, en el libro hay un mixeo de muchas cosas: frases de guiones de series de televisión, escenas resignificadas de algunos mangas, diálogos de videos porno, poemas de Lautremont, citas bíblicas, versos de hip-hop, etcétera. De esa manera el libro fue construido para alcanzar su propia originalidad, o, mejor dicho, su propia versión. Como una suerte de collage. El título, desde luego, tenía que seguir ese mismo juego. Es una fusión del título de una antología de poemas de Charles Bukowski: El amor es un perro del infierno y del título de un capítulo del anime Neon Genesis Evangelion: «La bestia que pedía amor a gritos desde el centro del mundo». Su resultado: El amor es un perro que ruge desde los abismos.
—¿Cómo nace la idea de este libro?
—Nace a partir de la imagen de un proyecto que tuve en mi adolescencia: la de escribir un Poema Total, es decir, un poema que no solo fuera escrito por mí, sino por todas las personas de mi país, en continua colaboración. Yo empecé a escribir versos, no sueltos, sino continuados, en los billetes de menor categoría de Perú: los diez soles. En esos billetes que cualquier persona lo puede tener. Mi idea era que las personas vieran los versos y continuaran con el poema y así este se expandiera. A partir de esa imagen, empecé a escribir la novela. El personaje, Diosito, tiene ese proyecto y hace algo muy similar, aunque en el libro, de pronto alguien le plagia el plan poético, y en vez de escribir versos en billetes de diez soles, lo hacen en billetes de la más alta categoría, de 200 soles, que es un billete a la que realmente pocas personas pueden acceder en su día a día. Bajo esta idea escribí el libro, de forma muy rápida, en tan solo tres meses.
—Super rápido
—Sí, muy, muy rápido. Lo que demoró más fue su publicación. El libro lo escribí en 2019 y se editó en 2021, por temas de pandemia y todo eso.
—Supongo que también querías contar otras cosas.
—Sí. Quería, en cierta manera, contar las cosas que yo vi, que yo viví, que yo sentí, durante mi adolescencia. Pero no solo yo, sino también lo que podrían haber vivido muchos otros chicos de mi generación en ciertos espacios no oficiales de Lima: las periferias, el extrarradio, incluso, las provincias. Creo que la ciudad de Lima, como cualquier otra ciudad, está compuesta de muchas realidades e imaginarios. Pero a veces, en literatura, a la ciudad solo se la ve desde un espacio oficial, central, en ese lugar donde aparentemente ocurre todo, es decir, el centro del mismo centro. En ese sentido, yo quería darle una vuelta a esa cuestión y contar historias que ocurran alrededor de ese «centro oficial». Siempre me pregunté una cosa: por qué todo lo extraordinario tiene que pasar en los espacios reconocibles: ¿por qué siempre bajan extraterrestres, por ejemplo, en Nueva York? ¿Por qué los zombis atacan el Big Ben y no Ñuñoa en Santiago o San Juan de Lurigancho en Lima? ¿Por qué no pueden salir monstruos en Providencia en Chile o en San Martín de Porres en Perú? Quería subvertir esa idea.
—Cuéntame de los personajes, ¿cómo se fueron elaborando?
—La mayoría de los personajes son adolescentes perdidos en la ciudad. Eso incluye a Diosito, que es el protagonista del libro, quien no solo ha perdido a su madre en el libro, sino que también se entera, de pronto, que va a ser padre. Todo esto lo pone en un shock existencial. Lo mismo pasa, aunque desde sus propias circunstancias, con los otros personajes del libro. A su manera, cada uno entra en eso que podría llamarse la crisis de la adolescencia, ese momento en el que estás en plena transición de lo infantil a lo adulto. Todos los personajes, para protegerse, tienen sus propias pandillas. En el caso de Diosito, están los Big Boys. En el caso de Romana, están Las Heathers.
—En el caso de Diosito, entra en esa crisis de la adolescencia cuando se entera que será padre.
—Sí, la chica con la que sale le ha dicho que está embarazada. Entonces él empieza a entrar en esa crisis, sobre todo por la responsabilidad que tendrá que asumir a sus dieciocho años. A partir de eso, empieza su búsqueda de trabajos mal pagados, de estabilidad, de previsualización de un futuro que, aparentemente, nunca llegará. Más o menos lo que pasa en los espacios más vulnerables de las ciudades de América Latina.
—¿Fue muy complicado pasar del cuento a la novela?
—No, no fue muy complicado, lo sentí como un proceso natural. Mis libros de cuentos anteriores estaban construidos de una forma poco convencional para el formato «conjunto de relatos». Eran más bien cuentos o relatos que se interconectaban entre sí, que todos sucedían en un solo espacio, que los personajes se repetían en los cuentos, y así. Se dijo mucho que eran más bien protonovelas o que tenían estructura de novela. Además, muchos de mis relatos se extendían y querían desbordarse, de modo que, en lugar de la contención, yo utilizaba mucho la extensión y, a veces, los dividía por capítulos. Entonces creo que todo eso hizo que escribir una novela fuera para mí algo muy natural.
—Te pudiste expandir al mundo
—Pude expandir el mundo ficcional, sobre todo con la psicología del personaje. Además, pude ampliar las tramas y crear pequeñas subtramas, o también hacer digresiones, utilizar mucha más técnica o realizar ciertas piruetas estructurales que en un relato de corta extensión de notan mucho. Esta novela parece un poco lineal, pero dentro de su línea, tiene mucha técnica literaria.
—¿Tienes alguna clase de música que te gusta para escribir?
—Sí. Escucho música que sea muy rápida, muy veloz, que tenga mucho ritmo.
—Ya. Por la velocidad
—Así es.
—¿Para agilizar la narrativa?
—Exactamente. La música acelerada me ayuda a generar velocidad y ritmo cuando escribo. A más velocidad, entro mucho más rápido en tono y siento que mi prosa se agiliza y va de acuerdo al ritmo musical, un poco como pespunteando a su lado. Igual, creo que las narrativas que consumimos actualmente son muy muy rápidas. El manga, el anime, las creepypastas, las series de televisión, los memes, las historias de IG, incluso las novelas. Todo tiene una gran velocidad. Pienso que una de las características básicas de la novela del siglo XXI debe ser la velocidad y el ritmo de vértigo. Por eso yo cuando escribo necesito música veloz, música muy rápida.
—Exacto
—Música rápida, prosa rápida, decía David Foster Wallace. El metal me ayuda mucho en ese sentido. Casi siempre inicio mis procesos de escritura escuchando «Master of Puppets» de Metálica o «Left Behind» de Slipknot. Me funciona muy bien, incluso para salvar la temida página en blanco. También entra en escena The Doors, especialmente con «Light my fire». Me interesa mucho también el freestyle y el trap. No sé, voy mezclando géneros musicales, siempre y cuando tengan un ritmo acelerado. Pop, metal, rock, reggueton, música electrónica, de todo un poco. Cuando hay música acelerada, me funciona porque mi ritmo de escritura se acelera.
—¿Dónde podemos encontrar la edición chilena de El amor es un perro que ruge desde los abismos?
—En Metales Pesados Bellas Artes, Metales Pesados Alameda, Alma Negra, Librería del GAM, Kalimera, Imaginaria, La Flor de Papel, Ulises, Usach, Altamira, Catalonia, Qué Leo 40, Qué Leo Tobalaba, Qué Leo Simón Bolivar, Lolita, Qué Leo Valparaíso, Página 128 Concepción y Buscalibre.